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Cultura .
Una cultura del hombre sólo es auténtica cultura humana y humanista si esta abierta a los valores absolutos, los cuales no tienen en el hombre su más radical fundamento. Europa fue perdiendo sus valores y su conciencia histórica a partir de las exageraciones maximalistas del racionalismo. Habrá una recuperación espiritual de Europa con los esfuerzos positivos de hombres de buena y firme voluntad decididos a no someterse al mundo mítico y pagano.
Cultura es, ante todo, el mejoramiento
intelectual y moral de la persona y el resultado de ese
mejoramiento. En la conformación de la cultura entran
constantemente en juego tres elementos, a saber: un conocimiento
científico, físico y metafísico, que constituye el modo de
representación y compresión del mundo; una técnica de
aplicación de ese conocimiento para el uso de ese mismo mundo
natural; y una forma de vida, adecuación de la conducta al orden
de valores éticos. Mientras existe un equilibrio entre ellos, la
persona o la sociedad que soporta y fundamenta dicha cultura va
creciendo; basta sin embargo, la ruptura del equilibrio por
atrofia de uno de ellos, para generar la crisis.
Una cultura del hombre sólo es auténtica cultura humana y
humanista si esta abierta a los valores absolutos, los cuales no
tienen en el hombre su más radical fundamento. Y una
civilización sólo será humana y positiva si logra una
situación jurídica y una cultura donde el hombre se afirme,
porque ancla en las exigencias más profundas de su propia
naturaleza, y por la cual el hombre puede acceder a la Verdad, al
Bien y a la Belleza, que son los tres ordenes de la verdadera
cultura y fuente de toda verdadera felicidad.
El Cristianismo ha aportado los elementos esenciales de la
cultura. En efecto, la Iglesia, no sólo proporcionó una
compresión completa del mundo y del hombre, del orden íntimo
que Dios ha establecido en el Universo, sino que además invitó
al hombre a operar sobre el Universo para dominarlo o
señorearlo, como ya se dice en los primeros versículos del
Génesis.
Innumerables y eminentes pensadores cristianos de todo tiempo - y
también del actual - han explicado que progresar es crecer, no
acumular. Y ahora Juan Pablo II insiste en que la meta de la
ciencia ha de consistir en que el hombre "sea más",
creciendo en todas las dimensiones de su naturaleza creada. La
Verdad no está compuesta únicamente por el conjunto teórico de
los conocimientos, sino también por una vida acorde con dichos
conocimientos. Porque la Verdad es vida y sólo la Verdad hace
libre.
La manifestación del odio y desorden que el pecado lleva
consigo, provoca siempre, aunque sea en medida que a los hombres
se antoje muy pequeña, un daño sobre el hombre y sobre el
Universo. Porque hay una íntima relación entre el orden moral
que guia la conducta y el orden físico que también Dios ha
establecido para la conservación del Universo.
El Cristianismo - la Iglesia - ha significado de hecho el
perfeccionamiento más radical y profundo de la vida del hombre
sobre la tierra; la mutación más formidable de las costumbres
individuales y colectivas, privadas y públicas; el cambio más
hondo y positivo de la mentalidad y del corazón humano desde que
el hombre existe. Ningún acontecimiento histórico ha podido
incidir tan profunda y positivamente en la sociedad y en las
instituciones humanas como la venida de Cristo al mundo.
No es casualidad sino pura consecuencia lógica, el que haya sido
el ámbito cristiano del mundo el que haya producido el máximo
refinamiento y desarrollo de todas las ciencias - físicas y
metafísicas - con el consecuente progreso material y humano. Por
esta razón Europa, al ser el primer continente evangelizado, se
convirtió después en adecuadora del mundo. Las causas fueron
fundamentalmente morales.
El Cristianismo - La Iglesia - ha sido en todo tiempo la fuerza
impulsora de la única cultura y civilización verdadera: del
auténtico progeso de las ciencias físicas y metafísicas, de
las costumbres, del Derecho, la Política y las artes. Se puede
afirmar con toda propiedad que el progreso real de la Humanidad
es un impulso eclesial en el sentido mas amplio de esta palabra,
un proceso lineal de madurez científica y espiritual de origen
fundamentalmente moral. Esto es así, aunque los materialistas
del mundo contemporáneo se empeñen tercamente en negarlo.
