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Peticiones de perdón.
Algunas peticiones de perdón ¿tienen sentido?, y otras omitidas ¿no se hechan en falta?
El sacerdote, en su homilía, insistió
en que la Iglesia había hecho lo correcto en pedir perdón por
los extravíos del pasado. Repasó las muchas faltas cometidas.
Es lo que hacía puntualmente, todos los sábados cuando
celebraba misa. Lo habitual, según él, en la Iglesia del pasado
era caer en profundos errores de conducta, y las actuales
peticiones de perdón así lo demostraban, siendo, por tanto,
correctas y oportunas. Esta vez acabó cansándome y decidí no
volver a oirle más. Era la última vez que acudía a sus
celebraciones.
El tiempo dirá si estas peticiones de perdón que han menudeado
en la Iglesia Católica (en ninguna otra organización religiosa,
política o de cualquier otra naturaleza) han de contribuir al
refuerzo de la fe y a su extensión.
Pero algunas peticiones resultaron bastante raras. Por ejemplo,
la de los obispos españoles. Refiriéndose a la guerra civil
española, pidieron perdón por los excesos cometidos en ambos
bandos. Y esto es poco comprensible. El perdón se pide por las
faltas propias, no por las ajenas. ¿Existía, tal vez, alguna
falta propia que no se quería mencionar y se recurrió,
entonces, al expediente de embrollar el tema para salir airosos?
Lo mejor es hablar claro, pues, de lo contrario, se puede hacer
el ridículo.
Si todo partía del hecho de que la Iglesia fué uña y carne con
el antiguo régimen, menos en los tiempos finales (cuando el
barco se hundía), tampoco es muy difícil hallar una
explicación razonable a esta compenetración. Si se tiene en
cuenta que en el Martirologio del siglo XX que se está
confeccionando, de los 10.000 mártires censados, aproximadamente
las tres cuartas partes son españoles asesinados en la guerra
civil, se comprenderá, a poco de sentido común que uno tenga,
que la Iglesia no podía optar por la República que la estaba
asesinando, y que, por el contrario, tenía que ver con muy
buenos ojos al bando contrario que la defendía y protegía.
Pero este razonamiento que está al alcance de cualquiera, no es
tenido muy en cuenta por el clero español actual. En su
obstinado afán por desligarse de cualquier concomitancia con el
antiguo régimen y deseosos de congraciarse con una sociedad
abocada al "progresismo" merced a la potente acción
mediática, se apresuraron a pedir un perdón que nadie les
había exigido y que resultó pintoresco tal como fué formulado.
No se sabe bien por qué pidieron perdón y hay quienes pudieron
sacar la impresión de una humildad amanerada y narcisista.
Sería necesaria una especificación clara de aquello por lo que
la Iglesia siente que tiene que pedir perdón.
Por añadidura, puestos en la vena de pedir perdón, el clero
católico, hasta el grado jerárquico que corresponda, podía
haberlo hecho por diversas acciones y omisiones de los tiempos
recientes, en vez de remontarse a la Inquisición y otros
antiguas cuestiones, de cuyo atento estudio salen culpas muy
diluídas; y, en el caso de la Iglesia española, podía haber
hecho otro tanto, en vez de referirse a la contienda civil con
escaso tino.
Armando Valladares, escritor y exiliado cubano, además de
ferviente católico, expuso en un artículo con gran respeto
graves omisiones en las peticiones de perdón. Se dolía de que
no se pidiera perdón por la complicidad de muchos eclesiásticos
con el comunismo en Cuba y en otros países del mundo durante las
últimas décadas. Citó diversos casos puntuales, de los que
entresaco los siguientes: las declaraciones en Cuba, en 1974, de
monseñor Agostino Casaroli, artífice de la
"ostpolitik" vaticana, de que "los católicos que
viven en la isla son felices dentro del sistema socialista"
y que "en general, el pueblo cubano no tiene la menor
dificultad con el gobierno socialista", negando frontalmente
la evidencia; la carta del Cardenal Paulo Evaristo Ams, de Säo
Paulo, dirigida a un "queridísimo Fidel", en la que
afirmaba discernir en las "conquistas de la
Revolución" nada menos que "las señales del Reino de
Dios"; y los reiterados pronunciamientos del Cardenal Ortega
y Alamino, arzobispo de La Habana, durante las últimas décadas,
en favor del diálogo y la colaboración con el régimen
comunista.
