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Gonzalo Fernández de la Mora: Coherencia política y agitación intelectual.
Para glosarle, en su faceta personal e intelectual, contamos con un excelente conocedeor de su vida y pensamiento, que en un conciso pero completo artículo estudia su biografía y su obra.
El domingo 10 de febrero, al mediodía,
me llegaba la noticia del fallecimiento de Don Gonzalo Fernández
de la Mora. Mi primera reacción fue de sorpresa, no parecía
posible que Don Gonzalo ya no estuviera con nosotros; después,
una vez asimilada la noticia, sobrevinieron la tristeza y los
recuerdos.
Cuando desde ARBIL se me solicitó que escribiera unas líneas en
su memoria y en su recuerdo se me planteó un grave problema. Es
tarea difícil tratar de plasmar, en unas pocas hojas, la vida y
la obra de una persona, pero es más difícil aún cuando esa
persona es tan querida y admirada como Don Gonzalo: querida por
su humanidad y su trato; admirada por su indudable valor
intelectual (y todo ello pese que, ahora, alguien pretenda
descalificarle describiéndolo como "diplomático con
ínfulas intelectuales").
G.F.M. había nacido, en 1924, en la ciudad de Barcelona, donde
su padre, Gonzalo Fernández de la Mora y Azcué, Coronel del
Cuerpo Jurídico del Ejercito y gentilhombre de Cámara de
Alfonso XIII, se hallaba destinado como auditor de división. No
obstante, y pese a esa circunstancia, puede afirmarse que G.F.M.
forma ya parte de esa pléyade de gallegos universales que han
dejado su huella en la historia y en la cultura de nuestra
Patria. Su madre Maria de las Mercedes Mon y Landa era oriunda de
la provincia de Pontevedra, y era precisamente a esas tierras a
donde Don Gonzalo solía escaparse a encontrar el remanso de paz
y serenidad necesarios después de duras jornadas de trabajo.
Fuimos muchos los que, en más de una ocasión, pudimos disfrutar
de su generosa hospitalidad en el pazo que poseía en San Juan de
Poyo, frente a la ría y junto a ese majestuoso monasterio de
piedra del siglo VII que allí se levanta. Se da además la
circunstancia de que fue precisamente en Galicia donde G.F.M.
terminó sus estudios de Bachillerato, obteniendo premio
extraordinario en el Examen de Estado, en unos momentos en los
que España se debatía en una terrible guerra fraticida que,
paradójicamente, muchos se obstinan en recordar día tras día.
Una vez en Madrid cursó estudios de Derecho y Filosofía pura;
tras sólo tres años obtuvo la Licenciatura en ambas carreras,
con sendos premios extraordinarios. Allí pudo disfrutar de las
enseñanzas de grandes maestros, como Javier Conde o Federico de
Castro, en el campo del Derecho, y Leopoldo Eulogio Palacios o
Manuel García Morente en el de la filosofía (hay que recordar,
aunque sólo sea como dato anecdótico, que también cursó,
durante este período, un año de medicina y varias asignaturas
de Ciencias Exactas). Una vez terminados los estudios superiores,
su primera intención fue dedicarse a enseñanza, por lo que
comenzó los cursos doctorado, pero, finalmente, optó por
presentarse a unas oposiciones al Cuerpo Diplomático. Preparó
los temas por su cuenta y, sin ayuda alguna, inglés y francés:
A las oposiciones concurrieron 140 candidatos y G.F.M. obtuvo el
primer número en las pruebas de ingreso.
Por aquellos años también comenzaron sus actividades
políticas, siempre en el campo monárquico; de la monarquía
tradicional, hereditaria, hispánica, descentralizada y
antiparlamentaria (entendiendo este último termino como una
crítica la concepto del número, al mito de la igualdad y a la
mitificación del individualismo, postulados todos defendidos por
el liberalismo). Al parecer había contactado con la Juventud
Monárquica durante sus años de estudiante universitario y
había colaborado activamente con dicha organización
semiclandestina. Esta colaboración le llevaría a ser detenido
en 1945 tras repartir unas hojas volantes en la Gran Vía
madrileña, permaneciendo 72 horas en la Dirección General de
Seguridad -muchos otros no se cansarán, en el futuro, de
presumir de haber pasado por esas mismas dependencias policiales
en un intento de mostrarse, en la gran mayoría de los casos,
como víctimas inocentes del régimen franquista- y multado con
25.000 pesetas. En aquellas mismas fechas contrae matrimonio con
la que hoy es su viuda, Isabel Varela, y marcha a ocupar sus
primeros destinos, en Alemania: Cónsul en Francfort y Encargado
de Negocios en Bonn ante la Alta Comisaría Aliada. Allí vera
los desastres de la guerra, aprenderá alemán y se relacionará
con Carl Schmitt, una vez que éste hubiese pasado por las
cárceles como presunto criminal de guerra. También se interesa
por el estudio del filosofo Martín Heidegger, pero, sobre todo
-y a ello dedica sus estudios más sistemáticos- por Kant, a
quien lee y relee en la edición de Cassirer (edición que logró
localizar y adquirir, cuidándola como si de un tesoro se tratara
(II); no hay que olvidar que G.F.M. fue un amante de los libros,
un gran bibliófilo y bibliógrafo, que llegó a reunir varias
decenas de miles de volúmenes cuya gran mayoría ha sido donada
a la Academia de Ciencias Políticas y Morales).
