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Ordenación del territorio y política regional
Ha sonado la hora de la libertad humana y familiar, de una libertad que comprende y acepta la autoridad, una autoridad que no se confunde con la mera disponibilidad de medios de control social, sino que se concibe como garantía del sometimiento del desarrollo técnico a las condiciones de la dignidad del ser humano.
Entendemos por política regional, en un
sentido estricto, la creación, adecuación y gestión de las
condiciones de localización de las actividades económicas.
Si hay algo que caracterice a la denominada "cuestión
social" en la última mitad de siglo es, por un lado su
expansión a la esfera internacional y, por otro lado, el
surgimiento de grandes megalópolis con múltiples problemas de
calidad humana de vida frente a un éxodo masivo procedente del
medio rural que dificulta una adecuada asignación de los
recursos productivos y de la riqueza.
La emigración procedente del medio agrícola y de las pequeñas
ciudades de provincia agolpa en espacios cada vez más limitados
las fuentes del desarrollo económico y condena a la incuria a
quienes permanecen en los espacios "deshabitados". Las
grandes ciudades tienen cada vez mayores dificultades en ofrecer
calidad en los servicios públicos cuando el número de sus
usuarios crece en proporción geométrica a consecuencia de la
búsqueda desesperada de oportunidades económicas. A ello hay
que añadir los problemas del aumento de la contaminación hasta
niveles alarmantes y la subida imparable del suelo urbanizado que
alcanza precios prohibitibos para la mayor parte de la
población.
Mientras tanto, en las ciudades "de segunda categoría"
y en el medio agrario en general, los servicios son escasos y las
oportunidades de promoción económica prácticamente ilusorias.
Ello refuerza el flujo de emigrantes a las grandes urbes y la
erección de éstas en las auténticas instancias decisorias.
Este fenómeno, además, no es exclusivo del denominado Primer
Mundo, sino que se ve especialmente agravado en los países en
desarrollo, por cuanto sus mismas precarias condiciones de vida
impelen a la población a buscar de forma aún más desesperada
alguna oportunidad de mejora. Desde otro punto de vista, puede
igualmente afirmarse que la distribución internacional de la
capacidad de generación y distribución de la riqueza evidencia
la existencia de problemas graves en la ordenación del
territorio. Esta última es, sin duda, la causa del fenómeno
masivo de la emigración procedente de África que
tanto preocupa a los europeos.
Todo ello nos lleva a concluir que la política del futuro será
en la política regional, política de ordenación del
territorio. Es preciso que la sociedad civil, a través de sus
diferentes actores, y los poderes públicos, en sus diferentes
niveles territoriales, colaboren en orden a una distribución
más humana y racional de la población, creando las condiciones
adecuadas para una distribución de la capacidad económica más
equitativa.
En este tema tiene mucho que decir el poder más próximo, que
conoce sobre el terreno las necesidades y los recursos de una
determinada comunidad humana. En la sociedad-red a la que ahora
abre paso la era atómica, frente al mundialismo desenfrenado y
ultraliberal y frente al nacionalismo cerril y miope, se alza el
amor a lo concreto, que rompe las fronteras y rechaza como
monstruosa la perspectiva de un super-Estado universal.
Por otro lado, la comunidad internacional debe asumir su
responsabilidad en la corrección de las desigualdades
inaceptables que afectan al Tercer Mundo, estimulando una
reflexión previa sobre los problemas que impiden el desarrollo y
haciendo a las naciones que padecen estas limitaciones
auténticas protagonistas de su proceso de emancipación. Ello
supone la asunción de compromisos de ayuda que no oculten
propósitos velados de colonialismo económico. Tambien implica
la constatación de fenómenos de corrupción y crimen
estrictamente autóctonos, es decir, el repudio del absurdo mito
del "buen salvaje" después de lo que nuestros ojos han
visto en Ruanda o en el Zaire. Y, por último, aunque no por ello
menos importante, el rechazo enérgico al denominado "Nuevo
Orden Mundial" y a su agotador sonsonete de "lo
políticamente correcto". El liberalismo euroamericano, que
puso tantas esperanzas en los resultados de su orden técnico
ideal, ve ya algo frustradas tales esperanzas. Este desarrollo
inducido por las antiguas metrópolis, sacerdotisas de la nueva
religión laicista, contra las primeras esperanzas que en él se
depositaron, ha contribuído a fortalecer el poder militar, y la
ayuda tecnológica a pueblos en desarrollo ha servido, en primer
término, para excitar los conflictos civiles y entronizar a
corruptas juntas militares. El mismo hecho de que el dominio
tecnocrático suscite reacciones varias pero siempre anárquicas
y subversivas, a consecuencia de la restricción de la libertad
política por la ortodoxia liberal o marxista, contribuye a la
hipertrofia del Ejército, que se hace imprescindible para el
mantenimiento del orden público. Las anteriores afirmaciones ven
su confirmación en situaciones tan repugnantes como las
suscitadas por los intereses de las compañías multinacionales
en las naciones en desarrollo, con escenas tan nauseabundas como
el apoyo de toda la progresía políticamente correcta (incluído
el socialista Mitterrand) a un individuo tan
"delicioso" como Mobutu.
La nueva sociedad, la sociedad del siglo XXI será orgánica,
viva y respetuosa con la libertad auténtica del individuo y de
los grupos intermedios. La naturaleza no debe ser destruída en
todo aquello que no suponga el aniquilamiento del ser humano, y
las sociedades contemporáneas han permanecido ya demasiado
tiempo constreñidas por el estatismo. La propia fuerza de los
hechos ha consagrado un estado de cosas en que se huye igualmente
del totalitarismo y de la anarquía. Ha sonado la hora de la
libertad humana y familiar, de una libertad que comprende y
acepta la autoridad, una autoridad que no se confunde con la mera
disponibilidad de medios de control social, sino que se concibe
como garantía del sometimiento del desarrollo técnico a las
condiciones de la dignidad del ser humano.
Para alcanzar todo este potencial panorama de progreso humano
hace falta no desaprovechar las situciones que genera el
relajamiento de los vínculos estatales, no caer en un nuevo
centralismo racionalista de ámbito internacional al servicio de
una organización económica antihumana en la que el
"dumping social" se ha convertido en moneda
universalmente aceptada. Somos los hombres comunes, la sociedad
civil, quienes hemos de tomar la iniciativa en la civilización
que abre sus ojos en el año 2000
Máximo *
"ARBIL,
Anotaciones de Pensamiento y Crítica", es editado por el
Foro Arbil
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