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La leyenda negra hispanoamericana

por Javier Sáenz del Castillo y Caballero

La Leyenda Negra no es sólo una visión negativa de España y de los países hispánicos que se difunde en Europa durante la Edad Moderna, sino que se ha transformado en parte del imaginario colectivo vigente en la cultura hoy dominante en occidente. Más aún, se ha producido por ello una “interiorización” de la misma en España y América., una asunción por nuestra sociedad de muchos de los postulados falsamente históricos sobre nuestro propio pasado en que tal imagen se fundamenta. Esta pervivencia y generalización de la Leyenda Negra resulta un elemento perturbador en el conocimiento de nuestra propia Historia, y como tal, un elemento negativo en el desarrollo de nuestra sociedad en aquellos aspectos que implican un trasfondo histórico, y al mismo tiempo es un factor perjudicial en las relaciones de España con los pueblos hermanos de América. El artículo incluye una definición de la Leyenda Negra. sus objetivos y características, trata los contenidos esenciales de la misma y explica el desarrollo histórico de la leyenda negra: sus orígenes, como se desarrolla en los siglos XVI y XVII, durante el siglo de la ilustración y en la época contemporánea, así como la polémica del V centenario

“Quien es dueño del presente, escribe el pasado.
Y quien escribe el pasado, dominará el futuro”
George Orwell

Cuando se aborda la historia de Hispanoamérica (sea de forma general, sea sobre un periodo, territorio o aspecto concreto), o, más reducido, cuando se trata la historia de España sin hacer referencia al Nuevo Mundo, tarde o temprano nos encontramos con el fenómeno que se ha dado en llamar “Leyenda Negra”, como si se tratara de un fantasma cuya visión fuera inevitable. Y aparece tanto de forma inconsciente, reflejándose en el resultado final del trabajo (ya sea éste histórico, literario, periodístico, o de cualquier otro tipo) de los distintos autores algunas de las opiniones y explicaciones que de la historia hispanoamericana proporciona dicha leyenda, como conscientemente, cuando el autor en cuestión, mientras realiza su tarea, se enfrenta ante la reflexión de si lo que está haciendo se corresponde con la verdad o con el tópico, o incluso con la falsedad; pero unos tópicos y unas falsedades, unas deformaciones históricas en suma, tan persistentes y tan definidas que hasta gozan de nombre propio.

Y es que esa leyenda de la que hablamos no es simplemente una fábula caprichosa, ni algo que pertenezca al pasado y que hoy podamos tratar con el desapasionamiento que permite la lejanía en el tiempo. Lo que denominamos “Leyenda Negra” pretende ser una explicación supuestamente objetiva de la historia, y como tal es un elemento del pasado y también del presente, por cuanto es una especie de la memoria histórica que continúa hasta nuestros días, configurando para muchos la manera como entienden esa historia.

Siguiendo con esto, la Leyenda va más allá de la historia entendida simplemente como relato de lo sucedido en el pasado, puesto que, con la misma importancia que esto, también se compone de una interpretación de las causas y del significado de esos mismos sucesos. Llega así a formar parte de lo que es una ideología en el sentido amplio del término, es decir, el conjunto de ideas que caracterizan el pensamiento de una persona, de un grupo, o de una época: en definitiva, lo que entendemos por una mentalidad. Incluso se puede afirmar, sin caer en la exageración, que por lo que tiene de ideológico, de interpretación de la historia conforme a unas ideas o doctrinas determinadas, forma parte de lo que en filosofía se denomina una cosmovisión: una manera de ver e interpretar el mundo en su conjunto; en este caso, una manera de ver e interpretar la historia del mundo, o de una parte de éste.

No debe extrañar que esto sea así. No es necesario hacer filosofía de la historia y decir, con Hegel, que las ideas son el motor de esa misma historia, del desarrollo de los acontecimientos humanos. Basta con percatarse, y esto nadie puede negarlo, que la Historia, así escrita, con mayúscula, la explicación e interpretación del pasado antes referida, es la base de las diferentes doctrinas sociopolíticas (incluso de las que niegan esto, pues ya con esa negación toman una postura frente a la misma historia). Y es que dar una interpretación del pasado supone mostrar lo que es o ha sido bueno y lo que es o ha sido malo, lo justo y lo injusto, o lo que consideramos que lo es, así demostrado por el resultado de los acontecimientos pretéritos. En cierto modo, esto es afirmar que la historia es el “laboratorio de la moral”, y es por ello por lo que se puede decir que la interpretación de la historia es el fundamento de la política, en el sentido más amplio y noble de la palabra: de la forma como organizamos las relaciones de la sociedad en el presente. Ahí es donde se encuentra la verdadera importancia de la Historia y la necesidad de su estudio y de su conocimiento.

Una definición de la leyenda negra, sus objetivos y sus características

La mejor manera para definir algo, posiblemente, comienza por buscar su significado en los diccionarios. Según el de la Real Academia Española, la palabra leyenda significa, en su 4ª acepción, “relación de sucesos que tienen más de tradicionales y maravillosos que de históricos y verdaderos”. En este mismo diccionario encontramos que el adjetivo negra se refiere tanto a algo “oscuro y deslucido, o que ha perdido el color que le corresponde” (4ª acepción), es decir, que no es como debería ser en realidad, como a “la novela o el cine de tema criminal y terrorífico, que se desarrolla en ambientes sórdidos y violentos” (6ª acepción), es decir, una fantasía en torno al mal. Con lo dicho, resulta evidente que el término de “Leyenda Negra” no ha sido acuñado por quienes sostienen esa determinada visión de la historia hispanoamericana, sino precisamente por quienes han reaccionado[1] en contra de tales opiniones, al considerar que presentan como verdad lo que no lo es (es decir, leyenda), y considerar además que lo hacen intencionadamente de manera deformada y negativa (es decir, negra), para crear una opinión contraria. El mismo Diccionario de la Real Academia da una definición históricamente muy acertada, aunque algunos puedan estimarla incompleta, de la propia Leyenda Negra: “opinión antiespañola difundida a partir del siglo XVI y basada en la política de España en Italia, Alemania y los Países bajos, y en la conquista de América”.

Más allá de la discusión sobre las palabras (que, en cualquier caso, siempre es importante), lo que pretende el párrafo anterior es adelantar que la Leyenda Negra no es realmente Historia, como quedará explicado más adelante, puesto que no se corresponde con la realidad de los hechos, sino que es una ficción. Pero no se trata simplemente de una ficción literaria, sin más pretensiones que las propias del género, sino que es una ficción, como se indicó en la introducción, al servicio de unos planteamientos ideológicos, doctrinales, o de unos intereses particulares.

Una vez definido lo que es la Leyenda Negra, surge la inevitable pregunta: ¿y esto, por qué? Pues por algo tan simple como es la pugna por la hegemonía, en la que la Leyenda no es sino un instrumento propagandístico de quienes disputan esa hegemonía a España, primera potencia mundial durante tres siglos. En este sentido, los elementos esenciales para el nacimiento de la Leyenda no son más que la envidia y la competencia expansiva de sus rivales. Nada nuevo por otra parte en la Historia, sino una constante desde el principio de las relaciones entre civilizaciones y entre estados.

Pero no se trata sólo de una pugna política entre naciones fuertes, entre potencias, por la hegemonía mundial (España está presente a lo largo de ese periodo en todos los continentes y en todos los océanos), sino también de una pugna entre dos formas de concebir las relaciones entre los pueblos, –el Imperio frente a la afirmación nacional–, y de una pugna religiosa y cultural –entre el catolicismo y el protestantismo–.

Por eso la Leyenda Negra no se dirige únicamente contra España por su poderío como Estado, de cara a desacreditar a la nación española y disputarle esa hegemonía, sino también contra la Fe y la Iglesia católicas, que son quienes con sus principios morales y su labor eclesiástica, a la vez que impulsan la historia de España durante la mayor parte de su existencia, constituyen el eje de la cultura, en su más amplio significado, europea occidental desde el Bajo Imperio hasta la Reforma luterana, reforma que junto con la ruptura espiritual conlleva una ruptura cultural, la crisis de las mentalidades en Europa. En ese sentido el objetivo de la Leyenda Negra es crear una opinión contraria a los principios religiosos, morales y culturales del catolicismo, y a las formas como esos principios se han materializado mediante un modelo social y de pensamiento que hunde sus raíces en el organicismo medieval, en la idea imperial, y en el predominio de la Fe, y del que la España de los siglos XV al XVIII se convierte en ejemplo casi paradigmático. Crear una opinión contraria, obviamente, por quienes sostienen unas doctrinas opuestas o por quienes ven con resquemor el hecho de no haber sido los protagonistas de esos acontecimientos o de esa época, o, simplemente, el hecho de no haber gozado de una posición de predominio internacional para su propio beneficio e interés.

Así, la pervivencia y la constancia de la Leyenda Negra obedecen a la importancia del imperio español y al potencial del mundo hispánico como poder político, como baluarte de la religión y como modelo social y cultural, según unos parámetros abandonados primero y rechazados y combatidos posteriormente por la Modernidad.