A la altura de 1948 G.F.M. conoce a Rafael Calvo Serer, quien le
invita a colaborar en la revista Arbor, publicación dependiente
del Consejo de Investigaciones Científicas. En 1952, ya de
regreso de su misión diplomática en Alemania, G.F.M. se
incorpora al citado Consejo, que era presidido por José Ibáñez
Martín, ocupando el cargo de vicedirector del Departamento de
Culturas Modernas, cuyo director era el propio Calvo Serer. Se
daba la circunstancia que desde el Consejo se trataba
reestablecer los postulados de Acción Española, la revista de
pensamiento tradicional y católico que, durante los azarosos
años de la II Republica, dirigiera Ramiro de Maeztu, el insigne
intelectual asesinado en Aravaca el 29 de octubre de 1936, tras
una de las famosas sacas de la Cárcel Modelo de Madrid .
En el C.S.I.C. se habían dado cita muchos hombres próximos a
esta tendencia y se contaba con la inestimable ayuda de Luis
Valls-Taberner, que era ni más ni menos que el jefe de
publicaciones. Dado las limitaciones académicas del Consejo, que
no podía desarrollar una actividad abiertamente política, se
pusieron en marcha una serie de iniciativas. Así, por ejemplo,
por indicación de Florentino Embid G.F.M. se va hacer cargo de
los cursos de conferencias de intelectuales extranjeros en el
Ateneo de Madrid, algunas de las cuales verán la luz en la
colección "O crece o muere". Esta serie
abriría sus publicaciones con un a conferencia de Carl Schmitt,
La unidad del mundo. En ella G.F.M. publicaría un pequeño
opúsculo titulado La quiebra de la razón de Estado.
También se le propone la publicación de una revista de
pensamiento, Ateneo, cuyo primer número ve la luz el 2
de febrero de 1952 (dándose la circunstancia que, en el mes
anterior, se había presentado la publicación falangista Alcalá,
dirigida por Jaime Suárez, y, un mes después, la liberalizante Revista,
animada ésta última por el empresario Alberto Puig y colaborada
por un ya desilusionado Dionisio Ridruejo y por gran parte del
antiguo grupo Escorial). En el proyecto monárquico
participan, entre otros, Florentino Pérez Embid, Jorge Vigón,
Rafael Calvo Serer, Rafael Gambra, Antonio Millán-Puelles,
Eduardo Comín Colomer o Santiago Galindo; éste último le
sustituiría, al frente de la revista, en el mes de septiembre,
cuando Torcuato Luca de Tena solicita a G.F.M. su incorporación
al ABC.
De esa época es la creación de la Editorial Rialp en la que
Rafael Calvo Serer publica su España sin problema, como
respuesta a las dudas de Pedro Laín Entralgo en su España
como problema; y en la que Florentino Pérez Embid y otros
socios traducen el pensamiento conservador europeo y se declaran
seguidores de Menéndez y Pelayo. En este proyecto G.F.M. se va
hacer cargo de la colección Biblioteca de Pensamiento Actual;
en ella también se publicaría un trabajo de Carl Schmitt sobre
Donoso Cortes; por su parte G.F.M. se encarga de realizar una
selección de artículos de Ramiro de Maeztu durante la II
República, obra que llevaría un amplio estudio introductorio
del propio G.F.M.; el citado estudio sería publicado
posteriormente como libro independiente, llevando el título de
Maeztu y la teoría de la revolución. Junto a esta
actividad, y dadas sus vinculaciones con sus compañeros del
CSIC, casi todos ellos vinculados al Opus Dei, organización de
la que él nunca formó parte, se debe hacer mención del
lanzamiento de una nueva publicación, editada por RIALP, se
trata de la revista Atlántida, en la que G.F.M.
colaborará ocasionalmente.
