Si naciste en España después de
1985 eres un superviviente con suerte Uno de cada tres niños concebidos es asesinado con la complicidad del Estado, de sus Gobiernos, de su Parlamento... y con tu dinero |
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Editorial .
Arbil cumple cinco años de presencia en la red difundiendo los valores por los que apuesta
El foro Arbil nació como laboratorio de
ideas destinado a promover la reflexión en torno a los pilares
fundamentales del pensamiento español y ha logrado consolidarse
como una referencia nítida en dicho ámbito y en el más general
de las publicaciones que contribuyen a la formación de la
opinión pública en España.
Arbil ha desarrollado una actividad de estudio y divulgación de
los fundamentos de la civilización, siguiendo las reglas de oro
del Derecho Natural de gentes en defensa de los valores de la
Justicia Social, de la Dignificación del Trabajo, de la Vida, de
la Familia, y de la Patria, frente a la amenaza constante de las
"ideologías", del consumismo, el libertinaje
liberticida y, en general, del desmantelamiento moral de la
sociedad que corrompe las mentes y enerva las voluntades.
En esta línea de pensamiento hemos querido ser constantes en
nuestras páginas en la denuncia de la injusticia del
capitalismo, tanto en su versión estatista o comunista como en
la ahora triunfante en forma de plutocracia transnacional. La
economía capitalista ha impuesto su hegemonía fáctica tras los
decorados fantasmagóricos de las formas políticamente
correctas. El siglo XX nos ha legado un statu quo caracterizado
por el pacto tácito entre el capitalismo financiero
internacional y el marxismo, que ha triunfado siguiendo las
consignas gramscianas. Aquél planifica el comportamiento
económico de miles de seres humanos al servicio de las consignas
materialistas que éste elabora para el resto de las esferas de
la vida social. El capital supranacional e impersonal es el que
día a día impone una optimización implacable de las
estructuras productivas, reduciendo el trabajo humano a un mero
factor en la fórmula de cálculo del coste. El talento y el
esfuerzo personal dejan paso a la astucia en la captación de
mercados, mediante la promoción y posterior explotación del
vicio y la depravación moral. Los antiguos monopolios de
servicio público se transforman, como por ensalmo, en
oligopolios privados en los que la partitocracia asegura su
predominio mediante el vergonzoso arriendo de la soberanía
social a grupos económicos tutelados por hombres de su
confianza. Las grandes concentraciones económicas consiguen
sustraerse a sus deberes sociales mediante la adopción de formas
anónimas, impersonales e irresponsables. De este modo, las
decisiones realmente significativas para la vida social se
adoptan por una criptocracia omnipotente que tiene cautivas las
voluntades con la amenaza de la exclusión de los circuitos
internacionales del gran capital financiero.
Frente a este panorama, Arbil ha defendido con tesón la
necesidad de construcción de un sistema económico al servicio
del hombre y de las sociedades concretas en las que transcurre su
existencia cotidiana, rechazando una conceptuación meramente
mercantil del trabajo humano y declarando como primera misión de
la autoridad pública la implantación de un orden de justicia,
que distribuya equitativamente las cargas y los beneficios
sociales.
La familia es otro gran valor en peligro cuya defensa ha asumido
Arbil con auténtico entusiasmo. La razón profunda de la inquina
liberal contra la familia reside en que ésta, por su misma
naturaleza, es siempre una reserva de antiigualitarismo
uniformizante, desde el sexo hasta la patria potestad, que
configura una esfera de autoridad que escapa a la corrección
política imperante por su carácter no electivo y por su
resistencia innata a la planificación estatal. Contra estas
desigualdades vienen luchando denodadamente las fuerzas del mal,
muy especialmente con la difusión de la pornografía, y la
promoción de las aberraciones homosexuales.
El divorcio, el aborto y la eutanasia configuran la tríada
satánica de asunción inaplazable para todo proceso
constituyente. No me resisto a transcribir las palabras de un
ilustre jurista de nuestro tiempo, por si pueden mover a
reflexión a los eternos apologetas del mal menor: "El
aborto es un crimen execrable: el asesinato de una criatura
inocente e indefensa. Pero, desde el punto de vista de su
repercusión social, el impacto del divorcio es todavía mayor,
porque atenta directamente contra la institución familiar y
destruye el entramado mismo de la sociedad". El mal ya
está hecho pero, por primera vez en muchos años, una persona
constituida en autoridad se ha atrevido a hablar de
"desastre" para calificar la conducta profundamente
egoísta e irresponsable de toda una generación.
