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Una aproximación a la mentalidad dominante. La Izquierda como nuevo moralismo
por
José Luis Sáiz Calabria
El Zapaterismo no se una mera moda: responde a un proyecto ideológico muy concreto diseñado desde la izquierda posmarxista. Todo un cambio cultural, a largo plazo, que, aniquilando desde una nueva mentalidad dominante a cuantos oponentes concibe como tales, especialmente la Iglesia católica, enlazando una utopía revolucionaria con la nueva dogmática políticamente correcta. Un certero y preciso análisis, pronunciado hace un tiempo, sigue plenamente vigente
|
I.-
Introducción
Un
recorrido por sus antecedentes, su configuración e incidencia
en la batalla cultural de nuestro tiempo, y sus efectos en la
política.
En
una democracia normal lo habitual y lo exigible es revisar las
promesas políticas de los gobernantes, el cumplimiento de los
proyectos políticos propuestos, la salud moral de la sociedad
en la que operan, y, en suma, el estado al que han conducido a la
nación.
De
acuerdo con esa convención, podemos decir que el balance que
presentan estos cuatro años largos de José Luis
Rodríguez Zapatero es, no ya adverso, si no desolador.
Finalmente la economía como gran baza positiva se desmorona, y
muestra sus grandes carencias, su falta de fundamentos sólidos.
Más que incertidumbre, consustancial a su dinámica, se
percibe ya la crudeza de una crisis honda y preocupante, con el paro
creciendo y negros presagios en el horizonte. La riqueza producida ha
beneficiado sólo a unos pocos, la mayoría de los
estudios atestigua que desciende la participación del trabajo
en la renta nacional. Ha aumentado el PIB y se ha estancado el PIB
per cápita.
Pero
el balance moral es, si cabe, aún peor. Han crecido las
víctimas por crímenes de género a pesar de la
profusión de campañas y normativas, aumentado
exponencialmente los divorcios con una legislación que ha
convertido al matrimonio en el contrato más precario que pueda
imaginarse, se ha tolerado culpablemente el aborto ilegal,
deteriorada sin remedio la enseñanza en todos los niveles,
está a la vista una próxima legalización de la
eutanasia y no parece haber freno a la expansión del
alcoholismo juvenil. Todo esto, y bastante más, sitúan
a España en la cola mundial de los niveles perceptibles de
ética pública.
Sin
embargo, todo ello, con ser cierto, no cubre ni mucho menos la
totalidad de factores que están en juego en la preocupante
realidad española de los últimos años. Creer que
nuestra aciaga condición obedece al desventurado avatar de un
mal gobierno, que es básicamente lo que piensa el PP y una
gran parte de la derecha social, es una gran ingenuidad, cuando no
una simpleza, que en algunos no puede ser inocente.
Una
cuestión que surge reiteradamente cuando se analizan estos
últimos años del gobierno socialista concierne a la
naturaleza del proyecto que se ha movilizado por parte de Zapatero.
Creo que las caricaturas del personaje, y la insistencia en su escasa
talla intelectual o política, nos hacen un flaco favor a la
hora del análisis. Por supuesto que su cursilería, su
mendacidad, o su habilidad manipuladora sacan de quicio a una buena
parte del país, pero hemos de reconocer que para otra parte no
pequeña de nuestra sociedad el personaje es simpático y
a un nivel elemental es capaz de tocar fibras muy eficaces en la
conciencia social. ¿Por qué?
Creo
que lo esencial del Proyecto político de Zapatero es su
naturaleza pedagógica y terapéutica, con una gran carga
de ideología y pretensiones moralizantes y es precisamente
este hecho el que puede explicar muchos de los acontecimientos que
estamos contemplando. Así, pudiera parecer un contrasentido,
desde un enfoque convencional de la política, que nuestro
Presidente no se esmere a la hora de presentar propuestas o programas
concretos de actuación. Todo tiene la apariencia de una
improvisación permanente a la búsqueda de impactos
potentes pero efímeros. Lo grave del asunto es que pueda
permitírselo porque domina un marco de referencia moral que
opera sobre la sociedad, por cuanto contiene el canon moral e
ideológico de las convenciones que se identifican con los
valores de la democracia y del pluralismo. Nadie que no quiera
parecer un inadaptado social puede, no ya contradecir, ni siquiera
eludir, ese canon de la corrección política.
Este
es el núcleo del planteamiento que propongo para realizar una
aproximación al verdadero proyecto Z, y en general de la
izquierda en la actualidad, y para ello nos vemos obligados a
realizar el esfuerzo de un recorrido intelectual por la historia de
los antecedentes filosóficos e ideológicos de la
izquierda, en el marco de la cultura occidental, al menos desde el
final de la Segunda Guerra Mundial.
II.-
Un esquema de la evolución de la izquierda desde el final de
la Segunda Guerra Mundial
1.
El Comunismo de posguerra
La
Recreación de un mito y la imposibilidad de la revolución.
Nuestro
recorrido arranca en 1.945. Una Europa devastada, en la que habían
muerto más de 30 millones de personas en la Segunda Guerra
Mundial, es el escenario en el que los partidos comunistas
occidentales van a adquirir un destacado protagonismo político
explotando una situación favorable en la que aparecían
como la fuerza más sacrificada y tenaz en la terrible y
finalmente victoriosa lucha contra el nazismo. Al fondo estaban, sin
duda, los más de 20 millones de muertos soviéticos de
la contienda, pero también la necesidad, agravada por los
estragos bélicos, de reconstruir las sociedades europeas de
forma que fuese posible eliminar la pobreza por medio de profundos
cambios sociales y de la redistribución de la riqueza.
