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Ecología y Fé: Ramón Margalef
por
Alfonso V. Carrascosa
Después de Santiago Ramón y Cajal y Severo Ochoa, probablemente se trate del científico español más importante del siglo XX. Su existencia demuestra que ecología y fe son compatibles. Bautizado como los dos anteriores, fue un creyente católico convencido, bastante más que Cajal, que se confesaba creyente en Dios y en el alma inmortal, y mucho más que Ochoa, que se declaraba agnóstico, pero que fue muy respetuoso y acaso deseoso de poder tener fe. Esta faceta de la vida de Margalef, la de sus creencias, sigue siendo hoy prácticamente desconocida. Esclarecerla un poco es el objetivo del presente artículo.
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Ramón Margalef
(1919-2004) fue el primer catedrático español en
ecología, disciplina científica en la que llegó
a ser una eminencia, y que surgió en España a partir de
pioneros como el también católico practicante Celso
Arévalo
(http://www.revistaecclesia.com/content/view/17151/73/)
, se institucionalizó en el Consejo Superior de
Investigaciones Científicas (C.S.I.C.)
(http://ec.aciprensa.com/c/conseinvestigacientificas.htm,
http://www.arbil.org/112carr.htm
) de la mano del sacerdote católico Jose Mª Albareda
(http://iglesia.libertaddigital.com/iglesia-y-medio-ambiente-1276233503.html),
prestigioso científico que fundó junto con José
Ibáñez Martín - de la asociación Católica
de Propagandistas (http://www.arbil.org/123acdp.htm)
- la mencionada institución científica que resulta ser
la más grande y longeva de la historia de España, que
se encargó de la puesta en marcha del Coto de Doñana
como centro de investigación, y de la que también
Margalef formó parte por algún tiempo.
Sin lugar a dudas se
trata del ecólogo - que no ecologista (ideología)-
español más importante de todos los tiempos. Como ha
sido comentado por su amigo el Padre P.J. Ynaraja (2) – que
llegó a decir tras su muerte que se trataba del más
antiguo y asiduo feligrés a sus misas dominicales en la
iglesia de la Llobeta, que frecuentaba desde los años 60-
vivió su fe de una manera no combativa, en parte por su
carácter, en parte por el declarado laicismo y agnosticismo,
cuando no ateísmo, del ambiente científico y
universitario que le tocó vivir, particularmente en la
plenitud de su carrera. Algo similar le ocurrió a un coetáneo
y conocido suyo, el segundo catedrático de ecología de
España, de la Universidad Autónoma de Madrid, con quien
firmó un trabajo sobre grupos de especies en el fitoplancton
del Caribe, el también profundo creyente católico
Fernando Gónzalez Bernáldez
(http://revistaecclesia.com/content/view/18094/73/).
No olvidemos que al premio Nobel Alexis Carrel le costó su
carrera científica en Francia decir que creía en los
milagros de Lourdes
(http://iglesia.libertaddigital.com/los-milagros-y-la-ciencia-alexis-carrel-1276234278.html,
http://www.revistaecclesia.com/content/view/15601/76/).
También tal vez el hecho de que en cierta época
declararse católico era garantía de ser bien
considerado, y por rechazar en conciencia dichas consideraciones,
Margalef no hizo alarde de su condición durante la época
franquista. Así, salvo las dos excepciones a las que se
refiere la bibliografía mencionada al final del artículo,
la mayor parte de biógrafos y admiradores que han escrito
sobre tal eminencia del saber, no han comentado nada de sus profundas
convicciones religiosas. Todo lo más, han remarcado que en
cierta ocasión, en una cena, comentó en tono jocoso que
daba las gracias porque allí no se encontraba ningún
clérigo – frase de dudosa veracidad- como queriendo
transmitir que odiaba lo religioso. Pero lo cierto es que no fue así
para nada.
