En un artículo de Michel
Chossudovsky titulado Fabricando la disidencia: globalistas y
élites controlan los movimientos populares el autor
sostiene, con razón, que los globalistas crean y controlan a
los colectivos antiglobalistas. “El Foro Social Mundial y el
Foro Económico Mundial, las ONG y movimientos de oposición
a la globalización están controlados por las mismas
fuerzas ante las cuales protestan.”
Y
termina afirmando que: “la fabricación de disidencia”
actúa como una válvula de seguridad, que protege y
sostiene el Nuevo Orden Mundial”, y en esto ya no estamos
de acuerdo.
Nosotros que hemos sido formados
en un pensamiento nacionalista, popular y revolucionario, sabemos ab
ovo, desde el momento mismo de nuestro nacimiento a la militancia
política, que los agentes político-culturales del
imperialismo (ej. fundaciones Rockefeller, Ford, Guggenheim, Goldman
Sachs, Gates, etc.) financian a las organizaciones “aparentemente”
antiglobalistas como las abortistas, las feministas, las gays, las de
derechos humanos para las minorías, las eugenistas, las
indigenistas. En una palabra, a todas las organizaciones
“progresistas”, pues es sabido que ninguna de entre ellas
atenta contra el Nuevo Des-Orden Mundial, sino que mas bien
contribuyen a ello. Sin ir más lejos la fundación Ford
financia en Argentina al ideólogo Verbistky de las madres de
Plaza de Mayo, cuando es sabido que dicha fundación estuvo
detrás del golpe militar del 76, que produjo entre otras cosas
la desaparición de los hijos de estas madres de la plaza.
Aquellos que hemos adoptado el
disenso como método no podemos aceptar que la disidencia al
orden constituido sea reducida como se hace en el artículo de
marras a las organizaciones progresistas, porque esa es “la
falsa disidencia o disidencia aparente”. Estas organizaciones
cuentan incluso con apoyo económico regular de muchos
gobiernos en Suramérica, sobre todo los del tipo
socialdemócratas.
La genuina disidencia se practica
en la acción y en pensamiento que busca “otro sentido al
dado” en orden al mundo, el hombre y sus problemas. Rechaza lo
aceptado, el statu quo, no a partir de una receta ideológica
(neomarxismo, ecologismo, indigenismo, etc.) sino a partir de un
pensamiento que surge de la propia meditación sobre los
problemas que afectan la vida del hombre en el mundo.
Un disidente no aspira a cargos
oficiales ni busca votos. No trata de agradar al público, no
ofrece nada ni promete nada. Puede ofrecer, en todo caso, sólo
su pellejo.
El disenso busca antes que nada
romper con el simulacro, con la apariencia, y sobre todo, con la
apariencia de la disidencia como nos tienen acostumbrados las
organizaciones mencionadas. Y romper con los ideólogos que han
adoptado “la vanguardia como método”: 1) aquellos
que siendo marxistas se “travestisan” en nacionalistas,
cuando es sabido que el marxismo siempre ha sido internacionalista.
2) aquellos que siendo liberales, tanto gorilas como escuálidos,
se presentan como progresistas de izquierda.
Esta tenaza ideológica
cierra el campo semántico del nacionalismo popular y
revolucionario hispanoamericano y lo vacía de contenido. Hoy
ninguno de estos intelectuales (nunca mejor aplicado este término
producto de la Ilustración) quiere y habla de revolución,
pues adocenados y satisfechos del sistema como están, les
alcanza con el bienestar. Es que ellos son la quinta esencia del homo
comsumans del que nos habla C. Champetier.
Por eso a podido afirmar el más
significativo filósofo suramericano del siglo XX, el peruano
Alberto Wagner de Reyna que: “ Detrás
del contenido lógico del disenso siempre hay una necesidad –
axiológicamente fundada en lo insobornable- de hacer vencer la
verdad. Nada más lejos de él, que el parloteo –
hablar por hablar y discutir por discutir- y que la jovial
disposición a un compromiso que no compromete a nada. Tal
suele ser el tan celebrado consenso”.
Recuperemos el disenso como
instrumento metodológico en la creación de teoría
crítica en las sociedades de hoy.
El pensamiento no conformista,
que pretenda ser crítico está obligado, no a negar la
existencia, lo que sería estulticia, sino a negar la
vigencia de las megacategorías de dominación-
pensamiento políticamente correcto, único,
homogeneización cultural, globalización,
igualitarismo, desacralización, etc. - para proponer otras
diferentes, distintas y diversas.
Todo método es eso, un
camino para llegar a alguna parte. El disenso como método
parte, no ya de la descripción del fenómeno como la
fenomenología, sino de la “preferencia de nosotros
mismos”. Se parte de un acto valorativo como un mentís
rotundo a la neutralidad metodológica, que es la primera gran
falsedad del objetivismo científico, sea el propuesto por el
materialismo dialéctico sea el del cientificismo tecnocrático.
Rompe con el progresismo del marxismo para quien toda
negación lleva en sí una superación progresiva y
constante, tal como lo explica la idea de diléctica. Por el
contrario el disenso no es omnisciente, puede decir “no sé”,
y así, al ser el método del pensamiento popular, puede
negar la vigencia de algo sin tener necesidad de negar su existencia.
La preferencia se realiza a
partir de una situación dada, un locus, histórico,
político, económico, cultural. En nuestro caso
Suramérica o la Patria Grande. Esto reclama o exige el
disenso, un pensamiento situado, como acertadamente habló la
filosofía popular de la liberación con Kusch, Gera et
alii, y no la filosofía marxista de la liberación
(Dussel, Cerutti y otros) que es una rama europea transplantada en
América.
Tiene como petición de
principio el hic Rhodus, hic saltus (aquí está
Rodas, aquí hay que bailar) de Hegel al comienzo de su
Filosofía del Derecho.
Sólo desde un lugar
determinado se puede plantear genuinamente el disenso, porque de
plantearlo desde una “universalidad abstracta”: por
ejemplo, la humanidad, los derechos humanos, la igualdad, etc., etc.,
pierde el carácter de tal, anula su propia índole.
Hoy el disenso, tal como lo era
la filosofía en la época de Platón, no es otra
cosa que ruptura con la opinión y sobre todo con la “opinión
publicada”, esto explica la marginación a la que ha sido
sometido por los poderes directos e indirectos, quienes han adoptado
el consenso como idea incontrovertible, ni cuestionada ni
cuestionable. ·- ·-· -······-·
Alberto Buela
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