Desde
esta perspectiva los partidos comunistas occidentales de Francia y de
Italia, señaladamente, van a lograr una presencia social y
política que perdurará hasta los años 70 del
siglo XX, como fuerza hegemónica de la izquierda, aportando a
la clase trabajadora una identidad ideológica, una solidaridad
social y una representación política de superior
envergadura y alcance que en los años de preguerra. Dentro de
esa identidad comunista, que duda cabe, un elemento significativo era
la admiración incondicional a la gran patria soviética
como el paraíso de los trabajadores en construcción.
Interesa
destacar en este relato la conexión que se va producir entre
este comunismo de posguerra y un grupo de intelectuales y
celebridades artísticas que, en muchos casos, sin mantener
vínculos formales de militancia con el partido, son los que
van a recrear el mito político y elaborar los materiales
ideológicos, filosóficos y culturales que van a operar
posteriormente en el proceso de evolución de la izquierda
hasta nuestros días.
Estos
intelectuales participaron activamente en la recreación del
historial, sin duda ambiguo, de los comunistas en la lucha contra el
fascismo.
Recreación
que finalmente configuró una imagen triunfal de coherencia,
valentía y sacrificio. A ello se une la defensa de las
posiciones soviéticas con total desprecio a los datos de una
realidad que ya empezaba a conocerse a través de los
testimonios de muchos “resistentes” que conocieron la
URSS y daban cuenta de los gulags y los crímenes soviéticos.
Cuando en 1.947 se publica en Francia la biografía del oficial
soviético Víctor Kravchenko, “Yo escogí la
libertad”, un relato estremecedor sobre la crueldad y el terror
estalinista, estos intelectuales agitan una brutal campaña de
boicot para evitar su difusión en la que abundan las
acusaciones de “colaboracionismo”, “propaganda
fascista” o “retaguardia nazi”.
Tergiversaban
o inventaban los hechos para que se ajustasen a una necesidad
existencial. Así Jean Paul Sartre y Simonne de Beauvoir
vivieron su renovada resistencia recreando los rituales comunistas y
aplicando el epíteto de “colaboracionista” a sus
enemigos personales. Su nula combatividad frente al nazismo ha tenido
menos importancia que la “historia” que reescribieron y
el prestigio que les confería. En realidad, las cuestiones que
les impulsaron a integrarse en la orbita comunista coincidían
en escasa medida con las de la clase trabajadora. Para ellos el
comunismo ofrecía la promesa de una sociedad profundamente
secularizada en la que la odiada Iglesia Católica quedaría
apartada de la opinión pública y se eliminaría
la superstición religiosa.
En
el plano teórico, un precedente importante para esta corriente
de intelectuales se encuentra en los “Manuscritos económicos
y filosóficos” de Marx (1.844), en los que abundan los
comentarios acerca de la alienación del hombre, de su esencia
humana e individual, en una economía capitalista. De esta
forma para los marxistas franceses “no científicos”,
podía existir una tradición marxista que no fuera
verdaderamente materialista en su enfoque de la naturaleza humana,
pero que incorporara una perspectiva humanista oponiéndose, a
su vez, a la alienación capitalista.
Es
decir, nos encontramos con una reconstrucción de Marx en clave
humanista, en la que lo que se destaca es el concepto de “alienación
espiritual”, derivada de la vida en un mundo que no satisface
las necesidades existenciales. La economía sería así
la parte más visible que representa a una sociedad
“irracional”, que no se corresponde con la conciencia
humana en aquello que debería haber sido el punto más
elevado de la condición histórica del hombre. Estos
intelectuales son marxistas selectivos o “sui generis”,
se dice por ejemplo que Sartre nunca leyó a Marx.
Posteriormente en los años 60 Louis Althusser arremete contra
este marxismo humanista, ideológico, carente a su entender de
rigor científico y alejado de una auténtica concepción
materialista de la historia.
Sin
duda, sólo en un sentido muy amplio puede afirmarse que estos
intelectuales fueran marxistas, pero lo cierto es que durante mucho
tiempo se alinearon claramente con el bloque comunista y actuaron de
hecho como arietes intelectuales de la izquierda y como disolventes
de la cultura burguesa, configurándose como auténticos
referentes de la cultura de izquierdas.
Superando
los debates ideológicos, si nos situamos en la dura realidad,
los comunistas europeos occidentales de los años sesenta
tenían que explicar por qué las economías y los
regímenes capitalistas, los estados de bienestar europeo, no
sucumbían a las contradicciones internas. ¿Por qué
las clases trabajadoras no se mostraban lo suficientemente humilladas
por las disparidades sociales, y no promovían por la fuerza un
cambio en esta situación? ¿Y por qué en la
mayoría de la población no existía la percepción
de que sus condiciones materiales se estaban deteriorando y de que
irían a peor si no se producía una revolución
socialista?
Las
razones de esta deficiencia de la conciencia revolucionaria son de
sobra conocidas. Hasta que se produce la crisis del petróleo
de 1.973 el PIB de Francia se incrementa anualmente en al menos un 5%
y sucede algo parecido en Alemania e Italia. Las diferencias
salariales se reducen, aumenta el sector público y se crean
las bases de la sociedad del bienestar.
Todo
ello significa que las contradicciones sociales internas, que
supuestamente iban a traer la revolución, se hacían
cada vez menos evidentes. Además era difícil presentar
a los modernos estados de bienestar europeos, con amplios sectores
públicos e industrias nacionalizadas como los modelos de libre
mercado que los marxistas pudieron llegar a describir como de
capitalismo puro.
Pero
el marxismo en sus múltiples variantes ha demostrado a lo
largo de la historia una enorme fecundidad para encontrar nuevas
reinterpretaciones, fervorosamente seguidas por sus elites y
militantes, pese a los retos tozudos de la realidad. Le bastó
con recuperar y actualizar el concepto de “imperialismo”
como fase final del capitalismo que ya Lenin había
desarrollado antes de la Primera Guerra Mundial. Se planteó
pues, un nuevo objetivo: la cruzada contra el imperialismo, en la que
confluyen el antiamericanismo, con la oposición al
alineamiento de Europa del lado americano en la Guerra Fría, y
la lucha contra la explotación capitalista del tercer mundo,
con la emergencia de nuevos caudillos populares como Fidel
Castro
o el “Che” Guevara, convertidos en iconos
revolucionarios. Con ello, no lo olvidemos, se desviaba la atención
de la tremenda represión de los países comunistas.
