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Infección.
Cuando los que debieran cumplir con su papel de defensa del organismo abdican de su papel de anticuerpo la enfermedad tiene via libre para atacar a la nación
La decadencia es un morbo que penetra en
las conciencias de tan solapada forma que ni el mismo interesado
es consciente de su enfermedad, y hasta puede pensar que está
completamente sano.
Por eso nos encontramos, cuando oímos o leemos a diversos
hombres públicos, con que junto con afirmaciones de sentido
común muy positivas, se deslizan, de pronto, extrañas
discordancias que deslucen irremediablemente todo el discurso.
Tenemos un ejemplo en el artículo de José María Carrascal
publicado en ABC el 26 de Febrero pasado. Y no es que sea un
ejemplo de los más escandalosos; al contrario. Pero
analizándolo, y criticando la falla de que adolece, estaremos
condenando casos más flagrantes.
En este trabajo, titulado "Preocupada satisfacción",
el prestigioso periodista, después de dedicar grandes alabanzas
al pueblo español, declara haber constatado en él, junto a una
moderada satisfacción ante la situación general, una íntima
preocupación por el futuro de la Nación como tal, ante hechos
como la Declaración de Barcelona, la situación en el País
Vasco o la actitud de la Junta de Andalucía.
Y Carrascal detalla algunos de estos hechos para, naturalmente,
criticarlos: El Parlamento vasco cede su sede a un falso
Parlamento kurdo, asumiendo poderes que corresponden a la
soberanía del Estado. La Junta de Andalucía aumenta por su
cuenta y riesgo ciertas pensiones, rompiendo con ella la caja
común de la Seguridad Social. Los pescadores de Algeciras llegan
a un acuerdo con las autoridades gibraltareñas, pasando por
encima del Ministerio de Asuntos Exteriores.
Esto no puede ser así, denuncia el articulista. Los intereses
particulares no pueden primar sobre los generales, etcétera,
etcétera. El Estado es necesario para que esto así ocurra,
etcétera. Y, entonces, introduce dos frases que debilitan
enormememte, por no decir que dinamitan, su argumentación:
"Puede que un día desaparezca (el Estado), disuelto en
instituciones mayores. Pero, de momento, los Estados-naciones
siguen siendo necesarios."
¿No habría sido de agradecer que el señor Carrascal hubiese
manifestado más precaución en sus palabras? ¿Que se hubiese
abstenido, mejor, de escribirlas? Aunque quizá sea fútil
plantear esto, pues si se padece el morbo al comienzo mencionado,
es natural que tienda a exteriorizarse de alguna manera.
En efecto: ¿cómo se puede pedir con alguna autoridad moral al
Parlamento vasco, a la Junta de Andalucía, a los pescadores de
Algeciras, que respeten ante todo a la Nación y al Estado, si
acto seguido se manifesta que este Estado y esta Nación está
previsto que posiblemente desaparezcan en un futuro más o menos
próximo, más o menos lejano? ¿Quién puede oponerse a que,
puesto que así ha de suceder, haya quienes aceleren en lo
posible el proceso de disolución? ¿Se puede siquiera
reprochárselo?
Y es que está ocurriendo exactamente esto. Las fuerzas
centrífugas, disgregadoras, de los separatismos, adquieren
pujanza cuando el terreno les es propicio, cuando constatan falta
de moral de lucha, relativa admisión de sus tesis y simples
razonamientos dilatorios del ajuste final. La desfachatez de un
Pujol o las bravatas de un Arzallus acabarán por no indignarnos
tanto si reflexionamos en que prosperan cuando parece extenderse
por toda la clase política nacional, y demás estamentos, un
ambiente de liquidación. O de pre-liquidación, que para el caso
es lo mismo. No bravearían aquéllos tanto si no fuese porque
pueden hacerlo. Habrá que ir pensando, pues, en pedir
responsabilidades en otra dirección. Pues en el triunfo de una
enfermedad, tanta culpa tiene la virulencia de los elementos
infecciosos como la debilidad de los anticuerpos
correspondientes.
Todo lo que el hombre ha producido, incluídas las Naciones, son
producto de su mente. Una nación sólo podrá permanecer
siéndolo si los hombres que la componen la mantienen robusta,
nítida, definitiva, en su cabeza. Pero si el morbo de la
decadencia penetra en ésta, tenderá a acoger con entusiasmo
teorías adversas, planteamientos debilitadores, tanto
supraestatales como infraestatales, y se olvidará alegremente
del Estado-Nación.
Para que esto último no ocurra, con las consecuencias que luego
lamentamos con escándalo, deberíamos comprender que es
absolutamente necesario erradicar de nuestro pensamiento toda
admisión de una posible disolución futura. La Nación siempre
existirá. Punto final.
Esta es la forma de luchar contra el morbo. No dejarlo entrar en
nuestra mente. Y si la idea de perduración arraiga en todas las
inteligencias, la Nación habrá de perdurar por necesidad.
Pero esto no parecen comprenderlo muchos. Y personas como
Carrascal, y mucho más aturdidas que Carrascal, creen que
cumplen con un deber cívico criticando determinadas acciones,
pero luego, en un par de frases, justifican implícitamente tales
acciones. Y es que resulta difícil la coherencia cuando uno ya
ha sido invadido por el virus.
Resulta penoso verlos en debates televisivos, exhibiendo alguna
vez un residuo de patriótico buen sentido, para echarlo todo a
perder en la frase siguiente con un disparate demoledor. Uno no
puede menos de recordar, en tales ocasiones, la inútil cháchara
de los micos.
Y es que si el virus de la decadencia llega a penetrar en mentes
sólidas como la de Carrascal, es lógico que haga estragos en
las cabezas de chorlito.
Lo malo es que se puede sospechar que otras cabezas que no son de
chorlito tengan hechas ya unas previsiones, unas planificaciones,
desde hace ya tiempo; y estén ahora fomentando unas directrices
de pensamiento tendente a la aceptación resignada de lo por
venir por parte del pueblo. Y nada mejor para esto que ese goteo
persistente, interminable, de mensajes disolventes, consciente o
inconscientemente servidos.
Por lo que podemos apreciar, la situación no es la misma en las
otras grandes naciones de Europa. No parece que Gran Bretaña,
Francia, Alemania, o la misma Italia, padezcan el proceso
desintegrador que afecta a España. Por algo será.
Ignacio San Miguel.
"ARBIL,
Anotaciones de Pensamiento y Crítica", es editado por el
Foro Arbil
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