El reconocimiento jurídico favorable de la familia, entidad
natural, es para Arbil una conquista irrenunciable del estado de
civilización. La situación presente es, en este punto,
desoladora. Ya no existe una tradición que conservar, sino una
realidad, casi germinal y a recuperar, que testimonia la
libertad y la dignidad inquebrantable del espíritu humano. Los
que hemos tenido la dicha incomparable de nacer en el seno de una
familia no vemos esta tarea como un quehacer ingrato, sino como
un deber de gratitud hacia nuestros padres y hermanos, y un gesto
sincero de solidaridad con quienes han sufrido o se aprestan
inconsicientemente a sufrir las penas y amarguras propias de una
existencia infrahumana.
La confusión entre el concepto natural y moral de Patria y el
político y polémico de Nación es una lacra social que también
nos ha legado el pensamiento liberal. La Patria, en la fórmula
inmortal de Maeztu, es espíritu. No se identifica con una
lengua, con una etnia o con un territorio, aunque éstas y otras
circunstancias puedan, en ocasiones, desempeñar una función
aglutinante. La Patria es un vínculo de índole espiritual que
crece en círculos concéntricos, cada vez más amplios, uniendo
a los hombres en comunidades concretas. En ellas nace la cultura,
que plasma los valores clásicos y perennes en las circunstancias
de tiempo y de lugar en que discurre la existencia humana
cotidiana.
Esta intrínseca humanidad del patriotismo ha sufrido los embates
sucesivos del materialismo histórico, del nacionalismo
romántico, finalmente del cosmopolitismo financiero actualmente
imperante. La criptocracia globalizante persigue la aniquilación
de las Patrias en aras de un monstruoso superestado universal que
pretende legitimarse por la superación de los conflictos
nacionalistas del mismo modo que el Estado moderno se justificaba
por la construcción de un Derecho Natural Racionalista
"superador de las guerras de religión". El resultado
es muy similar: así como el estatismo de cuño hegeliano llegó
a despojar al hombre de aquello que sólo debía a su familia, la
corrección política imperante pretende que el hombre
postmoderno se sacrifique no por una comunidad a la que pertenece
y de la que se siente deudo, sino por una superestructura
altamente tecnificada que le presta una serie de servicios
destinados a garantizarle una existencia muelle y tranquila pero
que, a cambio, planifica hasta los detalles más mínimos de su
desenvolvimiento vital como condición inexcusable para el
correcto funcionamiento de un mecanismo de proporciones
gigantescas. El utilitarismo materialista está generando un
estado de criminalidad de tales magnitudes en las sociedades
desarrolladas que hace vacilar la legitimidad de los poderes
constituidos.
Por último, Arbil ha formulado una solemne detestación de la
doctrina totalitaria. Sólo una sociedad basada en la separación
nítida entre la autoridad y la potestad constituye una promesa
sincera de libertad auténtica. El poder no puede pretender
ostentar la prerrogativa de ser el creador del orden moral,
zafándose mediante diversos sofismas de la obligación que recae
sobre todo hombre: dar razón de sus actos. En la práctica, dado
el relativismo y el agnosticismo reinantes, el Derecho Natural
actúa como norma operativa allí donde se escucha la voz de la
Iglesia, que lo proclama y lo interpreta auténticamente. La
defensa de la identidad social católica implica una actitud de
reconocimiento de la Verdad y de la Justicia como dones divinos
que la sociedad no puede alcanzar por la mera acumulación
gregaria de "voluntades" proveniente de un sufragio
corrompido.
Ésta es la apuesta de Arbil. Éstos son los valores sustantivos
e irrenunciables en torno a los cuales pretendemos congregar a
los hombres y mujeres de nuestro tiempo.
"ARBIL,
Anotaciones de Pensamiento y Crítica", es editado por el
Foro Arbil
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citando su origen.