|
El deseable relevo.
La conjunción de un acomplejamiento histórico con un pseudo progresismo abrazado entusiasta y acríticamente obligan a España a transitar por sendas de alienación. Es necesario eliminar, de la vida pública, a los políticos e "intelectuales" responsables de estos engaños de las que ha sido víctima todo el pueblo español, con sus lamentables frutos de injusticia, espiritual, social y económica.
La última entelequia que comienza a
circular entre la clase política española y va adquiriendo
cierto predicamento, tanto entre los políticos que gobiernan
como entre los que están en la oposición es eso del
"patriotismo constitucional". Y hasta he podido captar,
aún dentro de algunas personas de criterio justo, cierta
satisfacción por que, al menos, se comience a hablar de
patriotismo, siquiera adjetivado. No parecen comprender la
indignidad del concepto.
No parecen ser conscientes de que únicamente en España, por lo
menos dentro de las naciones civilizadas, se considera necesario
adjetivar el término patriotismo para colarlo de matute. Porque
esa es la función del añadido. En España el patriotismo se
encuentra tan devaluado, tan ridiculizado, tan denigrado, que
ahora que parece que conviene por diversos motivos recurrir a
él, se le añade "constitucional" como cobertura
defensiva. De esta forma, se puede contestar a las probables
críticas: "Alto, nosotros no hablamos del antiguo
patriotismo, totalmente rechazable. Hablamos de patriotismo
constitucional, que es algo completamente distinto".
Ridículo y despreciable.
De todas las naciones de Occidente, sumidas en caliginosa
decadencia espiritual, el caso de España quizás sea el más
lamentable. El concepto que se tiene de ella en el extranjero no
es nada bueno. Por ejemplo, se dice que los mandatarios de
Estados Unidos la consideran una nación medio desintegrada,
descompuesta, de la que es difícil fiarse y a la que no se puede
tomar en serio. Un juicio nada alentador, con independencia de la
opinión que nos merezcan los jueces.
La actual prosperidad económica poco tiene que ver con lo que
estoy diciendo. Porque yo me refiero a rebajamiento espiritual.
Además, la nación con menor índice de natalidad del mundo y
con cincuenta mil abortos legales realizados al año, poca
confianza parece mostrar en el futuro de esa prosperidad.
La expresión "patriotismo constitucional" supone
implícitamente que el español sólo tiene razones para estar
orgulloso de su patria a partir de la aprobación de la actual
Constitución en 1978. Que de la la historia anterior a esta
fecha hay que hacer tabla rasa. ¡Qué monstruosa estupidez!
Y tiene que venir gente foránea para sorprendernos con la
noticia de que esto no es así. Es un italiano (Vittorio Messori)
quien desmonta la "Leyenda negra", agradece a España
que Italia no sea en la actualidad mitad austríaca y mitad
musulmana (o totalmente musulmana), y recuerda a Europa entera
que España le ahorró muchas penalidades con sus victorias
contra árabes y turcos, alejándola del peligro de sufrir ese
mismo destino; es un inglés (Henry Kamen) quien cortesmente nos
advierte de que Felipe II fué un buen rey de su época, y que no
tenemos por qué creer en el espantajo inventado por sus
compatriotas; es un norteamericano, Charles Fletcher Lummis,
quien hace ya bastantes años nos informó de que el
descubrimiento, la exploración y civilización de América por
España constituyó una gesta de una dimensión que no tiene par
en la historia de la Humanidad. Son unos pocos ejemplos, entre
otros muchos más, que resultan apropiados para los españoles,
puesto que su posición intelectual habitual consiste en aceptar
todo lo que viene de fuera. Por sus solos medios tiende a caer en
deprimentes y derrengadas teorías, plenas de autoflagelamiento,
y que no consienten la estima propia. A lo sumo, un solapado,
ruin, embozado patriotismo "constitucional".
Patriotismo vergonzante de españoles avergonzados. Y, para mayor
inri, sin ningún motivo real para estarlo.
Esta situación está tan incrustada en la sociedad española,
mediatizada por los hacedores de opinión, que no es posible
avizorar un cambio como no sea contando con el transcurso del
tiempo.
Durante este tiempo, y si fuera posible que procesos
regeneradores se diesen en el resto de las naciones de Occidente
(y la guerra antiterrorista podría ser un revulsivo importante),
estos hacedores de opinión, ante la gestación de una situación
ambiental nueva, deberían cambiar su discurso o ser sustituídos
por otras personas.
Deberían ir desapareciendo aquellos que han hecho del
acomplejamiento histórico y el pseudoprogresismo un maridaje
perfecto. Aquellos que, dando por supuesto que lo único que nos
corresponde a los españoles es aprender del exterior, asimilan
con afán mimético todo lo que nos viene de fuera, sobre todo lo
más bajo, pues confunden la decadencia con el progreso.