En definitiva, se trata de una labor de propaganda, de desinformación, que a través de la presentación tendenciosa de los hechos bajo la apariencia de objetividad y de rigor histórico o científico, procura crear una opinión determinada. Por esto es por lo que se aparta de lo que podría aceptarse como una simple crítica, una denuncia de los errores e injusticias cometidos, aun cuando sólo se redujese a ello, o una visión distinta del pasado, fruto de las diferentes circunstancias en que uno se puede encontrar por pertenecer a distinta creencia, a distinto país, o a distinto tiempo; dando en cambio una imagen voluntariamente distorsionada del pasado para convertirla en una descalificación global de una acción histórica y de las ideas y valores que la impulsaron.

Este es, sin duda, uno de los rasgos más característicos de la Leyenda Negra: “que consiste en la descalificación global de un país (...) a largo de toda su historia, incluida la futura. En eso consiste la peculiaridad original de la Leyenda Negra”, según palabras de Julián Marías[2], y se puede añadir que de unas ideas religiosas o de base religiosa, por no decir directamente de una religión y ser tachados por ello de exagerados. Precisamente, es una descalificación global en la medida en que responde no sólo a una envidia nacional o a un recelo del pasado, sino también en la medida que tiene ese componente doctrinal del que hemos hablado, que conlleva una visión o una interpretación, evidentemente generalizadora, del mundo. Pero no se puede caer en la simpleza de creer que se debe a una especie de conjura internacional contra España, mantenida de forma constante a lo largo de los últimos cinco siglos[3]. Que la descalificación que se pueda encontrar de España se haga de forma global no significa que sea generalizada, que la haga todo el mundo y en todo momento. Unas líneas más arriba se ha dicho que consiste en crear una opinión contraria por quienes sostienen unas doctrinas o intereses opuestos a ese supuesto “ideal histórico” que España representa en la época Moderna; pero sólo por ellos, es decir, por aquellas elites o grupos ideológicos o políticos enfrentados a ello, con la fuerza y los medios que la situación y los intereses en conflicto en cada momento se lo indiquen o se lo permitan.

Hay otra particularidad de la Leyenda Negra: que no es meramente una acción externa a España o a Hispanoamérica, sino que se da dentro de nuestra propia sociedad, por parte de quienes son conciudadanos nuestros. Y esto está motivado por la misma causa ideológica que lo anterior: en la medida en que uno piensa de forma distinta, o incluso opuesta, a la que ha sido el motor de la historia hispanoamericana durante trescientos años, uno se aparta en mayor o menor medida de la identificación con su pasado nacional o colectivo, interpretándolo así de distinta forma, desde la frialdad de la indiferencia, que no por ello deja necesariamente de ser objetiva, hasta el rechazo y la aversión por esa historia, lo que lleva a muchos a caer en esa interpretación y manipulación negativa de su propio pasado. Sobre este punto se hablará más adelante.

Los contenidos esenciales de la leyenda negra

Para que esa labor de desinformación y de tergiversación de la Historia en que ha quedado aquí definida la Leyenda Negra sea efectiva, ésta, pese a pretender dar una imagen general, no puede limitarse a formular una serie de afirmaciones de concepto o unas ideas de principio basadas en abstracciones globales, pues en ese caso la postura del espectador ante tal visión de la Historia se limitaría a la de adoptar una mera opinión personal. Como toda acción de propaganda que se precie, la Leyenda Negra busca presentar una serie de hechos o de temas concretos, presuntamente expuestos de forma objetiva y veraz, de acuerdo a como se dice que son en realidad, y que por tanto se supongan que son comprobables, para demostrar así la validez de las afirmaciones propuestas (validez, hay que insistir pese a parecer reiterativos, que obtienen en la medida en que se les supone verdaderos). Cada uno de estos aspectos es, a su vez, presentado y explicado de la manera más conveniente para lograr tales objetivos propagandísticos que se persiguen, y no conforme a la auténtica veracidad de los hechos.

No son muchas las afirmaciones sobre los que se asienta la Leyenda Negra hispanoamericana. Al contrario, pueden hasta parecer pocos, más aún si se tiene en cuenta que están directa y continuamente relacionadas entre sí. Lo que se hace entonces para conseguir una apariencia general formada por múltiples cuestiones, es presentar cada uno de esos aspectos, aun siendo los mismos, desde distintos puntos de vista: unas veces desde la filosofía, otras desde la moral, otras desde su utilidad práctica..., bien desbrozados hasta sus más mínimos detalles y multiplicando así los ejemplos. De esta manera es como se consigue dar esa imagen negativa global (al verla desde diferentes aspectos) y permanente (siempre y en cada uno de los casos en que se plantea) que invalida la acción de España como nación y como Estado en el Mundo, y de las ideas y principios que han promovido dicha acción, que son fundamentalmente los de la religión católica.

De este modo se observa que son tres esos contenidos fundamentales de la Leyenda Negra sobre los que se incide una y otra vez, y, tal y como van a exponerse a continuación, queda bien patente la relación existente entre ellos, pues tienen como elemento común, básico y esencial en los tres, el carácter negativo del “ser español” o de “la forma católica de ser español”.

En primer lugar se presenta la condición injusta y tiránica del gobierno español allí donde se produce o se ha producido, y, por tanto, así será indudablemente allí donde se pueda producir en un futuro. Ese gobierno tiránico e injusto se manifiesta en tres aspectos:

1-       En la mala administración española, que no sólo no soluciona ninguno de los problemas existentes en los territorios bajo su mandato, sino que añade otros nuevos (cuando menos, los derivados de su propia ineficacia), y que genera con ello una situación crónica de desgobierno político, de injusticia legal, de inseguridad social, y de desorganización y explotación económica.

2-       En la opresión que padecen los súbditos de España sea cual sea su origen y nacionalidad, que son víctimas de una represión absoluta que abarca todas las facetas de su vida cotidiana, comenzando por sus formas tradicionales de vida y terminando por la represión de sus libertades. Y pasando, obviamente, por la represión del pensamiento y de las creencias en nombre de la ortodoxia religiosa, para lo cual los españoles se sirven de un instrumento tan terrorífico como se presenta a la Inquisición, que ejerce en la práctica como si se tratase de una policía secreta política y religiosa.

3-        En el atraso cultural e intelectual de los españoles, pues en tales condiciones el progreso de las ideas se hace imposible (cuando no es considerado como un hecho delictivo y hasta criminal), con lo que tampoco caben muchas esperanzas de lograr un progreso material. Atraso cultural, por otra parte, que se busca de forma intencionada por parte de los gobernantes españoles, pues de este modo, manteniendo al pueblo sumido en la ignorancia, les es más fácil asegurarse su dominio.

Así es el gobierno español en su planteamiento teórico, y así se puede trasladar este esquema al segundo aspecto, que es el de la opresión y la tiranía españolas, ya no expuestas de forma hipotética o teórica, sino vistas en sus realizaciones concretas, en los territorios donde ejerce su dominio. Esto se puede comprobar especialmente en las Indias, por ser en ellas donde con mayor claridad se manifiesta ese gobierno (o mejor, desgobierno), al haberse establecido tal autoridad gracias a una imposición por la fuerza, desde una conquista de América que se ha realizado a sangre y fuego; y con el agravante, además, de haberse impuesto sobre unos pueblos que, por su situación primitiva y su talante de bondad natural, proporcionaban la situación ideal para crear una nueva sociedad, un Nuevo Mundo, que recogiera lo mejor de los logros alcanzados por el occidente europeo sin caer en los errores que se daban en el Viejo Continente. Pero esa situación no es exclusiva de las Indias, sino que es también la que se está produciendo en Europa, conforme el dominio español se asienta en las tierras del Imperio (en Italia, en Alemania, en Flandes...) frente a los intentos de resistencia de los pueblos sometidos a España, cuyo ejemplo más elocuente es el de la rebelión flamenca. Incluso esta situación es la que se da en la propia España, donde se observa cómo las autoridades españolas ejercen su gobierno despóticamente, ya sea extirpando cualquier minoría social (la expulsión de los judíos y el problema de los moriscos, también solucionado con su expulsión), oprimiendo las tradiciones de los distintos pueblos de la península (como evidencian la sublevación de los Comuneros de Castilla, la revuelta de Aragón, la anexión de Portugal...), aplastando cualquier disidencia desde el poder (el caso de Antonio Pérez), o manteniendo al pueblo sometido a un férreo control mediante la Inquisición. Todos estos son los ejemplos supuestamente reales en los que se traduce ese gobierno hispano, y esta es la forma presuntamente verídica como han tenido lugar, con el obvio resultado que cabría esperar en un proceso de este tipo: pobreza, esclavitud, genocidio e incultura.

Y todo ello no es resultado de unas determinadas circunstancias históricas, que expliquen este panorama de tragedia, ni ese completo desgobierno es fruto de una incompetencia o una falta de preparación de unos determinados gobernantes españoles en un momento concreto, sino que tiene una explicación de fondo, una raíz que explica este cúmulo de despropósitos que España aporta al mundo, y que es la clave para poder explicarlo todo de una forma natural: este tercer aspecto es el carácter de los españoles, la esencia de su talante, su propia configuración racial y cultural, que les hace inferiores al resto de pueblos –pueblos europeos, por supuesto– tanto moral como física e intelectualmente. Esa depravación natural de los españoles se achaca al hecho de ser un pueblo fruto del mestizaje, cuya cultura y mentalidad está contaminada por elementos judíos y musulmanes (aunque, paradójicaménte ,una de las cosas de las que se acuse a esos mismos españoles sea del trato dado a aquéllos y del desprecio hacia otros pueblos y culturas), y que utilizan la religión no como referente moral, sino únicamente como elemento de identificación nacional, como excusa para lograr su propio beneficio merced a la discriminación para con los demás; y por ello es por lo que los españoles abrazan el catolicismo de esa peculiar manera exaltada y sectaria, pues el carácter dogmático del catolicismo lleva así implícitos la intolerancia y el desprecio hacia “el otro”. Así es como se crea la imagen de los españoles como un pueblo compuesto por gentes despóticas, viciosas y crueles, egoístas y ambiciosas, fanáticas y desleales... Imagen que se forma desde el siglo XV y que perdura en algunos hasta hoy en día, desde la imagen de los Tercios de Flandes como asesinos y saqueadores de ciudades indefensas, hasta el tópico decimonónico del bandolero y la gitana con la navaja en la liga, para culminar en la España “de charanga y pandereta”, preocupada sólo de fiestas exóticas con toros y procesiones y de llenarse el buche más con vino que con otra cosa...

