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“La Ciencia Vence”* Real Colegio de Artillería 1764-1814.

por Francisco Díaz de Otazu Güerri

En un tiempo en que las viejas "armas" y sus academias especiales sufren un cierto retroceso, Francisco Díaz de Otazu nos presenta la Academia de Artillería del s. XVIII, de su fundación hasta la Guerra de independencia. Dicha institución fue un modelo de vanguardia científica, más allá de lo castrense, y que como centro académico y como cuerpo funcionarial de él procedente influyó en los centros y cuerpos de enseñanza especial (técnicas superiores, nacidas fuera de la universidad; ingenierías, mineralogía, náutica). Se trata de uno de los mayores logros de Carlos III.

 

INTRODUCCIÓN

En el transcurso del coloquio posterior a una presentación de un libro sobre el guerrillero Longa a cargo del Tte. Col. de artillería Luis Ignacio Pardo de Santallana, presentado por la profesora de filología inglesa Dra. Alicia Laspra, se despertó mi interés por la selección y formación de los cadetes del periodo inicial de la Academia de Artillería. Su función de centro modelo en varios órdenes extrapolaba su importancia más allá de lo estrictamente militar.

Los Estados europeos protagonizan un progresivo reforzamiento y una autoafirmación en el s. XVIII. De un modo simplificado, nos atrevemos a decir que se pasa de una “corona de naciones” a “una nación de corona”. El Estado Moderno es inescindible del Ejército Permanente en el tiempo de paz. El cambio dinástico implicó muchas reformas. La nobleza deja de dar por supuesto que el servicio de armas es algo así como una prestación que se presume, a favor de una tendencia a la profesionalización creciente. Así lo exigen los nuevos conocimientos técnicos. Declina lentamente el ideal caballeresco, aunque no está del todo ausente en el código del honor que pretende regir los cuerpos de oficiales, y en la relativa solidaridad entre enemigos que ha evolucionado hasta la Convención de Ginebra y otras normas actuales. El “Estado Mayor” no aparecerá hasta Napoleón y Godoy, en 1804, aunque señala algún precedente el prometedor investigador Martínez-Radio(1) pero sí coincidimos con él en que hay nuevas estructuras organizativas como respuesta a unos ejércitos más grandes, con especialización de unos cuerpos de oficiales muy jerarquizados, de alférez a capitán general, y con una fidelidad muy definida hacia el superior y el monarca. Es el momento de establecer las academias de arma, y de establecer el cuerpo de ingenieros.

Paulatinamente los regimientos van a ser todos del Rey, perdiendo el papel personal de su coronel-propietario, incluso en su denominación. En Inglaterra, el sistema de compra de empleos sobrevivió un siglo más que en el continente, hasta bien entrado el s. XIX. Aparecen numerosos tratados, comenzado por las Reflexiones Militares del asturiano Navia Osorio, curiosamente exponente él mismo excepcionalmente bueno del sistema de compra de grado que permitía a un joven aristócrata comenzar su carrera como coronel, lo que obligó, para paliar la normal consecuencia de tan peligrosa práctica, a crear el empleo de teniente (del) coronel, adjuntando así a un veterano profesional al aleatorio hijo titulado.

La nobleza había perdido, siguiendo a Hinrichs, (2) sus dos pilares de existencia, la función jurisdiccional-feudal y el servicio militar autoresponsable. El pensamiento ilustrado empieza a cuestionar su rol. Lo castrense podía proporcionar brillo social, pero estaba mal remunerado, o, como hemos visto, a veces era costosa inversión. Se suponía a ese estamento una dote natural de liderazgo, por lo que era “lógico” que monopolizara esa función. En las primeras décadas que siguen a la Guerra de Sucesión, la corona de esfuerza por atraer a la aristocracia a ese servicio, con reticencias. La Real Cédula de 1704 (3) reserva a la nobleza el ingreso de cadete. Según Lynch, el Ejército debe ser considerado la vanguardia de la nobleza y no su rival. La alta nobleza copará sus mayores empleos, de coronel hacia arriba. El nacimiento marcará el rango militar (4), reproduciendo la sociedad en paralelo. La tropa es para el pueblo llano. La oficialidad dará una oportunidad de promoción a los hidalgos.