Aquellos que en el campo de la moral y las costumbres han
convenido en que la moral tradicional era mala y represiva y, por
tanto, hay que guiarse por una contramoral que supone la
desaparición de todos los frenos y cuyas consecuencias estamos
comprobando. Aquellos que piensan que abortar es un derecho
legítimo de la mujer, la pornografía pertenece a la libertad de
expresión, la promiscuidad sexual es algo natural, la
masturbación es buena, la homosexualidad una forma legítima de
amor y el matrimonio entre homosexuales una conquista legal, la
prostitución debe legalizarse, etcétera. Y aquellos que dentro
del clero no se oponen, callan o adoptan posiciones
conciliadoras. Pues hay que modernizarse y parecerse a los
demás.
Aquellos que en el campo de la medicina, apuestan por la
manipulación de embriones, la futura clonación de seres
humanos, la extracción de células madre de los embriones
congelados con la consiguiente muerte de éstos, y demás
aberraciones. Pues, en efecto, hay que modernizarse y parecerse a
las demás naciones avanzadas.
Aquellos, laicos y clérigos, que claman que las cárceles no
sirven para nada, pues los criminales salen peores de ellas;
aquellos que al tiempo que abolieron la pena de muerte,
eliminaron la cadena perpetua, rebajaron las penas para los
delitos, hicieron desaparecer el concepto punitivo de estas penas
y lo sustituyeron por el concepto de reinserción; que, en
conclusión, se preocupan mucho más de los criminales que de las
víctimas. Pues esto es signo de modernización y humanitarismo
como en los demás países civilizados.
Aquellos que ante cualquier clase de conflicto se aprestan a
promover el diálogo entre "ambas partes", pues no
admiten, en su relativismo, que la razón pueda estar entera en
una de ellas y que ésta no deba negociar. Porque hay que
transitar por la vía del pacifismo, que es la de la
modernización y el progreso.
Aquellos que se encrespan ante cualquier postura autoritaria, por
leve que sea, y tienen siempre en la punta de la lengua la
palabra "fascismo". Pues esto es el abecé del
"progresismo".
Aquellos que se refocilan en las posturas conciliadoras, que
hacen un arte de la conciliación, que están dispuestos a hacer
cualquier cosa por reconciliarse con quien sea, pensando necia y
perversamente que la mansedumbre aplacará a la fiera, cuando es
justamente lo contrario. Pues es postura de buen tono, signo
evidente de progresismo, o de cristianismo moderno postconciliar,
que prácticamente es lo mismo.
Aquellos que en el campo de las letras o el cine necesitan verter
en sus producciones un sinnúmero de brutalidades, depravaciones
y obscenidades al objeto de sorprender algún tanto el gusto
estragado y debilitado del público. Pues para algo son
intelectuales "progresistas".
Aquellos que, ante esta situación, considerándola inevitable y
un evidente "signo de los tiempos", se encogen
cobardemente y nos sirven una versión edulcorada, descafeinada,
mutilada, compuesta y recompuesta, de los Evangelios, huyendo con
pánico de todo lo que suponga confrontarse con "los
tiempos". Porque hay que ser moderno y olvidarse de la vieja
época tan comprometedora y aparentemente poco rentable.
Aquellos, en fin, nombrados al principio, que en el campo de la
política caminan con una cautela que no es más que pura
medrosidad, acomplejamiento que llega al ridículo, sinuoso
deslizarse del hombre sin talla. Son los que se asustan de
mencionar siquiera el patriotismo a secas, y se aprestan a
suavizar este concepto demasiado rudo, demasiado brutal y
estridente, por medio de la edulcorante adjetivación. Pero he
aquí que por mor de esta prudencia exquisita, de esta
hipersensibilidad de mequetrefes rosáceos, caen en el ridículo
y se alejan del ejemplo extranjero, pues en ninguna nación de
nuestro entorno está nadie dispuesto a disimular su patriotismo
basado en su historia con adjetivos que lo desnaturalicen.
Y claro está que tiene que pasar tiempo, quizás mucho tiempo,
para que estos hombres desaparezcan y esta situación sufra
variación en España; para que una nueva clase de hombres se
desembarace de esa especie de encantamiento maléfico, de
pesadilla morbosa, de parálisis vital que constriñe al
político español, al clérigo español, al intelectual
español, al español a secas, a caminar por la vida con la
sensación penosa, si bien imaginaria, de portar una marca
infamante en las espaldas, y que hay que tratar de disimularla
recurriendo a cualquier medio por grotesco que sea.
Ignacio San Miguel.
"ARBIL,
Anotaciones de Pensamiento y Crítica", es editado por el
Foro Arbil
La reproducción total o parcial de estos documentos esta a
disposición de la gente siempre bajo los criterios de buena fe y
citando su origen.