No es serio dudar sobre la evidente superioridad esencial y
efectiva de la cultura y de la civilización cristiana sobre
todas las demás llamadas culturas orientales o locales. Y es
porque el crecimiento en las virtudes causado por el cristianismo
potencia siempre al máximo la racionalidad y la voluntad
creadora específica del hombre.
"Verdaderamente, el Evangelio ha sido en la historia humana,
incluso la temporal, fermento de libertad y de progreso".
(Ad gentes, n.8).
Y no es que haya una cultura y una civilización verdadera y
otras de recambio, no. Es que la única civilización verdadera
es la cristiana y esta no se puede mantener sin la Religión y la
moral verdadera que es la única revelada por Dios y no inventada
por los hombres.
Entre los conceptos ontológicos aportados por el Cristianismo
destacan sobre todo dos: el de persona, que pueda dar razón de
sí misma, y el de libertad moral, esencial en la criatura humana
que puede tomar decisiones haciéndose responsable de ellas. Eran
ideas demasiado sutiles para que pudieran ser inmediatamente
comprendidas. La criatura humana es única e irrepetible, y no
puede ser explicada racionalmente si no se tiene en cuenta que la
razón suprema de su existencia es el amor.
Otra aportación de la Iglesia de colosal importacia es la
concepción del Derecho como procedente del orden ético: los
principios que determinan lo que es justo y lo que es injusto, no
son resultado de un consenso o de un acuerdo entre los hombres,
sino que coinciden con criterios absolutos de verdad que Dios ha
proporcionado al hombre juntamente con su naturaleza creada. Esta
es la raíz de los derechos humanos naturales y esta concepción
cristiana del Derecho es diametralmente opuesta al "contrato
social" de Rousseau. La legitimidad de toda ley civil
procede de su íntima dependencia de la ley divina y de la ley
natural. Surgió así la distinción entre la legalidad y
legitimidad que ignoró el mundo antiguo, y que también en
nuestros días ha desaparecido con gravísimo daño para la
humanidad.
Con un esfuerzo denodado y sostenido a través de los siglos, la
Iglesia logró un progreso evangelizador que a la vez fue
civilizador; porque de hecho el progreso evangelizador produjo un
efecto civilizador, aunque esto lo niegen los maestros del error
que separaron artificiosamente el Evangelio de la vida civil y la
Fe de la Historia.
Durante siglos, la humanidad fue creciendo así de estatura
intelectual y moral; todas las actividades se impregnaron de
Cristianismo: la violencia, el egoísmo y la concupiscencia
seguían naturalmente existiendo y en grandes dimensiones, pero
se hallaban recluidas en el ámbito de lo ilícito, porque el
discernimiento entre el bien y el mal se hizo muy nítido en las
conciencias. Se llegó a producir así una mimesis correcta: los
santos aparecían como modelo que se debía y convenía imitar.
Los santos fueron de hecho los agentes más eficaces de la
verdadera civilización; y esto hizo progresar al mundo a grandes
pasos. No es casualidad el que Europa se convirtiera después en
la educadora del mundo, y muy en particular España a lo largo de
la Historia Moderna y a partir de la revolución protestante y
racionalista.
Ya antes de nuestra era cristiana, Roma tuvo el gran mérito de
crear el Derecho Romano, que fué la doctrina jurídica de un
pueblo sabio. Con el Derecho y con el valor de la lengua latina,
el Imperio Romano fue la gran potencia civilizadora de su tiempo.
La venida de Cristo al mundo, es el acontecimiento histórico que
más profunda y definitivamente ha influido para la felicidad de
las personas y los pueblos. Los Apóstoles se dedicaron a
evangelizar el Imperio Romano; así comenzó la maduración
completa de la propia romanidad y con ello la expansión de la
cultura y de la civilización cristiana en el mundo.