La política militar borbónica puso más acento en los cuerpos facultativos o técnicos que Prusia o Gran Bretaña, modelos en tantos campos. Es en este periodo en el que se institucionaliza la enseñanza militar, que coexistirá mucho tiempo con la compra de rangos, pero que antes simplemente no existía, supliéndose con la inmersión tutelada en la experiencia castrense para hijos de familia como pajes, soldados mejorados etc. Reyes y ministros ilustrados se plantean con verdadero interés la formación de una oficialidad que va a ejercer de un modo “profesional”, o sea, presumiblemente toda su vida útil y no como fase transitoria de promoción social, intercambiable con magistraturas civiles o hasta feliz matrimonio con buena dote si no era uno mismo heredero. Estos nuevos cuerpos pasarán a monopolizar las funciones propias de su formación en un doble sentido “hacia arriba y hacia abajo”: reduciendo el papel de otras vías de compra y fortuna, y estrangulando las posibilidades de promoción de los suboficiales. La cooptación y las pruebas de nobleza funcionaron como barrera prácticamente infranqueable.

La Ilustración Española fue en el campo técnico-científico, y paradójicamente, consorte y no contendiente, como en otras esferas, de algunas instituciones religiosas. Particularmente significativa será la Compañía de Jesús.

La institución luego llamada Academia de Artillería de Segovia es un centro académico militar, pionero histórica, científica y pedagógicamente en España, y puntero en su tiempo, fundado en 1764 como Real Colegio de Artillería en el Alcázar de Segovia, en tiempos del rey Carlos III a iniciativa del Teniente General Feliz Gazola (5), Inspector del Cuerpo, conde de Gazola y su primer director. La Academia está destinada a la formación de oficiales, mucho más tarde también suboficiales del arma que ha sido la Ultima Ratio Regis. (6). La lección inaugural del curso fue dada por el Padre Eximeno (7) S.J., Profesor de la Real Academia de Caballeros Cadetes del Real Cuerpo de Artillería, el día 16 de mayo de ese mismo año. No necesariamente capellán; los jesuitas han tenido siempre una gran formación científica, particularmente matemática. Fue esa precisamente la que les abrió, por interés pragmático de gobiernos y ejércitos, hasta cierto punto las puertas de China y otros estado de Extremo Oriente. La importancia de los jesuitas en la formación de élites, antes y después de sus diversas expulsiones por el regalismo ilustrado no puede ser exagerada, aunque escapa a nuestra pretensión ahora, queda claro su especial vinculación con los cuerpos más selectos intelectualmente; la armada y la artillería. No pocos de ellos eran exmilitares, en incluso en torno a Segovia se hablaba en tono jocoso, de la “Batería de Jesús”; (la batería es la unidad básica de artillería equivalente a la compañía en infantería, que es de la que procede la denominación ignaciana).

Su origen tiene relación con la nueva estructuración de un ejército moderno que se había ido consolidando durante el periodo de la Ilustración. El racionalismo es llevado a todos los órdenes. Y el cientifismo tiene su versión en la guerra fundamentalmente en las nuevas disciplinas técnicas o facultativas, la fortificación y la expugnación calculada matemáticamente. Siendo sus exponentes básicos los modernos cuerpos de artilleros e ingenieros, la poliorcética en suma, que en alguna medida se contrapone al ardor más tradicional de la infantería y la caballería.

Las instalaciones del Alcázar se adecuaron a su función docente, convirtiéndose en el siglo XVIII en una de las academias militares más modernas de Europa.

Hemos escogido los 50 años a partir del momento fundacional del nuevo cuerpo y de su centro de formación de cadetes como ejemplo de un modelo de formación de élites en el periodo ilustrado. Un apasionante momento de transición entre patrones tradicionales, incluso con reforzamiento del monopolio de la nobleza sobre los mecanismos de promoción social y de poder respecto al siglo anterior, (la probabilidad de que un soldado de humilde origen alcanzara a ser como por ej. Julián Romero, Maestre de Campo en los Tercios austracistas, se va a cerrar casi por completo en los regimientos borbónicos de la Ilustración) (8) a la vez que se empieza a poner un acento serio en la formación sistemática y en el conocimiento científico necesario para la disciplina que nos ocupa.

