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Subjetivismo, moral y derecho

por Max Silva Abbott

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Para muchos, moral y derecho son dos compartimentos estancos que deben diferenciarse nítidamente, a fin de evitar una contaminación mutua, en particular desde lo ético a lo jurídico.

De este modo, la idea es conseguir una completa autonomía, tanto en el ámbito privado, mediante una moral plenamente construida por cada uno, como en el público, a través del derecho, también construido, si bien mediante consensos.

Finalmente, se pretende que lo que se piense o haga en la esfera privada no tenga ninguna relación con lo público, siendo este último ámbito necesario para lograr una coexistencia pacífica, pluralista y tolerante, en atención a la notable heterogeneidad ética de nuestras actuales sociedades.

Sin embargo, esta independencia entre lo moral y lo jurídico resulta imposible. ¿Por qué? Porque se quiera o no, la materia que regula el derecho es, en buena medida, refleja, no propia, puesto que las leyes se nutren de un cierto contenido moral. ¿Cuál? Aquel fundamental para mantener la convivencia del grupo, aquellos valores básicos que requiere cualquier sociedad. De hecho, es en virtud de su importancia que los toma y protege el derecho, mediante una sanción especialmente fuerte y disuasiva: la sanción coactiva, esto es, que puede imponerse incluso mediante el uso de la fuerza física.

Por tanto, es imposible que no exista relación, y no poca, entre moral y derecho. Mas, si en materia ética cada uno pretende tener hoy ‘su verdad’, y además, la ‘verdad’ de unos y otros a menudo no sólo es diferente, sino opuesta e incluso irreconciliable (esto es, o triunfa una postura o la otra, no siendo posible un término medio: o hay o no hay aborto, pena de muerte, eutanasia, etc.), ¿cuál de estas diferentes éticas será la que impregnará al derecho, puesto que es a partir de la ética de cada cual que se forman los consensos?

El problema no es nada trivial, porque en el fondo, el derecho se convierte en una especie de amplificador de la moral que lo inspire, que puede imponerse incluso por la fuerza a quienes no estén de acuerdo con ella, mediante el poder coactivo del estado.

En consecuencia, si hoy asistimos a una auténtica Torre de Babel en materia ética, y para muchos no es posible (o incluso deseable) arribar a una ética racional, aunque sea mínima (esto es, que no dependa de la conveniencia, el capricho o las meras ganas), resulta inevitable que quienes lleguen al poder, terminen imponiendo ‘su moral’ al resto de la ciudadanía a través del derecho, lo que puede y está ocasionando hoy notables conflictos en varias sociedades occidentales.

Una razón más que demuestra la inevitable necesidad de arribar a una ética auténticamente racional, que dependa de principios objetivos, y no de intereses arbitrarios.

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Max Silva Abbott



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