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Socialismo y ciencia: el caso Lysenko

por Alfonso V. Carrascosa

De entre las barbaridades que en pleno siglo XX se han perpetrado contra la investigación científica, tal vez destaque por su magnitud y originalidad la del caso de este singular socialista, Trofim Lysenko (1898-1976), por supuesto ateo y, por ello, especialmente diseñado en principio para ser una mente lúcida y sin prejuicios. Sus actuaciones todavía están siendo pagadas por los rusos. Desde un punto de vista objetivo, los laicistas tienen mucho de lo que arrepentirse si pensaran un poquito antes de atacar a troche moche a todos los que creemos en Dios y manifestamos públicamente nuestra fe. Jose Mª Albareda le dedica en su obra magna “Consideraciones sobre la investigación científica” un espacio de reflexión que ha inspirado el presente artículo.

Como suele ocurrir en la historia de la humanidad, los males no siempre vienen solos. Si las atrocidades cometidas por otro célebre socialista, Adolfo Hitler, en cuanto a sus métodos de experimentación con judíos para el avance de la medicina, nos han horrorizado durante décadas, las acciones de Lenin, Stalin y sus secuaces son para caerse de espaldas. De ellas no se habla habitualmente. Particularmente socialistas y laicistas enmudecen y creo que ni las reconocen, ni las conocen si quiera. Pero ahí están.

Lysenko fue ingeniero agrónomo y llegó a tener gran responsabilidad en el socialismo, articulado en base a frases célebres tales como “salvo el poder, todo es ilusión” de Lenin, o la praxis de eliminación sistemática de colectivos asimilables al concepto “pequeño burgués” en el que cualquiera cabía. Con todos sus conocimientos Lysenko se le considera principal artífice de las hambrunas soviéticas y de que la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas pasasen de exportadoras a importadoras de trigo.

Lysenko se autoconsideró experto en cereales y propugnó la teoría de la vernalización, en virtud de la cual se admite la capacidad que tienen determinadas plantas para florecer en invierno. Lysenko pensó que el campo soviético sería un buen lugar de explotación de las mismas. Para ello además se apoyó en un teórico descubrimiento suyo, consistente en un método para abonar la tierra sin utilizar fertilizantes, acabando así con lo que él consideró ciencia pequeñoburguesa, que le llevó a realizar varias purgas en las que perdieron la vida prestigiosos científicos compatriotas suyos. Además consideró a parte de la ciencia , la contraria a sus propuestas, como “elitista y burguesa” . Así pues sustituyó las semillas a su antojo y destruyó la productividad de los campos.

De la mano de Stalin la emprendió con la genética, debido a haber sido fundada por un monje católico, Mendel, por lo que según él no se podía ajustar al ideal revolucionario. Años después, en 1964, el físico Andréi Sájarov que llegaría a recibir el Premio Nobel, dijo de él en la Asamblea General de la Academia de las Ciencias: “Es responsable del vergonzoso atraso de la biología y genética soviéticas en particular, por la difusión de visiones pseudocientíficas, por el aventurismo, por la degradación del aprendizaje y por la difamación, despido, arresto y aún la muerte de muchos científicos genuinos”.

Jose Mª Albareda (1902-1966), científico eminente de la primera mitad del siglo XX, sacerdote católico del Opus Dei y co-fundador con Ibáñez Martín del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, en su libro Consideraciones sobre la investigación científica”, publicado ahora hace 61 años y reeditado por mí en 2011

escribía sobre semejante personaje “Lysenko, el aldeano ucraniano, ha negado la Genética, porque, fundada por un agustino, con sus principios de constancia de los cromosomas, de líneas puras, de transmisiones hereditarias, rompía ese flujo amorfo, impreciso, que constituye el materialismo dialéctico. Y si Vavilov, con su enorme obra genética, quiso mantener los principios admitidos por todo el mundo científico, atreviéndose a enfrentarse con Lysenko, fué vencido en la discusión por la fuerza del encarcelamiento y de la muerte”. Ahondando un poco en esta línea de racionalidad socialista mencionaba “También Huxley se ha referido a esta arbitraria intromisión de la ideología marxista en la investigación científica de Rusia. "Entre los acuerdos del Praesidium de la Academia de Ciencias figuran, por ejemplo, la abolición del Laboratorio de Citología, Histología y Embriología, dirigido por N. P. Dubinin, por "no científico e inútil' El laboratorio de Citología Botánica del mismo Instituto se cerrará por las mismas razones. Los seguidores de la genética morgano-weismanniana habrán de ser sustituí-dos por los partidarios de la biología progresiva michuriniana, ya que según una declaración explicativa en cierto número de Institutos de la Academia, la Genética formal no ha sido combatida con suficiente energía, ya que Lysenko "ha demostrado la inconsistencia de la teoría idealista reaccionaria de los seguidores del Weismannismo”. "Considerando los puntos de vista morganistas como 'completamente extraños a la concepción que el pueblo soviético tiene del mundo', y que "la ideología weismanniana-morganista es idealista y antipatriótica', nada sorprende el siguiente fragmento tomado de una declaración del Praesidium "La orientación materialista de Michurin en biología 'es la única forma de ciencia aceptable', ya que está basada en el materialismo dialéctico y sobre el principio revolucionario de modificar la naturaleza en beneficio del pueblo. La enseñanza idealista weismanniana-morganista es pseudocientífica porque está fundada sobre la noción del origen divino del mundo y admite las leyes científicas eternas e inalterables. La lucha con las dos ideas ha tomado el aspecto de la lucha de clases ideológica entre el socialismo y el capitalismo, en el campo internacional, y en menor escala, entre la mayoría de los científicos soviéticos y una insignificante minoría de científicos rusos, que todavía conservan rasgos de la ideología burguesa. Esto no es un compromiso. El Michurinismo y el Morgano-Weismannismo no pueden reconciliarse"

Este libro de Albareda, que próximamente reeditaré, es más que recomendable para aquellos que quieran conocer cómo un católico anima a los jóvenes investigadores a hacer su trabajo, y para quienes deseen saber más sobre la articulación de la investigación científica en el mundo, en la primera mitad del siglo XX.

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Alfonso V. Carrascosa



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