Llegados a este punto cabe preguntarse cómo es posible que un pueblo así, con esos rasgos, y autor de unas acciones con unos resultados tan elocuentes, pudo llegar a ser la primera potencia mundial y árbitro internacional durante trescientos años, y cómo es posible que durante toda su historia no haya habido un solo rasgo de humanidad o de creatividad de cualquier tipo, salvo por quienes denunciaban esa realidad o por quienes obraban desde la heterodoxia, contra corriente de lo que se sentía en el seno del pueblo español. También puede uno, de forma maliciosa, preguntarse que si un pueblo de tal índole, sádico, torpe e inculto, llegó a ostentar esa posición de predominio mundial, ¿cómo serían entonces los otros? En buena lógica, cuando menos más torpes e incompetentes. Considerando además que no sólo alcanzaron tal situación, sino que la mantuvieron por siglos, y teniendo en cuenta que España no ha constituido nunca una potencia por el número de sus habitantes, que pudiera explicar esa imposición española aunque sólo fuera por presión demográfica, lo mejor es ser indulgente y renunciar a las comparaciones...

Lógicamente, en una visión así de la historia no tienen cabida la explicación pormenorizada de la administración española, que constituyó el primer Estado moderno de Europa, con un sistema de centralización de la autoridad en la Monarquía, pero manteniendo los usos e instituciones propios de cada territorio. Ni cabe referirse, cuando se trata de la relación con otros pueblos y culturas, a los creadores del Derecho Internacional, los Suárez, Francisco de Vitoria, o la Escuela de Salamanca. O que, en cuanto a los derechos humanos de los indios y, por extensión, de todos los pueblos, se evite la mínima mención a Antonio de Montesinos, al mismo Vitoria, a las Leyes de Indias, o al hecho de que el padre Las Casas ejerciera como funcionario de la Corona. Tampoco tiene sentido entonces hablar de la creación española en las ciencias, las artes, y las letras: no existen figuras como Fray Luis de León, Lope de Vega, San Juan de la Cruz, Cervantes, Quevedo o Calderón; pintores como el Greco, Velázquez, Murillo o Zurbarán; religiosos como San Ignacio de Loyola o Santa Teresa de Jesús; el arquitecto Herrera, los humanistas Luis Vives y Antonio de Nebrija, los geógrafos y cosmógrafos Juan de la Cosa y Alonso de Santacruz, el médico Miguel Servet, o el botánico Celestino Mutis; teólogos como Domingo de Soto; etc., etc., etc... Sin mencionar la labor de las universidades españolas tanto en la península como en América, donde la primera se fundó en fecha tan temprana como fue 1538. No se pretende con estas líneas hacer una refutación de la Leyenda Negra, ni una exposición de los logros de España en aquellos años, sino mostrar cómo una de las tácticas de las que se vale la propaganda antiespañola es la ocultación intencionada de los aspectos positivos, lo que dicen en México ningunear, pues recuérdese el dicho: “no hay peor mentira que una media verdad”. Evidentemente, todos estos rasgos se han mostrado aquí, como en cualquier generalización, en su forma más cruda y exagerada para facilitar su exposición, pero es obvio que en las manifestaciones propagandística, literarias, o historiográficas de esa Leyenda Negra, esos rasgos muy rara vez aparecen de una manera tan descarnada sino infinitamente más sutil, salvo en casos de abierto enfrentamiento como es la propaganda de las Guerras de Religión en los siglos XVI y XVII.

El desarrollo en la historia de la leyenda negra

Esta imagen deformada de la historia de España no ha existido desde siempre, como parece que así debiera haber sido si sus planteamientos fueran correctos, ni ha sido siempre igual en su exposición, sino que ha evolucionado paralelamente a como lo han hecho los conflictos e intereses doctrinales o ideológicos en los distintos periodos. Este es un hecho muy significativo, por cuanto los momentos en que nace y arrecia la Leyenda Negra, y los contenidos en que incide la misma en cada etapa de su desarrollo, hacen evidente la esencia propagandística, y no histórica ni historiográfica, de las afirmaciones de dicha Leyenda, como se verá a continuación.

Orígenes de la Leyenda Negra

En efecto, esta particular visión de la historia surge en unas circunstancias muy concretas: a finales del siglo XV y principios del XVI, cuando los reinos de España van consolidando paulatinamente su unidad y van tomando un papel cada vez más importante en el contexto internacional de la época, apenas limitado entonces al espacio que forman el Mediterráneo y Europa Occidental. Ya desde el siglo XIV, la presencia de Aragón, una vez terminada su parte de la Reconquista, es emergente y progresiva en dicho mar Mediterráneo, donde choca con los intereses de algunos estados italianos. Poco a poco van a ir apareciendo las primeras descalificaciones, todavía esporádicas y desconexas entre sí, centradas en la escasa categoría humana que se atribuye a aragoneses, catalanes y valencianos, y a aquellos italianos que son sus partidarios (recordemos la difamación sufrida por la familia italovalenciana de los Borgia o Borja, o los tópicos acerca de napolitanos y sicilianos). Con la unión de Castilla y Aragón bajo los Reyes Católicos, los castellanos apoyan e impulsan la acción aragonesa, enfrentada ya no sólo con las repúblicas italianas, sino también con Francia, la gran potencia europea del momento, hasta lograr, tras las campañas del Gran Capitán y las posteriores de Carlos I, la hegemonía en esta zona del Viejo Mundo. Se extiende entonces esa crítica contra los súbditos aragoneses a todos los españoles, sean de la región que sean, y se va formando progresivamente un clima generalizado de opinión contraria, fruto de esa rivalidad entre estados y naciones, a diferencia de los primeros ataques, más de tipo satírico y difamador, meramente burlescos e insultantes, que formadores de prejuicios con fines políticos.

Es de destacar que en este nacimiento de la Leyenda Negra apenas tienen importancia dos asuntos que van a convertirse posteriormente en pilares básicos de la misma: la cuestión religiosa, con la implantación del Santo Oficio y la expulsión de los judíos, por un lado, y la expansión ultramarina, con el descubrimiento y conquista de América, por otro. Esto tiene una fácil explicación. Respecto al primer punto, la expulsión de los judíos no fue una decisión exclusiva de España, sino que el antihebraísmo estaba muy extendido por toda Europa: anteriormente habían sido expulsados de Inglaterra (1290) y de Francia (1306), y los motines y altercados contra los judíos eran frecuentes en todo el continente, mientras que, en contraste, se mantenía la imagen relativamente tolerante de la “España de las tres culturas” (por mucho que fuera más una imagen que una realidad) hasta esos momentos, y, desde luego, los conflictos en la península con los hebreos no eran más graves que en otras regiones del continente. Por lo que respecta a la Inquisición, no era una medida especialmente llamativa en una Europa cristiana todavía homogénea religiosamente, y donde existían otros tipos de Inquisición en otros países, ni dejaba de ser un reflejo de una mentalidad, tanto en el orbe cristiano como en el musulmán y dentro de las comunidades judías, donde la religión era el aspecto substancial de la vida en sociedad; no será hasta la división de la Cristiandad con la Reforma Protestante y las subsiguientes Guerras de Religión, cuando las cuestiones religiosas pasen a formar parte de la Leyenda, como se verá más adelante. En cuanto al Descubrimiento de América, hasta la conquista de México y del Perú y la vuelta al Mundo de Magallanes y Elcano, ya bien entrado el siglo XVI, las Indias no son más que unos territorios lejanos y exóticos, no se sabe bien de qué tamaño y con qué riquezas, por lo que aún no despiertan una envidia y unas apetencias en las otras potencias tan grandes como las que moverán más adelante, así que lo que allí sucede no constituye una preocupación de primer orden para una Europa poco interesada en esas tierras, o mejor dicho, incapaz de llevar a cabo una acción efectiva para explotar las posibilidades del Nuevo Mundo, algo todavía reservado en exclusiva a España y Portugal.

La Leyenda Negra en los siglos XVI y XVII

Sin duda alguna va a ser este periodo el momento álgido en el desarrollo de la Leyenda. Desde la década de 1520 a 1530, una serie de cambios trascendentales afectan al Viejo Continente, removiendo hasta sus más profundos cimientos y culminando la transición hacia lo que conocemos como el “Mundo Moderno”. Esos cambios también alientan la consolidación y la vigencia de la Leyenda Negra como instrumento de propaganda, al servicio de algunos de los intereses que protagonizan la vida de ese Mundo Moderno antes mencionado. Tres son los factores clave de este periodo de la historia, en los tres tiene España un papel principal que le enfrenta a otros países y grupos de población, y los tres encuentran su reflejo en el asunto que nos ocupa: la hegemonía europea, el enfrentamiento religioso, y la expansión ultramarina.