A principios de los años cincuenta también se va a constituir,
bajo la presidencia de Otto de Habsburgo, el Centro Europeo
de Documentación e Información. En el CEDI se daban cita,
además de G.F.M., personalidades tales como el recordado y
siempre polémico Alfredo Sánchez Bella, el Ministro Alberto
Martín Artajo, Manuel Fraga Iribarne (de procedencia
falangista), o Joaquín Ruiz Jiménez. El objetivo del CEDI,
marcado por Sánchez Bella durante el desarrollo de un curso de
verano de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo en el
verano de 1952, fue desarrollar un encuentro permanente con
personalidades del catolicismo europeo sobre el panorama
político que se cernía sobre las naciones de este continente.
José Ignacio Escobar, Marqués de Valdeiglesias, manifestaba al
respecto: " El CEDI es la única asociación
internacional de carácter político al servicio de lo que se ha
llamado el orden tradicional. Hay internacionales políticas de
ideología marxista. Otras que están animadas por el libre
pensamiento o la francmasonería; una hay que coordina más o
menos a las fuerzas europeas de la democracia cristiana. El CEDI
agrupa núcleos nacionales de pensadores y hombres de Estado que
comulgan en los principios tradicionales del derecho público
cristiano, siempre con la vista fija, por supuesto, en las
realidades del presente, en el conocimiento de que el pasado es
pasado que nunca retorna con sus mismas características" (III).
En sus memorias, el propio G.F.M. nos recuerda como el CEDI
celebraba una reunión anual en el monasterio de El Escorial, a
las que asistían personalidades tales como Marcelo Caetano,
Antoine Pinay, Michel Debré o el controvertido príncipe Enrique
Starhemberg.
En el año 1956 G.F.M. fue nombrado miembro del Consejo Privado
del Conde de Barcelona, Consejo que muchos han tratado de
presentar como un reducto de oposición liberal al régimen
franquista, olvidando -tal vez intencionadamente- que fue el
propio Don Juan quien aceptó ser el rey de una buena parte del
pueblo carlista (IV). En 1968, cuando José María de Areilza
asume la secretaría del citado Consejo Privado y se comienza una
aproximación a los sectores de oposición republicana, Don
Gonzalo se distancia de Don Juan, y el 6 de marzo le escribe a
Areilza: "Para mí la monarquía no es una forma de
oposición, sino de continuidad". Un gran número de
estos monárquicos, como de Rafael Calvo Serer, reconvertidos
ahora en acérrimos liberales -y no al revés, como se pretende
hacer creer en relación con G.F.M- pactan la unidad de acción
con el Partido Socialista Popular de Tierno Galván, el Partido
Comunista y una fracción del carlismo liderada por Carlos Hugo y
que ahora se decía defensor del socialismo y la autogestión.
En 1956 el nombre de Gonzalo Fernández de la Mora comienza a
sonar como ministrable; la ocasión parecía haber llegado cuando
Franco cesa a Ruiz Jiménez y a Raimundo Fernández Cuesta. Pero
nuestro personaje aun tendría que esperar a 1970, cuando, en el
primer gabinete del Almirante Carrero Blanco (que ocupa la
vicepresidencia), se le nombre ministro de Obras Publicas, en
sustitución de Federico Silva Muñoz. Con anterioridad había
colaborado con los ministros Alberto Ullastres y Fernando
Castiella ocupando los cargos de Subsecretario de Comercio,
Subdiretor General de Relaciones Culturales, Director de
Cooperación Cultural y Subsecretario de Política Exterior; por
otro lado, cabría recordar en esta relación de cargos
administrativos que el 1 de noviembre de 1969 había sido
nombrado Subsecretario del Ministerio de Exteriores con Gregorio
López Bravo. En su discurso de presentación como nuevo Ministro
manifestaba: "Entiendo que el nuestro es el Estado más
eficaz que ha tenido nunca nuestro pueblo y esto quiere decir que
es seguramente el mejor. El poderse incorporara a él, sobre todo
en una hora decisiva como ésta, en la que nuestro país va a
lograr esa meta de la europeización que fue retórica durante un
siglo y que hoy se convierte en verdadera, cuando se cruza la
línea del desarrollo, creo que es algo más que una honra
personal: un excepcional privilegio histórico" (V). En
esta colaboración con los gobiernos de Francisco Franco no puede
pasarse por alto su participación en la elaboración de la Ley
Orgánica del Estado, colaboración que fue solicitada por López
Rodo.