2.
El Neomarxismo
Ciertamente,
ante los datos que ofrecía la realidad europeo-occidental y la
propia evolución de los países comunistas, se había
tornado difícil defender un marxismo-leninismo ortodoxo, o al
menos una versión creíble del materialismo
economicista. El nuevo enfoque antiimperialista podría ser un
buen recurso, pero plantear, a mediados de los años 60, que
Francia, Italia o Alemania occidental, se encaminaban hacía
una Revolución obrera a causa de la miseria de las masas,
suponía un desafío intelectual insuperable a la
credibilidad.
En
un plano teórico, el proyecto socialista ya había
sufrido un duro revés en la década de los años
30 cuando el economista austriaco Von Mises explicó que un
sistema de mercado donde los precios pueden servir de indicadores de
la demanda funciona de manera más eficiente que otros
sistemas, resultando un tipo de economía óptimo para la
satisfacción de necesidades agregadas.
Este
contexto, con el desafío que planteaba a los marxistas,
explica en gran medida la nueva dirección que emprende el
neomarxismo, como forma de pensamiento que se nutre de Marx de una
forma crecientemente selectiva.
Los
neomarxistas, que se identifican como “marxistas cualificados”
no aceptan la totalidad de las teorías históricas de
Marx, si no que mantenían la oposición entre el
socialismo y el capitalismo como una postura moral.
Debilitadas
las bases económicas de la teoría marxista, los
socialistas iban a construir su edificio conceptual sobre la noción
de “alienación” de Marx, tomada de sus escritos
más precoces. Iban a destacar las pretendidas o verdaderas
desigualdades en los sistemas de mercado para probar que los
socialistas jerarquizaban las bases humanísticas. Su proceso
de
argumentación,
por lo tanto, podía prescindir de un estricto análisis
materialista y centrarse así en la religión, la moral y
la estética.
Uno
de los conceptos fundamentales de las diversas corrientes
neomarxistas, como luego veremos, es la identificación del
socialismo con el estadio más avanzado de la conciencia
humana, bien que para que ello sea posible resulta necesario un
cambio revolucionario, no tanto en las estructuras económicas
como en la mentalidad social, aunque este concepto puede tener
enfoques diversos. Con lo que, paradójicamente se viene a
invertir el clásico esquema marxista, al afirmar el predominio
de lo superestructural (pensamiento, religión, conciencia,
arte) sobre las condiciones materiales y los medios de producción.
En
este recorrido es necesario recordar la figura de Antonio Gramsci, y
su “filosofía de la praxis”, que según
escribe en sus “Cuadernos de la cárcel”, es la
coronación de todo el movimiento intelectual y moral que
arranca del Renacimiento que realizaría el nexo definitivo
entre la Reforma protestante y la Revolución francesa. La
tarea del comunismo para Gramsci es llevar al pueblo el secularismo
integral, rebasando la limitación de las élites
intelectuales, y disolviendo el arraigo social y la importancia que
en la creación de lo que él denominaba “sentido
común” tenía aún el catolicismo. Al fin y
al cabo para él, nadie ha mostrado mayor eficacia que la
Iglesia Católica para crear un sentido común
amalgamando en su seno tanto al pueblo analfabeto como a una élite
intelectual propia. No olvidemos que Gramsci escribe en los años
30, pero que su obra es recuperada en los 60.
Para
hacerse con la “sociedad civil”, otro concepto
gramsciano, esa amalgama de ideas, creencias, actitudes,
aspiraciones, que configuran el pensamiento hegemónico, o de
situarse ante la vida una sociedad, ha de conquistarse la cultura
para el marxismo, ha de organizarse la cultura por medio de la
captación de sus agentes, los intelectuales.
En
el marxismo originario el final de la religión es el resultado
del advenimiento de la sociedad sin clases. En el gramscismo, en
cambio, la extinción de la religión es más bien
la condición de la revolución. La destrucción de
la religión no debe buscarse por medio de una propaganda atea
directa, sino a través de una pedagogía historicista
que convenza a los jóvenes de que la metafísica
pertenece a un pasado irrevocablemente transcurrido. En el plano
social, este ateísmo actúa mediante una simple
eliminación del hecho del problema de Dios, realizada, según
las palabras del propio Gramsci, por una “completa laicización
de toda la vida y de todas las relaciones y costumbres”, esto
es, a través de una absoluta secularización de la vida
social, que permitirá a la “praxis” comunista
extirpar en profundidad las raíces sociales de la religión
(1)
3.
La Escuela de Frankfurt (Horkheimer, Adorno, Marcuse)
En
1.923, en la Universidad de Frankfurt, se funda el Instituto de
Estudios Sociales, que desde 1.931 es dirigido por Max Horkheimer, y
en la que van a colaborar Theodor Adorno, Herbert Marcuse, Erich
Fromm y Walter Benjamín, entre los más destacados,
todos ellos procedentes de la mediana y gran burguesía judía
alemana. En 1.933 con la subida de Hitler al poder el Instituto queda
disuelto y sus miembros toman el camino del exilio, para recalar
finalmente en Estados Unidos desde 1.936, en la Universidad de
Columbia. Su influencia alcanza su apogeo en la Alemania de
postguerra, donde las corrientes de pensamiento han de definirse en
relación con ella. Representa la forma de neomarxismo con una
elaboración más sistemática.