Respecto al primero de ellos, la pugna por la hegemonía, la monarquía de los Habsburgo encarna para unos la idea imperial, según el antiguo modelo romano y carolingio, y para otros la de una monarquía universal predominante sobre las demás naciones, y en ambos casos árbitro de las relaciones internacionales, frente al auge de otros estados nacionales y su lucha bien por conseguir hacerse con esa hegemonía (caso de Francia), bien por lograr un statu quo en el que su posición y sus intereses salgan reforzados (caso de Gran Bretaña, de algunos estado alemanes, o de Holanda).

En cuanto al segundo punto, la ruptura de la unión de la Cristiandad occidental con la Reforma luterana y la difusión del protestantismo en abierta pugna con el catolicismo, éste encuentra en España a su principal defensora, mientras que los reformistas hallan su mayor acomodo en los Países Bajos, Alemania y Gran Bretaña, precisamente donde se disputa a esa monarquía católica española la hegemonía, pues en una época como aquella, donde el fundamento de la política se encuentra en la religión, la ruptura religiosa facilita ese replanteamiento del orden político que algunos deseaban, prestando las nuevas ideas protestantes las bases para crear un nuevo marco teórico para la política. Es en este escenario de enfrentamiento religioso cuando la relación entre españoles y judíos toma vigor dentro de la Leyenda, pues los grupos de hebreos expulsados con presencia o con intereses en la política europea, encuentran así aliados en sus reclamaciones contra España, y las acusaciones de persecución e intransigencia católica y española (para el caso, se presentan como si fueran la misma cosa) contra los judíos, sirven como ejemplo de lo que sería la intolerancia y la represión contra los protestantes o contra las otras naciones de Europa si la posición católica o española resultara triunfante.

Por lo que se refiere al tercer aspecto, la expansión europea en otros continentes (en la que España –entiéndase, Aragón y Castilla– y Portugal habían sido los pioneros y hasta ese momento los únicos protagonistas), cuando se aprecian plenamente las posibilidades económicas que ofrecen las riquezas de ultramar, tras la llegada de los portugueses a la India y a la Especiería, tras la consecución de la primera vuelta al mundo, y tras la conquista por los españoles de los grandes imperios mexicano y peruano, las nuevas potencias emergentes, Francia, Gran Bretaña, Holanda, se lanzan en abierta competencia contra las dos naciones ibéricas intentando disputarles esos territorios tanto físicamente, fomentando exploraciones y conquistas, como teóricamente, negándoles las razones y derechos para mantener sus respectivos imperios, y para ello nada mejor que descalificar moralmente su actuación en aquellas tierras.

Son, pues, la política y la religión los caballos de batalla de la Leyenda en estos años, siendo la importancia de una u otra distinta según los países en los que se muestre. Pero la tarea desacretidora contra España no es exclusiva de extranjeros: exiliados políticos españoles, como el secretario de Felipe II, Antonio Pérez, descendientes de judíos expulsados en 1492, emigrados fundamentalmente a Holanda, o protestantes enfrentados al catolicismo imperante en la sociedad española, prestan su pluma y su inventiva a los escritos que configuran la misma, presentándose por unos o por otros como testimonios directos de quienes han sufrido en carne propia la ignominia hispana. Esencial será también para los publicistas antiespañoles el recurso a obras aparecidas en la misma España, utilizándolas de forma fragmentaria o descontextualizada, o bien exagerando la importancia y veracidad de aquellos textos que les pueden ser útiles, como ocurrió con los escritos del padre Las Casas, en un esfuerzo impresionante de lo que se entiende estrictamente como “desinformación” –es decir, como manipulación de la información–, en el que las obras del dominico se convirtieron en principal fuente testimonial.

Contra la política española en Europa aparecerán gran cantidad de escritos tanto de índole abiertamente política como supuestamente histórica. Entre las más importantes destaca la Apología o defensa del muy ilustre Príncipe Guillermo, libro encargado por Guillermo de Orange al francés Pierre Loyseleur de Villiers en 1580 para justificar la rebelión holandesa contra Felipe II, de la que Orange era líder, como una revuelta causada por el desgobierno español en los Países Bajos; o la titulada Relaciones y cartas, del antes citado Antonio Pérez, aparecida en Londres en 1594. Pero el material más numeroso contra España va a ser, sin duda, el compuesto por los folletos, los cuales, por la reducción de costes que permitía su pequeño tamaño y el empleo la imprenta, podían ver su edición fácilmente costeada por políticos y gobernantes, con lo que se podía organizar su distribución gratuita, y cuyo tono general queda perfectamente reflejado en este fragmento de un libelo de 39 páginas aparecido en 1590 y significativamente titulado Antiespañol, obra del francés Arnauld, donde avisa de la “insaciable avaricia (de los españoles), su crueldad mayor que la del tigre, su repugnante, monstruoso y abominable lujo; su incendio de casas, su detestable saqueo y pillaje de aquellos grandes tesoros que de todas partes de Europa se había reunido en suntuosos palacios; su lujuriosa e inhumana desfloración de matronas, esposas e hijas; su incomparable y sodomítica violación de muchachos...”[4]. La mayoría de estos folletos vieron la luz en Holanda, al amparo de la rebelión allí existente, pero los encontramos igualmente en otras zonas de Europa, como Alemania, Francia (hay que tener en cuenta que en estos tres países se concentraba la mayor cantidad de imprentas existentes en Europa) y Gran bretaña, siendo este último país, tras la ruptura con la Iglesia Católica por Enrique VIII y la consolidación del anglicanismo con Isabel II, y sobre todo tras el fracasado intento de invasión por parte de la Gran Armada, en 1588, el principal instigador y financiador de este esfuerzo propagandístico, especialmente en los Países Bajos. Ya en el siglo XVII, será espectacular el impulso dado a esta propaganda por la Inglaterra puritana de Cromwell, quien llega a decir frases como ésta: “Nuestro verdadero enemigo es el español. Es él. Es el enemigo natural. Lo es hasta la médula, por razón de esa enemistad que hay en él contra todo lo que viene de Dios”[5].

En cuanto a la religión, el eje central de actuación en este ámbito será la denuncia de la intolerancia católica de los españoles, recogida sobre todo en multitud de panfletos obra de protestantes flamencos y alemanes, y es en esta época, como se indicó anteriormente, donde se pone de actualidad la cuestión de la expulsión de los judíos, fundamentalmente desde Holanda. La Inquisición, por su parte, se va a convertir en auténtica obsesión dentro de estas críticas, aun cuando el establecimiento de la inquisición española no se produjo fuera de la Península y de América, por ser éste territorio castellano, y no teniendo allende el océano jurisdicción sobre los indígenas. Acerca de estos temas religiosos encontramos obras capitales como el Libro de los mártires, del inglés John Foxe, aparecido en 1554, o el relato del francés Le Chailleaux sobre la expulsión de los hugonotes de La Florida, publicado por el famoso impresor flamenco Teodoro De Bry en 1591, quien añade a su publicación una novedad importantísima para conseguir el efecto pretendido de impactar al lector y causarle así la mayor impresión posible: el empleo de imágenes para ilustrar el texto. Esta obra formaba parte de la Colección de grandes y pequeños viajes sobre las Indias, editada por De Bry hasta su muerte en 1598 y continuada por sus hijos en Frankfurt entre 1590 y 1623, con un total de veintidós títulos, y todos ellos siguiendo un mismo diseño: escritos de denuncia, con manipulación de textos españoles y empleo masivo de imágenes. Junto con estos y otros libros, se observan cantidad de folletos anticatólicos y antiinquisitoriales, en gran parte debidos a sefardíes refugiados en Holanda e Inglaterra.

Por lo que respecta a la cuestión americana adquiere ahora plena importancia, como se dijo más arriba, y va a ser este el tema en el que más se recurra a la manipulación de textos procedentes de la propia España. Así, el italiano Girolamo Benzoni, protestante que tuvo problemas con la Inquisición en México, publicó en Venecia en 1572 una Historia del Nuevo Mundo, ejemplo de la mayor hostilidad hacia la acción española en Indias, utilizando en su interés fragmentos de obras de autores españoles (como López de Gómara, Pedro Mártir, Fernández de Oviedo o Cieza de León). Por su parte, el inglés Richard Hakluyt escribió numerosos libros y folletos sobre la empresa americana, muchos de ellos publicados en colaboración con el antes citado De Bry, quien siempre procuraba acompañarlos con las imágenes adecuadas; esa relación, y los frutos publicitarios que produjo, es una de las razones que impulsaron a éste último a editar una de las piezas más importantes en el desarrollo de la Leyenda Negra: la Brevísima relación de la destrucción de la Indias, de Fray Bartolomé de Las Casas, adornada con gran cantidad de grabados ilustrativos, impresa en Frankfurt en 1598, de la que se hicieron más de veinte ediciones en apenas cincuenta años, hasta la Paz de Westfalia de 1648.

