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La destrucción de lo humano en nombre de la utopía totalitaria
por
Fernando José Vaquero Oroquieta
En la conferencia pronunciada en Pamplona con motivo de la presentación de su libro La ruta del odio. 100 respuestas claves sobre el terrorismo, el autor incide en la relación entre utopía ideológica, totalitarismos, genocidios y terrorismo, como enemigos declarados de la naturaleza humana
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1.-
Introducción
El
terrorismo, como «práctica» o «régimen
de terror» al servicio de una ideología en su proyección
política, se perfila conceptualmente en la fase más
radical de la Revolución Francesa. En aras de unos altos
ideales –libertad, igualdad, fraternidad– se emprendió
desde el poder estatal una campaña sistemática de
exterminio de grupos humanos enteros acusados del gravísimo
cargo de “enemigos de la revolución”, por su
procedencia social, credo religioso o convicciones políticas.
De modo previo y simultáneo, el mismo caldo ideológico
perpetraba el genocidio de La Vendée. Fue Robespierre quien
afirmó el 5 de febrero de 1794 que: «El terror no es
otra cosa que la justicia rápida, severa, inflexible; es, por
tanto, una emanación de la virtud». Una cruel paradoja
de la que los terroristas de toda época no se han podido
sustraer: en nombre de una humanidad a la que se pretende redimir a
la fuerza, se extermina al ser humano concreto.
Con
semejantes antecedentes, terror y terrorismo se ganarían un
contundente sentido peyorativo: como ejemplo paradigmático de
unas prácticas despóticas, arbitrarias, contrarias a
los más elementales derechos humanos e inaceptables en un
régimen de libertades públicas. A ello contribuyó
especialmente el gran pensador irlandés Edmund Burke
(1729–1797), autor entre otros muchos libros de Reflexiones
sobre la Revolución en Francia,
en el que califica como terroristas a quienes
persiguen a la población para retener el poder.
No
obstante, este terrorismo inicial, que nace en su modalidad de
«terrorismo de Estado», evolucionaría rápidamente
a lo largo del siglo XIX, de modo que es lugar común
circunscribirlo al practicado por grupos clandestinos no estatales;
lo que es objeto del presente libro.
Será en el siglo XIX –decíamos-
cuando el terrorismo se configura y desarrolla las características
«modernas» con que hoy lo conocemos, especialmente desde
el pensamiento anarquista y nihilista, adquiriendo, otra vez, unas
connotaciones “moralmente” positivas.
Tal
fue el papel precursor del concepto «propaganda por los
hechos», elaborado por Carlo Pisacane; tan querido por nuestros
anarcosindicalistas ibéricos. Surgirán así los
primeros grupos clandestinos que desarrollarían unos modelos
organizativos y tácticos de los que se servirán las
sucesivas generaciones de terroristas. En
esa línea, corresponde a Sergei Nechaev (1847 – 1882),
autor de Catecismo revolucionario,
el dudoso mérito de sistematizar todo ello en negro sobre
blanco. De hecho, influyó notablemente, junto a otros escritos
de autores anarquistas, como Bakunin, en diversas organizaciones,
impulsando particularmente la eclosión del terrorismo
«populista» ruso.
Prototipo
de organización populista-nihilista será Norodnaya
Volya (Voluntad Popular), que nacerá en 1878 en círculos
burgueses y universitarios de las grandes ciudades rusas,
persistiendo apenas hasta 1881, en que caerían la totalidad de
dirigentes y demás integrantes, siendo ahorcados finalmente, a
causa de la delación del activista Degayev; uno de los agentes
dobles más célebres. Aquí encontramos otro
fenómeno paralelo: el del contraterrorismo estatal que
pretende afrontar el reto extremista; causa y excusa de no pocos
excesos que también hay que denunciar.
Otros
manantiales ideológicos nutrieron la praxis y teoría
terroristas, como diversos movimientos nacionalistas nacidos en el
contexto de descomposición de los imperios otomano y
austrohúngaro: en Macedonia, Serbia...
Si
repasamos la historia del siglo XX, deduciremos, salvo que algún
prejuicio ideológico nos ciegue, que hasta la irrupción
del yihadismo, la inmensa mayoría de organizaciones
terroristas que han existido compartían una misma ideología:
el marxismo, concretamente su formulación leninista. Desde la
civilizada Europa, hasta el impermeable Extremo Oriente, pasando por
un Tercer Mundo en descolonización y una América
Hispana en crisis permanente, el marxismo-leninismo ha alimentado y
nutrido a una inmensa mayoría de terroristas; particularmente
a los más cualificados y peligrosos. Será con el
marxismo-leninismo, en sus diversas formulaciones, cuando el
terrorismo alcanzará la categoría de “Ciencia”:
arma de destrucción selectiva al servicio de unos objetivos
políticos utópicos.