Llegaremos hasta la Guerra de Independencia, en la que los cadetes quedaron al cuidado de la Academia mientras los oficiales marchaban al combate, debiendo capitular ante los ejércitos franceses. En el periplo de la guerra, el Colegio de Artillería a las órdenes de la Junta Suprema Central, hubo de abandonar el recinto, trasladándose primero a Salamanca, luego a Galicia, desde donde se mudó a Portugal, Huelva y después a Sevilla. En 1810 a Menorca, luego a Palma de Mallorca, regresando a Segovia al finalizar la guerra en 1814.

CONTEXTO HISTORIOGRÁFICO

Para orientarnos en lo militar, debemos primero deslindar la muy rica, aunque nunca tanto en España como en el mundo anglosajón o Francia, con la más escasa historia sociológica de lo militar que es lo que ahora nos interesa más. Contamos con algunos estudios a nivel general realizados por F. Andújar Castillo, J.P. Merino Navarro, D. Ozanam, F. Redondo, F. Gil Ossorio, F. Puell de la Villa, R. Quatrefages o C. Borreguero. C. Porras Gil, que investigó la organización defensiva española. Sobre las diversas zonas geográficas del país, podemos destacar en Castilla a C. Borreguero Beltrán, en Valencia a E. Giménez López, en Andalucía a J. Contreras Gay y J.L. Barea Ferrer, en Galicia a M.C. Saavedra, en el País Vasco a M. Gil Muñoz, en Cataluña a J.F. Vicente Alguero. En el caso de Asturias tenemos precariedad de investigaciones. Están casi con exclusividad las obras de Alfonso Menéndez y Marta Friera que abordan el tema de la Junta General del Principado, aunque abrevian el importante papel que esta institución tuvo en las cuestiones militares y defensivas; hay también algunos artículos puntuales entre ellos los de E. C. Martínez-Radío Garrido (9), que aunque centrado en Asturias nos interesa particularmente por el gran paralelismo en todos los órdenes, tanto nobiliar como científico, de la formación de los cadetes de artillería y los guardiamarinas (los “cadetes” de la Armada), que se diferenciaron sustancialmente de los cuerpos equivalentes y mayores de infantería y caballería. De sus apreciaciones generales nos declaramos deudores. Así como de Dolores Herrero, (véase bibliografía) en relación con la fase final del periodo elegido.

 Sobre los colegios militares borbónicos y la enseñanza científica y técnica en la Ilustración, uno de cuyos máximos exponentes será en 1794, con Carlos IV, el Real Instituto Asturiano de Náutica y Mineralogía, de tanta significación jovellanista. Además de la especialista Dolores Herrero (ver bibliografía), hay estudios de Gago Bohorquez, González Castañón, Helguera, Vernet, Lafuente y Mazuecos, Cepeda, Selles, López Piñero, Peset, Capel, Romeu de Armas…Que por economía de pretensiones no podemos reseñar aquí.

REAL COLEGIO DE ARTILLERÍA

El ejemplo más prefecto y duradero en el tiempo de la política militar borbónica creemos va a ser la Academia de Artillería. Un modelo de gran prestigio internacional.

Era mucho lo que estaba en juego en el tiempo de los “Pactos de Familia”, y la contienda general con Gran Bretaña (América, Menorca, Gibraltar). Lo naval y la artillería constituyeron puntales de ese “pulso” que determina todo el s. XVIII, con más sitios que campales batallas de movimiento. La imprescindible operatividad de la artillería en campaña se unía a la dirección de las fábricas de armamento para los demás cuerpos y la Armada en la responsabilidad de los oficiales que d Segovia habrían de salir. Simboliza el onírico Alcázar de Segovia, si se nos permite la exageración, el paso de la contienda empírica a la guerra científica.

