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Nacionalismo.
"Ser nacionalistas es una pura sandez; es implantar los resortes espirituales más íntimos sobre un motivo físico. sobre una mera circunstancia física..."
Aquel hombre que se ha preocupado por el
pensamiento, acostumbra a distinguir con detalle entre el
patriotismo y el nacionalismo, pero no es raro, en otros
ambientes, oír a españoles de buena voluntad definirse como
nacionalistas.
El nacionalismo burgués y material, moribunda herencia del siglo
diecinueve y de la decadencia del Romanticismo, eleva la tierra a
la categoría de Patria. A la tierra hay que dejarla ser lo que
es, y todo intento de sublimarla a nexo, a unión, a razón, a
acontecimiento, participa de la majadería del siglo. Este es el
nacionalismo falsamente romántico, antiguo como una tribu y
estéril como un desierto: y ha prendido en en algunos habitantes
de todas las regiones, incluso en Aragón o Castilla, naciendo
partidos "nacionalistas".
A nadie se le oculta que para dar a la tierra categoría de
nación hay que mentir, y a eso estamos asistiendo.: a la
deformación de la verdad y de las personas en manos de unas
clases políticas que usan ese nacionalismo como excusa para sus
fines desintegradores y pueblerinos, haciendo creer a las masas
que lo pequeño es más auténtico que lo grande y la división
más fructífera que la realidad.
Todo se hace con olvido de las dos características principales
de nuestro ser: la Unidad, por la que luchamos durante siglos, y
la Independencia, que tanta sangre y esfuerzos nos costó. Ambas
son inseparables y no habrá independencia sin unidad, ni unidad
sin independencia.
Algunos gobiernos - como un gran pensador señaló certeramente -
equivalen a una invasión extranjera. Hoy, cualquiera que
encarnen los partidos políticos encuadrados en internacionales,
pero mucho más aún los gobiernos autonómicos sea el que sea su
color. Mientras se nos divide se nos arrebata la independencia y
se nos condena a empezar de nuevo una larguísima historia.
Nuestra unidad jamás fue un capricho ni una coincidencia, sino
una necesidad clarísima de la que dependió, en su día, nuestro
crecimiento, y de la que hoy depende nuestra supervivencia.
El partido, la clase social, el visionario que niegue tal
evidencia, es un invasor de nuestra libertad: su raptor, y un
clarísimo enemigo de nuestra convivencia.
Las autonomías políticas, (que existen sin un previo mandato
específico de la constitución pues son una posibilidad
contemplada en ella), no son ya un error sino algo muchísimo
más grave: la destrucción de la única herramienta de que
disponemos para construirnos un futuro y realizarnos como
individuos y como pueblos, como cultura e historia, asumiendo
libremente el mundo que nos ha tocado. Pero, como eso no lo puede
admitir el Poder General, ahí está la caída absoluta de la
educación. Nos prefieren sin raíces.
Arturo Robsy.
"ARBIL,
Anotaciones de Pensamiento y Crítica", es editado por el
Foro Arbil
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