La Brevísima... del padre Las Casas merece una mención especial por su trascendencia para el tema que nos ocupa. Era la primera obra de un autor español y aparecida en España (concretamente, en Sevilla, en 1552) y que era empleada en su totalidad y no de forma fragmentaria; nada mejor para ser presentado como prueba documental y fehaciente de la maldad española en el Nuevo Mundo, ilustrado con tintes dramáticos por los grabados de De Bry: ¿acaso no era lo dicho por los propios españoles, por “uno de ellos”? Por supuesto, se oculta el origen verdadero de este texto: en la Junta de Valladolid de 1542, convocada por el Consejo de Indias para revisar la actuación en América, y donde el propio Las Casas era uno de los protagonistas; es precisamente la Junta la que hace el encargo a Las Casas de que ponga por escrito y de forma sumaria los documentos y exposiciones que éste lleva ante la misma, acordando de forma previa que lo hiciera en un tono denunciante(aunque no tan exagerado como el que utilizó finalmente), para mentalizar a las autoridades de la necesidad de aprobar medidas resolutivas, como así ocurrió con las Leyes Nuevas, propuestas por tal Junta y aprobadas ese mismo año. De hecho, la edición sevillana de la Brevísima... iba acompañada de otros escritos lascasianos, entre ellos un Tratado sobre los indios que se han hecho esclavos, también encargado por dicho Consejo en 1548. Y, naturalmente, también se “olvida” que en 1516, el padre Las Casas es nombrado “defensor de los indios” por el regente Cardenal Cisneros: es decir, se le designa por las propias autoridades para un cargo desde el que interviene directamente (¡y cómo!) en los asuntos de Indias.

Curiosamente, el carácter y la personalidad de los españoles, pese a todo lo visto, aún no tiene la importancia que adquirirá en épocas posteriores. De hecho, los libros de viajeros que recorren España en el siglo XVI, sobre todo italianos, dan en general una imagen favorable del país y de sus habitantes. En estos momentos, ese talante negativo en sus diferentes facetas se considera más bien como un producto de la mentalidad católica y guerrera forjada en la Reconquista, y no como algo racial o biológico; aunque algo de esto sí que hay en la medida en que se atribuye, paradójicamente, a la parte de sangre judía y árabe de los españoles, frente a otros pueblos europeos más homogéneos racialmente. Se van así extendiendo poco a poco una serie de tópicos como algo comúnmente aceptado, como reflejan los comentarios que sobre el carácter de los españoles aparecen en un texto tan poco polemista como es la Cosmographia Universalis de Sebastián Münster, una de las obras geográficas más importantes de la historia. Ya en el siglo XVII son más numerosos los juicios negativos de tales testigos, especialmente por parte de los viajeros franceses, pudiendo recogerse opiniones como ésta, debida al francés Brunel en 1665: “Consideran [los europeos] a esta nación muy enverada y altiva, pero en el fondo no lo es tanto como lo parece; su traza, sin duda, engaña, y cuando se la frecuenta no encuentran en ella tanta gloria como imaginan, y reconocen que es un vicio que le viene más bien de una falsa moral que de un temperamento insolente u orgullosos. Creen que es grandeza de alma el aparecer fanfarrona en sus gestos y en sus palabras; y el mal está en que, viajando muy poco, no tienen medio de depurarse de ese defecto, que les viene con la leche que maman y el sol que les alumbra”.

La Leyenda Negra en el siglo de la Ilustración

Si en los siglos anteriores hemos visto cómo nace y se consolida la Leyenda, es en el siglo XVIII cuando se puede decir que alcanza su mayoría de edad. Lo cual no significa que desde entonces permanezca inalterable, sin experimentar nuevos añadidos y nuevas presentaciones. Hasta ahora hemos visto que el peso de la crítica estriba en la rivalidad nacional antiespañola, en el enfrentamiento religioso, y en el carácter de los españoles, por ese orden de importancia. En la época de las Luces se observa un cambio importante en esa formulación: esa rivalidad nacional pasa a un segundo plano, aunque no desaparece; el eje de la cuestión va a estar en el aspecto religioso y en la naturaleza de los españoles. Y la novedad reside no en los temas, pues son los mismos que antes, sino en la forma como éstos se presentan, radicalmente distinta.

El planteamiento que se hace ahora respecto a la religión no es tanto el del enfrentamiento católico–protestante, que tampoco desaparece, sino el de la religión en sí misma: se trata tanto del hecho de creer en algo como de las implicaciones sociales que esto conlleva. Europa asiste a la creciente secularización de la sociedad frente a la religión como tal, especialmente en las obligaciones morales que esto supone para la organización social, política o económica; y esto choca fundamentalmente con el catolicismo, por el carácter social, de deber o de compromiso colectivo de éste, frente al individualismo implícito en el protestantismo. No es extraño, pues, que el centro fundamental de la Leyenda en este periodo sea Francia (como en el anterior lo fueron Holanda e Inglaterra), eje de dicha Ilustración y líder en ese proceso de secularización, que en este país toma un carácter específicamente anticatólico (quizá por el mismo hecho de ser un país de cultura católica, y que sea esto lo que haga a las elites doctrinarias seguir esa especie de dinámica del converso, que reniega de su procedencia). En ese sentido no es sólo la afirmación católica del dogma lo que se combate, sino el carácter de la Corona española como Monarquía Católica, como modelo social y político inspirado en la filosofía cristiana medieval y en el concepto de la Civitas dei de San Agustín; es decir, la representación de España como ejemplo, al menos en teoría, del Orden Social Cristiano, frente al Despotismo Ilustrado, racionalista y antropocéntrico, que abrirá camino más adelante al relativismo liberal. Así cobran pleno sentido los escritos de los enciclopedistas, principalmente franceses, como Mabillon, Voltaire o Montesquieu. Así es como Masson, autor del artículo “España” de la Enciclopedia, inquiere tajantemente: “¿Pero qué debemos a España? Y desde hace dos siglos, cuatro, diez, ¿qué ha hecho por Europa?”. En esa línea de pensamiento escribe Voltaire, pionero del anticatolicismo más atroz, sus diatribas contra España y la Iglesia Católica en su Ensayo acerca de las costumbres y el espíritu de las naciones; o Montesquieu, uno de los padres de las teorías políticas modernas, en sus Cartas Persas, donde dedica a España la carta LXXVIII, o en su obra más conocida, Del espíritu de las leyes, donde presenta a la monarquía española como ejemplo de las peores actuaciones políticas posibles[6]. Y así también el inglés Smollet dice en su Estado de los diversos países de Europa: “En ninguna parte hay más pompa, farsa y aparato en punto a religión, y en ninguna parte hay menos cristianos. Su celo y su superstición sobrepasa a los de cualquier país católico, salvo, quizá, Portugal”[7].

El otro pilar de la Leyenda en este periodo, como ya se ha dicho, es otra vez el talante natural de españoles y de hispanoamericanos, que pasa ahora de presentarse como una imagen escarnecedora o caricaturesca, con un afán meramente insultante, a plantearse desde un punto de vista “científico”: en el siglo de las Luces, del racionalismo y del cientifismo, ese carácter negativo busca una explicación racial, biológica, que ya no afecta sólo a los españoles, sino que se extiende a los pueblos indígenas americanos y al mestizaje. Es el reflejo en la Leyenda de la idea de la preeminencia de la cultura europea racionalista, de base protestante, demostrado en el progreso alcanzado por la misma, como manifestación cultural de la superioridad de la raza europea blanca nórdica, frente a los europeos mediterráneos y, por supuesto, frente a las otras razas humanas, y en consecuencia frente a los mestizajes derivados de éstas. El ejemplo más importante de esta idea se encuentra en la obra de uno de los naturalistas más importantes del siglo XVIII, el francés Buffon, autor de una vasta Historia natural en treinta y seis tomos, que es quien da forma a este pensamiento y quien más influye en todo tipo de autores, hasta culminar esta corriente de pensamiento en la figura de Gobineau, ya en la centuria siguiente. De hecho, no sólo naturalistas, sino gran parte de los historiadores y de los teóricos políticos y religiosos de la época se apoyan en este argumento como uno más de sus fundamentos. El mismo Montesquieu es buena prueba de ello. Esta idea se generaliza ahora entre los libros de viajeros, mayoritariamente franceses e italianos, y trasciende incluso a la literatura, como se observa clarísimamente en el famoso drama Don Carlos, de Schiller.

En cuanto a la visión de la historia de América, todas estas concepciones tienen de una manera u otra su expresión, aunque ello les haga caer en graves contradicciones, y en más de una ocasión de forma permanente. Encontramos así, por ejemplo, la descalificación de España por haber roto un equilibrio perfecto de vida natural, compaginada con la interpretación del hundimiento indígena frente a los españoles dada la inferioridad biológica del indio frente el europeo; pero si era inferior física, cultural y socialmente, ¿cómo se podía dar ese estado paradisíaco, atribuido a una supuesta bondad natural, signo de perfección humana? Son esenciales en esta permanencia de la Leyenda Negra en la historiografía americanista el libro del abate Raynal, ex–jesuita tremendamente resentido para con España y con la iglesia católica, seguidor de las teorías de Buffon en su Historia filosófica y política de los establecimientos en las dos Indias, aparecido en 1770, y la Historia de América del inglés Robertson, aparecida en 1777. Resumiendo, por lo que respecta a la historia de América vista desde Europa se continúa con la tendencia ya existente. Pero la novedad fundamental es que esa imagen se difunde también por los territorios de la América española, junto con el pensamiento ilustrado, entre las elites criollas, siendo por tanto un ingrediente más en la mentalidad de esa generación que crece y se forma en estos años, y que a principios del siguiente siglo liderará la independencia.

