|
Introducción religioso-simbólica al teatro de Unamuno.
Apuntes sobre un genio heterodoxo
Recién llegado a la Facultad de
Filosofía de Oviedo, durante la huelga del pasado otoño, me
sorprendió gratamente la inquietud intelectual de alumnado,
nucleo del cual aparece una asociación, "Miguel de
Unamuno", autor que se suele conocer, recordemos el viejo
COU, desde una prespectiva literaria más que filosófica.
El bilbaino cultivó magistralmente todos lo géneros literarios,
pero no hace falta tener la vista del buho con que tantas veces
se le representó, su especialidad, al parecer, en papiroflexia,
para invertir el orden de prioridad tradicional con que se
estudia al helenista que empezó suspendiendo griego.
La obra literaria, especialmente la teatral, de Unamuno, aparece
toda ella transida de significados simbólicos y míticos. Los
mitemas de quien fue condenado por "Hereje y maestro de
herejes" por un obispo de la mismas islas donde sufrió
destierro, tienen sus raices en el incosciente colectivo o en la
tradición cultural occidental, pero con la fuerte singularidad
de que Unamuno va a distorsionar el significado convencional,
haciéndolo personalísimo.
Este es el problema de muchos grandes autores; antes de
sumergirse en su obra hay que hacerlo en su lenguaje. Así, por
ejemplo, la Esfinge de Edipo no será el problema ontológico de
la condición humana, sino, en el atormentado Unamuno, es el
misterio trágico y metafísico de la existencia divina.
El simbolismo se mezcla con la autobiografía. No hay que asistir
al teatro unamuniano desde la complicidad que se establece en la
teatralidad de ficción convenida de Calderón o Valle, por
ejemplo. Aquí el autor es escenario vital, y en él están,
tanto Agustín , autor teatral que protagoniza Soledad, como El
hermano Juan o el mundo es teatro.
Los personajes de Unamuno responden a su biografía; pierde la fe
en La Venda, cuya simbología alude a S. Pablo. En La Esfinge son
vivencias del autor las lecturas evangélicas de Ángel y el
diálogo con su espejo, símbolo también en El otro. Así lo
reconoce el autor en su correspondencia. Esta trayectoria tiene
un perfecto paralelo en su narrativa, más conocida, de Niebla a
San Manuel Bueno, mártir. Su simbología es plenamente
religiosa, incluido el caballito de madera en Soledad. Personajes
y episodios representan su trayectoria espiritual. El rector de
Salamanca, destituido por ambos bandos en 1936, interioriza todo
referente dando un significado profundo. Asistimos a una agónica
batalla entre el retroceso a la fe de la infancia de 1897, ángel
en La Esfinge comienza buscando la salvación en su infancia
interior, y la pérdida de ésta en 1898-1900, La Venda.
En 1906 escribe un poema En la basílica del Señor Santiago, en
el que cuenta el episodio real y metafórico del regreso al
templo infantil bilbaino. El cura lee un texto sobre Moisés, y
esto da pié a Unamuno para recurrir a claves referidas a la
canasta que flotaba en el Nilo; canto de cuna, mecer..., cuna a
la que espera la vieja Esfinge del Señor, que, para el vizcaino
puede ser tanto Dios como la terrible Nada; la Esfinge devoradora
que inspira mas horror que los infiernos pintados por escuela
flamenca o los descensos de Dante.
El yo de Unamuno se estructura en personajes contradictorios,
como el yo de España implica a aquel y a Millán Astray; la
inteligencia y la muerte. El Otro y D. Juan, Ángel y Agustín,
Elvira y Raquel, Fedra y María, son símbolos agónicos del
misterio profundo.
Francisco Díaz De Otazú.
"ARBIL,
Anotaciones de Pensamiento y Crítica", es editado por el
Foro Arbil
La reproducción total o parcial de estos documentos esta a
disposición de la gente siempre bajo los criterios de buena fe y
citando su origen.