La
tarea que sus miembros se habían auto asignado era la de
modular una teoría marxista de la conciencia que combinara la
psicología profunda con una crítica radical de la
racionalidad. Para Marx la única causa de la alienación
era la explotación económica y social, pero la escuela
de Frankfurt va más lejos. Negando que una sociedad
totalitaria sea necesariamente dictatorial, pretende demostrar que la
sociedad liberal segrega una forma más sutil de alienación.
La crítica de la alienación se extiende así a
todos los sectores antropológicos con la esperanza de alumbrar
una teoría más satisfactoria del movimiento histórico.
Desde
esta clave de análisis, su visión de la organización
capitalista enfatizaba que ésta representaba una fuente
creciente de angustia para el individuo. Con independencia de la
pretensión liberadora del individuo, sostienen que persisten
en su conciencia las cicatrices fruto de la lógica
capitalista, porque al quedar los recursos estéticos e
intelectualesconstreñidos por una situación inhumana,
la única consecuencia es una profunda y creciente alienación
y la proliferación de las patologías mentales. En sus
manifestaciones más extremas llegarán a una crítica
radical, sosteniendo el “carácter necesariamente
represivo y alienante de toda institución”, y por ende
que ”toda sociedad es necesariamente represora”, o que el
propio proletariado ya no es una clase privilegiada pues está
alienado por la creencia en que los problemas sociales serán
resueltos por la superabundancia de bienes.
Una
de sus elaboraciones más importantes y significativas es la de
los estudios sobre la autoridad y la familia, que representa un
intento sistemático pero sectario de identificar las raíces
psicológicas de la mentalidad autoritaria y pro-fascista. Esta
búsqueda tenía una finalidad terapéutica, ya que
se trataba de aislar el prejuicio, las actitudes y las personalidades
peligrosas que explicarían la génesis de los fascismos.
Esto representó una verdadera obsesión enfermiza para
estos intelectuales, cuyo origen se encuentra en la creencia de que
existe un desorden emocional inherente al capitalismo tardío,
a pesar de la extensión del bienestar y de su intento de
gestionar las crisis económicas asegurando un mínimo
nivel de vida de forma generalizada.
Como
decimos estas investigaciones no tenían una pretensión
exclusivamente académica, dado que instan de forma enérgica
a los políticos y a los funcionarios estatales a encarar y
aplicar las medidas correctoras necesarias para extirpar socialmente
las formas latentes del antisemitismo, el fascismo, las “actitudes
seudo democráticas”, las “aberraciones” de
la derecha o los prejuicios raciales, lo cual está en la base
de la ingeniería social de la izquierda y de su pretensión
de configurar personalidades sanas y “no prejuiciosas”.
Sin
duda, es discutible que estas posiciones puedan considerase
marxistas, aunque sus adeptos se consideraron a si mismos como
discípulos revolucionarios de Marx. En este sentido siempre
mantuvieron un vínculo con elementos materialistas y
destacaron los factores socioeconómicos subyacentes a las
conductas neuróticas. Por ejemplo, Horkheimer afirmaba que la
crisis familiar se ha producido a causa de los efectos destructivos
del capitalismo tardío. A su entender, en esta fase histórica,
las mujeres quedaban despojadas de las parcelas de libertad que
disfrutaron en la casa durante el auge de la sociedad burguesa
liberal, para quedar sometidas simultáneamente al dominio
masculino, al del aparato productivo y al del Estado opresor.
Educaron a sus hijos de un modo sadomasoquista y la absorción
de este modelo de conducta reforzó el papel represivo del
Estado. En suma, la falta de alternativas humanas socialistas a tal
desorden trajo como resultado que la familia pasara a ser un caldo de
cultivo de trastornos psíquicos.
Herbert
Marcuse, sin duda el autor más vulgar y popularizado de esta
corriente, en su mezcolanza de Marx y Freud, propone una nueva
revolución que, después de socializar los medios de
producción, avanzase hacia la completa liberación
sexual para permitir una liberación auténtica de la
existencia. Los tópicos freudianos son así
socializados, hacía una utopía
en la que desaparece la represión y nace la mayor creatividad.
Una liberación estética y sexual, ligada a una
transformación del cuerpo que “debe convertirse en
instrumento de placer, en lugar de ser un instrumento de trabajo
alienado”.
Un
aspecto muy destacado de esta corriente ideológica es el
concepto de “antifascismo”, por cuanto es la destilación
final de su búsqueda del antídoto moral y cultural a la
raíz del mal, tal como indicábamos anteriormente. Estos
intelectuales, y particularmente Adorno, se caracterizaron por un
anti-anticomunismo que llevó aparejada una indiferencia
generalizada hacia las embestidas comunistas a la libertad personal y
social, que ya eran clamorosas a mediados de los sesenta. La razón
de esta actitud es evidente, dentro del esquema mental descrito, ya
que para ellos las actitudes anticomunistas eran la prueba palpable
de los residuos fascistas existentes en quienes las manifestaban.
Multiplicando
las acusaciones de “fascismo potencial”, Adorno ataca
prácticamente a toda institución: toda jerarquía
está basada sobre la arrogancia y sobre la sumisión, la
familia es “una fabrica de ideología reaccionaria”,
el padre, “un ser superior con el cual el niño está
obligado a identificarse de un modo masoquista”. Erich Fromm,
que ya había señalado “el vínculo
destructivo entre el cristianismo y la personalidad autoritaria”,
denuncia igualmente el patriarcado mientras ensalza “el sentido
de la libertad y de la igualdad presentes en la estructura
matriarcal”.
Los
teóricos de la Escuela de Frankfurt elaboraron una definición
de “fascismo” que retóricamente podría
aplicarse a cualquier cosa que se considere como retrograda o
insensible. Probablemente este no ha sido su único logro
conceptual, pero, como veremos, ha sido el más significativo
desde el punto de vista histórico.
