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Los vascos y la Hispanidad.
Apuntes y valoraciones del autor acerca de la presencia vasca en la construcción de la Hispanidad, en América y en Filipinas
El benemérito vascongado don Julio Caro
Baroja, de quien hace ya muchos años dijera González Ruano que,
siendo sobrino de don Pío Baroja, parecía el abuelo de su tío,
decía en su fecunda senilidad que "el concepto de
Hispanidad
tenía un antecedente en el de Italianità,
usado por los fascistas de Mussolini".
Ese concepto campeó en el título de un libro de otro vasco,
Ramiro de Maeztu, un libro escrito mientras su autor representaba
en Buenos Aires como embajador el gobierno de Primo de Rivera.
Por las fechas en que Maeztu compuso su Defensa de la Hispanidad
cabría suponer que Caro Baroja tendría razón y que el concepto
fue un calco del término italiano.
No fue así; ese concepto era puramente español, y concretamente
vasco, ya que el primero que lo lanzó y lo razonó fue otro
vasco, don Miguel de Unamuno, nada menos que en 1909.
En esa fecha -debemos la referencia a don Antonio Lago Carballo-
publicó don Miguel un comentario a la obra "La
restauración nacionalista", del argentino Ricardo Rojas, en
el que con este término de "hispanidad" definía la
comunidad de pueblos de habla española y encerraba en él
"aquellas cualidades espirituales, aquella fisonomía moral,
mental, ética, estética, religiosa".
Mientras Maeztu representaba en Buenos Aires a Primo de Rivera,
Unamuno lo combatía desde Hendaya, y en Hendaya y en 1927
escribió otro artículo, aparecido por cierto en Buenos Aires,
donde no tuvo más remedio que haberlo leído su amigo y paisano
el embajador de España, en el que afirmaba: "Digo
hispanidad y no españolidad para incluir a todos los linajes, a
todas las razas espirituales, a las que han hecho el alma terrena
- terrosa sería, acaso, mejor - y, a la vez, celeste de
Hispania".
Nada de extraño tiene el que fueran vascos los que incorporasen
ese vocablo a la lengua de Castilla, pues vasca fue la nao
capitana de Colón y vasco su armador y maestre de la flota: el
cartógrafo Juan de la Cosa, quien con otros siete marineros de
la misma nación figuró entre los que primero pisaron el Nuevo
Mundo.
A los nombres de esos precursores hay que agregar la infinidad de
patronímicos vascongados que ilustran la historia y la
geografía de la América española; nada más lógico, pues, que
unas provincias de las que salieron un Garay, un Legazpi, un
Urdaneta, un Zumárraga, un Elcano, un Ercilla y hasta, por haber
de todo, un Lope de Aguirre, que por tan diversos caminos
engrandecierona España, diera con el tiempo los hombres que
darían un nuevo nombre a esa España engrandecida.
El nieto del Sr Caro Baroja, es decir, su tío Pío, un vasco que
nunca tuvo pelos en la pluma, nos ha dejado en sus novelas, sobe
todo en las del mar, hermosas relaciones de las proezas
ultramarinas de sus paisanos en que lo español era el género y
lo vascongado la especie.
La presencia vasca en Filipinas, por ejemplo, no se reduce a la
fundación de Manila ni al tornaviaje del galeón de Acapulco, y
a los nombres de Elcano, Legazpi y Urdaneta, añade Baroja, por
boca del capitán Chimista, el del franciscano Melchor de
Oyanguren, que fue el primero quehizo un estudio del tagalo
comparado con otras lenguas; el de Lorenzo Ugalde, general
guipuzcoano que luchó en el siglo XVII contra la Armada
holandesa; el de Iñiguez de Carquizano, envenenado por un
portugués cuando la expedición de Loaysa que le costó la vida
a éste y a Elcano y en la que iba el joven Urdaneta; el de
Francisco de Echeveste, general de las galeras de Filipinas t
embajador del rey de España en Tonkín; el de Tomás de Endaya,
constructor naval en Cavite; el de Francisco Esteíbar, que
combatió por mar y tierra a chinos e ingleses en Filipinas en el
siglo XVII; el de fray Miguel de Aozarasa, mártir en el Japón.
Estos frailes y estos soldados no agotan la nómina; a ellos hay
que sumar los mercaderes, muy en especial los de la Real
Compañía Guipuzcoana de Caracas, estudiada por Ramón de
Basterra en Los navíos de la Ilustración. Esos navíos,
fletados entre otros por el conde de Peñaflorida, padre de uno
de los caballeritos de Azcoitia, llevan los libros y las ideas
del Siglo de las Luces al Continente que en los dos siglos
precedentes sus paisanos habían conquistado con la espada y
evangelizado con la cruz.