En
esa línea pseudocientífica, Mijail N. Tukhatchevsky,
quien formara parte del Estado Mayor del Ejército Rojo y
dirigiera la Academia de la Guerra de la Unión Soviética
en los años veinte, lo explicitó así: «Las
insurrecciones victoriosas son aquellas en las que, además de
otros factores necesarios para el éxito, existe una dirección
firme y experimentada, aquellas en las que el proletariado insurgente
ha decapitado la contrarrevolución en el momento oportuno.
Esto se puede efectuar de diversas maneras, con una cuidadosa
preparación; entre otras cosas, con actos terroristas».
Hoy día, un grupo numeroso de
analistas vienen señalando a la teoría de la «guerra
popular, prolongada y de desgaste» como la elaboración
estratégica más decisiva en la configuración de
los grupos terroristas y guerrillas marxistas revolucionarios del
siglo XX. Mao Zedong, con su estudio Sobre la
guerra prolongada (mayo de 1938), es el autor
de esa teoría. Tales grupos compartirían, en general,
la doctrina del llamado «nacionalismo revolucionario»,
entendida como la aplicación del marxismo-leninismo en un
determinado marco nacional, y la «guerra popular y prolongada»
como modalidad gradual de lucha armada (terrorismo urbano y/o rural,
según los casos, guerrilla, insurrecciones, huelgas
generales…) que podría combinarse, e incluso
subordinarse, a la lucha política legal y parlamentaria; en
una ascensión imparable de violencia dirigida a la conquista
absoluta del poder.
Todas esas organizaciones pretendían,
en unos casos, derrotar a las potencias coloniales (los llamados
«movimientos de liberación nacional»), o acelerar
las condiciones que favorecieran un cambio revolucionario en un país
concreto (los grupos terroristas europeos, principalmente). Pero, en
principio, tanto las potencias coloniales como los «Estados
burgueses» contarían con unos recursos humanos y
materiales casi inagotables; mientras que las organizaciones
revolucionarias partirían, generalmente, desde la indigencia
más absoluta. ¿Cómo desarrollar, entonces, una
estrategia orientada a la victoria? Desde tales premisas, la «guerra
popular» propone implicar a toda la población en esa
lucha, quiera o no (¿no les recuerda ello a la llamada
«socialización del sufrimiento» desatada por ETA
en el País Vasco?), y su «prolongación»
sería la táctica apropiada para agotar al enemigo
estatal rompiendo los esquemas de «tiempo, espacio y posiciones
fijas» característicos de los enfrentamientos bélicos
clásicos.
Para el marxismo-leninismo-maoísmo,
« revolución »,
« política »
y « guerra » son
análogos en valor y equivalentes. «Teoría»
y «práctica» caminarían juntas empuñando
el fusil y el dogma, siendo sus frutos una nueva
organización social y un «hombre nuevo»;
todo ello revestido de los oropeles de una teoría
pretendidamente racional y «científica».
En
la actualidad, primera década del siglo XXI, las sociedades de
la “era de la globalización” están
particularmente preocupadas por la difusión y capacidad de
destrucción del yihadismo de raíz islamista. Lo que
muchos no saben es que algunos de sus protagonistas, antes de
convertirse en fanáticos supuestamente religiosos, fueron
marxistas convencidos. ¿Cómo es posible semejante
evolución? Aquí debemos destacar que existe un hilo
conductor explicativo: el totalitarismo, que en breve analizaremos.
2.-
Concepto de
terrorismo
Antes
de proseguir en nuestra
disertación, es preciso concretar qué entendemos por
terrorismo, si bien buena parte de sus características ya las
hemos dibujado previamente.
Son varias decenas las definiciones emitidas al
respecto. Y pocos han sido los autores que se han sustraído a
la tentación de emitir una propia. Tampoco ha sido nuestro
caso. Pero, dado que nuestras reflexiones se derivan en gran medida
del caudal reflexivo y vivencial emanado desde la pertenencia
católica, nos remitiremos a una de las definiciones más
profundas elaboradas en los últimos años.<
Así,
la LXXIX Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española
(Madrid, 22 de noviembre de 2002), en su texto Valoración
moral del terrorismo en España, de sus causas y de sus
consecuencias ,
propone la siguiente definición en su punto 5: « el
propósito de matar y destruir indistintamente hombres y
bienes, mediante el uso sistemático del terror con una
intención ideológica totalitaria » .