Estos
intelectuales han sido calificados de “bolcheviques
culturales”, y sin duda, alteraron profundamente el clima de
opinión en Europa orientando el centro cultural hacia la
izquierda, pero sin afectar al capitalismo ni promover un cambio
revolucionario en la propiedad de los medios de producción.
Representan la metamorfosis o transposición del materialismo
revolucionario a un contexto cultural radical, en el que lo que queda
es el resentimiento y el odio a la sociedad burguesa considerada como
sinónimo de fascista, con el añadido de un elemento
inquietante que habrá de tener consecuencias ulteriores en los
planteamientos de la izquierda: el componente pedagógico o
reeducativo, recordemos lo dicho acerca del prejuicio y la mentalidad
autoritaria, que opera como uno de los motores fundamentales de la
ingeniería social de la izquierda actual.
Como
se ha dicho con acierto, “la razón dialéctica
propuesta por la escuela de Frankfurt es una razón que no cesa
de negar. Busca lo contrario, después lo contrario de lo
contrario, y al final lo contrario de todo: segrega el eterno no. En
este sistema, la conciencia misma, deviene negación, negación
de todas las mediaciones que se interponen entre el individuo y lo
total. Un pensamiento tal, que únicamente pretende la
disección critica de lo real por un incesante zumbido, no
puede jamás construir. Pero posee un inmenso poder de
subversión” (2).
En
definitiva, los teóricos frankfurtianos, desde la cima de los
elegidos con sus retorcidos análisis, siempre cautos ante todo
tipo de acción, proporcionaron los temas y los instrumentos de
la izquierda postmarxista.
Su
obra apuntaba ya hacía una izquierda lejos del proletariado,
una izquierda que pudiera reunir a sectores con estilos de vida no
tradicionales.
4.
La izquierda posmarxista
En
los años 80 están ya sentadas las bases para el ascenso
de la izquierda posmarxista. Se ha producido un cambio social,
económico y demográfico de gran envergadura. Los países
occidentales se orientaban hacía economías de servicios
y cambian los perfiles ocupacionales y sociológicos de la
antaño considerada clase obrera. Los trabajadores ya no se
identifican como clase con la misma fuerza que lo habían hecho
antes ya que sus modos de vida y sus entornos sociales se encontraban
en vías de extinción.
Los
amplios distritos electorales que habían votado por los
partidos comunistas se van reduciendo rápidamente, y, aún
más, el voto se desplaza hacia la derecha nacionalista en un
proceso de creciente descontento con la inmigración,
considerada como responsable del aumento de la inseguridad, la
violencia y de la reducción de los salarios.
Todo
ello se vio acelerado por la caída de la Unión
Soviética y de los regímenes comunistas del Este
europeo en 1.989, aunque la afiliación a los partidos
comunistas ya había mermado significativamente en los inicios
de la década. Finalmente las transformaciones económicas
y demográficas habían determinado que las
confrontaciones sociales en las que se basaba el comunismo fuesen un
hecho del pasado.
En
este duro contexto se va a producir un cambio muy importante en la
hegemonía de la izquierda con el declive, parece
que definitivo de los partidos comunistas. Los socialistas se
adaptaron mejor al cambio de escenario y entendieron claramente que
su futuro político estaba ligado a una clase profesional en
ascenso que había dejado de lado los valores cristiano-
burgueses, y por otro lado, a la creciente población
inmigrante.
Por
otra parte, quizás en un intento de buscar una continuidad
simbólica, los partidos socialistas se han cuidado mucho de no
provocar a los comunistas y han procurado identificarse con ciertos
elementos de su idiosincrasia. A este respecto resulta reveladora su
voluntad de no admitir la magnitud de los errores y crímenes
del comunismo, y en ello hay, sin duda, otro factor de continuidad
con los frankfurtianos. Su actitud es atribuir las críticas al
comunismo a motivos abyectos pues quienes toman conciencia de los
crímenes comunistas intentarían desviar la atención
de las atrocidades cometidas por la derecha, y especialmente el
Holocausto, luego incurrirían en “fascismo”, el
gran mal, merecerían la “reeducación”, y su
discurso no podría ser planteado en la buena sociedad.
Esta
“nueva” izquierda se modula en una lucha constante contra
el “fascismo” y en la promoción permanente de la
agitación cultural desde las grandes plataformas mediáticas
y culturales de lo políticamente correcto, en las que se
elaboran las agendas culturales y se ensalzan o se proscriben los
libros, los autores y los temas de interés, y que finalmente
van introduciéndose, en un proceso incontenible y devastador,
en los grandes medios y en las expresiones de la cultura popular, la
televisión, la música, la literatura o el cine.
Así,
por ejemplo, desde finales de los años setenta en Francia, y
antes en los USA, se ha librado una batalla por la aceptación
legal y social de los estilos de vida homosexuales e incluso de la
pederastia. En junio de 1.999 el diario francés Liberation
presentaba la guerra contra la homofobia como un punto esencial de la
lucha de la izquierda contra el fascismo: “La homofobia,
heredera de la mala bestia nacida del racismo, requiere una
permanente actitud vigilante por nuestra parte”, y continuos
esfuerzos, “no solamente en la batalla por la ampliación
de derechos, si no también en el ámbito de las
emociones humanas”. Hay que entender que se pretendería
incidir precisamente en dichas emociones, para lo cual no hay mejor
recurso, en el mundo actual, que esos medios de la cultura “pop”.
Quizás
la última manifestación de este proceso que estamos
recorriendo sea la llamada “ideología de genero”,
en la que viene a confluir el feminismo radical, otro de los temas de
la agenda progresista, con el marxismo. Ya Engels sentó las
bases de la unión entre marxismo y feminismo en “El
origen de la familia, la propiedad privada y el Estado”,
escrito en 1.884, en el que afirma: “El primer antagonismo de
clases de la historia coincide con el desarrollo del antagonismo
entre el hombre y la mujer unidos en matrimonio monógamo, y la
primera opresión de una clase por otra, con la del sexo
femenino por el masculino”.