La Leyenda Negra durante la época contemporánea

En el tiempo que transcurre desde la lucha contra Napoleón en la Península y las guerras por la independencia en Hispanoamérica, a comienzos del siglo XIX, hasta hace unos pocos años, cuando resurge la polémica con motivo de las celebraciones del Quinto Centenario, el rasgo más característico de la Leyenda es sin duda alguna el hecho de que ya no se trata de un fenómeno o de una imagen ajena a la América española, “la opinión de otros”, sino que se extiende dentro de la propia España y de las naciones hispanoamericanas, mientras que en Europa y Estados Unidos continúa su vigencia sin cambios más significativos que los que afectan al conjunto de la cultura occidental.

En efecto, podemos decir que en el Viejo Mundo y en los Estados Unidos la Leyenda se mantiene en este periodo por inercia, como una repetición y una mera actualización de esa imagen ya consolidada y esquematizada anteriormente. Hay que destacar el hecho de que, al irse creando en el mundo contemporáneo lo que se ha dado en llamar sociedad de masas o sociedad de la comunicación, donde la formación y el control de la opinión pública juegan un papel de una importancia como nunca había tenido hasta ahora, la Leyenda Negra es uno de los elementos que configuran esa opinión pública en lo que hacia España y a Iberoamérica se refiere, según los intereses de cada momento. De este modo, por su repetición y su permanencia en los medios de comunicación, es como los tópicos de los que venimos hablando se convierten en lugar común, aceptados sin ningún tipo de reflexión crítica, ni histórica ni científica, sino asumidos simplemente por la fuerza de la costumbre.

Así se observa en la organización de las relaciones internacionales hacia las nuevas repúblicas americanas, y fundamentalmente en la consolidación del neocolonialismo surgido en el XIX y aún vigente. En este sentido, es muy significativo el origen y la difusión del término Latinoamérica, creado por los franceses Chevalier y Poucel, como denominación que recoge la mentalidad de la Ilustración y los ideales de la Revolución Francesa, frente al vocablo Hispanoamérica, que conlleva el ideal de monarquía tradicional católica propio de la Corona española; término generalizado para justificar la creciente influencia política y cultural francesa, ejemplo diáfano de los orígenes de ese neocolonialismo, y que culmina con la intervención de Francia en México en los años 60 del siglo XIX. Y, por supuesto, la Leyenda pervive en el enfrentamiento entre el liberalismo y el tradicionalismo político, por cuanto forma parte de esa justificación histórica de las doctrinas políticas de la que se habló en la introducción. Ya en el siglo XX, esa misma pervivencia por causa política se encuentra en las expresiones de los distintos movimientos de izquierda socialistas, comunistas o anarquistas, pero la única diferencia es la del autor de la crítica, siendo las motivaciones y los mecanismos en que se manifiesta los mismos, en el fondo, que desde otras posturas políticas, como pueda ser el liberalismo antes citado. Novedad importante en los últimos cincuenta años es la adopción de estos postulados por parte de los movimientos indigenistas e indianistas, de los que se hablará más adelante.

En cuanto a la historiografía contemporánea, la del siglo XIX es continuadora del racionalismo ilustrado a través fundamentalmente del positivismo histórico, según el cual la Historia es un largo camino del hombre hasta alcanzar el progreso material y el pensamiento “racional”, y sigue las mismas directrices que se han visto anteriormente. Por nombrar algunos de los exponentes más significativos entre los historiadores de la época, citemos a Guizot y su Historia de la civilización en Europa, de 1828–30, o a Madame de Stäel, Weiss, Dozy, Prescott o Michelet: en todos ellos se encuentran referencias al despotismo y al atraso cultural de España, arreciando esta interpretación a finales del siglo, cuando se produzca la crisis del 98, a la que considerarán el lógico epílogo de la historia de España, en comparación con la pujante expansión industrial y colonial de Occidente. En contraste con esa descalificación continuada del conjunto de la nación española y de sus gobernantes, se produce la exaltación y mitificación romántica de determinados personajes históricos, unas veces fruto del individualismo que caracteriza el mundo actual, otras como idealización y anticipación de las ideas contemporáneas frente a la mentalidad anterior, atribuida caprichosamente a estas figuras; los casos más expresivos son los de Cristóbal Colón, podríamos decir que como la audacia frente a la superstición, o el padre Las Casas, como la solidaridad enfrentada con la autoridad. Por el contrario, a lo largo del siglo XX, cuando la Historia se consolida como una disciplina por sí misma y consigue desprenderse poco a poco de la servidumbre de la política y del doctrinarismo (algo de lo que, en cualquier caso, nunca se podrá desligar completamente), y centrarse en el rigor metodológico de la investigación y no tanto en la interpretación, se abre paso una profunda revisión que va situando paulatinamente a la historia de España y de América cada vez más cerca de la realidad. Ya existían los encomiables precedentes de Humboldt y de Lord Kingsborough, pero será en este siglo cuando proliferen nombres como Adolf Bastian, Paul Rivet, Edward Seler, Henry Pirenne, e incluso ardientes panegiristas como W.T. Walsh; en las décadas posteriores a la segunda Guerra Mundial, no puede olvidar a Fernand Braudel, John Elliot, Pierre Chaunu, Marcel Bataillon o Stanley Payne, entre muchos otros afortunadamente.

Pero donde más llama la atención esa permanencia de los tópicos de la Leyenda es en el aspecto racial, algo por otra parte lógico, en cierto modo, si se tiene en cuenta que es en la segunda mitad del siglo pasado y a lo largo del XX cuando el racismo como tal ha tenido una formulación más elaborada y más “científica” que nunca, desde que el anteriormente citado conde de Gobineau publicara en 1853 su Ensayo sobre la desigualdad de las razas humanas. Sólo así se comprenden plenamente las palabras de Adolf Hitler en su Mein Kampf: “La América del Norte, cuya población está formada en su mayor parte por elementos germánicos que apenas sí llegaron a confundirse con las razas inferiores de color, exhibe una cultura y una humanidad muy diferente de las que exhiben la América Central y del Sur, pues allí los colonizadores, principalmente de origen latino, mezclaron con mucha liberalidad su sangre con la de los aborígenes”[8]. Y así se pueden enumerar multitud de ejemplos de desprecio y discriminación hacia lo hispano, extendidos incluso en nuestra propia sociedad como xenofobia hacia lo iberoamericano, como queda bien patente en el término sudaca. Esta actitud no es exclusiva hacia la población hispanoamericana, sino que también, se encuentra en la continuidad del tópico acerca del carácter de los españoles, aunque, efectivamente, con un tono mucho menos racista estrictamente hablando, sino más bien como algo exótico e irracional, pasional, frente a la rutina metódica y a la frialdad racional del mundo occidental; imagen de raíz romántica que nace de los viajeros y escritores del XIX, como fueron Lord Byron, Dumas, Washington Irving con sus Cuentos de la Alhambra, o Prosper Merimée con su Historia del reinado de Pedro I de Castilla y, fundamentalmente, con su archiconocida Carmen, y continuados con los relatos de la España taurina y belicosa, por ejemplo, de Ernest Hemingway. Ciertamente, esta deformación romántica no es explícitamente negativa hacia los españoles, pero no por ello deja de ser una imagen falsa.

Como se decía al principio de este apartado, la novedad más importante de la Leyenda Negra en el mundo contemporáneo es su difusión y su asunción en Hispanoamérica. Esto es debido a la complicada historia política de España y de las repúblicas iberoamericanas durante los últimos casi doscientos años, marcada en el caso de la primera por la ruptura progresiva con una tradición política[9], y por el afianzamiento de la identidad de las nuevas naciones en las segundas.

Ya se indicó en el periodo anterior cómo con la difusión, en mayor o menor grado, de las ideas ilustradas entre los criollos, se extenderá también la interpretación histórica de la Leyenda, y que esa generación es la que conduce a la independencia. Muchos de los líderes más importantes, especialmente los más doctrinarios, como Francisco Miranda (fundador en Londres de la logia masónica conocida con su propio nombre), Antonio Nariño, o Simón Bolívar, se sitúan en ese pensamiento. Por centrarnos tan sólo en el caso de Bolívar, considerado por muchos como el padre de la independencia, nos encontramos con una admiración absoluta por la imagen idealizada que se tenía del padre Las Casas y por la interpretación de la historia de América del padre Raynal, pero sustituyendo la relación conquistador–malo–explotador frente al indio–bueno–víctima por la de español (peninsular)–malo–explotador frente al criollo–bueno–víctima como uno de los pilares básicos de su propaganda; esto se aprecia claramente en sus manifestaciones políticas, como es el Discurso de Angostura, de 1819, uno de los más trascendentes. Pero también lo vemos en documentos de índole personal, que por su carácter privado permiten suponer una mayor sinceridad; así, en la conocida Carta de Jamaica, remitida al inglés Henry Cullen en 1815, y que fue publicada por la prensa inglesa y estadounidense en 1818, dice textualmente: “«Tres siglos han transcurrido –dice usted– desde que empezaron las barbaridades que los españoles cometieron contra los naturales de la América»; barbaridades que la edad presente se ha rehusado a creer, considerándolas fabulosas, pues parecen traspasar los límites de la depravación humana (...) Pero el velo por fin se ha rasgado; aun cuando la España quiso mantenernos en la oscuridad ya hemos visto la luz. Hemos roto nuestras cadenas; ya somos libres (...) Bajo el orden español, que hoy en día se impone quizá con mayor rigor que nunca, los americanos ocupan en la comunidad el lugar de las bestias de laboreo”[10]. Esa tendencia se continúa desde entonces, con momentos de mayor o menor insistencia; en el siglo XIX va a ser esencial el esfuerzo por escribir una historia que dé sentido a las nuevas naciones, diferenciándolas de las demás repúblicas y creando ese sentimiento nacional, las más de las veces nacionalista. Destacan en esta tarea figuras como el mexicano Servando Teresa de Mier o el chileno Francisco Bilbao, quien en 1864 publica en Buenos Aires El Evangelio Americano, donde, a la vez que identifica repetidamente la acción de España con la Iglesia Católica, afirma en su página 38 que “el progreso consiste en desespañolizarse”[11], único remedio para salir del presunto atraso en que sitúa a América y para afianzar el Estado independiente, según el modelo liberal frente al tradicional hispánico. Dentro de ese esfuerzo de adoctrinamiento juegan un papel importantísimo los textos escolares de historia y los llamados catecismos políticos y de la independencia, algunos de ellos incluso titulados con ese mismo nombre de “catecismo. En resumen, se parte de la descalificación de España para justificar la independencia y del rechazo de la herencia española para consolidar la nueva nacionalidad.