Y por terror entiende la « violencia
criminal indiscriminada que procura un efecto mucho mayor que el mal
causado directamente, mediante una amenaza dirigida a toda la
sociedad», lo que se
persigue por medio de una « compleja
estrategia puesta al servicio de un fin ideológico […]
obteniendo una amplia repercusión política, potenciada
por la publicidad que obtienen sus nefandas acciones » ;
todo lo que lleva a sus autores a entenderla como una actividad
« rentable»
políticamente. Todo lo anterior lo circunscribiremos a los
grupos clandestinos no estatales; también los de ámbito
transnacional, caso de los yihadistas de Al Qaeda.
3.-
Por qué La Ruta del Odio. 100
respuestas claves sobre el terrorismo
(*)
Partamos
de una realidad. Existe, en el mercado editorial español, un
importante repertorio de textos –muchos de ellos notabilísimos-
cuyo objetivo es abordar, desde una u otra perspectiva, este triste
fenómeno. Tanto de la mano de autores españoles,
algunos muy cualificados, como de expertos extranjeros, se dispone de
una información cada vez más completa de sus diversos
rostros.
Las
que más éxito en ventas alcanzan son, generalmente,
investigaciones periodísticas, de carácter descriptivo,
con muchas anécdotas, de fácil y muy entretenida
lectura. Y no es de extrañar. Muchas de las vicisitudes
narradas en esos libros son más apasionantes que las novelas
más trabajadas. De nuevo, la vida supera a la ficción.
También en España contamos con una buena batería
de periodistas especializados en esta disciplina, quienes vienen
ofertando, al lector interesado en estos temas, una docena de títulos
por año; particularmente en los últimos dos lustros.
Se
han elaborado, por otra parte, otros productos especializados
dirigidos a públicos más minoritarios. Así,
encontramos tratados históricos, investigaciones sociológicas,
estudios antropológicos, psicológicos y psiquiátricos,
análisis geopolíticos y estratégicos, etc.
Y
a todo ello se le suman –en los últimos años- no
pocos volúmenes de memorias y experiencias personales de
víctimas...
En
este contexto, ¿por qué un nuevo título? Vaya
por delante una primera aclaración: no es un libro dirigido al
segundo de los públicos mencionados; aunque acaso pudiera
serle de interés –a un sector del mismo– por
nuestra insistencia en un aspecto que, en muchas ocasiones, se
ignora, se supone o, simplemente, se desprecia: el factor ideológico.
No en vano, en el terrorismo siempre está presente una
ideología que lo alimenta y predetermina.
Cualquier
ideología interpreta la realidad; y algunas más que
otras, al violentarla con el precio de un enorme coste humano. Por el
contrario, se viene aceptando, poco a poco, tortuosamente en todo
caso, la existencia de unos derechos humanos inviolables cuyo
reconocimiento y promoción deben regir cualquier política
orientada al bien común; como instrumento básico al
servicio de la convivencia humana y de sus personas. Pero no lo
olvidemos: esos derechos humanos han nacido y se han desarrollado en
el seno de la civilización cristiana, lo que ahora, un tanto
peyorativamente, se denomina pensamiento judeo-cristiano. Sin
embargo, esta concepción de la vida humana y de la
organización en sociedad no es aceptada en todo el mundo por
los seguidores de determinadas cosmovisiones. Es más, algunas
ideologías, las totalitarias, particularmente, que todavía
perviven –más o menos transformadas– desprecian, o
no pueden concebir, siquiera, tales derechos humanos.
Por
encima de los derechos individuales siempre estarán –aseguran
los totalitarios– los de una sociedad política ideal,
utópica y difícilmente alcanzable. Habría que
remover –insisten los marxistas-leninistas y demás
terroristas– todos los obstáculos que impiden la
implantación de su utopía, eliminando para ello a
cualquier opositor real o imaginario: la «gran hambruna»
en Ucrania (conocida como «Holodomor», que segó,
en 1932-1933, siete millones de vidas), las «fosas de Katyn»,
los asesinatos masivos en Paracuellos del Jarama, el GULAG siberiano,
el genocidio de Camboya, los reasentamientos humanos de Etiopía
que provocaron millones de muertos por hambre, las masacres que
precedieron y acompañaron a la Revolución Cultural en
China…; pero también los innumerables actos terroristas
perpetrados por todo el mundo de la mano de numerosas organizaciones
terroristas –de ideología marxista revolucionaria–
que optaron por la «lucha armada» como vía
privilegiada para acelerar el tránsito a su «mundo
perfecto» y que precedieron tales genocidios. Todos ellos,
ejemplos de despiadada praxis revolucionaria. Un «mundo ideal»
que prescindía, en todo caso, de la dignidad del hombre. Y de
la mismísima realidad. Existe, pues, una directa relación
entre terrorismo y genocidio que no es exclusiva de esa “escuela”.
