Arbil cede
expresamente el permiso de reproducción bajo
premisas de buena fe y buen fin |
Para
volver a la Revista Arbil nº 127
Para volver a la tabla de
información de contenido del nº 127 |
La semana trágica de Barcelona. La quema de los colegios escolapios.
por
Martín Ibarra Benlloch
La semana trágica de Barcelona en 1909, tuvo un gran impacto en España y de manera particular en Barbastro. La quema de los colegios de las Escuelas Pías de la ciudad condal fue una barbarie desde el punto de vista cultural y religioso.
|
Las
inversiones mineras en Marruecos habían ido en aumento en los últimos años, a
partir sobre todo de 1907. La penetración pacífica española se vino al traste
cuando algunas cabilas obstaculizaron la labor de estas minas, a finales de
1908. La guerra se hizo inevitable. Gran parte de la prensa, sobre todo la
socialista y republicana criticaron acerbamente esta guerra, a la que muchos
calificaron como «guerra de los banqueros». Pablo Iglesias, en un mítin de
11 de julio en Madrid había dicho: «Si es preciso los obreros irán a la huelga
general con todas las consecuencias, sin acordarse de las represalias que el
gobierno pueda emplear contra ellos [...] Se impone la huelga, y después, si
esto no basta, la acción revolucionaria [...] solamente he de dar un consejo a
los proletarios: no tiréis a los de abajo, tirad a los de arriba» (El
Socialista, 23-VII-1909).
El
conservador Antonio Maura decidió fortalecer la posición de Melilla y para ello
se movilizaron más tropas que embarcarían en Barcelona. Se convocó la huelga
general, que los radicales de Alejandro Lerroux, junto con otros, aprovecharon
para una virulenta revuelta antirreligiosa.
El
mes de julio, los horrores revolucionarios de Barcelona conmueven a «todas las almas
rectas». El vicario capitular de Barcelona, don Ricardo Cortés manda una carta
al obispado de Barbastro explicando algunas de las cosas sucedidas: «las turbas
forajidas han entregado á las llamas cerca de cuarenta iglesias y casas
religiosas (...) y sin respetar siquiera el descanso de los muertos, arrebatado
de sus tumbas los cadáveres de las religiosas para convertirlas en burla y
ludibrio de la plebe» [1] .
La
narración de los sucesos es estremecedora. El martes 27 de julio, entre la 1,30
y las 3,30 horas de la tarde comenzaron a arder los conventos. Merece la pena
extractar lo referente al asalto e incendio del colegio escolapio de San Antón,
con el que tan vinculados se encontraban los escolapios de Barbastro.
«En la Barcelona propiamente dicha, el espectáculo se
inició con la demolición de los hermosos edificios, de cuatro pisos de alto y
que ocupaban toda una manzana, pertenecientes a los hermanos escolapios. Tanto
el lugar como la orden religiosa habían sido cuidadosamente seleccionados. El
viejo y grave edificio del Real Colegio de San Antón se hallaba en el corazón
de la ciudad, en la extremidad de un barrio humilde. Los escolapios habían
estado vinculados durante mucho tiempo con la causa carlista, de la que se
rumoreaba se estaba armando para un nuevo alzamiento. Pero según los propios
escolapios, los incendiarios eligieron aquel lugar para iniciar la quema de la
propiedad eclesiástica de Barcelona porque ellos eran la principal orden
religiosa relacionada con la educación del pobre, y recibían generosas
subvenciones del estado para este fin, tarea que realizaban junto con la
educación de las clases acomodadas; durante los últimos años habían constituido
un blanco especial para los ataques de los educadores laicos, y específicamente
de Francisco Ferrer [2].
El
asalto había sido preparado minuciosamente. A primeras horas de la mañana del
martes, un grupo comenzó a levantar barricadas destinadas a impedir que la
policía montada o la caballería militar cargara contra los rebeldes. Estas
barricadas fueron desmanteladas por un destacamento de dieciséis guardias
civiles a caballo que permaneció toda la mañana custodiando el edificio, pero
de pronto, a mediodía, por razones que jamás fueron explicadas, los guardias
civiles se retiraron. Inmediatamente un grupo de hombres, mujeres y niños
comenzó a levantar de nuevo las barricadas, tarea que requería por lo menos una
hora de trabajo.
(p. 407) Los individuos encargados del asalto al establecimiento de los escolapios
aprovecharon bien la hora de que disponían, entre la una y las dos mientras era
incendiada la iglesia de Sant Pau). Una de las tareas era procurarse armas.
(...)
A las dos de la tarde llegó un individuo para dar la señal de ataque. Llevaba
un traje de calle, no blusa de obrero; algunos cuchicheaban que se trataba de
un famoso carterista, mientras otros opinaban que era el hijo de una familia
rica, antiguo alumno de los escolapios. El hombre agitaba su bastón en el aire,
gritando: "Viva la república y la revolución" y el ataque comenzó. Un
grupo de muchachos forzó la entrada por los portones de madera que daban a la
avenida principal. Otro grupo de jóvenes entró con largas escalas de mano, las
apoyó contra el edificio y trepó hasta el segundo piso, mientras otros trataban
de forzar la entrada por las puertas de acceso al patio. Centenares, tal vez
miles de personas, contemplaban el espectáculo desde las calles o desde los
balcones de las casas vecinas.