Murió a los 85
años, el 23-5-2004. Decía al final de sus días
que continuaba en activo para predicar todo lo que de la
naturaleza había aprendido. Como se ha mencionado fue el
primer catedrático de ecología de España y
durante décadas el limnólogo, ecólogo marino y
ecólogo catalán y español por excelencia, siendo
figura emblemática en todos esos campos del saber. Fue doctor
Honoris causa de numerosas universidades del mundo, y recibió
una larga lista de premios nacionales e internacionales. Publicó
por encima de 400 artículos científicos y una veintena
de libros, y numerosos artículos de opinión y
divulgación. Aunque muchos de sus artículos no se
publicaron en revistas de alto impacto, fue el autor español
más citado en su época, y junto con Ochoa y Cajal, de
los más citados en ciencias de la vida nacidos en España.
Su discurso de ingreso en la Real Academia de Ciencias y Artes de
Barcelona "La teoría de la información en
ecología" (1957), tuvo un gran impacto en la comunidad
científica internacional tras ser publicada en la revista
General Systems. Su artículo “On certain unifying
principles in ecology” (1963), publicado en American
Naturalist, es considerado uno de los diez artículos más
importantes de toda la biología del siglo XX. El librito de
sus clases dadas como profesor invitado en la Universidad de Chicago
“Perspectives in ecologycal theory” (1968) ha llegado a
ser una obra de referencia clásica. Recibió, entre
otros, los premios y distinciones siguientes: Medalla Príncipe
Alberto del Instituto Oceanográfico de París (1972),
Premio AG. Huntsman d'Oceanografía Biológica (Canadá,
1980) –el nobel en ciencias del mar-, Medalla Narcís
Monturil de la Generalitat de Catalunya (1983), premio Santiago Ramón
y Cajal del ministerio de Educación y Ciencia (1984), Foreign
Member of the National Academy of Science of the USA (1984), Premio
Italgas de Ciencias Ambientales (Italia, 1989), Medalla Naumann
Thieneman de la Societat Internacional de Limnología (1989),
Premio de la Fundació Catalana per a la Rcerca (1990), Premio
Humbolt (Alemania, 1990), Premio ECI (1995) y Doctor Honoris Causa
por las universidades de Laval, Aix-Marseille y el Institut Químic
de Sarrià. Dirigió treinta y seis tesis doctorales
entre 1971 y 1990, y fue autor de dos libros de texto que han sido
especialmente valiosos para los estudiantes de lengua hispana, con
los que yo estudié: “Ecología”, publicado
por primera vez en 1974, y “Limnología”, en 1983.
Como ya hemos
comentado, en la mayor parte de su bibliografía escrita, y en
la biografía de Pere Bonin de 1994, no abundan las referencias
a sus creencias más esenciales (1). Su amigo personal, Pedro
Monserrat, también científico y católico
convencido dijo de él “…que era un hombre muy
abierto a lo trascendente…” remarcando que “…lo
conservaba en lo más íntimo de su extraordinaria
personalidad”. Tan es así que a su muerte algunos de sus
discípulos fue cuando descubrieron esa faceta. De hecho Joan
Armengol, catedrático de ecología de la Universidad de
Barcelona, confesó que fue al morir Margalef cuando ”muchos
de nosotros descubrimos que era una persona creyente, pudiendo así
entender algunos aspectos y episodios de su en los que va a mostrar
una gran fortaleza”. Sin embargo algunos como Narcís
Prat, también catedrático de ecología, discípulo
y compañero de Margalef en la Universidad de Barcelona,
recuerda que Margalef “era un hombre de principios,
profundamente cristiano, que actuaba con una gran coherencia en sus
acciones” (1).