Recordemos el Holocausto nazi, precedido por otras muchas expresiones
de violencia política, entre ellas el terrorismo desatado por
los nazis austriacos.
Entonces,
en este plural y amplio contexto editorial, ¿qué puede
aportar este nuevo título, elaborado en esta ocasión
por un escritor desconocido, de la segunda o tercera fila de
escritores internautas?
Analizando
esa marea, importante sin duda, de textos, pueden observarse algunas
características comunes que tratamos de explicitar a
continuación. Debo precisar que, de este análisis,
excluyo todos los textos que son fruto de memorias o experiencias de
víctimas, pues en ellos el “factor humano” es su
centro y sentido inicial y último.
Veámoslas.
3.1.-
Participan del discurso “políticamente correcto”;
especialmente cuando afirman que el terrorismo está
indisolublemente asociado a las religiones. E ignoran, generalmente,
las auténticas matrices ideológicas que lo nutren.
Aquí
parto de otra premisa: la religión es la antítesis del
terrorismo. Las exigencias de verdad, belleza y sentido que
caracterizan al corazón del hombre, en toda sociedad y época,
encuentran su más precisa correspondencia en la propuesta
religiosa. El terrorismo, por su parte, violenta en grado extremo ese
corazón, negando desde una ideología totalitaria, con
su desprecio absoluto hacia lo genuinamente humano, esas exigencias.
Así, el terrorista se transforma en una especie de “zombi”,
cuya afectividad y todos sus procesos humanos son distorsionados por
el virus de la utopía; lo que deriva en la destrucción
del “otro”, ya sea entendido como enemigo de clase, de la
construcción nacional, de la raza elegida… Ciertamente,
en ese recorrido deberá sufrir varias etapas y desarrollar
varios mecanismos psicológicos: la transferencia de la
responsabilidad de sus crímenes al líder o al objetivo
final de su utopía; las deshumanización o extrema
cosificación de las víctimas; y la transferencia de
culpabilidad a la propia víctima. En todo ese proceso juega un
papel decisivo, como todos hemos conocido, y en el que no pocas veces
hemos caído, la manipulación del lenguaje. De este
modo, la víctima es doblemente agredida. No. Lamentablemente,
aunque ello pudiera tranquilizar a espíritus superficiales y
poco exigentes, el terrorista no es un loco ni un psicópata.
Esa
deshumanización deriva -directa y expresamente- de la
naturaleza ideológica del terrorismo y de su expresión
más dañina: la de los totalitarismos.
El
totalitarismo se caracteriza
por divinizar al Estado, concibiéndolo como un ente absoluto,
de modo que éste exige la total subordinación de los
grupos sociales –y de la misma conciencia de todos y cada uno
de los individuos– a sus dictados políticos y
culturales, sirviéndose para ello de un empleo sistemático
de la violencia. Un Estado totalitario se atribuye un poder
ilimitado, prescindiendo de los derechos fundamentales del hombre,
sin reconocer la división de poderes. Ignora a la persona, a
la par que ensalza la voluntad y el poder por encima de la razón
y la libertad. A todo ello le suma un empleo demagógico de la
propaganda, la movilización de las masas encuadradas por un
rígido partido único, y el rechazo de toda moral
precedente. Todo ello, ¿no les suena muy actual?
Pero
una concepción totalitaria no sólo es posible desde el
poder estatal: también lo es desde estructuras organizativas
clandestinas.
En
la página 564 de su libro Los
orígenes del totalitarismo
(Taurus, Madrid, 1974) Hannah Arendt afirma que «Si la
legalidad es la esencia del gobierno no tiránico y la
ilegalidad es la esencia de la tiranía, entonces el terror es
la esencia de la dominación totalitaria». Esa la clave:
dominación totalitaria, sea una pretensión, sea una
realidad; en ambos casos, sostenida e impulsada desde la violencia
política. Un terror absoluto que, de medio instrumental,
deviene en fin por encima de leyes y principios de cualquier tipo,
hasta el punto de que, según señala unas líneas
más adelante, «“culpable” es quien se alza
en el camino del proceso natural o histórico que ha formulado
ya un juicio sobre las “razas inferiores”, sobre los
“individuos incapaces de vivir”, sobre las “clases
moribundas y los pueblos decadentes”». Existe, pues, una
íntima conexión entre terror, totalitarismo y, en
consecuencia, terrorismo.
Entonces,
¿por qué ese empeño en asociar terrorismo y
religión? ¿Acaso la religión es una ideología
totalitaria? El motivo de ese empeño, tan actual como
anticientífico, no es otro que el integrar un ámbito
más de la dogmática “políticamente
correcta” -elaborada desde las factorías intelectuales
eclosionadas en mayo del 68- que nos arrastra al tan actual texto, y
en algunos aspectos ya desbordado por la realidad, 1984
de Orwell; un escritor que conoció y sufrió el terror
estalinista.