Citábamos
antes a Marcuse, y su utopía sexual, pero recordemos también
a otra vieja conocida, Simonne de Beauvoir que anunció ya en
1.949 su conocido aforismo: “¡No naces mujer, te hacen
mujer!”, más tarde completado por la lógica
conclusión. “¡No se nace varón, te hacen
varón!”.
La
ideología de género es un feminismo radical surgido
hacia fines de los 60, que rompe con el anterior movimiento feminista
de paridad (que creía en la igualdad legal y moral de los
sexos), para exigir el derecho a determinar la propia identidad
sexual, y así llegar a una sociedad sin clases de sexo. Tuvo
una fuerte presencia en la polémica Cumbre de Pekín, la
IV
Conferencia
Mundial de la ONU sobre la Mujer, realizada en septiembre de 1995.
Las
feministas de género denuncian la urgencia de desconstruir los
roles socialmente construidos del hombre y de la mujer, porque esta
socialización –dicen– afecta a la mujer negativa e
injustamente. Una de sus teóricas, Judith Butler, afirma: “Al
teorizar que el género es una construcción radicalmente
independiente del sexo, el género mismo viene a ser un
artificio libre de ataduras. En consecuencia, varón y
masculino podrían significar tanto un cuerpo femenino como uno
masculino; mujer y femenino, tanto un cuerpo masculino como uno
femenino.” La heterosexualidad no significaría más
que uno de los casos posibles de práctica sexual. Ni siquiera
seria preferible para la procreación, y en último
extremo las técnicas actuales hacen posible la completa
disociación entre sexualidad y procreación,
maternidad/paternidad y filiación. Y como la identidad
genérica podría adaptarse indefinidamente a nuevos y
diferentes propósitos, correspondería a cada individuo
elegir libremente el tipo de género al que le gustaría
pertenecer, en las diversas situaciones y etapas de su vida.
Ni
que decir tiene que el objetivo de esa desconstrucción es la
familia y el matrimonio, y lo corroboramos con esta cita que se
comenta por si sola de la feminista Shulamith Firestone, en su libro
“La dialéctica del sexo”: “El colapso de la
revolución comunista en Rusia se debió al fracaso en
destruir la familia, que es la verdadera causa de la opresión
sicológica, económica y política. `Mamá´
es una institución sin la cual el sistema se destruiría.
Entonces
´Mamá´ debe ser destruida para ser sustituida por
una feminista socialista que acabaría con la explotación
capitalista”.
Hay,
por último, un elemento novedoso y que merece ser cuando menos
anotado, en esta nueva izquierda, y se refiere a su posición
respecto a los Estados Unidos, por cuanto son identificables muchas
afinidades con los ideales americanos e incluso con el capitalismo.
El viejo antiamericanismo de los 60 se ha difuminado y en Francia,
por ejemplo, hay un sentimiento proamericano muy fuerte entre amplios
sectores de intelectuales de la izquierda, que aplican de forma
rutinaria el rotulo de “extremismo de derecha” a toda
crítica al imperialismo americano. Es significativo que
Estados Unidos reciba alabanzas por haber destruido la vieja Europa
por medio de la exportación de un nuevo modelo económico
y social.
Finalmente
el ejemplo americano ha contribuido a la tarea de la integración
europea como proceso diseñado para construir un continente
pluralista, secular y socialdemócrata. Perdido todo interés
en las redistribuciones económicas y en la nacionalización
de la producción se percibe como necesario un compromiso con
el capitalismo y con la globalización económica con sus
posibilidades ilimitadas, lo cual no es incompatible, ni mucho menos,
con la agenda ideológica y cultural de esta nueva izquierda.
5.
Resumen: los factores decisivos y una nota final
Por
tanto, después de este recorrido podemos entender la
transformación producida en el seno de la izquierda desde la
crisis del comunismo, a través de cuatro grandes factores o
claves:
1.
Sustitución del sujeto histórico: del proletariado a la
burguesía con mala conciencia.
2.
Mutación de sus objetivos: de la justicia social y la
redistribución material a los nuevos estilos de vida
“liberada”, y en el límite a la desconstrucción
de la naturaleza humana a través de sus instituciones básicas.
3.
Metamorfosis de su instrumento intelectual: de la ideología
científica, en su versión de materialismo histórico
o de economicismo cientifista, a un Nuevo Moralismo.
4.
Modificación de su desideratum o aspiración última:
del Comunismo en su forma de revolución proletaria y finalidad
distributiva, al cambio cultural y finalmente antropológico.
Llegados
a este punto no me resisto a transcribir unas palabras esclarecedoras
del filósofo italiano Augusto del Noce, escritas en el ya
lejano y evocador 1.989, y que a mi modo de ver aportan un matiz
interesante al tema de nuestro análisis. La trayectoria de
esta mentalidad sirve de fondo interpretativo del desarrollo reciente
de la sociedad occidental y la explosión de la Contestación
en 1.968 es un momento significativo para comprender tal desarrollo.
Augusto del Noce la calificó como la última revolución
burguesa, en tanto que marca el paso desde el viejo estadio burgués
a una nueva etapa. En ese proceso, nos dice el filósofo
italiano, “el marxismo ha encarnado la cultura del paso desde
la sociedad cristiano-burguesa, a la sociedad burguesa pura. Incluso
se podría decir que ha encarnado la transición hacia lo
peor, en el sentido de que gracias a él la sociedad burguesa
ha perdido todo el sentido moral y religioso que le quedaba,
liberándose de todas las ¨escorias¨ que todavía
la unían a la sociedad tradicional, y presentándose así
como materialismo y laicismo acabados. Occidente ha realizado todo lo
que prometía el marxismo, salvo la esperanza mesiánica”
(3)
Sin
duda, es un enfoque abierto a reflexiones interesantes.