Valladares, quien sufrió prisión durante veintidos años en las
cárceles cubanas, recibió un trato inhumano, palizas, etc., lo
que le llevó a pasar ocho años de su vida en silla de ruedas,
llegó a afirmar que si no hubiese sido por los silencios,
complacencias y apoyos por acción y omisión que recibió Castro
de tantas figuras eclesiásticas, el régimen cubano no hubiese
posido subsistir.
Y añadió que, con la perspectiva del tiempo, un hecho resulta
estremecedor: la negativa del Concilio Vaticano II a condenar al
comunismo, pese el solemne pedido en ese sentido suscripto por
456 padres conciliares de 86 países.
Y más peticiones de perdón podrían hacerse con justo motivo.
Por ejemplo ¿no debería pedirse perdón por el abandono del
dogma católico, relegado al desván de lo inservible por tantos
eclesiásticos? ¿No debería pedirse perdón por la negativa a
impartir moral sexual, a la que ni siquiera mencionan? ¿No
debería pedirse perdón por no denunciar la tremenda corrupción
de costumbres? ¿No debería pedirse perdón por la nula mención
al crimen del aborto en la predicación? Y esta inhibición no es
ocasional, por desidia, dejadez, olvido, no. Todo responde a una
planificación, como cualquier mente medianamente despierta puede
comprender. Entonces ¿no debería pedirse perdón por esa
planificación? Cuando los planes exigen silenciar las verdades
de la fe y la moral, conllevan una apostasía tácita. ¿No
debería pedirse perdón por esta apostasía?
Es cierto que resulta mucho más acorde con el pensamiento
"progresista" dominante referirse a la Inquisición y
al caso Galileo. Pero pedir perdón por acontecimientos remotos,
puede inducir a pensar que ahora los tiempos son mejores. Lo
serán para la ciencia y la tecnología, pero no para el
catolicismo, que atraviesa la mayor crisis conocida en toda su
historia. ¿No habría que pedir perdón por esa crisis? Porque
no ha surgido por generación espontánea. Lógicamente, ha
habido responsabilidades. Sólo mencionaré las declaraciones del
cardenal Adrianus Johannes Simonis, arzobispo de Utrech, no hace
mucho. Después de juzgar a estos tiempos como más faltos de
vitalidad religiosa, más indiferentes, que los de hace dos
décadas, sobre todo en lo que se refiere a Europa, suscribe las
palabras de Godfried Danneels en el último Sínodo sobre Europa:
"Vivimos en exilio". Y Simonis compara este exilio con
el que sufrieron los judíos según nos narra la Biblia. Comenta:
"Pero debo decir que para nosotros la situación es aún
más dramática. Los Judíos habían sido deportados al exilio
por los Babilonios. Mientras que yo me pregunto si en cierto
sentido no nos hemos condenado nosotros mismos al exilio, y hemos
guiado a nuestro pueblo por las sendas del exilio. La crisis
viene de dentro de la Iglesia. No por ataques y presiones
exteriores".
Estas palabras recuerdan otras de Pablo VI, cuando en las
sesiones conciliares habló del "humo de Satanás" que
parecía haberse infiltrado en la Iglesia. Y las que pronunció,
poco antes de su muerte, dirigiéndose a su amigo y escritor Jean
Guitton: "Lo que me llama la atención, cuando considero el
mundo católico, es que a veces dentro del catolicismo parece
predominar un pensamiento de tipo no-católico, y puede suceder
que este pensamiento no católico dentro del catolicismo llegue
mañana a ser el más fuerte".
Realmente, era ya el más fuerte en aquellos tiempos. Y en los
actuales, sigue dominando y ejerciendo su acción devastadora.
Mientras no se demuestre lo contrario, este es el problema
fundamental de la Iglesia Católica y el que exige una acción
revitalizadora cada vez más intensa.
Las peticiones de perdón son de pertinencia discutible, sobre
todo si inducen a pensar que llevan una intención conciliadora
con el pensamiento "progresista" que predomina en el
mundo.
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Ignacio San Miguel .
"ARBIL,
Anotaciones de Pensamiento y Crítica", es editado por el
Foro Arbil
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