Pero
lo que puede sorprender a muchos es que, en esta crítica
“moderna” a la religión, confluyen dos
concepciones ideológicas aparentemente contradictorias. Por un
lado, desde el pensamiento progresista e hipercrítico hoy
dominante se pretende eliminar la religión, especialmente la
católica, al concebirse como obstáculo del supuesto
desarrollo infinito de la ciencia y de la supuesta capacidad del ser
humano en su permanente reelaboración y redefinición.
Y
por otro, desde presupuestos antagónicos, por ejemplo los de
de la “Nueva Derecha” pagana, se asegura que el
cristianismo, al ser un igualitarismo fruto del monoteísmo
según afirman, no respetaría otras identidades que no
fueran la propia: así la violencia en todas sus formas
anidaría en el cristianismo; también la terrorista. Una
coincidencia, ciertamente sorprendente. Y es que, en última
instancia, se pretende sacrificar a la religión en aras de un
proyecto ideológico utópico e inalcanzable: ya sea un
optimismo cientificista, ya el retorno a una idealizada comunidad
pre-cristiana.
3.2.-
Se hace abstracción del protagonista absoluto de esta lacra,
bien como víctima, bien como agresor: la persona y sus
exigencias de verdad, belleza y sentido.
No
en vano, ¿quién habla de estas cuestiones en el mundo
de hoy? Si alguien ha destacado por su capacidad de diálogo
con otras identidades culturales -y con los hombres concretos de
nuestro tiempo y sus exigencias elementales- han sido Juan Pablo II y
Benedicto XVI. Pues únicamente desde la conciencia de una
identidad cultural, y el amor al destino de los demás, puede
dialogarse; si lo que se pretende es construir y no meramente
parlotear. Hoy día se habla mucho y se escucha muy poco; pues
la mayoría de interlocutores creen saber todas las respuestas.
Así, el relativismo es enemigo del diálogo; y vivimos
en una sociedad relativista.
Ya
hemos visto como un relativismo extremo, el del nihilismo ruso de
finales del siglo XIX, configuró el terrorismo moderno. De
ahí, otra importante conexión: la del terrorismo y los
diversos relativismos. Pues relativismo es negar toda certeza. Pero
relativismo también es justificar al terrorismo porque éste
alegue una naturaleza política. Y relativismo es justificar
los excesos estatales perpetrados en la represión del
terrorismo, que fueron excusa para genocidios como el de Guatemala o
actos brutales y ciegos de fuerza como la matanza de Beslan; tal y
como certeramente señala Glucksmann en su
obra El discurso del odio
(Madrid, Taurus, 2005) .
Aquí
llega el momento de recordar una cuestión elemental, pero
olvidada: la inmensa mayoría de víctimas del
terrorismo, en España, han sido y son católicas. No me
corresponde desmentir ni justificar el dañino ejercicio de
“equidistancia moral” que han practicado algunos pastores
y no pocos clérigos. Pero la realidad es incuestionable: la
Iglesia católica ha sido y es refugio de las víctimas
en todo el mundo. Hay que ser claros: ni ETA nació en un
Seminario, ni la Revolución Francesa fue una explosión
de amor universal. Son tantos los tópicos circulantes, casi
nunca cuestionados, que entorpecen cualquier debate serio que
pretenda alcanzar las raíces de los problemas actuales; éste
es uno de los más extendidos y menos debatidos en profundidad.
En
defensa de esa asociación religión-terrorismo, que
entiendo por completo anticientífica, se ha alegado la
existencia de determinados grupos de supuesta matriz religiosa.
Naciones Arias (neonazis provistos de discurso protestante racista),
los Davidianos (escisión de ramificaciones marginales del
adventismo norteamericano), Kach (judíos tan atípicos
como personalistas), todos ellos esgrimían, entre otras muchas
y de manera totalmente caprichosa, algunas ideas de origen religioso.
Pero, ante todo, eran patologías sociales: grupos de
marginados agrupados por personalidades carismáticas, pero
manipuladoras sin escrúpulos y enfermas de su propio ego, en
los que se mezclaban ingredientes muy variados. Ideas apocalípticas,
liderazgos sectarios, prácticas sexuales atípicas,
gusto desmedido por las armas… En realidad se presentaban como
la exacerbación de tendencias muy “modernas”; pero
totalmente contrarias a las prácticas religiosas
tradicionales. Por ello, es totalmente científico asegurar que
esas supuestas expresiones de terrorismo religioso se derivan del
carisma de personalidades enfermizas situadas en la periferia de
algunas confesiones religiosas que las han desautorizado como
coartada pseudorreligiosa de sus desvaríos; lo que desmiente
esa supuesta como inevitable maternidad.