En el siglo XX esta postura se mantiene por inercia, intensificándose simplemente cuando es propagandísticamente útil a los intereses políticos del momento, tanto respecto a las relaciones con España (por poner sólo dos ejemplos, la actitud de los gobiernos mexicanos contra el régimen de Franco, o las acusaciones de neocolonialismo hacia España en algunos medios de la prensa chilena, con motivo del enrarecimiento de las relaciones entre España y Chile con motivo del asunto Pinochet, a lo largo de 1999) como en lo que se refiere al discurso político interno de los diferentes países: en una situación inestable como es la de Iberoamérica en el siglo XX, nada mejor que echar la culpa de los problemas del presente a las secuelas de la colonización en lugar de a la incompetencia de los gobernantes actuales, intentando así evitar responsabilidades y críticas ante la opinión pública del propio país.

También en España toma carta de naturaleza esta imagen negativa al amparo de las luchas que, a lo largo de todo el siglo XIX y una parte importante del XX, se producen entre las dos grandes corrientes políticas que pugnan en la política española, y que se puede simplificar en el enfrentamiento entre los ideales de la Revolución Francesa (desde el liberalismo hasta la izquierda) y los principios de la Monarquía tradicional española (desde los carlistas y los conservadores del siglo XIX hasta las corrientes autoritarias del XX). Hay que recordar que este enfrentamiento es tan violento como para desencadenar varias guerras civiles, desde la que transcurre soterrada bajo la guerra contra Napoleón de 1808–14 hasta la Guerra Civil de 1936–39[12]. Esa lenta y conflictiva implantación del sistema liberal en España se presenta con la idea de “rehacer a España”, lo que implica una decadencia previa, que se supone que es la que sufre España desde finales del siglo XVI hasta el siglo XVIII, debida al lastre que supusieron los tópicos que aquí se han mostrado: intolerancia religiosa, organicismo político, etc. Esta es la línea seguida por los historiadores románticos, positivistas, liberales y progresistas durante estos dos siglos, destacando las figuras de quien fuera presidente del gobierno con Isabel II, Francisco Martínez de la Rosa, tanto en El espíritu del siglo, de 1835, como, y fundamentalmente, en su Bosquejo histórico de la política de España desde los tiempos de los Reyes Católicos hasta nuestros días, de 1857, o el republicano Miguel de Morayta, Gran Maestre del Gran Oriente de la Masonería española, en los nueve volúmenes de su Historia de España, aparecida en 1889. Revisionismo histórico que se resume en aquella expresión de que había que “cerrar con siete llaves el sepulcro del Cid”, y que llevó al poeta Joaquín Bartrina a componer estos célebres versos:

“Oyendo hablar a un hombre, fácil es
acertar dónde vio la luz del sol:
si os alaba a Inglaterra, será inglés,
si os habla mal de Prusia, es un francés,
y si habla mal de España, es español.”

Revisionismo, por otra parte, que no dejó de verse rebatido de forma constante, unas veces con vehemente apasionamiento, caso de Marcelino Menéndez y Pelayo, otras con mayor mesura de formas, que no de fundamentación, caso de Rafael Altamira y Crevea. Esta actitud es la que desembocará, en el cambio de siglo estigmatizado por el Desastre del 98, en la formulación de lo que se conoce como “el problema de España”, y que ha marcado el pensamiento histórico español a lo largo de todo el siglo XX, desde el Regeneracionismo de Costa y Ganivet y la Generación del 98 hasta los debates de nuestros días en torno a los nacionalismos y a la organización del Estado. Precisamente vinculado a ese “problema de España” crece en los últimos cien años una crítica atroz no sólo contra la historia, sino contra la propia esencia de España, que recoge muchos de los supuestos de la Leyenda Negra, y que es la historiografía de corte separatista, de graves repercusiones por su intrusión en la enseñanza escolar desde mediados de la década de los 80. Y es que todos los nacionalismos parten, entre otras fuentes, de un discurso histórico, de una lectura maniquea del pasado, y los separatismos de nuestro siglo actúan en esto como unas líneas más arriba vimos que lo hacían los próceres de la independencia americana: si la historia descalifica la actuación de España, y si la descalifica globalmente, entonces nos sobra España. Asunto grave y candente éste cuyas repercusiones sobrepasan los objetivos de este trabajo.

La polémica del V Centenario

A pesar de todas las inercias y de todos los intereses implicados en el asunto que nos ocupa, ya se señaló cómo la investigación histórica, a lo largo de su desarrollo en los últimos tiempos, ha ido lenta pero inexorablemente situando las cosas en su lugar, fundamentalmente en los últimos cincuenta años (al menos en lo que se refiere al esfuerzo intelectual; otra cosa es la opinión popular, o mejor dicho, popularizada, como se verá en las conclusiones). Sin embargo, con motivo del V Centenario del Descubrimiento de América se observó a una reactivación de la propaganda empleando los viejos tópicos, ceñida en este caso a la cuestión religiosa y a la empresa americana. Y es que la fecha de 1992 supuso una ocasión para nuevos enfrentamientos, esta vez casi exclusivamente de tipo político, que, como es habitual, manipulan la historia como instrumento propagandístico.

En esta ocasión la contienda sociopolítica se puede simplificar en tres frentes, siendo recuperada la Leyenda en cada uno de ellos conforme a su utilidad para los intereses en juego. Por un lado se encuentran las reclamaciones de los movimientos indigenistas e indianistas, en su mayor parte influidos o directamente alineados por los grupos de izquierda y extrema izquierda, que recuperan el discurso del genocidio, el etnocidio y la explotación de los indios para legitimar sus reivindicaciones. Esta postura, formulada en su plenitud en el Congreso Internacional de Indigenismo convocado por las Naciones Unidas en Ginebra, en 1987, tuvo como uno de sus principales difusores al escritos uruguayo Eduardo Galeano, quien recoge todos estos planteamientos en su libro Las venas abiertas de América Latina, donde denuncia la situación actual de los grupos oprimidos americanos como resultado de la conjunción capitalismo–colonialismo–cristianismo. En ese sentido se manifestó la Delegación Indígena Unitaria de Guatemala, entre los que se encontraba la premio Nobel de la Paz en 1990 Rigoberta Menchú, representante del Comité de Unidad Campesina, en 1990 ante el grupo de Trabajo de la ONU sobre poblaciones indígenas: “Hace quinientos años, los primeros europeos comenzaron a llegar a nuestras tierras que ellos llamaron América. Lo que pudiera haber conducido a un fructífero intercambio entre diferentes culturas, desembocó en lo contrario. Durante cinco siglos hemos sido las víctimas de una expansión colonialista que nos sometió a un genocidio brutal”; y terminaban clamando: “Por el fin de quinientos años de opresión y discriminación, y el inicio del verdadero encuentro de dos culturas en base a la igualdad, la justicia y la paz”[13].

Por otra parte, la situación de empobrecimiento de los países iberoamericano, con el grave problema de la deuda externa, y el replanteamiento de las relaciones internacionales sobre el triángulo Iberoamérica–Estados Unidos–Comunidad Europea (en la que se integra España), hace que en torno a las celebraciones del V Centenario muchos gobiernos (más allá del debate entre encuentro y descubrimiento, que responden más bien al viejo intento por reafirmar su identidad nacional) iberoamericanos intentan, recobrando el discurso de la dependencia colonial, difundir la idea de una “deuda histórica” de España hacia las naciones americanas aún pendiente, en un intento de asegurarse una especie de intermediación del Estado español entre el mundo occidental desarrollado e Iberoamérica (papel por otra parte que España, bien o mal, ha cumplido y cumple de todos modos, como puente entre Europa y América, y que es una de las bazas que juega en el seno de la Comunidad Europea). Igualmente, para muchos gobernantes, ante su incapacidad política, la corrupción de sus gobiernos o del Estado, y los resultados negativos de su gestión, resulta un fácil recurso achacar los problemas actuales de su país a las herencias del pasado, culpando a Colón y a los Reyes Católicos, por ejemplo, para distraer la atención sobre su propia incompetencia o su corrupción.