El padre P.J. Ynaraja
(2), que conoció a Margalef en los años 60 y mantuvo su
amistad hasta su muerte, considera que Margalef era un hombre
profundamente religioso, que se sentía sumergido en un cosmos
bien proyectado, preparado para superar cualquier intento de
destrucción. Comentaba que a Margalef le encantaba la
sabiduría de los libros sapienciales, especialmente el de Job,
hasta el punto de releerlos con asiduidad. Bartomeu Margalef, uno de
los cuatro hijos de Margalef, recordaba que su padre le regaló
a su madre Maria Mir, de novios, “La imitación de
Jesucristo”, de Tomás Kempis, uno de sus libros
favoritos. Un día en un encuentro juvenil, preguntado por su
fé contestaba: “Los científicos creemos más
fácilmente en Dios que los intelectuales especulativos”,
“Como decía Einstein, dios es misterioso pero no engaña
nunca”.
A la luz de su
religiosidad y de su interés por los principios unificadores,
expresado en sus artículos, podría pensarse tras su
muerte que ciertas declaraciones de Margalef tuvieron un significado
espiritual (1), como p.ej. la siguiente: “Personalmente creo
que aceptar con reconocimiento el don de la naturaleza que se nos
ofrece, nos debe predisponer a recibir el don, también
gratuito, de la paz”, frase que tanto recuerda la
espiritualidad de san Francisco de Asís, precisamente patrón
de los ecólogos. En otra ocasión comentaría
(Recepción del doctorado Honoris Causa por la
Universidad de Alicante, 18 de mayo de 1999): “Actos como este
acostumbran a ser propicios a los latinos y esto me trae el recuerdo
lejano de una introducción a la misa que decía más
o menos: et introibo at altare Dei, at Deu qui laetificat
juventutem meam, la traducción que me llevó a una
discusión con un clérigo porque yo interpretaba la
segunda parte como "al Dios que da alegría a aquel que
todavía permanece joven en mí". Cada vez me queda
menos de joven bien cierto, pero lo poco que me queda resulta como
una compensación más efectiva hacernos pensar y
continuar. En este caso me parece que los avances de la ciencia en
cierta manera contribuyen a reafirmarme al menos en una parte de mis
pensamientos de hace años. Con los correspondientes latinos
espero haber cumplido la obligación que parecen llevar los
discursos concebidos para estas ocasiones”. En el mismo acto
añadía “Toda la dificultad y la gracia estaría
en el hecho de alcanzar una visión extratemporal que nos
permitiría escribir abreviando y sin demasiado remordimiento:
"los acontecimientos pasan como si tuviesen un presentimiento
que los obliga a doblegarse dentro de un sistema cósmico que
no sabemos demasiado bien cómo va, sin embargo de la
naturaleza del cual podría dar alguna anticipación el
éxito de la relatividad, al ayudarnos a entender el mundo
físico". Pienso que la biología habría de
buscar una mayor aproximación a la cosmología. Es
aquello que se pregunta frecuentemente: por qué si las leyes
son tan sencillas el universo resulta tan complicado. Decir que la
existencia del cosmos implica acabar mirándonos el ombligo nos
parece una solución satisfactoria y todavía es menos la
tonta ecología que se practica en este tiempo. La ciencia es o
ha de ser como la buena música, en parte anticipable, en parte
sorpresa, aunque reconozco que igualmente ayudando a recoger la
basura se puede tener de cuando en cuando alguna sorpresa agradable”.
Dicho discurso lo terminaría diciendo: “ Acabo, no sin
recomendar a los biólogos, sin olvidar nunca el nivel
molecular vayan de vez en cuando a darse cabezazos al tronco de un
árbol y le pidan que los inspire para poder entender mejor lo
que pasa en el mundo. Esto son reflexiones que me hago desde hace
mucho tiempo y todavía no estoy muy seguro de saber si
corresponden a "aquello que queda de joven en mí"
como quería suponer al principio o bien si son síntomas
de una inevitable chochez", siendo ésta última
frase tan próxima a la de san Bernardo de Claraval (1):
“Encontraréis mejores cosas en los bosques que en los
libros. Los árboles y las rocas os enseñarán lo
que ningún maestro humano puede enseñar”. Dice el
Padre Ynaraja (2) que se reía de los vaticinios apocalípticos
de unos y de los pánicos de algunos estudiosos en ecología,
algo tan próximo al Magisterio de la Iglesia actual que llega
a advertir de las idolatrías ecologistas que niegan a Dios y
promueven el aborto. Los franciscanos de Asís le otorgaron el
premio internacional Cantico delle Creature.
