La primeras palabras escritas en
español son las siguientes:
"Con la
ayuda de Nuestro Dueño
Dueño Cristo, Dueño Salvador
el cual Dueño está en la gloria
y Dueño que tiene el mando
con el Padre, con el Espiritu Santo
en los siglos de los siglos.
Háganos Dios omnipotente hacer
tal servicio que delante de su faz
gozosos seamos. Amén "
Siempre ha sido sagrado el primer
escrito conservado y conocido en cada uno de los
idiomas.
El primer escrito en francés es del
año 842 y se trata de un documento político, las
capitulaciones llamadas de Estrasburgo: una alianza
ofensiva y defensiva entre Carlos el Calvo y Luis el
Germánico, nietos ambos de Carlomagno.
El primer escrito en italiano es del
año 960 y se trata de un documento jurídico,
firmado en Capua, para reivindicar unas tierras a
favor del monasterio de Montecasino.
El primer escrito en español es
aproximadamente del año 975, final del siglo X, y se
trata de una afirmación de fe en el misterio de la
Santísima Trinidad y de una oración dirigida a
Dios.
Insistamos un momento en el dato,
acudiendo a la socorrida comparación de los tres
países, francés, italiano y español, plenamente
justificados en este caso. El documento francés es
politico, el italiano administrativo, el español
religioso.
Dámaso Alonso, en su momento Presidente
de la Real Academia de la lengua, comentó así el
dato: "No puede ser azar, no. O, si acaso lo
es, dejadme esta emoción que me llena al pensar que
las primeras palabras enhebradas en sentido, que
puedo leer en mi lengua española, sean una oración
temblorosa y humilde. El César bien dijo que el
español era lengua para hablar con Dios. El primer
vagido del español es extraordinario entre sus
lenguas hermanas.
No se dirige a la tierra: con Dios habla, y no con
los hombres".
De las cuarenta y tres palabras del
primer texto escrito en castellano es preciso
destacar las catorce últimas.
Las ventinueve anteriores, es decir, la
profesión de fe en el misterio de la Santísima
Trinidad, son una tradución del texto latino de al
lado, aunque se trate de una tradución libre y
ampliada. Las catorce siguientes son una oración
totalmente original. Podemos decir que el monje
anónimo de San Millán es, en el primer caso
glosador, y en el segundo verdadero y legítimo
autor.
Autor original de catorce palabras, de
apenas dos líneas. Pero a un autor no se le mide por
la cantidad, sino por la calidad. Y la oración que
plasmó el monje riojano creemos que es de una
calidad y de una fuerza insuperable.
"Háganos
Dios omnipotente hacer tal servicio que
delante de su faz gozosos seamos. Amen"
¿No debíamos los de habla española
aprender de memoria y repetir con frecuencia esta
oración, que son a la vez las primeras palabras del
idioma castellano?. También la Salve es de autor
español, pero fue redactada originalmente en latín.
La breve oración del anónimo monje riojano del
siglo X es totalmente española y se ajusta,
pensamos, como anillo al dedo, al estilo y al talante
del espíritu religioso del idioma español.
Santa Teresa de Jesús y San Ignacio de
Loyola concebían el cristianismo como "un
servicio" casi castrense, como una lucha en
campo de batalla. El fundador de la
"Compañía", nombre tomado de la milicia
terrena, velaba sus armas ante la Virgen de Monserrat
antes de emprender su servicio y su aventura hacia
Dios; y el Duque de Gandía, posteriormente San
Francisco de Borja, juraba ante el cadaver de la
emperatriz, empuñando la espada, "no más
servir a señor que se me pueda morir".
El monje de San Millán junta la bravura
española del "servicio" con la humildad
cristiana de la "súplica" y con la
aspiración esperanzada de la recompensa, que
también es muy español y muy cristiano. Y todo en
catorce palabras, en un suspiro.
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Reza el Padre
Nuestro con Pio XII