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Consideraciones médicas ante el paciente terminal
La experiencia clínica nos constata que el paciente crónico genera un síndrome de angustia ante el aparente fracaso de sus perspectivas vitales, más o menos acusado, según sean la personalidad del paciente y el entorno que lo rodea
Creo que a nadie extrañará, si digo que
la Medicina no es una ciencia exacta. Humanamente es comprensible
que el paciente y sus familiares, demanden del médico un
pronóstico preciso de cómo evolucionará el proceso en curso.
Quizá hoy día corramos mayor riesgo de deshumanización
olvidándonos de que no existen enfermedades sino enfermos. Cada
individuo reacciona de forma distinta ante unas circunstancias
patogénicas determinadas. Sorprende con frecuencia ver cómo en
contra de lo esperado, aquella enfermedad que en un individuo ha
producido un desenlace fatal, otro llega a superarla y sobrevive.
Sabemos que existen cánceres de gran malignidad como los
oat-cell de pulmón que abandonados a su suerte, desestimado el
tratamiento, algunos pueden evolucionar espontáneamente a la
curación. A ello se añade la constante innovación en el campo
de la Medicina, apareciendo de un día para otro el tratamiento
de una enfermedad que se consideraba incurable. Es decir,
médicamente hablando no podemos dejar lugar a la desesperanza.
Incluso en la fase final de la enfermedad, no podemos precisar
cuanto tiempo tardará en producirse el desenlace fatal.
Sí sabemos que el componente psíquico del paciente va a influir
poderosamente sobre el desarrollo de la enfermedad. La
experiencia clínica nos constata que el paciente crónico genera
un síndrome de angustia ante el aparente fracaso de sus
perspectivas vitales, más o menos acusado, según sean la
personalidad del paciente y el entorno que lo rodea. Este
síndrome de angustia, con frecuencia degenera en un síndrome
depresivo con todos sus síntomas, y entre ellos la falta de
ganas de vivir. Todo esto se produce más acusadamente en una UVI
en la que el paciente rodeado de máquinas, desorientado
temporo-espacialmente y desprovisto de apoyo familiar, puede
llegar a desear desesperadamente el fin de su sufrimiento.
¿Hasta qué punto en ese momento el individuo es realmente capaz
de tomar una decisión vital? Si autorizásemos la eutanasia,
estaríamos consintiendo que un individuo con una clara
distorsión de la realidad tome una decisión fatal e
irreversible.
Volviendo a la experiencia médica en este campo, descubrimos con
frecuencia que en esa petición de acabar con su vida, el enfermo
en realidad está pidiendo algo muy diferente. Comprobamos
repetidas veces que no quieren morir antes, sino tener a alguien
cerca para vivir más serenamente y no en soledad sus últimos
días.
Según Jores "la esperanza es la facultad del ser humano de
conocer las posibilidades que todavía existen en él".
Nuestra función como médicos debe ir tanto orientada a fomentar
esa esperanza, y combatir la angustia que lleva a la
desesperanza, mediante el apoyo farmacológico y humano de
comprensión, cariño y atención constante.
El sentido de la profesión médica nos lleva a considerar a la
persona enferma destinataria del deber médico de no
discriminación, obligándose a cuidar de todos sus pacientes con
la misma conciencia y solicitud. Y de este modo reconocer,
detrás de aquella apariencia dolorida o degradada, toda la
dignidad de un hombre.
Desestimamos así, la idea de que exista algún periodo en que la
vida carezca de valor pues reconocemos el valor de la vida humana
en sí, independientemente de que se adapte o no al concepto de
perfección hedonista que tiende a despreciar a todo aquél que
no encaja en su materialista anhelo.
Dr. F. García Alvarez *
"ARBIL,
Anotaciones de Pensamiento y Crítica", es editado por el
Foro Arbil
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