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Manuel II Paleólogo, el último césar ilustrado

por José Luis Orella

El desconocido Manuel II Paleólogo, incorporado a nuestra vida por la cita de nuestro erudito Pontífice

Nació en 1350, en un Bizancio en decadencia. Descendiente de Miguel VIII Paleólogo, el restaurador del Imperio bizantino, tras su conquista por Nicea. La vieja Constantinopla vivía su último esplendor, de manos de una familia que había arrebatado a los “bárbaros” latinos la posesión de la segunda Roma. Hijo segundo del emperador Juan V, Manuel fue gobernador de Tesalónica, y tuvo que rescatar en 1371, a su padre, preso de los venecianos, por las deudas contraídas por el imperio con Venecia. En ese mismo año, los turcos se establecían en la Tracia, abriendo la puerta europea a la presencia islámica. Los turcos, pueblo nómada, habían entrado en contacto con los bizantinos como pueblo mercenario, del mismo modo en que los germanos hicieron en la parte occidental del imperio romano. En aquel momento, los turcos se habían convertido en un fuerte estado en Anatolia, y Bizancio mantenía su independencia como estado vasallo del turco. El primogénito, Andrónico, perdió su derecho al trono, cuando lideró una conspiración contra su padre, que fue descubierta. Este hecho propició que en 1373, fuese Manuel, quien fuese nombrado co-emperador de una Bizancio reducida al control de los estrechos de los Dardanelos. No obstante, tanto Manuel y su padre; como, por otro lado, Andrónico, fueron marionetas encontradas de los intereses comerciales de venecianos y genoveses, respectivamente. En esas luchas, Manuel junto a su padre, fue apresado y rescatado por los venecianos, mientras los turcos tomaban posiciones en Europa, variando sus apoyos según la conveniencia.

Esta situación es la que hizo que Manuel, como gobernador de Tesalónica, rompiese su relación con los turcos y mantuviese la defensa de la segunda ciudad griega durante tres años y medio, abastecidos por mar. Sin embargo, en 1387 la ciudad capituló contra el parecer de Manuel, quien consiguió huir. Desde entonces comprendió que la resistencia a ultranza contra el turco era posible, siempre que los griegos tuviesen la ayuda efectiva del resto de la Cristiandad. Su padre le compensó con su detención, y sólo le perdonó, cuando Manuel reconoció vasallaje al turco. Pero la situación de Bizancio se volvió peligrosa, las repúblicas italianas, interesadas en mantener sus intereses comerciales con el mercado turco, firmaron acuerdos con el sultán, abandonando a su suerte a la ciudad cristiana. En 1389 se produjo la batalla de los Mirlos, en Kosovo, donde los servios regaron con su sangre un territorio que posteriormente sería poblado por los albaneses. La ciudad de Bizancio quedaba definitivamente aislada de Occidente.

En 1391 moría Juan V, y Manuel le sucedía, después de haberse escapado del campamento turco del sultán Bayaceto, donde permanecía en calidad de rehén. Comenzaba así su gobierno, desafiando el poder turco, y manteniendo la independencia de una ciudad bloqueada por tierra. Al año siguiente se casó con una princesa servia, el emperador tenía cuarenta y dos años, y tuvo con ella siete hijos. Al poco de casarse, partió a occidente, para solicitar ayuda de los reinos cristianos occidentales, sin que se le prestase ningún tipo de auxilio. Los tiempos del fervor cruzado se habían consumido. En 1402, la fortuna participó en forma de horda de mongoles, quienes encabezados por Tamerlán, asolaron el Asia menor, y con ello a los turcos. El temible Bayaceto murió al año siguiente, y sus sucesores admitieron un período de tranquilidad, mientras Bizancio pagase generosamente por su independencia. Aunque en 1422 tuvo que sufrir un nuevo sitio de los turcos, tres años después, el emperador fallecía con la conciencia tranquila de haber mantenido la supervivencia de la urbe bizantina. Manuel II a pesar de una vida tan azarosa, fue un monarca enamorado del saber, quien escribió numerosas obras teológicas, retóricas y poéticas. Entre sus escritos destacan el Epitafio al Déspota Teodoro de Mistra, un Tratado sobre los sueños y un Tratado sobre los Deberes de un Príncip e. Serán sus hijos quienes escriban los últimos renglones de la historia de la ciudad. Su hijo Constantino, será el último emperador romano, caído en 1453, cuando los turcos, alentados por la Yihad tomaron la segunda ciudad de la Cristiandad. Desde entonces, los griegos cuentan la leyenda, de que un día Constantino volverá para liberarles del dominio turco.

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José Luis Orella



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