3.3.-
Tienden a desvincular al terrorismo de la realidad social e
individual del mundo de hoy; cómo si fuera obra,
exclusivamente, de seres tarados, psicópatas, peligrosos
frikis de los
extremismos de todos los signos. Así se evita tocar un tema
tabú: las complicidades ideológicas, intelectuales y
políticas con el terrorismo; sea como justificación
ideológica (“son unos chicos un poco equivocados, pero
son nuestros chicos”, “como tienen objetivos políticos
habrá que escucharles”); sea en permisividad por
cobardía y cortoplacismo (“son un mal inevitable”);
ya por instrumentalización (“unos mueven el árbol
y otros recogen las nueces”).
Como
no podía ser de otra forma, son muchas las referencias en este
libro a la larga y triste experiencia española en este ámbito,
y a las organizaciones terroristas que han marcado nuestra vida
colectiva durante décadas. Y no podía eludirlo, no en
vano estamos viviendo, otra vez, un complejo y para nada transparente
mal denominado «proceso de paz», de consecuencias
imprevisibles y, acaso, temibles.
De
este modo tocamos, sin posibilidad de ignorarla, la “rabiosa”
y desbordante realidad que sufrimos. Reproduciré, por ello,
dos citas de otros autores que pueden resultar esclarecedoras.
Según
Rogelio Alonso en su estudio La Resolución
del Congreso de los Diputados sobre la lucha contra el terrorismo: un
comentario desde la experiencia norirlandesa (Real
Instituto Elcano, análisis 79/2005), «Debe recordarse
que tanto en el caso de ETA como en el del IRA a menudo se subestima
que sus dirigentes han elegido el terrorismo libremente tras
descartar otros métodos. No es el terrorismo una simple
expresión de protesta espontánea más allá
del control de los individuos que lo perpetran, ni una imposición
o reacción inevitable ante unas condiciones materiales e
históricas determinadas, sino una táctica elegida entre
un repertorio de ellas. De ahí que se renuncie a la misma
cuando los costes políticos y humanos que de ella se derivan
son elevados y cuando las expectativas de éxito desaparecen».
En suma, el terrorismo es el fruto de un libre y frío análisis
de coste/beneficio.
La
periodista española Carmen Gurruchaga, especialista en
nacionalismo vasco y ETA, finalizaba así unas reflexiones
publicadas en el diario La Razón
el día 22 de mayo de 2005 en torno al papel de Gerry Adams y
Arnaldo Otegi en sus respectivos movimientos: «Antes de iniciar
un proceso negociador, el Gobierno de Zapatero no debería
olvidar que ETA dejará de existir cuando haya conseguido sus
objetivos o, paradójicamente, cuando tenga la seguridad de que
no los va a lograr, pero nunca mientras se le ofrezcan expectativas
de éxito en sus exigencias». Más claro no se
puede decir, ni de forma más sintética.
Sin
duda, esas reflexiones y previsiones han sido total y
sistemáticamente ignoradas por nuestros actuales gobernantes.
El fulgurante éxito de Bildu es prueba de ello.
3.4.-
En este contexto, La Ruta del Odio. 100
respuestas claves sobre el terrorismo pretende,
modestamente, proporcionar desde mi experiencia y reflexión
personales, claves interpretativas, hechos incuestionables,
informaciones veraces… en un intento de responder a esas
carencias antes expuestas.
En
este intento me he alimentado de la antropología católica,
sirviéndome de los más relevantes documentos elaborados
por la Iglesia local al respecto : la
antes mencionada Instrucción de la
Conferencia Episcopal Española Valoración
moral del terrorismo en España, de sus causas y de sus
consecuencias , de 2002; el libro Terrorismo
y nacionalismo , de 2005, un estudio
sistemático de la citada Instrucción efectuado por diez
intelectuales católicos de primera fila; y la Instrucción
Pastoral, de 23 de noviembre de 2006, intitulada Orientaciones
morales ante la situación de España.
Debo
destacar que, en esos aspectos constitutivos de la naturaleza humana,
me he inspirado particularmente en el texto de Luigi Giussani El
sentido religioso , pues, mejor que ningún
otro, este sacerdote italiano ya fallecido puede explicarnos cómo
las exigencias del corazón pueden ignorarse, violentarse o
sublimarse, en aras de proyectos ideológicos y vitales
contrarios a la naturaleza del ser humano. Como también
explica que no pocos terroristas hayan recorrido el camino contrario,
reconociendo sus errores merced, fundamentalmente, a encuentros
personales rehumanizadores.