III.-
La izquierda postmarxista como una forma de religión política
En
primer lugar, cabe preguntarnos por qué hablamos de Religión
Política. Hay algunos antecedentes reveladores en el amplio
universo del marxismo.
El
filosofo marxista alemán Ernst Bloch, coetáneo de la
Escuela de Frankfurt y amigo de Adorno, desarrolla los elementos
utópicos del marxismo. En una de sus obras, titulada “El
Principio de esperanza”, hace el inventario de los mitos
mesiánicos que podrían aportar al marxismo su
“fundamento teológico”. Apelando a la energía
utópica, considera la teoría marxista como un nuevo
profetismo. “Es necesario considerar –escribe- el camino
del socialismo marchando de la ciencia a la utopía, y no
solamente de la utopía a la ciencia”. En su obra
“Ateismo en el cristianismo” afirma que “el hombre
es el dios del cristianismo”.
Resulta
curioso y revelador también que una de las obras de este
filósofo esté dedicada al antiluterano Thomas Münzer,
el fundador de la secta de los anabaptistas, que ya en el siglo XVI
había profetizado el advenimiento de un milenio igualitario y
comunista.
De
lo que se trata, en definitiva, es de la correspondencia entre el
proyecto de esta nueva izquierda como aspiración redentora en
el proceso hacía un final de la historia que culmina en un
mito de “liberación”, a través de un cambio
profundo en la naturaleza del hombre. Veamos algunos de sus
elementos.
Hay
una persistente nostalgia del comunismo, que transciende su propio
fracaso histórico, y que se basa en la creencia arraigada de
que “en el centro del comunismo está el amor a la
humanidad”, y de que ha representado una valiosa experiencia de
aprendizaje humanitario. En el trasfondo, más o menos
atenuado, sigue presente como punto de referencia un dios comunista,
que acoge a los mártires en la cruzada contra el fascismo.
Hay
también, y de manera muy acusada, un dualismo moral simplista,
que excluye una comprensión completa de la realidad. Las
convicciones previas moldean y condicionan la percepción de la
realidad. Así se exagera la malevolencia de los adversarios
políticos y una nueva expresión, no menos virulenta de
rencor, ha sustituido al viejo rencor igualitario y de clase.
Hay
una obsesión retórica con los peligros fascistas,
porque el antifascismo actual aporta el criterio esencial que nos
permite distinguir el Bien del Mal. Es necesario estar constantemente
al acecho para extirpar, antes de que sea tarde, las amenazas. La
izquierda poseería una pureza de intenciones que se demuestra
continuamente en el combate incesante contra lo impuro. Esta
autoconciencia de la pureza moral crea su propia cultura cívica
aliada con sectores importantes de la judicatura y de la
Administración Pública.
Otro
elemento que no podemos dejar de destacar es la peculiar tolerancia
que se promueve en el terreno multicultural, por cuanto más
que basarse, no ya en valores cristianos como la caridad, ni siquiera
en la más convencional cortesía, encuentra su
fundamento en un profundo autorrechazo
ancestral.
En
este punto podemos observar la traducción a la política
de un culto de la culpa cultural cuya introspección condiciona
gravemente la percepción de la realidad y de la historia. Así
las grandes migraciones que estamos viviendo constituyen la gran
oportunidad para una reconstrucción de los viejos países
europeos y de la que se espera y se desea “un cambio inagotable
en las costumbres, una imparable hibridación y una
transformación étnica total”. Son palabras de
Humberto Eco.
En
último extremo, “bienvenido sea el caos”, piensan
todos aquellos que como la escritora norteamericana
Susan Sontang han hecho suya la
afirmación de que Occidente es el “cáncer de la
humanidad”. Y por ello desean frenéticamente una
repoblación de Occidente con inmigrantes no occidentales, con
independencia de que muchos de ellos evidencien actitudes
inequívocamente hostiles y ningún deseo de integración.
Todo
ello configura una especie de rito de conversión, una
particular metanoia, de la experiencia del pecador arrepentido que se
convierte y que ya queda, purificado, a la espera del autentico fin
de la historia en este nuevo paraíso.
Los
aspectos heroicos de las viejas religiones políticas del siglo
XX han desaparecido por completo, las férreas tiranías
en que se desplegaron son felizmente cosa del pasado, y sin embargo,
esta nueva religión política también tiene su
aspiración redentora encaminada a esa perfección de la
historia y a ese “estadio avanzado de evolución de la
conciencia humana” que se arroga la izquierda, y para lo cual,
ya no son necesarias groseras coacciones o la brutal represión,
sino que se extiende con un despotismo blando pero implacable porque
ha conquistado la mentalidad social.
IV.-
Conclusiones y perspectivas
Podemos
decir que todo este proceso ha sido impulsado por una elite rebelde
operando en un contexto histórico excepcional, caracterizado
no lo olvidemos por el enorme impacto emocional de las guerras
mundiales en la conciencia del hombre occidental, y utilizando como
herramienta intelectual la cultura marxista en sus variadas
expresiones, para configurar una nueva moralidad, una nueva
pretensión de sentido y un nuevo proyecto humano.
Mantiene
un vínculo con las utopías liberadoras de antaño
y adquiere las formas de una nueva religión política,
sin coerción física ni liderazgos heroicos, pero que va
decantándose en un totalitarismo blando
aunque, por ello mismo, extraordinariamente eficaz por cuanto
oculta los verdaderos mecanismos de su asimilación.
Ha
parasitado símbolos judeo-cristianos, pero viene equipada con
sus propios mitos de transformación.
Esta
elite ha triunfado políticamente y cuenta con respaldos
decisivos en los medios de comunicación, la judicatura y la
Administración, cuya acción conjunta ha ido desplazando
los objetivos políticos desde la provisión de servicios
sociales hasta la promoción y el respaldo de nuevos estilos de
vida.