La
luz pública se concentró brevemente en los cincuenta sacerdotes y hermanos
escolapios que se encontraban todavía en el interior de la residencia. Habían
rechazado todas las advertencias de que abandonaran el edificio, basándose en
que, como educadores de los pobres, su convento había sido uno de los pocos que
respetaron las masas en Barcelona en el año 1835 y volvería a ser respetado de
nuevo. Incluso en el caso de que fueran atacados, el rector, padre Ramón Riera,
estaba convencido de que "la barriada entera se pondría a nuestro lado
para defendernos. ¡Qué equivocados estábamos! Nadie vino a rescatarnos" [3] .
Por un momento pareció que ni siquiera las autoridades iban a prestarles ayuda,
ya que sólo después de que el rector hiciera tres frenéticas llamadas
telefónicas (p. 408) al general Santiago obtuvo respuesta. A las 2,30 de la
tarde, mientras ardían los principales accesos de la escuela, llegó el capitán
general en persona al mando de cincuenta infantes y doce soldados de
caballería. De acuerdo con la táctica establecida, la multitud atacante
aplaudió a las tropas, que no hicieron más que escoltar a los sacerdotes de la
residencia a los carruajes que les esperaban fuera. El general Santiago se
marchó, pero muchos de los soldados se dirigieron al otro lado de la calle para
contemplar el incendio. Los escolapios estaban firmemente convencidos de que el
ejército tenía órdenes "de tolerar ciertas cosas".
Hacia
las 3 de la tarde, entre cincuenta y sesenta muchachos se hallaban en el
interior de las Escuelas Pías, arrojando por las ventanas objetos a la hoguera
levantada bajo la dirección de Antonio Villanueva Cabo, quien tenía extensos
antecedentes carcelarios por hurto y otros delitos. (...)
Inmediatamente
los incendiarios cruzaron la calle para prender fuego a las Escuelas Pías para
niños pobres. Sin embargo, permitieron a los bomberos atajar el fuego que
amenazaba a las casas obreras colindantes, pero les prohibieron dirigir sus
mangueras al cuerpo central del edificio de la escuela» [4].
La
advertencia estaba clara para la Iglesia Católica. Los escolapios acusaron el
zarpazo, pues tuvieron numerosas casas, colegios e iglesias quemados. La
impresión fue muy honda en toda la Órden Escolapia. Por supuesto en la ciudad
de Barbastro, que tantos lazos comunes tenía con la ciudad de Barcelona. En
Barbastro no se respira, de momento, un ambiente de tan enconada oposición,
pero como denuncian los obispos de la provincia eclesiástica de Zaragoza,
hechos como éste son el resultado «de propagandas impías y absurdas», resultado de
una educación laica y atea que el Gobierno liberal está implantando» [5] .
Manuel Casasnovas Sanz, abogado y director del semanario barbastrense El Cruzado
Aragonés, escribía así con motivo de la fiesta de san José de Calasanz del
año siguiente este párrafo: «¡Mas á los sicarios que en la semana trágica sembraron
de crímenes, profanaciones y sacrilegios la ciudad de Barcelona, reservada estaba
la tristísima misión de incordiar el espacioso Colegio de San Antonio en el que
recibían gratuita instrucción cerca de dos mil alumnos de las clases obreras,
destruyendo con el incendio su nutrida biblioteca de 80.000 volúmenes,
incunables bastantes de ellos, y sus abastecidos gabinetes de Física, Química é
Historia natural que con los de la Universidad é Instituto competir podían en
todos conceptos» < [6] .
Su recuerdo estaba, pues, muy vivo entre los barbastrenses. ·- ·-· -······-·
Martín Ibarra Benlloch
***
Visualiza la realidad del aborto: Baja el video
Rompe la conspiración de silencio. Difúndelo.
|
|
Para
volver a la Revista Arbil nº 127
Para volver a la tabla de
información de contenido del nº 127
La página arbil.org
quiere ser un instrumento
para el servicio de la dignidad del
hombre fruto de su transcendencia y
filiación divina
"ARBIL,
Anotaciones de Pensamiento y
Crítica", es editado por el Foro
Arbil
El contenido de
estos artículos no necesariamente
coincide siempre con la línea editorial
de la publicación y las posiciones del
Foro ARBIL
La reproducción total o parcial
de estos documentos esta a disposición
del público siempre bajo los criterios
de buena fe, gratuidad y citando su
origen.
|
Foro
Arbil
Inscrita en el
Registro Nacional de Asociaciones. N.I.F.
G-47042954
Apdo.de Correos
50080 Zaragoza (España)
ISSN: 1697-1388


|
|
|