En tercer lugar, el enfrentamiento abierto que se da entre varias corrientes de la llamada Teología de la Liberación con la Santa Sede y con el resto de la Iglesia Católica, con las implicaciones sociales y políticas en que este conflicto está inmerso, conlleva una revisión de la historia de la evangelización de América y, por asociación, de toda la colonización. Y ello no sólo en cuanto a su desarrollo y extensión, sino fundamentalmente en lo que respecta a los métodos, a las relaciones con los pueblos y culturas indios, y a la relación con el Estado (en aquellos momentos, la Corona española, por lo que, cuando interese, se extiende la crítica a la historia de España). Esa línea es la que promovieron, por ejemplo, los distintos Congresos de Justicia y Paz, alineados en esa Teología de la Liberación; en el IV de ellos, celebrado en Madrid entre el 20 y el 22 de Abril de 1990, se recogen entre sus conclusiones: “1– Si repasamos y analizamos la historia de América Latina, desde que los conquistadores llegaron a este continente, historia caracterizada –salvo honrosas excepciones– por la masacre y destrucción de las culturas indígenas, constatamos que este acontecimiento, hoy tan glorificado, realmente no supone un gran avance en la historia liberador de esos pueblos y de la Humanidad, y, por tanto, tampoco en la realización del Reino de Dios. (...) 8– Por último, frente a toda la parafernalia oficial que está organizando el gobierno español ante el aniversario del V Centenario [sic], afirmamos: –Que nosotros no tenemos nada que “celebrar”. –Que todas estas celebraciones oficiales realmente encubren (y no descubren) la realidad doliente de América Latina. –Que no se puede hablar de encuentro de las culturas cuando día a día estamos cerrando las puertas a estos países (véase, por ejemplo, nuestra actual ley de extranjería). (...) Por ello insistimos a todos los sectores sociales a movilizarse contra las celebraciones oficiales que se organicen con motivo del V Centenario, planteando una alternativa solidaria y de denuncia de la actual realidad latinoamericana. Firmado: Colectivo Verapaz”[14].

Estas tres líneas críticas no se desarrollaron de forma aislada, sino que se plantearon íntimamente relacionadas entre sí, marcada la mayor o menor ligazón entre ellas simplemente por la conjunción de distintos intereses, siendo la hipótesis más utilizada en esa propaganda, expuesta aquí de forma simplificada, la del genocidio provocado por una barbarie conquistadora que busca la explotación económica mediante la esclavitud y la opresión bajo la excusa de la religión, traicionando así la “verdadera evangelización”, y siendo todo ello raíz de la actual situación de desvertebración social interna y de dependencia neocolonial del exterior.

A pesar de toda la polémica desatada en los años previos a 1992 y de la violencia que se pudo observar en muchas de las campañas al respecto, una vez pasada la conmemoración, y por tanto perdido con ello su vigencia en los medios de comunicación, la situación ha vuelto a calmarse, entrando en el periodo en que nos encontramos cuando se escriben estas líneas, las celebraciones en torno a otros aniversarios, el de Carlos I y el de Felipe II, y el del desastre del 98, se han abordado con un casi total desapasionamiento y con la serenidad que era deseable, permitiendo una ocasión para olvidar los viejos tópicos y afrontar el futuro desde un acercamiento más profundo y sincero con la Historia. Y es agradable destacar el papel que la historiografía no hispana, ya sea estadounidense, francesa o inglesa, juega en estos momentos, aportando un positivo bagaje tanto de conocimientos como de interpretaciones, superando esos supuestos con que, a lo largo de estas páginas, hemos intentado analizar y explicar qué es y en qué consiste la Leyenda Negra.

Conclusiones

En resumen, la Leyenda Negra atacaba a España no tanto por envidias nacionalistas, sino porque la España unificada que surge del final de la Reconquista y del reinado de los Reyes Católicos, la que va a descubrir el Nuevo Mundo y a convertirse en árbitro mundial durante trescientos años, alcanza ese papel por su identificación con una mentalidad, con una cosmovisión que es la que le otorga la religión católica, como se mostraba al inicio. Y sobre esta base religiosa, el modelo político, social y cultural de la España Imperial responde, con sus aciertos y sus errores como toda obra humana, al Orden Social Cristiano que se ha desarrollado desde la idea del Imperio Romano, de la filosofía medieval, y de la moral cristiana. Y eso es lo que la Leyenda Negra pretendía desacreditar. Por supuesto, la Leyenda no actúa como un sujeto personal con vida propia, sino que es simplemente un medio, un instrumento, para crear una opinión generalizada, utilizado en la pugna que, durante los últimos siglos, ha vivido el mundo entre dos cosmovisiones, dos paradigmas filosóficos, que han configurado la historia de Occidente desde la desaparición del mundo antiguo: la mentalidad Tradicional, y el pensamiento de la Modernidad.

Lo que inicialmente era abierta propaganda militante pasó con el tiempo a presentarse como una realidad demostrada por el estudio y la razón, con lo que podía extenderse a quienes no estaban implicados directamente en las disputas anteriores y por tanto se mantenían al margen de esa propaganda. Así, se extendió buscando crear una opinión pública mayoritaria que aceptase, como toda opinión publica, tales supuestos sin crítica, confiando en la honestidad de intelectuales y políticos. Con el tiempo, el propio avance de las distintas disciplinas del saber se encargaría de desmontar esos tópicos, pero como ocurre siempre en el campo de las mentalidades, la erudición y el estudio no llevan la misma velocidad de cambio que la opinión pública, mucho más lenta y sujeta a la inercia, situación que más o menos describe el panorama actual.

Y es que, como dijo Walter Raleigh, “No es la verdad, sino la opinión, la que viaja por el mundo sin pasaporte”.

 

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Javier Sáenz del Castillo y Caballero

 

 

Bibliografía

 

-         ARNOLDSON, Sverker. La Leyenda Negra: estudios sobre sus orígenes. Gotemburgo, 1960. Publicaciones de la Universidad de Gotemburgo.

-         CARBIA, Rómulo. Historia de la Leyenda Negra hispanoamericana. Madrid, 1944. Publicaciones del Consejo de la Hispanidad.

-         GARCÍA CÁRCEL, Ricardo. La Leyenda Negra: historia y opinión. Madrid, 1992. Alianza Editorial.

-         GONZÁLEZ ANTÓN, Luis. España y las Españas. Madrid, 1997. Alianza Editorial.

-         HANKE, Lewis. La lucha por la justicia en la conquista de América. Madrid, 1988. Editorial Istmo.

-         JUDERÍAS, Julián. La Leyenda Negra. Madrid, 1986. Swan, Avantos y Hakeldama.

-         MAEZTU Y WHITNEY, Ramiro de. Defensa de la Hispanidad. Madrid, 1997. Editorial Rialp.

-         MOLINA MARTÍNEZ, Miguel. La Leyenda Negra. Madrid, 1991. Editorial Nerea.

-         PÉREZ AGUDO, Eduardo. La Leyenda Negra en la epopeya de América. Barcelona, 1994. Asociación de la Prensa de Barcelona.

-         POWELL, Philip W. Árbol de odio. Madrid, 1972. Ed. José Porrúa.

-         QUESADA MARCO, Sebastián. La leyenda antiespañola. Madrid, 1967. Publicaciones Españolas.

-         ZAVALA, Silvio. Filosofía de la Conquista. México D. F., 1984. Fondo de Cultura Económica.

Notas

[1] El término “Leyenda Negra” se debe a Julián juderías, quien publicó su obra así titulada en 1914.


[2] MARÍAS, Julián. La España inteligible. Madrid, 1986. Alianza Editorial. Cap. XVII, “La Leyenda Negra y sus consecuencias”; pp. 200-201.

[3] Es muy significativo al respecto el contraste entre las posturas sostenidas por Julián MARÍAS, op. cit., y Ricardo GARCÍA CÁRCEL en su introducción a La Leyenda Negra. Historia y opinión. Madrid, 1992. Alianza Editorial.

[4] GARCÍA CÁRCEL, op. cit.; p. 48.

[5] GARCÍA CÁRCEL, op. cit; p. 87.

[6] Son especialmente significativos los juicios que emite en el Libro VIII, capítulo XVIII; en el Libro XXI, capítulo XXII; y en el Libro XXV, capítulo XIII.

[7] Citado por JUDERÍAS, Julián. La Leyenda Negra. Madrid, 1986. P. 186.

[8] HITLER, Adolf. Mi lucha. Barcelona, 1987. Editors S.A. Cap. “Nación y raza”, p. 139.

[9] Una de las mejores interpretaciones, desde una visión tradicionalista, de esta ruptura es la que da Rafael Gambra en La primera guerra civil de España (1821–1823). Madrid, 1972. Editorial Escelicer. Fundamentalmente en “Una continuidad truncada,”, pp. 23–25, y en el capítulo IV, “La unidad de nuestra historia”.

[10] BOLÍVAR, Simón. La Carta de Jamaica. Edición de Francisco Cuevas Cancino, México D. F., 1975. El Colegio de México. Pp. 43, 45 y 58.

[11] Citado por CARBIA, Rómulo. Historia de la Leyenda Negra hispanoamericana. Madrid, 1944. Publicaciones del Consejo de la Hispanidad. P. 177.

[12] Vid. GAMBRA, op. cit.

[13] COLECTIVO VERAPAZ. IV Congreso Justicia y Paz. Salamanca, 1990. Editorial San Esteban.

[14] COLECTIVO VERAPAZ, op. cit.

 

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