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Maravillosos silencios.
"Respóndate
retórico el silencio;
cuando tan torpe la razón se halla,
mejor habla, señor, quien mejor calla."
Calderón de la Barca.
Si hay un silencio elocuente y hasta
retórico, como nos dijo Calderón, nos cabe hablar de un
silencio mudo, como aquel de que nos hablaba Cervantes en el
Quijote cuando escribía: "... en aquel sitio el mismo
silencio guardaba silencio a sí mismo". ¿Un silencio que
calla para sí, que se guarda silencio a sí mismo, no puede
decirse, como a veces suele decirse, un silencio mudo? En
Cervantes, especialista, diríamos, en silencios, en
"maravillosos silencios" -de que sus páginas mejores
nos hablan mudamente, como entre paréntesis o a intervalos de
sus palabras-, esos silencios mudos son tan frecuentes como
elocuentes, a fuerza de serlo, tan silenciosos, tan callados, tan
absolutamente silencios puros. Silencios que sólo podemos
encontrar parecidos en los lienzos mudos de Velázquez. Que los
lienzos no son tampoco mudos, como los libros. Cuando grita en
ellos la verdad.
Silencios de verdad los de las páginas cervantinas, los de los
lienzos velazqueños. Que si en los lienzos de Velázquez habla,
nos habla, mudamente, el silencio de la pintura, en las páginas
de Cervantes (en el Quijote, en las Ejemplares, en el
Persiles...) también nos habla, mudamente, el silencio de la
poesía.
El "milagro" de Velázquez fue -milagro torero- el
estarse quieto: quieto y callado. En los vivos lienzos
velazqueños "el mismo silencio guarda silencio a sí
mismo", como diría Cervantes. Y no en balde tanta
maravillosa quietud silenciosa de quien tuvo por sueño el vano
título de "aposentador regio" ¡Qué extraña
verificación anecdótica ésta de que veamos a un Velázquez
identificarse socialmente a sí mismo con este tan honorífico
rango, de "aposentador real"! El, que aposentaba, como
en la palabra Cervantes, en la pincelada luminosa sombría, la
realidad del ser, de lo que son las cosas de verdad: la realidad
de verdad del hombre. Y esto es lo que nos dicen sus lienzos,
como lo que nos dicen las figuraciones poéticas de Cervantes con
sus "silencios mudos".
Según el verso maravilloso de Lope: "la música en el aire
se aposenta", la pintura en la luz. Y una y otra, palabra
verdadera, palabra viva, lenguaje significativo para el alma
-para el hombre- ¿qué son, en definitiva por el hombre, sino
creación, poesía? El ser se aposenta en la palabra humana, nos
dice Heidegger. Y lenguaje, palabra humana, aún silencio y,
mejor aún, por el silencio -por el silencio mudo- en la ficción
poética, pictórica, musical... Que hay un charlatanismo de la
pintura y de la música, como de la poesía que mata los
silencios por miedo a la verdad. A esa profundísima verdad viva
que tal vez solamente en silencio, por silencios -y silencios
mudos- se nos comunica.
Un arte sin silencios mudos, sin esos profundos silencios que en
sus ficciones novelescas como en sus lienzos noveleros nos
descubren Cervantes y Velázquez, es un arte retórico, elocuente
o grandilocuente, si de muy viva voz, de muy muerta,
esquelética, poesía.
Los silencios mudos de Cervantes, de Velázquez, en sus
figuraciones novelescas o noveleras, nos abren ese mundo
invisible, al parecer -aunque transparente de visibilidad
luminosa-, en los que se aposenta el ser: un ser de las cosas que
decimos el más verdadero porque nos verifican a nosotros mismos
con su presencia, por su presencia. Presencia de espíritu.
Valerosa y pura. Presencia sobrenatural de la que parece alejarse
precisamente cualquier sonoridad sensible, como cualquier
sensible luminosidad. Como si tuviesen al servicio de ese
silencio mudo, las cosas, los seres, como fantasmas, callan
singularmente: llaman a nuestro entendimiento al sumirnos en una
especie de perplejidad de ese modo, mudamente, silenciosamente...
Y como dijo el poeta:
"No sé si
el alma debe,
/ sintiendo esa quietud maravillada,
/ quedarse en su silencio, renunciando
/ al don de la palabra".
Francisco Arias
Solis.
"ARBIL,
Anotaciones de Pensamiento y Crítica", es editado por el
Foro Arbil
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