Pedro Monserrat
comentaba (1) que Margalef estaba enamorado de su trabajo, y lo vivía
como una vocación apasionante “porque entendía la
vida como un don de Dios”. Precisamente tal vez por esta razón
creía que su aportación a la ciencia no era
extraordinaria porque “sentía que cumplía su
deber y devolvía agradecido el don de la vida que había
recibido”. Próximo a su muerte afirmaba sentirse
amortizado, “haciendo referencia a la parábola de los
talentos”.
También desde
una perspectiva católica puede entenderse mejor la rectitud
que todo el mundo le ha reconocido, y el hecho de que fuera un
científico riguroso que detestase la banalización del
conocimiento o la tergiversación del mismo con fines
interesados. Han llegado a comentar sobre él (1) que “…
si trabajaba e investigaba con un espíritu de agradecimiento a
Dios por el don más grande que había recibido (el don
de la propia vida) es lógico que le fuera inconcebible la
falta de rigor o la negligencia en la dedicación”. Por
ello se ha comentado también que “Sólo explicable
como consecuencia de la “pura humildad franciscana” –en
palabras de Jaume Terrades- explica que Margalef dijera que de medio
ambiente no sabía gran cosa, que era un simple naturalista. O
que opinase que el premio Huntsman (conocido como el premio Nobel del
mar) que recibió en el año 1980, el primero de los
premios relevantes que le fueran concedidos, era “el inicio de
otros premios o medallas, de mi país i de fuera, en la década
que va a seguir, como estipula la regla del contagio en la recepción
de estas distinciones”. Habiendo recibido condecoraciones como
la Gran Cruz de san Jordi (1997) o la Medalla de Oro de la
Generalidad de Cataluña (2003) comentaba que “así
pasa la gloria mundana”, afirmando en más de una
ocasión, con algo de socarronería que “los países
mediocres convierten en dioses a sus sabios, pero no escuchan sus
palabras”.
Sabedor de la
dificultad de conciliar creencias religiosas y conocimiento
científico, al menos en el ambiente universitario y científico
en el que va a trabajar, Margalef se va a interesar por el
pensamiento espiritual de algunos científicos y filósofos
de los más grandes de Europa. El Padre Ynaraja (2), tras una
conversación con él sobre este tema, le va a facilitar
citas. Al cabo de un tiempo Margalef hizo un pequeño
manuscrito de citas de científicos, traducidas del alemán
y del inglés. Una de las frases de Einstein era que “¿Cuál
es el sentido de la vida humana e incluso de la vida de cualquier
otra criatura?. Conocer la respuesta a esta cuestión es lo que
significa ser religioso …El hombre que considera que su propia
vida y la de las criaturas que le acompañan no está
provista de sentido, no es sólo un desgraciado si no que
tendrá serias dificultades para vivir”. Otra cita del
mismo autor es ésta: “El concepto mental de este mundo
extrapersonal dentro del marco de las posibilidades dadas planea
medio conscientemente como el objetivo más elevado en el ojo
de mi espíritu” a lo que Margalef añadía
que le recordaba una sentencia mística de Eckhard: “El
ojo con que vemos a Dios es el mismo con que Dios nos ve”, lo
que demuestra que concocía también a este gran maestro
espiritual del siglo XII, gran místico de la Europa cristiana.
En su manuscrito relacionaba las citas de científicos con
frases de Pascal y Spinoza (1).
