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El sueño americano de España
por
Marisa del Toro
Han existido muchos sueños americanos. El primero de todos fue un sueño que tuvo España (mejor, las Coronas de Castilla y Aragón) desde 1492. Los que soñaban eran Fernando e Isabel, los Reyes Católicos. En especial, Isabel de Castilla. No se debe confundir un sueño con la ingenuidad del infantil. O con una ciega utopía. En este caso, se trataba de los ideales de ambos monarcas. Su profunda formación se concretaba en cada punto de su gobierno. Desde octubre de 1492, ése sueño era la evangelización de los indios americanos.
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Y en ese sueño se
empeñaron. Literalmente, se puede decir que Isabel de Castilla
y Fernando de Aragón gastaron su vida en acercar a los indios
la fe cristiana. Fue un reto personal ratificado por el Papa
valenciano Alejandro VI Borgia. Aunque algunos estudiosos vean en las
bulas alejandrinas (concedidas a los reyes peninsulares para
conquistar el Nuevo Mundo) simples tratos de favor para los
paisanos .
Pero el hombre tardo
medieval era fuertemente religioso, y los hechos se alejan de esta
tendenciosa hipótesis. Nos hablan de fray Ramón Pané
y otros cuatro religiosos que llegaron a América en 1493:
aprendieron los dialectos de los indios de La Española y las
conversiones crecían. Y de manera sincera: algunos indios
“mueren a manos de sus compatriotas, proclamando su nueva fe” .
Es decir, los intentos de evangelización comenzaron enseguida.
La voluntad evangelizadora
de los reyes de Castilla y Aragón fue firme. El sobrenombre de
católicos que siempre les acompaña es más que un
capricho de la Historia. Es el reconocimiento de las motivaciones de
estos monarcas: la seguridad de que las almas de los indios y su
salvación dependían de ellos. Razón que explica
los continuos cambios de gobierno en los territorios descubiertos.
Eran intolerables los abusos de los conquistadores a los habitantes
de las nuevas tierras. Por eso buscaron Isabel y Fernando hasta la
saciedad quien intachablemente administrara las colonias americanas.
Lo encontraron en el Cardenal Cisneros.
Cardenal de Toledo,
franciscano observante de la regla de su orden. Así era
Cisneros. Hombre clave tras la muerte del rey Fernando: asumió
la regencia de Castilla y Aragón. Con las posesiones indianas.
Y si este Cardenal brilló en la reforma religiosa que impulsó
Isabel la Católica, “que cristaliza en el seno de la
Iglesia y obtiene para la misma enormes frutos de calidad moral y
teológica”,
y se adelanta al Concilio de Trento, esperemos sus hazañas
posteriores. Cisneros “fue responsable de otra reforma que
requería a la vez energía y tacto”:
mejorar radicalmente la forma de vida de los indios.
La razón es clara:
“Mientras no sean creadas por parte de las autoridades civiles
las condiciones adecuadas, no será posible que los americanos
abracen la fe católica”.
Un ingente número de clérigos conformaron una Junta
para encontrar soluciones. Se aprobaron no pocas medidas de
protección del indígena. También se creó
la figura del procurador o protector de los indios. ¿Quién
fue el primero en ostentar el cargo? El controvertido fray Bartolomé
de las Casas. Las nuevas leyes se aprobaron en 1517. Dos años
antes de que Cortés arribara las costas mejicanas.
Un hombre de altas miras.
Ése era Hernán Cortés. No contento con reunir
una significativa fortuna en Puerto Rico, se embarcó en 1519
en la aventura mejicana. Pero la empresa tenía una claro fin
religioso.
Cortés estaba siempre dispuesto a poner todos los medios
necesarios para lograr sus objetivos. ¿Que éstos eran
económicos o políticos? Los conseguía con
astucia y esfuerzo. ¿Qué eran religiosos? Al trabajo le
añadía la audacia. Y también los conseguía.
Baste la cita que da Iraburu en “Hechos
de los apóstoles en América”:
“ Cortés
y los suyos, llegados a la isla de Cozumel, en la punta de Yucatán,
en su primer contacto con lo que sería Nueva España,
visitaron un templo en el que estaban muchos indios quemando resina,
a modo de incienso, y escuchando la predicación de un viejo
sacerdote. Allá estuvieron mirándolo, cuenta Bernal
Díaz, a ver en qué paraba «aquel negro sermón»...