Otro símbolo, más humano, de la importancia que se quiso dar a la formación rigurosa, es el “fichaje”, si se nos perdona la coloquialidad futbolística, que en anteriores reinados sólo se solía ejercer a ese nivel con artistas, del químico más importante de su momento, el francés Luis Proust. Sea exponente d la generosidad de medios para la enseñanza y el alto nivel de los planes de estudio. Proust inauguró un laboratorio de química en 1792 que era puntero en el momento, publicando en ese año los Anales del Real Laboratorio. Proust calificó al laboratorio como “el mejor de Europa” en su discurso de apertura de 1792. Quizá a su presencia en España deba más que el sueldo, en 1794 su colega Lovoisier sufrió guillotina a la sentencia famosa de “La república no necesita sabios". Nunca una frase fue más desafortunada. Proust también está detrás de la primera experiencia de aerostación militar, hazaña hecha por cadetes como ensayo con fines de observación bélica que, por desgracia para las armas españolas no tuvo la continuidad deseada.

A los nueve años del Tratado elemental de química de Lavoisier, el capitán Munarriz publica la traducción, como ejemplo de la labor editorial de otros muchos oficiales del arma, como Alcalá-Galiano.

La investigación estaba a tono con la biblioteca, el laboratorio, y su famoso fundador. En 1780 la academia edita el Curso matemático de Giannini (en bibliografía), y el Tratado de Artillería, de Morla, entre otras muchas publicaciones.

RÉGIMEN DE LOS ALUMNOS

No hemos podido disponer de la instrucción inicial del Real Colegio. Contamos con una edición de 1832, (en bibliografía), año todavía de Fernando VII y justo anterior a la Iª Guerra Carlista que tuvo en paralelo un proceso revolucionario que pondría fin al “estado noble” en cuanto privilegio específico, no de facto, que de derecho se mantendría unos años más en la Guardia Real.

En la instrucción manejada, los cadetes eran 60, cuatro eran subrigadieres, algo así como jefes de su curso, y dos brigadieres, que venían a ser los cadetes galonados o interlocutores naturales del mando, en principio los primeros de su promoción. Los estudios duraban cuatro años y once meses. La repetición reincidente se castigaba con la expulsión, salvo que en uno de los casos fuese por enfermedad. Para orientar del nivel académico, siempre difícil de juzgar desde otro tiempo, se adjunta en la bibliografía el programa y manual de las matemáticas de 2º. Es indicativo, creemos, de un nivel serio de exigencia.

Ingresaban con una edad entre 13 y 15 años, con lo que se graduaban de teniente con un mínimo de 18 años y un máximo de 21, en el caso de haber repetido un curso.

Los Caballeros Cadetes debían ser hijodalgo notorio según las leyes de Castilla, haciendo constar esa condición documentalmente. Se exigían las partidas de bautismo de padres y abuelos, con toda la formalidad de escribanos y eclesiásticos que correspondía. El parentesco con nobleza titulada, miembros de órdenes militares ayudaba. Ser hijo de oficial del arma, con nobleza materna, suplía el proceso. Si su padre sirviese en otro cuerpo, atención al curioso dato, el proceso se suplía si era, al menos, coronel. La idea expresa era que por cada dos hijos de oficial del arma hubiese otro de coronel de otra arma o de la marina, y otro de un particular.

Este requisito de nobleza, presente de algún modo todavía en los rituales, sables, usos y ethos de los cuerpos militares más selectos, fundamental para entender el Antiguo Régimen, se requería igualmente para ser guardiamarina, y para todos los rangos de la Guardia Real, aunque los regimientos irlandeses y flamenco-borgoñones fueron muy equívocos en este punto (10).

Por el contrario, en las armas más tradicionales, infantería y caballería, resultó más fácil la compra de empleos, y la subcontrata con patentes de oficial en blanco, como ha estudiado a partir del Reino de Granada Antonio Jiménez en otro artículo de la citada obra. Es lógico también que el levantar compañías, escuadrones y regimientos, resultando caro, pero implicando el empleo de su mando por vía venal, se hacía mucho más problemática en el caso de la artillería. También era posible, aunque muy restringido, en dichos cuerpos el acceso por mérito desde la condición de sargento a la de oficial subalterno, y excepcionalmente, a capitán. Los hijos de capitán estaban equiparados a la condición de hidalgo a efectos de ingreso en las otras armas.

El uniforme era el de los oficiales de Artillería pero sin distintivos de graduación. El examen de ingreso no sólo era de la prosapia de cuna: dictado, gramática castellana y lo básico de aritmética, doctrina cristiana y reconocimiento facultativo médico. Dentro de él, estar vacunado o haber pasado las viruelas. No eran objeto de examen, pero sí de recomendación previa a las familias, el conocimiento de la geografía de la Península, Historia General y de España, los elementos de Lógica y Dibujo.