Margalef vivía
sumergido en una gran fe, y sentía su trabajo como un papel
que le había tocado vivir que en la comedia de la vida le
había tocado hacer de científico, y lo va a hacer tan
bien como va a saber. Decía que “ Los que tocamos la
realidad somos los científicos y debemos de creer. Los que no
creen son los filósofos y los intelectuales”. Conocedor
como era de la jerarquía de los diferentes niveles de la
realidad, se va a manifestar siempre lúcidamente al considerar
los límites de la ciencia, y crítico respecto al
cientifismo “Me parece mal que haya quien espera que la ciencia
proporcione una especie de paraguas de uso general que permita
disminuir el sentido de la responsabilidad que tendría que ir
unido a la dignidad y calidad humanas” (1).
Margalef va a saber
mantener siempre un frescor de niño (1). Una frase extraída
de una de sus obras es la siguiente: “La ecología
demanda que miremos a la naturaleza una y otra vez con ojos de niño,
y no hay nada más opuesto a los ojos de un niño que un
pedante”. Congruentemente con su fe y su visión del
cosmos, cuando supo que su enfermedad era irreversible no aceptó
ningún tratamiento agresivo para alargar su vida, como haría
Juan Pablo II. En sus notas autobiográficas va a escribir: “La
misma caducidad de la vida individual no hace indispensable amoldarse
a las novedades que llevan los tiempos que corren y permiten
contemplar con una paz de raíz metafísica quizá
la manera como uno puede aproximarse a la muerte, no con ira, sino
con la satisfacción de haber disfrutado de un episodio
universal apasionante”. Cuando sintió cercana la propia
muerte, se emocionó tanto que lloró dando gracias a
Dios por la vida vivida (2). No tenía miedo a la muerte: la
esperó con serenidad. Se despidió serenamente de todos
sus familiares y les pidió que rezasen por él. Llamó
al Padre Ynaraja el día antes de morir le pidió la
Unción de enfermos, algo que el Padre comentó nunca
antes le había ocurrido, quedando impresionado por su
serenidad frente al trance. A su mujer María Mir le dijo que
pronto se volverían a ver, y murió una semana después
(2).
Poco antes de morir,
Margalef reclamaba un cambio de actitud en el discurso ecológico
habitual formulándolo en términos autocríticos,
afirmando que se había cometido una cierta perversión
del término ecología según como se mirase. La
ecología debería de ser un conocimiento profundo de la
tierra y una toma de conciencia de la capacidad del hombre. “Si
Dios nos ha puesto aquí en la Tierra, tenemos derecho a
manejarla, pero hemos de hacerlo con una pizca de sentido común.
Todos estos aspectos no están en el discurso ecológico
habitual” (1). Preguntado sobre las soluciones posibles a la
crisis ecológica global, respondía: “Un cierto
éxito, o al menos una cierta paz interior en relación a
estos problemas, pide ver la naturaleza con reverencia o con espíritu
religioso… esta actitud debe ser la base de una ética
de conservación que mueva a la gente” (1). Sería
bueno que admiradores y discípulos tuviesen muy en cuenta este
consejo. Y que los católicos y hombres de buena voluntad
creyesen que razón y fe no sólo son compatibles, si no
hasta sinérgicas.
BIBLIOGRAFIA
(1).
J.Mª.Mallarach y E. Comas. (2006). “Ramon Margalef. El
discret testimoniatge d’un científic cristià”.
Serra d’Or,
Fe i pensament, nº 8, julio-agosto, 520-523
(2).
Padre P.J. Ynaraja (2004). “A propòsit de Ramon
Margalef”. Catalunya
cristiana nº
1291, 17-6-2004, p.12.
(http://www.catalunyacristiana.com/setmanaris/Catalunya_Cristiana_1291_(Catala)_17_de_juny_de_2004.pdf) ·- ·-· -······-·
Alfonso V. Carrascosa
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