Por
ello este libro está abierto a la esperanza: en la de una
victoria del Estado de Derecho y, cómo no, en la posibilidad
real del cambio personal del terrorista; de su arrepentimiento, de su
repersonalización.
4.-
La posibilidad del cambio personal<
En
agosto de 2004 se informó, en algunos medios de comunicación,
de un hecho acaecido días antes: Francesca Mambro
(ex-terrorista neofascista de los Núcleos Armados
Revolucionarios) y Nadia Mantovani (ex-terrorista de Brigadas Rojas),
participaron juntas en un encuentro organizado en el marco del famoso
Meeting de
Rimini –una imponente convocatoria anual sociocultural fruto de
la viveza del catolicismo italiano de la mano de Comunión y
Liberación– reconociendo sus errores y pidiendo perdón.
Francesca
Mambro, con 20 años de prisión sobre sus espaldas por
varios homicidios y pertenencia a banda armada, se encontraba en
régimen de arresto domiciliario. Tenía una hija pequeña
y trabajaba en la asociación Nessuno
tocchi Caino («Que nadie toque a
Caín»), contraria a la pena de muerte en el mundo.
Aseguró que «He cometido muchos errores, crímenes
y he destruido mi vida y la de los demás. Hemos elegido un
camino sin salida». También afirmó que había
reflexionado sobre los mecanismos que en su juventud le llevaron «a
buscar la venganza que lleva a destruir la vida. Lo que no entiendo
es cómo a los 40 o a los 50 todavía se pueden mantener
rencores y furores ideológicos». Aseguró que
pretendía «devolver el bien que he recibido durante los
años que he pasado en la cárcel; transformar el mal que
he hecho en bien, gracias a la ayuda de personas excepcionales, como
el padre Adolfo Bachelet». Igualmente, habló de la
amistad que le une al familiar de una de sus víctimas: «Una
de mis grandes amigas es la nieta de un carabinero al que asesinamos
en Padua. Un día me llamó y me pidió información
sobre mi trabajo. Después me desveló quién era,
y me dijo ‘no quiero crecer con el odio hacia ti y a tu
marido’».
Nadia
Mantovani, en el otro extremo del espectro político italiano,
estaba condenada a 23 años de prisión y en libertad
condicional desde 1985. Trabajaba entonces como voluntaria en la
asociación de ayuda a los presos Verso
Casa . Afirmó que «Mi presente
está muy lejano de mi pasado, aunque todavía no he
terminado de reflexionar sobre mi vida. Quería cambiar el
mundo y he cometido muchos errores; de mi historia salvo poco, pero
algo salvo, como el amor por la justicia y la solidaridad». Su
estancia en prisión le sirvió como «una etapa de
reflexión continua», aprendiendo que «cada
diferencia, desde la ideológica a la religiosa, es una
riqueza; nos hace aprender a ser tolerantes, aunque quizá la
palabra tolerancia no es la más adecuada, sino la de acogida
del otro».
Sin
duda la estancia en prisión les ayudó a cambiar y
rectificar, junto a encuentros repersonalizadores; pero todo ello en
el marco de un triunfo del Estado de Derecho.
Cal
Thomas, en su artículo El converso,
difundido el 25 de agosto de 2006 por el Grupo de Estudios
Estratégicos, relataba su encuentro con Sam
Soloman , seudónimo que encubre a un ex
imán experto en islam radical que preparó a numerosos
candidatos al «martirio». A una pregunta de Cal Thomas,
acerca de la mejor estrategia posible para combatir al terrorismo
yihadista, respondió así: « No
se puede combatir simplemente por la fuerza. Es necesario que se
combata ideológica y espiritualmente, [así como] a
través de las armas ». Una respuesta
que pone de relieve la insuficiencia de la mera represión
policial y la necesidad de una propuesta alternativa vital atractiva
que aísle a los terroristas de sus potenciales apoyos
sociales; cualquiera que sea su ideología: marxista-leninista,
yihadista, etc.
Este
tipo de posicionamientos, como los anteriormente narrados, se
presentan como excepcionales. Pero demuestran que el cambio personal
también es posible para los terroristas. De modo que si la
infección ideológica deshumaniza a quienes atrapa,
arrastrándolos por la ruta del odio, también es posible
la cura.