La Junta de Profesores podía adelantar un curso, pero uno sólo en todo el proceso, al alumno que se mostrase aventajado.

Las plazas podían ser de pago o gratuitas, sin diferencia en el equipo con el que se les dotaba, debiendo los primeros pagar todo su coste al ingreso. Eran 8 las de gracia y otras 8 de media beca, de tal modo que “un quinto de los cadetes estará a expensas del Real Erario”. Estas plazas eran, en primero lugar, para huérfanos de oficiales del arma, precediendo los de los caídos en servicio, y , por defecto a hijos de éstos. Este proceder, que llegó hasta el s. XX con diversas variaciones, reforzaba la endogamia profesional de linaje, y, lo que era más buscado, el “espíritu de cuerpo”.

Si las plazas de gracia estaban ya cubiertas, teniendo derecho a ellas, padres o tutores pagaban pero con derecho a obtener con prioridad la vacante de beca.

La documentación de los inicios del XIX es menos abundante que la del siglo anterior, ordenada hasta entonces rigurosamente en la Sala de los Reyes del Alcázar, o las décadas siguientes, como lógica consecuencia de la guerra “del francés”, y el frenesí bélico que impedía o arrumbaba toda burocracia. En el Archivo Militar de Segovia hay una memoria manuscrita, inédita, sobre la composición del cuerpo de Artillería en 1808 (11), de José Navarro, Jefe de Estado Mayor del Cuerpo desde 1803, y que en 1810 era Teniente General, y que se ocupa del estado del arma en los cinco departamentos de Europa y doce de Indias. En la Península había siete trenes de artillería, y 1922 piezas de muy diferente tipo. No debe pensarse que todas ellas formaban “tren”, esto es, piezas de campaña hipomóviles, si no que la mayoría eran fijas de fortificación y costa. No es materia que nos cupe en este trabajo, pero hay que decir que la Artillería fue el arma que mejor estado presentó en el momento del supremo examen militar; el enfrentamiento bélico, y no contra otro contendiente si no contra el mejor ejército del mundo, mandado por el artillero más famoso de todos los tiempos; Napoleón. Fue la parte militar más comprometida en el alzamiento del 2 de mayo, y desde Bailén se midió de tú a tú con las baterías francesas, a las que no pocas veces superaba en calibre y precisión, que no en número.

Otra curiosa fuente son las memorias del prócer argentino Tomás Iriarte, cadete en Segovia en el momento de la ocupación francesa. De sus doce tomos, el segundo es su experiencia en el Real Colegio. Son años de peregrinación, que comienza cuando el pueblo de Segovia pide armas e instrucción a los cadetes. Del Alcázar saldrían vestidos de gala para una durísima anábasis, cuyo itinerario ya hemos citado. Baste decir que en Sevilla, dond había Maestranza y fundición de bronce, se reanudaron las clases. De la ciudad salieron dos promociones, manteniendo las exigencias académicas contra todo pronóstico, llegando a solicitar la institución el regreso de oficiales que combatían junto a Castaños. No nos extendemos en campañas, pero debemos recoger el supremo elogio del enemigo, cuando Suchet, al revistar a los prisioneros del duro cerco de Tarragona en 1811, elogio a los que en sus palabras “eran los mejores oficiales de artillería de Europa”. Al ardor patriótico del parque de Monteleón, sumaban la ciencia de las aulas de Proust y Giannini.

Bibliografía:

FAYA, Mª Ángeles y otros La nobleza en la Asturias del Antiguo Régimen KRK Oviedo 2004

GIANNINI, Pedro

Curso matemático para la enseñanza de los caballeros cadetes del Real Colegio Militar de Artillería. Segovia 1782

HERRERO, Dolores

La enseñanza militar ilustrada. El Real Colegio de Artillería de Segovia. Segovia 1990

Probetas y cañones en el Alcázar. Un siglo de la historia del Real Colegio de Artillería de Segovia (1762-1862). Segovia 1993

El Real Colegio de Artillería de Segovia en la Guerra de Independencia

MILITARIA. Revista de Historia Militar nº7. Servicio de Publicaciones UCM Madrid 1995