Tras la muerte de Francisco Franco, G.F.M. se alza como uno de
los defensores de lo que se ha dado en llamar "franquismo",
pero ello no le impide votar afirmativamente la Ley para la
Reforma Política. En los primeros años de la transición funda
la Unión Nacional Española, grupo de se uniría a otros de
similares características en lo que fue la Federación de
Partidos de Alianza Popular, siendo elegido diputado en 1977 por
la provincia de Pontevedra. Asimismo, ocupó el cargo de
consejero en la Junta preautonómica de Galicia. Pero en 1978
abandona su cargo en la Junta preautonómica y se desmarca de la
postura oficial de la Federación de Alianza Popular en relación
con el proceso constituyente. En noviembre de ese año, a la hora
de emitir su voto en el Congreso de Diputados en relación con la
aprobación del texto constitucional, G.F.M. defiende
ardorosamente el no, en lo que sería respaldado por a Federico
Silva Muñoz, Alberto Jarabo Payá, José Martínez Emperador y
Pedro Mendizábal Uriarte.
En 1979, junto a los escindidos de Alianza Popular y miembros de
otras fuerzas afines, impulsa la creación de una nueva
formación política, Derecha Democrática. El principal objetivo
de dicha formación era la unidad de todas las fuerzas de derecha
que estuvieran comprometidas en la defensa de determinados
valores, tales como la unidad de las tierras de España, la
concepción cristiana de la vida o el respeto y la garantía
derechos individuales, amenazados por el despotismo democrático
y la tiranía del terrorismo. Tras el fracaso en sus aspiraciones
DDE se disuelve; esta sería la ultima acción de política
activa en la que G.F.M. participaría de forma activa.
Pero no cabía el desaliento en G.F.M.: un año después de la
victoria socialista sale a la luz el primer número de una
revista de pensamiento en la que muchos fuimos llamados a
colaborar en algún momento, como es el caso del que esto
suscribe y el de otros muchos jóvenes que encontramos en las
paginas de Razón Española un portal en donde defender
aquello en lo que creemos, pese a que dichas ideas puedan merecer
los descalificativos de la España oficial.
Pero no es solamente por la actividad política desarrollada por
Don Gonzalo por lo que debe ser recordado; esta breve biografía
estaría incompleta sin hacer referencia, con un mayor énfasis
si cabe, a su amplia y dilatada actividad intelectual, la cual ya
deslumbró a aquellos que le pudieron escuchar cuando, con apenas
19 años, pronunció una conferencia en la casa de Ignacio
Satrústegui, bajo el título de La Unidad europea y la
quiebra de la razón de Estado. A la conferencia asistieron
Vegas Latapié, Pabón, García-Valdecasas, Gamero del Castillo,
Luca de Tena, Eugenio Montes, el Marqués de Valdeiglesias, el
General Vigón, el doctor López-Ibor, Yanguas, M. Almagro, Julio
Palacios y otros destacados intelectuales de la época. Todos los
presentes -nos cuenta Joaquín Bardavio- sintieron estar
asistiendo al nacimiento de una garantía de pervivencia de
aquellas ideas que desde las paginas de Acción Española fueron
defendidas por muchos de los asistentes al acto. Aquel joven
universitario se les revelaba como síntesis de solidez
intelectual, expresión brillante y agresividad política, un
digno continuador de Menéndez Pelayo, que conocía la obra de
Maeztu y que ya había leído a Maurras y Renán (VI).
Su primer libro data de 1944, cuando apenas había cumplido 20
años, y su título es Paradoja. Valentín García
Yebra, en el libro de homenaje que con ocasión de su
septuagenario cumpleaños le dedicamos algunos conocidos y
amigos, describe esta opera prima como "una novela
juvenil, casi adolescente, [en la que] describe caracteres reales
como si fuesen imaginarios, narra lances fantásticos que
descubren situaciones reales. El lector interesado por la verdad
oculta puede aproximarse a ella si descubre algunas claves. La
principal es la descripción de Javier, el protagonista. Con
leves retoques, coincide con la del autor" (VII). Años
más tarde, en una de las cenas anuales que la Fundación Balmes
convocaba en la Gran Peña, G.F.M. obsequió a los asistentes con
otra de breve novela titulada Laina, la cual lleva una
pequeña evocación de Torcuato Luca de Tena.