5.-
Conclusión
Y
dado que el terrorismo es un fenómeno poliédrico de
múltiples aristas e implicaciones, me he esforzado a lo largo
de las 429 páginas de este libro –también- en
tratar de responder a otras muchas cuestiones tan acuciantes como la
salud moral de individuos, sociedad y clase política golpeados
por el terrorismo; el síndrome de Estocolmo que pueden sufrir
las víctimas; el tratamiento informativo del terrorismo; el
papel decisivo de las mujeres en el movimiento de víctimas; la
globalización; la guerra ABQ; el contraterrorismo; el
terrorismo de la extrema derecha; la crisis de la identidad
occidental; la propuesta cristiana. Todo ello mediante la fórmula,
de singular fortuna en España y en Navarra, de un catecismo
–muy particular en este caso- que engarza con esa particular
tradición didáctica.
No
podía dejar de mirar, aunque sea mediante un brevísimo
apunte, a la más terrible expresión actual del
terrorismo. Me refiero al yihadismo.
El
islamismo es un intento legítimo de reforma religiosa mirando
a los orígenes. No podemos identificar automáticamente
islamismo con yihadismo terrorista; aunque tal afirmación me
haya generado no pocas críticas, algunas totalmente coléricas
e inabordables. Permítame una breve lectura sintética y
esclarecedora: « Una interpretación
del Islam que considere como su núcleo la entrega a Dios está
reñida con una interpretación político-revolucionaria,
en la cual la cuestión religiosa se convierte en parte de un
chauvinismo cultural y con ello subordinada a lo político».
Lo dijo Hassan II y lo recogió Joseph Ratzinger, hoy Benedicto
XVI, en Una mirada a Europa ,
ya en 1993.
Este
estudio de naturaleza multidisciplinar lo he complementado con
diversos anexos: 100 webs temáticas, 100 organizaciones
terroristas, 100 títulos fundamentales, 100 atentados
especialmente trascendentes…
Y
todo ello precedido por un prólogo póstumo de quien
fuera mi Maestro y amigo: el fundador del Instituto Vasco de
Criminología Antonio Beristain Ipiña, jesuita, impulsor
también de una jovencísima disciplina humanística,
la victimología; que pretende situarlas en la base y centro de
un nuevo sistema penal, que siempre se ha elaborado desde la persona
del delincuente ignorando a las víctimas.
El
lector podrá confirmar si este libro responde a tan ambiciosas
expectativas. En cualquier caso, el resultado habría sido muy
diferente de no haberse gestado en el seno de la Iglesia –divina
y humana, acaso demasiado humana- y en la compañía muy
concreta de mis amigos cristianos y de tantas personas de bien, de
otros credos y convicciones, que he tenido la fortuna inmerecida de
encontrar en el tortuoso -y en no pocas ocasiones oscuro- camino de
la vida.
Pero
no habría sido posible sin el crisol del sufrimiento personal.
Las víctimas del terrorismo suelen afirmar que no se puede
comprender su sufrimiento sin haber pasado tan difícil prueba.
En mi caso particular, asumo y comprendo que he podido hablar y
reflexionar al respecto, durante años, desde la distancia,
desde la inteligencia; pero no desde la carne. Acaso el sobrevivir a
Miguel, mi hijo mayor, haya podido humanizarme y sacar de mi interior
cierta capacidad de empatía, de ponerme en el lugar de los que
sufren, que antaño no fuera capaz de mostrar; redundando al
menos en un esfuerzo de honestidad intelectual.
Concluiré
con una penúltima afirmación. La respuesta de una
sociedad y de un Estado al terrorismo es termómetro de su
salud colectiva; expresión muy concreta de sus valores
morales. Aunque según los estudios demoscópicos ya no
constituya una de las preocupaciones más acuciantes de los
ciudadanos -¡qué corta memoria la nuestra!- esa
respuesta cuestiona las bases de nuestra convivencia: coloca en la
lupa del análisis y de la movilización cívica la
textura y consistencia de la vida en común y de nuestra propia
viveza humana.
En
nuestro actual contexto, tan oscuro y tortuoso como la vida misma,
pero desde la esperanza en el cambio personal y colectivo, me permito
afirmar que no hay otra salida que la resistencia. No hay atajos.
Apoyo y escucha de las víctimas; fortalecimiento de la moral
ciudadana; combate cultural con un mirada a largo plazo;
reconstrucción constante del movimiento cívico;
interpelación y vigilancia de los políticos; denuncia
de los atropellos y desenmascaramiento de las coartadas ideológicas
de terroristas, cómplices y oportunistas; lucha legal;
cooperación internacional; iniciativa policial...·- ·-· -······-·
Fernando José Vaquero Oroquieta (*)
La Ruta del Odio. 100 respuestas claves sobre el terrorismo<
Autor: Fernando José Vaquero Oroquieta ISBN:
978-84-96764-90-3 Páginas: 429
22 euros.
http://www.editorialsepha.com/n/len/0/prd/367/la-ruta-del-odio
***
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