Sin autor preciso. Manual oficial de la Academia

Instrucción que ha de servir para los pretendientes á plazas de caballeros cadetes del Real Colegio de Artillería. Madrid 1832

ANDUJAR, Francisco

El sonido del dinero; monarquía, Ejército y venalidad en la España del s. XVIII

Marcial Pons. Madrid 2004

Ejércitos y militares en la Europa moderna. Síntesis. Madrid 1999

ANDUJAR, Francisco y otros

Los nervios de la guerra. Estudios sociales sobre el Ejército de la Monarquía Hispánica (s. XVI-XVIII). Granada 2007

IRIARTE; Tomás

Memorias. Buenos Aires 1944 Tomo II

·- ·-· -······-·
Francisco Díaz de Otazu Güerri



Notas

* Máxima artillera grabada bajo la alegoría de la artillería por el profesor de dibujo Luis de Góngora en el boceto del monumento a Daoiz y Velarde.<

(1) Evaristo C. MARTÍNEZ- RADÍO GARRIDO, en FAYA DÍAZ, Mª Ángeles (coord.): La Nobleza en la Asturias del Antiguo Régimen. Oviedo, 2004. Páginas 221- 240.

(2)HINRICHS, Ernst. Introducción a la historia de la Edad Moderna.Madrid 2001, p.189

(3) LYNCH, Jhon. El siglo XVIII.  Barcelona 1991, p.112

(4) ANDUJAR; Francisco. Felipe V de Borbón 1701-1746  Actas del Congreso de S. Fernando

Córdoba 2002, p. 637 y El sonido del dinero; monarquía, Ejército y venalidad en la España del s. XVIII Marcial Pons. Madrid 2004

(5) Féliz Gazola, o Félix Gazzola, como tantos otros hombres o influencias, procede de la corte napolitana que siguió a Carlos III. Su biografía: 
PÉREZ VILLANUEVA, Joaquín

El conde Féliz Gazzola. Primer Directos del Real Colegio de Artillería. Segovia 1987

(6)  Esta expresión latina se puede traducir directamente como “el argumento final o definitivo del rey”. Actualmente se utiliza esta frase en algunas situaciones para expresar exactamente eso, que la última palabra la tiene aquel que dispone de la mayor fuerza. Algo parecido al “estas son mis razones” del Cardenal Cisneros.

El rey Luis XIV de Francia reconocía esta certeza y afirmaba que el poder último del estado recae en la fuerza para imponer sus decisiones. Así hizo inscribir en sus cañones el texto “ultima ratio regum”.

La expresión “ultima ratio regis” fue tomada con el mismo sentido por Federico “el Grande”. Y también en España, donde fue grabada en algunas armas de artillería

(7)EXIMENO, Antonio

Oración que la abertura de la Real Academia de Caballeros Cadetes del Real Cuerpo de Artillería…. Imprenta de Eliseo Sánchez, Madrid 1764

Su contenido fue “la necesidad de la teoría para desempeñar en la práctica el servicio de S:M:” (del subtítulo).

Adviértase la celeridad con que se publica este texto emblemático de la Academia, gestión de Gazola ante Esquilache, ambos de la misma procedencia napolitana. El jesuita valenciano tiene una biografía por Enrique Pardo Canalis.

(8) Europa todavía seguía sorprendentemente marcada por la nobleza; ninguno de los demás siglos de la Edad Moderna tuvo un carácter tan aristocrático; en ninguna época, entre la Reforma y la Revolución Francesa, desempeñó la nobleza un papel tan destacado en la política, la economía, la sociedad y la cultura.

HEINRICHS, Ernst.Introducción a la historia de la Edad Moderna. Madrid 2001p. 189

(9) Evaristo C. MARTÍNEZ- RADÍO GARRIDO, op. cit pp. 2-4

(10) RECIO, Oscar “Incauta Nación, de un irlandés te has fiado”: Nobleza, nación e identidades del grupo militar irlandés en el ejército de los Borbones. En ANDUJAR, Francisco y otros

Los nervios de la guerra. Estudios sociales sobre el Ejército de la Monarquía Hispánica (s.XVI-XVIII). Granada 2007

(11) AGM, Sección 2, división 8

 



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