G.F.M. va a transmitir gran parte de su obra a través de la
prensa escrita. En este sentido, habría que resaltar su
colaboración con el diario ABC, colaboración que comienza el 8
de octubre de 1946, cuando ve publicado su primer artículo en el
citado diario monárquico bajo el título "La sentencia
de Nuremberg". G.F.M., desde una visión iusnaturalista
del derecho, estimaba como evidente las atrocidades de las que se
acusaba a los dirigentes del III Reich y, del mismo modo,
consideraba que estos deberían ser castigados por el delito de
"crimen de guerra", pero ponía de manifiesto que el
Tribunal de Nurembreg no era el medio más indicado para alcanzar
este ideal de justicia, ya que al constituirse en "juez
y parte" no reunía las condiciones formales necesarias
para dictar una sentencia justa: "no sólo es preciso
valorar la justicia de los principios jurídicos en que el
proceso se asienta, sino que además es preciso comprobar la
honestidad y justeza procesal con la que ha sido dictada la
sentencia". No sería esta la única vez que se
dedicase al estudio del tema; posteriormente verían la luz dos
publicaciones más: el opúsculo titulado El tribunal de
Nuremberg y la Iglesia (Ediciones de la Universidad de
Santiago de Compostela, 1954) y el artículo "La
aporías de Nuremberg" (Arbor, nº . 64, abril de 1951,
Pp. 537-562) .
Dentro de esta faceta periodística hay que resaltar
especialmente que, en 1952, se incorpora al diario ABC como
editorialista. Años más tarde, en 1963, Torcuato Luca de Tena
le encarga la dirección de las páginas de critica literaria del
diario, críticas que serían recogidas en una serie de libros
-siete volúmenes- que llevan por título Pensamiento
Español. Por esta labor recibiría en 1970 el Premio
Nacional de Critica. Estos volúmenes se han convertido en una
pieza fundamental para todo aquel que quiera conocer y estudiar
el mundo de la cultura española en el siglo XX. Por sus páginas
se revisa la obra de cerca de 2000 autores, realizándose
críticas que no se limitaban a dar noticia de la aparición de
alguna nueva obra o la reedición de algún que otro libro o la
simple descripción de un autor novel; por el contrario, las
criticas de G.F.M. constituían pequeños ensayos en los que se
analizaba al autor del libro y su contenido, y se enmarcaba a
ambos en alguna corriente filosófica. Emilia de Zulueta define
esta faceta de G.F.M. como aquella que se ajusta a un esquema que
permite captar, perfectamente deslindados, tanto la fisonomía de
la obra criticada como el juicio crítico (VIII). En este sentido
García-Valdecasas diría "el crítico de las ideas es
un operario del conocimiento científico, un pensador y por ello
la crítica conceptual exige rigor, esfuerzo, el critico necesita
además un pensamiento consecuente, sistemático, informado del
estado de la cuestión, ascético y depurado" , y esas
cualidades la reunía sin duda nuestro personaje.
La obra de GFM también se plasma en la publicación de más de
dos decenas de libros, pudiéndose dividir su obra como escritor
y ensayista en dos grandes apartados: el que hace referencia a su
faceta de politólogo, y el que nos descubre su faceta como
filosofo.
Como politólogo deberíamos referirnos en primer lugar a la que
tal vez sea su a obra más conocida -también cabría apuntar que
la más polémica, no tanto por su contenido sino por las falsas
acusaciones de plagio vertidas por parte de sus detractores- que,
evidentemente, es El crepúsculo de las ideologías,
reeditada hace algunos años por Espasa Calpe con una amplia
introducción de Vicente Palacio Atard. La primera vez que esta
obra vio la luz fue en 1965, en la Editorial Rialp, y
rápidamente tuvo un amplio eco fuera de nuestras fronteras (de
hecho, la segunda edición de esta obra apareció en Santiago de
Chile, en pleno gobierno de Eduardo Frei Montalva, cuando la
democracia cristiana de aquel país se acercaba a pasos
agigantados a unos postulados más propios del marxismo que de
una fuerza política de raíz socialcristiana). El libro ha sido
traducido a varios idiomas, entre ellos el griego y el
portugués.
A mediados de los setenta vería la luz otra de sus obras, La
partitocracia. En ella analiza y desmenuza, uno por uno, los
principios en los cuales se sostiene la llamada democracia de
corte liberal. Curiosamente en España se publicaría la segunda
edición, dado que la primera (Editorial Gabriela Mistral, 1976)
aparecería en Santiago de Chile. En ese mismo año se
publicaría en España El Estado de obras, donde nuestro
inestimable amigo planteaba la distinción entre los Estados
fuertemente ideológizados, victimas de sus dogmatismos, y los
Estados eficaces, que optaban por el alejamiento de las
politiquerías al uso y buscaban aquellas políticas que
tendieran a un real desarrollo y la prosperidad de sus gentes y
de sus tierras. No es de extrañar por ello que fuera
precisamente en Chile donde G.F.M. tuviera un mayor eco, ya que,
ese mismo principio fue el ideal que animó al presidente Jorge
Alessandri cuando optó por formar un gobierno de técnicos y
alejó del poder a los hombres de partido.