Lo
que guía a esta izquierda no es meramente el desagrado por la
sociedad burguesa, mezclado con fantasías eróticas,
sino una profunda dedicación a la transformación
histórica y cultural.
La
pretensión moral que la anima conduce necesariamente a una
intervención educativa, contemplada en términos de
reeducación en la tolerancia, como valor instrumental para la
eliminación pública de las éticas de raíz
religiosa, constreñidas a un ámbito meramente privado y
sin legitimidad por tanto para intervenir en el debate social y
político, y, en última instancia, en la evolución
de nuestra sociedad.
En
la particular circunstancia española todo ello se configura en
una batalla de cariz religioso, recrudecida ahora por cuanto los
nuevos clérigos progresistas estaban convencidos de la
mutación del catolicismo español en una versión
peculiar, secularizada y amable de un moralismo de los “valores
comunes”, que hubiera abonado el terreno para su cosecha
cultural. La reacción les sorprende y les excita.
¿Qué
hacer?
Mi
tarea era aportar un diagnostico crítico, y aquí os
dejo mis reflexiones. Si la primera condición para actuar es
entender lo que pasa y lo que nos pasa, aquí esta mi
aportación.
Se
han transformado las conciencias y se ha alterado la moralidad social
de tal modo que revertir una situación como la descrita
requiere de enormes recursos morales, intelectuales, también
políticos, y en suma, de comunicación porque la
mentalidad social es la que condiciona las mayorías políticas,
como bien comprendió hace tiempo el izquierdismo europeo. La
mayoría ideológica es más importante que la
mayoría parlamentaria, ya que la primera siempre anuncia la
segunda, en tanto la segunda, sin la primera, está llamada a
derrumbarse. Elemental lección que todavía no ha
aprendido la derecha española.
Con
este enfoque, se pueden apuntar algunas posibilidades y algunas
condiciones para la acción, porque se trata, en todo caso, de
una labor a largo plazo.
_
La necesidad de lo simbólico porque hay que actuar en el campo
de las mentalidades, y por tanto utilizar los recursos y medios de la
cultura popular.
_
La necesidad de la agitación porque hay que mantener unos
equipos entrenados en el combate cultural y a la posible base social
movilizada.
_
La importancia de intervenir en el mundo educativo porque hay que
interferir en los proyectos reeducadores, a la vez que promover la
superación del actual sistema educativo.
_
La recuperación de la razón en la línea de lo
expuesto por Joseph Ratzinger. Europa vive una crisis religiosa
porque vive una crisis intelectual sin precedentes. “El
cristianismo debe recordarse siempre que es la religión del
Logos. Esto es, fe en el Creator Spiritus, en el
Espíritu
Creador, del cual proviene todo lo real. Precisamente esta debería
ser hoy su fuerza filosófica, pues el problema es si el mundo
viene de lo irracional, y la razón no es por tanto otra cosa
que un “subproducto”, quizás mas dañoso, de
su desarrollo, o si el mundo proviene de la razón, y ella sea
por tanto su criterio y su meta. La Fe cristiana va por esta segunda
tesis, teniendo así, desde el punto de vista puramente
filosófico, buenas cartas que jugar, no obstante sea la
primera tesis considerada hoy por tantos la única “racional”
y moderna.
Pero
una razón que sale de lo irracional, no constituye una
solución a nuestros problemas. Solo la razón creadora,
y que en el Dios crucificado se ha manifestado como amor, puede
verdaderamente mostrarnos el camino” (4)
Como
hemos ido narrando la matriz intelectual y filosófica de todo
este proceso se localiza en los denominados “maestros de la
sospecha”, fundadores del discurso que finalmente ha
desembocado en este nuevo moralismo del que venimos hablando. Este
discurso arranca de considerar la conciencia humana como falseada,
bien por intereses económicos en Marx, bien por la represión
del inconsciente que esconde el deseo de placer en Freud, y acaba en
utopías totalitarias. Por ello ¿no es hora ya de
sospechar de la sospecha?, de recuperar el sentido, de enfrentar ya
la contradicción entre esa pretensión liberadora y su
terrible consecuencia: el nihilismo de una humanidad que no se
soporta.
_
Creo finalmente, como señala Máximo Borghesi, que en
nuestro siglo XXI el humanismo caminará de la mano del
cristianismo o perecerá a manos de la religión civil,
ese nuevo moralismo del que he venido hablando, o del salvajismo
yihadista. (5)
Como
en los tiempos más oscuros de la historia europea, el saber y
la razón filosófica parecen destinados a sobrevivir
tras los muros de los monasterios, sean estos cuales sean.
Pero
todo esto es materia para otro empeño que habrá que
desarrollar. ·- ·-· -······-·
José Luis Sáiz Calabria
Notas
(1)
Roberto de Mattei. “¿Una Europa gramsciana?”.
Revista Debate Actual, nº 5, noviembre de 2007. Ediciones CEU.
(2)
Alain de Benoist. “Vu de Droite: antología crítica
de las ideas contemporáneas”. 1977.
(3)
Augusto del Noce. Prefacio al libro de Marcello Venezianai “Processo
a L´Occidente. La sociedad global y sus enemigos”.
1990.
(4)
Joseph Ratzinger, Card. “Europa en la crisis de las culturas.
Reflexiones sobre culturas que hoy se contraponen”. Subiaco, 1
de abril de 2005.
(5)
Massimo Borghesi. “Secularización y nihilismo.
Cristianismo y Cultura contemporánea. Ediciones Encuentro,
2007.
Bibliografía
El
lector interesado puede encontrar un amplio desarrollo del proceso de
evolución de la izquierda en un texto reciente: “La
extraña muerte del marxismo. La izquierda europea en el nuevo
milenio”. Paul Edward Gottfried. Editorial Ciudadela, 2007.
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