Después de la conversión de Roma, comenzó la evangelización y
civilización de los pueblos bárbaros de Europa. Por el gran
valor de penetración de la lengua latina, esos pueblos bárbaros
asimilaban primero la cultura latina y con ello la fe cristiana.
Una de las consecuencias del proceso evangelizador más
benéficas para la humanidad, fué el progresivo afinamiento del
pensamiento cristiano acerca del Derecho Natural.
Esta doctrina fué desarrollada por San Agustín en el siglo V. Y
San Isidoro de Sevilla desarrolló en el siglo VI las nociones
cristianas de autoridad y de potestad. En la doctrina isidoriana
se encuentra por primera vez la afirmación expresa de la
coincidencia entre el Derecho natural y la Ley de Dios: el orden
moral querido por Dios para la felicidad y salvación de los
hombres.
Por tercera vez en la Historia, la humanidad se encuentra hoy
caída en una gran crisis espiritual de largo alcance. La primera
se produjo tras la caída del Imperio Romano de Occidente; la
segunda en el tránsito de la Edad Media a la Moderna. En ambos
casos hubo un movimiento espiritual que salvó la situación,
reconduciéndola por caminos de cultura y civilización, de
crecimiento intelectual y moral: el Cristianismo. No hay razón
alguna para esperar la salida de la gravisima crisis actual, si
no es por un enérgico retorno a los principios irrevocables de
la razón y de la fe que la Iglesia ha defendido siempre, como
señala insistentemente el Papa Juan Pablo II; si no es por un
retorno vivo y eficaz al Cristianismo y al consiguiente
reforzamiento de la autoridad entendida ésta como lo que
realmente es: como plena aceptación intelectual y cordial de la
Ley de Dios y de los principios del Derecho Natural en todos los
asuntos humanos, mayormente en las costumbres y en las leyes
positivas que promulguen los Estados.
La grave crisis espiritual del mundo consiste hoy,
principalmente, en la absoluta marginación de la metafísica, en
el imperio del positivismo jurídico y en el consiguiente barrido
de toda autoridad. La sociedad del mundo actual está
desorientada y corriendo muy deprisa hacia ninguna parte, porque
no pone en relación los hechos con los objetivos, con fines;
solamente adora los hechos; y cuando los medios no se ponen en
referencia a aquello para lo que son medios, pierden su propia
razón de ser; de manera que, por perfectos que sean
técnicamente, dejan absolutamente vacío el espíritu del
hombre. La simple acumulación de productos no enriquece al
hombre; la super-especialización no conduce a la sabiduría sino
al envilecimiento; y la gran profusión informativa no hace a las
personas más cultas sino que anquilosa la mente. Así hemos
llegado a un mundo inhóspito e infrahumano, triste y angustiado,
en el que el refinamiento del saber técnico se emplea
brutalmente contra el hombre y contra la sociedad; y en el que
apenas queda gente que aprecie la Verdad, el Bien y la Belleza,
que son elementos esenciales y contitutivos de la verdadera
cultura y de toda la posible humana felicidad.
Europa fue perdiendo sus valores y su conciencia histórica a
partir de las exageraciones maximalistas del racionalismo. Al
principio lentamente, como a saltos, buscando cambios políticos
y económicos pero tratando de conservar los demás valores de su
patrimonio. Luego, cada vez con mayor velocidad, hasta hacerse
vertiginosa la pérdida de sus valores en los dos últimos
siglos. Esta pérdida fue como una señal de cambio. Primero
Europa dejó de crecer, luego comenzó a disminuir. Están
presentes los gérmenes de una gigantesca obra de disolución de
sus mejores reservas espirituales y morales. No hay razón alguna
para esperar una recuperación espiritual de Europa mientras no
aparezcan los esfuerzos positivos de hombres de buena y firme
voluntad decididos a no someterse al mundo mítico y pagano que
parece empeñado en regresar a su estado primitivo con todo el
lujo del refinamiento técnico.
Alvaro Maortua
"ARBIL,
Anotaciones de Pensamiento y Crítica", es editado por el
Foro Arbil
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