En este aspecto, se podría recordar la conversación que G.F.M.
mantuvo con La Nueva España, con motivo de su
asistencia a uno de los cursos celebrados en La Granda, donde
trazaba un perfil de su actuar y de su pensamiento político: "He
tratado de ser un gobernante racionalista. No ideológico. He
escrito 21 libros y he argumentado todo eso. Mi tesis es la
siguiente: hay dos maneras de valorar el Estado; un señor, Marx
o Rousseau o Jovellanos, elabora un sistema político y la gente
dice: ¿Este Estado se parece al de Marx? Sí: matrícula de
honor. No, no se parece: cero. Un procedimiento demencial, la
verdad. Creo, sin embargo, que el Estado se justifica por sus
obras, no por su parecido con un esquema ideal. Por eso yo hablo
del Estado de obras o del Estado de razón. Desde un
planteamiento filosófico se llega a una solución pragmática.
Así es como valora la historia" (IX).
En la década de los ochenta aparecerían nuevos libros Los
teóricos izquierdistas de la democracia orgánica ( 1985) y
Los errores del cambio (1986). El primero de ellos trata
de demostrar -como afirma en la introducción del mismo- cómo la
teoría orgánica y corporativa de la sociedad y del Estado no
tiene una genealogía totalitaria, fascista ni nada que se le
parezca, sino que, por el contrario, el organicismo hunde sus
raíces en pensadores como Karl C. Friedrich Krause y Enrique
Ahrens, autores que en España tuvieron gran influencia
(piénsese en pensadores como Sanz del Río, Salmeron, Adolfo
Posada, Salvador de Madariaga o Julián Besteiro). El libro es en
realidad una ampliación de algunos artículos dispersos en
diversas publicaciones, tales como la Revista de Estudios
Políticos o Razón Española, y que ahora habían
sido reunidos y ampliados por el autor.
La segunda de las obras anteriormente citadas, Los errores
del cambio, pese a la posible confusión a la que pueda
inducir el título, constituye la más lucida y demoledora
crítica a eso que se ha venido llamando "la transición
española". En ella se habla de cómo este proceso
político no vino precedido de ninguna clamorosa petición
popular, sino de una simple y llana decisión del poder; de cómo
la derecha fue paulatinamente arrinconada, despreciada e
ignorada; de cómo prohombres de ese sector inventan un centrismo
amorfo y carente de contenido; de cómo se procede a la
construcción de una España autonómica sin limite alguno; de
cómo se construyen las continuas y equivocadas políticas
antiterroristas -que, indudablemente, están unidas al problema
anterior-; de cómo aparecen el endeudamiento, el equivocado
régimen fiscal, la falta de libertad en los medios de
comunicación publica, la falsificación histórica, etc....
Sobre su faceta de politólogo podríamos recordar lo que G.F.M.
manifestaba sobre su obra: "En realidad, todos mis
trabajos de ciencia política se fundan en la idea de que el
Estado no se legitima por su parecido con uno de los muchos
modelos supuestamente ideales que han ido construyendo utopistas,
doctrinarios y juristas, sino por su efectiva capacidad para
mantener un orden progresivamente equitativo y próspero al nivel
de las circunstancias históricas. En suma, el complejo y
coactivo instrumento estatal no se justifica por su fe al modo
luterano, sino por sus obras al modo romano. Este principio
conduce ...a la desideologización de la cosa pública"
(X).
