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Las relaciones con los EEUU en la etapa de Aznar
por
Alberto Castañares
Con la llegada de José María Aznar a La Moncloa, la política exterior pasó al primer plano de la actividad política acaparando un protagonismo primordial. El afán por aumentar su prestigio internacional y ejercer un papel relevante junto con los países más poderosos le llevó a convertir la actividad exterior en uno de sus principales objetivos.
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Con la llegada de José María Aznar a La
Moncloa, la política exterior pasó al primer plano de
la actividad política acaparando un protagonismo primordial.
El afán por aumentar su prestigio internacional y ejercer un
papel relevante junto con los países más poderosos le
llevó a convertir la actividad exterior en uno de sus
principales objetivos.
Así, en el año 2000 implantó un
nuevo órgano de refuerzo presidencial en la política
exterior del país mediante la creación del Consejo de
Política Exterior.
Con la mayoría absoluta en la segunda legislatura
el ex ministro de Exteriores, Josep Piqué, fomentó una
potenciación de España en el mundo basada en el deseo
de adquirir un mayor protagonismo y prestigio internacionalmente,
fruto de ello fue el Plan Estratégico de Acción
Exterior del año 2000.
El alineamiento de la política exterior de los
gobiernos de Aznar con la administración norteamericana nace
ya desde el principio con Bill Clinton en la presidencia
estadounidense.
El acceso del PP al poder no produjo más que
satisfacción en otro lado del Atlántico por un partido
cuya ideología estaba más cercana a la predominante en
Estados Unidos.
Este modelo de política exterior alteró el
rumbo tradicional de las prioridades de la agenda española en
el exterior, Europa había ocupado hasta entonces el número
uno de los intereses españoles. El deseo de protagonismo
internacional de Aznar relegaba a la UE un papel secundario.
La situación de la Unión en ese momento,
con importantes interrogantes en el proceso de construcción,
el paralizado proceso de integración y en especial el dominio
del eje franco-alemán emplazaba los planes de Aznar a una meta
difícil de alcanzar.
Desde esta perspectiva, Aznar veía en la alianza
con EE.UU. su oportunidad para conquistar la relevancia internacional
(persiguió la entrada de España en el G-7) que en la UE
no podría adquirir, siempre condenada a seguir el paso de
Francia, Alemania o Italia.
La famosa foto de las Azores no sólo supuso la
confirmación de que la política exterior española
iba a estar supeditada a Washington, sino también la unión
del ejecutivo de Aznar con el de Tony Blair en la ejecución de
una política europea común contraria en muchos casos al
eje franco-alemán.
El 11-S, punto de inflexión
En la primera legislatura las reiteraciones de
vincularse con la política de Washington, a pesar de los
recelos de los socios europeos, se reflejó en la promoción
de cumbres bilaterales entre ministros de ambos gobiernos.
La llegada de George Bush a la Casa Blanca terminó
por consolidar esta aspiración que Aznar persistió en
convertirla en privilegiada.
Ante los atentados del 11 de septiembre el ejecutivo del
PP emprendió una identificación plena con la
Administración Bush en el problema del terrorismo
convirtiéndolo en el eje central de su política
exterior. Madrid, distanciándose de las medidas impulsadas por
la UE, apoyó a Washington en sus intervenciones primero
Afganistán, y luego en Irak, y se propuso convertir la lucha
antiterrorista en la meta prioritaria de la política europea.
El dramatismo universal del 11 de septiembre
ofreció a la política antiterrorista española la
oportunidad de un desarrollo global nunca visto previamente en el que
ocupar un lugar a su vanguardia. El panorama de los hechos permitía
la relación más estrecha entre el antiterrorismo local
como prioridad de la política domestica y el antiterrorismo
internacional como un compromiso global. La experiencia española
adquiría en esa relación un valor añadido para
la política de las potencias, y abría la posibilidad de
desempeñar un papel inédito – y casi inaudito- en
ese escenario como jamás lo había desempeñado
España”.
Bush declaró la guerra al terrorismo, habló
del eje del mal, actuó sin el respaldo de la ONU y dejo clara
su dicotomía: o se estaba con él o se estaba contra él.