Melchorejo
le iba traduciendo a Cortés, que así supo que
«predicaba cosas malas». Se reunió entonces el
Capitán con los principales y por el intérprete les
dijo «que si habían de ser nuestros hermanos que
quitasen de aquella casa aquellos sus ídolos, que eran muy
malos y les hacían errar, y que no eran dioses, sino cosas
malas, y que les llevarían al infierno sus ánimas. Y
que pusiesen una imagen de Nuestra Señora que les dio, y una
cruz. Y se les dijo otras cosas acerca de nuestra santa fe, bien
dichas». El papa ,
sacerdote, y los caciques respondieron que adoraban «aquellos
dioses porque eran buenos, y que no se atrevían ellos hacer
otra cosa, y que se los quitásemos nosotros, y veríamos
cuánto mal nos iba de ello, porque nos iríamos a perder
en la mar».
No
conocían a Cortés, al decir esto. «Luego Cortés
mandó que los despedazásemos y echásemos a rodar
unas gradas abajo, y así se hizo. Y luego mandó traer
mucha cal, y se hizo un altar muy limpio» donde pusieron una
cruz y una imagen de la Virgen, «y dijo misa el Padre que se
decía Juan Díaz, y el papa< y
cacique y todos los indios estaban mirando con atención»
(cp.27). Métodos apostólicos tan expeditivos -¡y
tan arriesgados!- se mostraron sumamente eficaces para manifestar a
los naturales la absoluta vanidad de sus ídolos”
Dar ejemplo era el método
básico de Cortés a la hora de predicar la fe cristiana.
Aunque tampoco dudó en arremeter contra Tlaxcala y todas las
ciudades que se enfrentaban a los conquistadores. El de Medellín
era consciente de que necesitaba refuerzos para la tarea
proselitista. Reclamaba en sus Instrucciones al emperador una y otra
vez el envío de religiosos franciscanos.
Conducta que muestra con
claridad el fervor piadoso de los españoles. Porque similar
actitud tenían los soldados de Cortés. Como afirma
Iraburu, “no
había entonces mucha distancia entre los frailes
apóstoles y
aquellos soldados
conquistadores,
más tarde venteros, encomenderos o comerciantes. Es un falso
planteamiento maniqueo […] contraponer la bondad de los
misioneros con la maldad de los soldados”.
De hecho, no pocos hombres de armas cambiaron estos instrumentos por
el hábito. Dejaron de ser conquistadores de Méjico para
ser conquistadores de almas. Un ejemplo, el piadoso soldado Francisco
de Aguilar. Ingresó en la orden dominica en 1526. Tras varios
años de absoluta fidelidad a Cortés y a la Corona.
En 1524 Cortés vio
cumplido su deseo. Doce observantes frailes franciscanos
desembarcaron cerca de Tenochtitlán. La estrategia apostólica
de Cortés fue la de siempre: dar ejemplo a los aztecas con un
solemnísimo recibimiento de estos religiosos. Formaron una
Junta Apostólica con un claro objetivo: desarraigar el culto a
los ídolos y los sacrificios humanos de las vidas de los
indios. Multitudes enteras se bautizaban y recibían los
sacramentos del matrimonio y la confesión. Y los frailes
organizaron un sistema de formación: cada encomendero
acompañaría a Misa a sus indios asignados los domingos.
Sin embargo, “ante el escaso conocimiento de la realidad
indígena por los participantes […] se dan solo algunas
orientaciones generales”.
Porque bien controvertido se
presentaba el mundo indiano a los españoles. Los
conquistadores quedaban muy asombrados por las paradojas de los
indígenas. Contrastaban con fuerza las bellas muestras de
piedad, la penitencia de los aztecas, su conciencia del pecado con
los sacrificios humanos que realizaban, el ejercicio de la poligamia
o su cruel dominio sobre los otros pueblos del Méjico actual.
Límites incómodos
para la importante misión franciscana. Pero no les achantaron.