En esta faceta de filosofo habría que comenzar por resaltar que
una de sus primeras obras en este campo, Ortega y el 98,
merece el Premio Nacional de Literatura de 1961. Habría que
recordar que Ortega y Gasset se presentaba como un maestro para
los hombres de la generación de G.F.M. -la generación de 1955,
como la ha bautizado Mariano Sánchez Barba- . No obstante
conviene precisar que Ortega supuso en cierta medida una gran
desilusión para nuestro personaje. Torcuato Luca de Tena nos
cuenta que al parecer alguien había informado a Ortega y Gasset
de la existencia de un joven licenciado en filosofía a quien
debía conocer, dada su valía y talento. Ortega y Gasset mandó
llamar al joven estudiante, al que quería aleccionar -nos dice
Luca de Tena-, al modo, un poco protector, con que Rainer Maria
Rilke escribió sus Cartas a un joven poeta, pero
Gonzalo no le servía bien, porque quería demostrarle en todo
momento su valía; varias veces se interrumpieron y muchas más
discutieron. Y es que se daba la circunstancia de que Ortega era
un buen conversador, pero un mal auditor, y, por su parte,
Fernández de la Mora era un excelente polemista, pero, a veces,
un muy poco discreto interlocutor, por lo que Ortega, en cierta
ocasión, torciendo el ceño le señaló la puerta y Gonzalo, con
un gesto entre amargo y de desdén, optó por levantarse y
abandonar la casa del maestro (XI). El libro trata, en un primer
lugar, de contraponer a Ortega con la llamada generación del 98,
caracterizada por su pesimismo, salvo en lo qua a la estética se
refiere. Después pasa a analizar a Ortega como hombre, como
estilista, como político y como pensador. Conviene no obstante
apuntar que no sería Ortega, sino Zubiri, a quien G.F.M.
tomaría como uno de sus grandes maestros; en Zubiri encontraría
la relectura empírica y racionalista de un cierto aristotelismo
que le serviría de base para la elaboración de unos trabajos
filosóficos que le hacen preferir la sociología al
doctrinarismo y la cosmología a la metafísica (XII).
Habría que esperar a 1984, cuando aparece una nueva publicación
en este campo, La envidia igualitaria, obra que en tan
sólo tres años sería traducida al ingles y al alemán. Vintila
Horia en su comentario para Razón Española ( nº. 8,
1984, pág. 504) calificaría a esta obra como "un
auténtico alarde de erudición, talento estilo claridad,
mordacidad y perspicacia filosófica y política". En
el libro G.F.M., después de repasar las diversas teorías que
sobre el concepto de la igualdad se han desarrollado desde los
campos de la filosofía, la moral o la política; viene a
concluir que potencialmente sólo podrían existir tres tipos
diferentes de igualdad: la igualdad religiosa, la igualdad
política, la igualdad económica. El igualitarismo religiosos
sólo se podría entender dentro del cristianismo, dado que sólo
implica la igualdad de oportunidades de las almas ante Dios. Por
el contrario arremete con todas las armas que el intelecto le
concedió contra el pretendido igualitarismo político y
económico, que desde el liberalismo y el socialismo se pretenden
defender. Concluye que "el igualitarismo ni siquiera es
una utopía soñada [ sino que por el contrario] es una pesadilla
imposible" G.F.M une ese mito de la igualdad con el mal
de la envidia, y afirmaría que "satisfacer transitoria
y localmente la envidia igualitaria" implicaría "la
involución cultural y económica...cuanto más caiga una
sociedad en la incitación envidiosa, más se frenara su
marcha".
Justo tres años después de la aparición de ésta obra, y
cuando aparecen en el mercado las traducciones de la misma al
ingles y al alemán , G.F.M nos regala una nueva obra, Filósofos
españoles del siglo XX. Este nuevo libro, del cual realice
una breve y torpe recensión para la revistan de animación
cultural Punto y Coma ( nº 8, 1987), constituye un
autentico manual de filosofía, en el cual se repasa y analiza la
obra de Amor Rubial, Eugenio D´Ors, Ortega y Gasset, García
Morente y Zubiri. La obra concluía con un breve estudio sobre
Millán-Puelles y el realismo fenomenológico.
Diez años más tarde se publica la que tal vez sea la más
grande de sus obras en este campo, El hombre en desazón.
Esta obra es un profundo ensayo de antropología filosófica, en
el que el autor trata de buscar aquello que subyace en el
interior de la naturaleza humana; si bien, se nos aclara de
antemano que el intento de comprender al hombre en su plenitud es
una tarea ardua e imposible, dado que su interioridad es un
permanente misterio.
Finalmente, pocos meses antes de su inesperado fallecimiento,
aparecía la que por el momento, y a la espera de revisar muchos
de sus papeles y carpetas, es su última obra. Sobre la
felicidad es -tal y como se anuncia- una erudita y ordenada
meditación sobre la gran cuestión de la existencia humana.
G.F.M. considera que el hombre es un ser propenso a la
infelicidad; para evitarlo el autodominio racional es el más
enérgico alivio de tal flaqueza. La conclusión final del libro
es que la felicidad no en un don, sino que por el contrario es
una laboriosa conquista del logos.
En relación con sus múltiples distinciones se encontraba el
hecho de ser miembro de la Real Academia de Ciencias Morales y
Políticas, cuya incorporación data del 29 de febrero de 1972.