El presidente norteamericano tenía la concepción de que
su predecesor había mantenido una “política de
mano blanda” y no había conseguido imponer el estatus
que Estados Unidos merecía como vencedor y única
superpotencia después de la guerra fría. Para hacer
frente a esto decidió aplicar mano dura apoyándose en
la capacidad militar norteamericana. Los ataques de Al Qaeda fueron
la base para justificar su modus operandi
ante la opinión publica estadounidense.
A pesar de que el 11-S había forjado un
acercamiento entre europeos y norteamericanos, el multilateralismo
entre ambos bloques poco iba a durar. La intervención en la
guerra de Irak volvió a restablecer el unilateralismo y poner
fin a la actuación conjunta de los dos continentes.
Muchas fueron las voces que vieron en este ofensiva un
envite para la UE en demostrar su emancipación de la línea
exterior marcada por Washington, la prueba de la verdad para
desligarse de la directriz norteamericana después de tanto
años de sumisión.
La pregunta que se le hacía a la Unión era
si constituía “una potencia políticamente
independiente de EE.UU. o si era una potencia políticamente
subordinada a EE.UU. Dicho de otro modo: ¿era la UE capaz de
decir “no” a Estados Unidos?”
Sin embargo el gobierno de Aznar continuó cada
vez más supeditado a las políticas de la administración
Bush.
Entre tanto, en abril de 2002 se produjo la modificación
del Convenio bilateral entre ambos países. La base de Rota
pasaba a consolidar su protagonismo dentro del enclave geoestratégico
de Washington respecto al Mediterráneo, el Próximo y el
Medio Oriente.
Uno de los aspectos más polémico iba a ser
la concesión a los servicios de inteligencia norteamericanos
para maniobrar en España en actividades contra el terrorismo,
en lo que la administración Bush calificaba como War
on terror . Esto sumado a la participación
en la guerra de Irak terminó por poner, no sólo al
resto de los grupos parlamentarios sino a la mayoría de la
opinión publica, en contra del gobierno de Aznar. El PP dejó
en manos de Washington su rumbo exterior con la participación
en la Guerra de Irak contrariando a sus socios europeos, al resto del
Congreso de los Diputados y especialmente la sociedad española
que se movilizó masivamente para condenar esta intervención.
Prueba de esta política fue que entre 2002 y
2004, Aznar protagonizó hasta catorce entrevistas con el
presidente Bush –algunas de ellas con los pies encima de la
mesa y puro en mano- que sirvió en bandeja la línea de
oposición con la que PSOE iba a trabajar.
Esta imagen de autocomplacencia y arrogancia con la que
se vinculó el modo de gobernar de Aznar, se veía
reforzada con la indeferencia y la desidia por parte del presidente
en recuperar el crédito perdido ante la opinión
pública. Mientras sus colegas, Bush y Blair, se empeñaban
en encontrar una justificación en la polémica de las
armas de destrucción masiva, Aznar evadía el tema sin
aportar explicaciones a la sociedad española.
El 11-M, punto y final
Los fatídicos atentados del 11 de marzo
supusieron la prueba de fuego de Aznar. La autoría islámica
ponía en jaque el muro de carga que había sido la base
de su gobierno. La política exterior había constituido
el eje central de su legislatura y de esta manera iba a quedar en
material para el reproche, en el peaje que se tenía que pagar
por este modus operandi
del PP. Sin olvidar que este argumento se había establecido
como el punto fuerte de las elecciones.
Si el atentado era obra de ETA, el fatalismo
acostumbrado envolvería de inmediato la trágica
peripecia, sin ni siquiera arañar la confianza ni estimular la
critica de responsabilidades. Una autoría islámica
pondría las decisiones del gobierno en la antesala de las
represalias”.
Así, la decisión de Aznar de intervenir en
la guerra de Irak la llevó hasta sus últimas
consecuencias convirtiéndola en el punto de inflexión
que alteraría el voto de los electores.
·- ·-· -······-·
Alberto Castañares
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