Al contrario, las peculiares costumbres indias les hicieron volcarse
en la convivencia diaria con los naturales, en el estudio de sus
lenguas. Episodios que nos dejan conmovedores relatos: Alfonsito,
niño indio que enseñó a hablar su lengua a los
franciscanos, llegaría a ser fray Alfonso de Molina.
Y una riquísima producción literaria de catecismos y
libros piadosos escritos en las propias lenguas indígenas.
Sólo así y
poco a poco, el sueño evangelizador se hizo realidad. Nunca
pasó a un segundo plano. Más bien al contrario. El
aumento del número de fieles de la Iglesia requería más
atención para ellos. Tras lentas negociaciones, nacía
la archidiócesis de Méjico en 1547, junto con las de
Santo Domingo y Ciudad de los Reyes. La sede mejicana albergó
tristes y continuos roces entre los propios dominicos. Las
autoridades diocesanas y los religiosos tuvieron más de un
choque de posturas.
Los mismos intereses particulares de los primeros conquistadores
guiaron en ocasiones a los evangelizadores de América: “La
sujeción a la Corona a veces era resuelta de manera más
libre por los religiosos, lo que provocaba esos roces con las
autoridades nombradas por Roma previa presentación de los
reyes”.
Entretanto, la vida
religiosa se implantaba con garbo en el suelo de la Nueva España.
Al igual que en el resto de los territorios conquistados. Las
diócesis de Puebla y Michoacán fundaron seminarios para
la formación de los futuros sacerdotes tras el Concilio de
Trento (si bien en fechas más tardías que otras
diócesis americanas).
En 1532, el obispo de Méjico Juan Zumárraga establecía
la imprenta en la diócesis: aseguró la rápida
difusión de las obras pías y pastorales. El contacto
del obispo con sus fieles se intensificó.
Además, el virreinato
de la Nueva España organizó con éxito su I
Concilio Provincial. Don Vasco de Quiroga, obispo de Michoacán,
fue quizá el participante más destacado. Varias
conclusiones de este Concilio pertenecen a su ideario: conocimientos
mínimos de los indios sobre la fe, realización de
doctrinas con la esencia de la moral cristiana o la agrupación
de los indios en pueblos, para “facilitar las tareas de
evangelización y civilización”.
Tareas administrativas que
se acometieron bajo la bandera de la aculturación. Iraburu
relata de forma tierna y evocadora cómo
“ estos frailes, sin la dura
arrogancia de los primeros conquistadores, se ganaron el afecto y la
confianza de los indios. En efecto, los indios veían con
admiración el modo de vivir de los frailes: descalzos, con un
viejo sayal, durmiendo sobre un petate, comiendo como ellos su
tortilla de maíz y chile, viviendo en casas bajas y pobres.
Veían también su honestidad, su laboriosidad
infatigable, el trato a un tiempo firme y amoroso que tenían
con ellos, los trabajos que se tomaban por enseñarles, y
también por defenderles de aquellos españoles que les
hacían agravios” .
Es decir, que la
evangelización de los muchos pueblos del virreinato de la
Nueva España, el Méjico actual, se realizó con
la total integración de los religiosos misioneros españoles
(y en menor número, flamencos) en los mismos pueblos
americanos. Son llamativos estos métodos, quizá porque
hoy resultan más desconocidos. Y sin embargo, así
acontecieron los milagros de la Historia de la Iglesia en América.
El papel de las órdenes religiosas fue decisivo para la
extensión de la fe cristiana. Y cabe resaltar la capacidad de
sobreponerse a las rencillas temporales que tuvieron las autoridades
eclesiásticas. Por encima de todo, estaba el objetivo de
salvar las almas indias para la eternidad. El sueño de Isabel
de Castilla se hizo, de este modo, realidad. ·- ·-· -······-·
Marisa del Toro Bibliografía:
IRABURU, J.M. “Hechos
de los apóstoles en América”,
en http://www.gratisdate.org/nuevas/hechos/default.htm.
MEDINA, M.A. “Los
dominicos en América”,
Mapfre, Madrid, [1992].
SAAVEDRA, M. “La
forja del Nuevo Mundo. Huellas de la Iglesia en la América
española”,
Sekotia, Madrid, [2008].
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