El discurso de ingreso llevaba por título, como no podría ser
de otra manera, Del Estado ideal al Estado razón. La
contestación al mismo -como ya se ha apuntado con anterioridad-
corrió a cargo de Alfonso García Valdecasas. Sustituía a José
Ibáñez Martín, y se daba, además, la circunstancia de que dos
de sus ancestros, Alejandro Mon ( 1801-1882) y Alejandro Pidal
Mon (1846-1913) habían sido miembros de la citada institución,
destacándose además como políticos e intelectuales de primer
orden. En la Academia Don Gonzalo se encargó de la Biblioteca,
y, gracias a sus gestiones, gran parte de biblioteca de Elías de
Tejada -más de treinta mil volúmenes- fue donada a ese
organismo. También fue miembro de la Hispanic Society of
America, de la Academia de las Bellas Letras de Sevilla, del
Centro Cultural Valenciano, y miembro de honor del Colegio de
Doctores de Barcelona.
Como periodista habría que hacer mención a los diferentes
galardones logrados: en 1952 obtuvo el Premio Luca de Tena por su
artículo "La enseñanza y la formación",
(ABC, 3 de octubre de 1952); en 1960 con el Mariano de Cavia,
premiándose su necrológica de Agustín de Foxa publicada bajo
el título "Escritor y Diplomático" y con el
subtítulo de "Era en verdad un lujo de España" (ABC,
1 de julio de 1959); y, finalmente, en 1980, obtiene el premio
Julio Camba por su artículo "El prosista puro" (ABC,
28 de julio de 1980). Como escritor, aparte de los ya
mencionados, no podía faltar el hacer referencia al Premio
Espejo de España, otorgado por la Editorial Planeta, por su obra
Memorias españolas, que presentó, en la edición de
1995, bajo el seudónimo de Adán, y que sería otorgado tras una
descabellada polémica por parte de algún miembro del jurado. La
obra sería publicada bajo el título de Río arriba. En
relación con estos premios y su pluma podemos recordar una
descripción de G.F.M., que le definía como "un
escritor sugerente, tan seguido como discutido, ecuánime y hondo
a la vez que claro y perspicaz" (XIII).
José Díaz Nieva.
Notas
I) G.F.M. era un autentico políglota que hablaba a la
perfección varios idiomas, entre ellos el francés, el inglés y
el alemán; pero también el italiano y el portugués. Ni que
decir tiene que conocía las lenguas clásicas, el latín y el
griego. El dominio de este último le sería de gran utilidad en
su estancia como diplomático en Grecia en 1962. Finalmente se
podría hacer referencia a sus conocimientos de gallego, catalán
y en menor medida del vasco.
II) Discurso de Contestación de Alfonso García - Valdecasas al
pronunciado por G.F.M. en el acto de recepción de éste último
en la Real Academia de Ciencias Políticas y Morales.
III) ABC, Madrid, 9 de diciembre de 1957.
IV) Tal proclamación se efectúa en un acto en Estoril el 20 de
diciembre de 1957.
V) Equipo Mundo, Los 90 ministros de Franco, DOPESA, Barcelona,
1971, págs. 336-337.
VI) Joaquín Bardavía, Políticos para una crisis, Sedmay
Ediciones, Barcelona, 1975. ( ver fascículo n´º 7, dedicado a
Gonzalo Fernández de la Mora). También necrológica del diario
El Mundo, Madrid, 11 de febrero del 2001.
VII) Valentín Carcía Yebra, "Juventud", en
Razonalismo, Fundación Balmes, Madrid, 1995, págs.30-33.
VIII) Emilia de Zuleta, "El crítico literario ", en
Razonalismo, op.cit, págs. 451-452.
IX) La Nueva España, Oviedo, 11 de febrero del 2002.
X) G.F.M., Rio arriba , Memoria, Ed. Planeta, Barcelona, 1995,
pág.286.
XI) La monarquía del futuro, amigos de Maeztu, Madrid, 1960,
pág.7. Este folleto recoge los discursos de Torcuato Luca de
Tena, José María Pemán y del propio Gonzalo Fernández de la
Mora, en el homenaje que a este último le tributaron sus amigos
en los salones del Hotel Fénix, el 17 de mayo de 1960, con
ocasión de haber ganado el premio de periodismo Mariano de
Cavia.
XII) Discurso de Contestación de Alfonso García -Valdecasas al
pronunciado por G.F.M. en el acto de recepción de éste último
en la Real Academia de Ciencias Políticas y Morales.
XIII) Equipo Mundo, op.cit.
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