Ese luminoso siglo no pudo empezar peor para los españoles, a
los que nos dividieron en dos bandos dinásticos y, curiosamente,
los vencidos del bando austríaco salieron mejor parados que los
vencedores del bando borbónico. Los catalanes se libraron de la
maraña jurídica del reino de Aragón gracias al decreto de
Nueva Planta, y tuvieron las manos libres para comerciar en
América al amparo de los máximos cargos públicos a los que
también, gracias a los Borbones, tenían por fin acceso.
En tiempos de Carlos III se traza el Camino Real a lo largo de
California, y es un catalán, el capitán Gaspar de Portolá,
quien descubre la bahía de San Francisco y funda la ciudad de su
nombre, y un mallorquín, fray Junípero Serra, quien funda las
beneméritas misiones. Logran en cambio recuperar Menorca de
manos de la Pérfida Albión.
En cambio, vascos y andaluces, que habían luchado por el de
Borbón, salieron descalabrados por los tratados de Utrecht, que
a los unos quitaron Gibraltar y a los otros el monopolio de la
captura de la ballena y el bacalao en Terranova y en el
Atlántico Norte. La Compañía Guipuzcoana nace para poner fin
al contrabando holandés y ha de hacer frente al motín de
Andresote, instigado por los holandeses de Curazao.
Maeztu por su parte refiere que uno de los virreyes catalanes del
Perú, el marqués de Castelldosríus, nombrado por
recomendación de Luis XIV como premio a haber abrazado en la
guerra la causa de su nieto, fue a Lima "con la condición
de permitir a los franceses un tráfico clandestino contrario al
tradicional régimen del virreinato. Al morir Castelldosríus -
prosigue Maeztu - y ser sustituído por el arzobispo de Quito,
fue éste procesado por haber suprimido el contrabando
francés
" Los contrabandistas, tanto franceses como
ingleses y holandeses, debían de tener altos valedores en la
colonia y en la metrópolis, porque a raíz de otro motín contra
la Compañía Guipuzcoana, encabezado por el canario Juan
Francisco de León en 1749, el Rey decretó la suspensión
temporal de actividades, que no se pudieron reanudar hasta dos
años más tarde. "Así se pierde un mundo", comentaba
Maeztu.
El bilbaíno José Luis Pinillos, vizcaíno de las Encartaciones,
dice haber visto en el escudo del nuevo país independiente Saint
Pierre-et-Miquelon la actual enseña de la región autónoma
vascongada.
Esas islas, antiguas colonias francesas como su nombre indica, al
erigirse en Estado debieron de tomar esa bandera del Museo del
Ejército francés, en los Inválidos de París, donde yo la he
visto con asombro ocupando todo el rellano de una escalinata y
con la leyenda constantiniana In hoc signo vinces. La bandera del
Museo es la bandera del regimiento del duque de Berwick, el hijo
bastardo de Jacobo II Estuardo y de Arabella Churchill que,
derrotado por su tío carnal Marlborough en Irlanda, pasó al
servicio de Luis XIV y se ilustró en la guerra de Sucesión
española, donde ganó la decisiva batalla de Almansa en 1707 y
tomó por asalto Barcelona en 1714. Lo curioso es que, en otra
guerra posterior, ésta entre Felipe V y su primo Luis XV, el
duque de Berwick invadiera con sus irlandeses y su
"ikurriña" las provincias vascongadas donde tomó por
asalto Fuenterrabía.
En Buenos Aires también y en plena guerra española, mientras
Maeztu moría en Madrid a mano airada, desarrolló la idea de la
Hispanidad otro gran español, don Manuel García Morente.
García Morente simboliza la "índole íntima del hombre
hispánico" en la figura del "caballero
cristiano", y esa figura - él mismo lo confiesa y proclama
- la toma de otro vasco que no es un vasco cualquiera: San
Ignacio de Loyola.
Entre el caballero cristiano de Loyola y el hombre de acción de
Baroja está ese navegante solitario de nuestra época que es el
capitán Etayo. Gerifalte de antaño visto al resplandor de la
hoguera entre los cruzados de la Causa, el capitán Etayo pasea
por los cinco mares las barbas de Valle-Inclán. El capitán
Etayo ha visto monstruos marinos en el Mar de los Sargazos y ha
peleado a las órdenes del Apóstol entre las piedras del Cuzco.
Al capitán Etayo no puede venir nadie a contarle el viaje de
Orellana ni la travesía del Darién, pues lo que otros hemos
leído en los libros, él lo ha vivido en una carraca o en una
balsa. El capitán Etayo es contemporáneo riguroso de aquellos
paisanos suyos que estaban tan locos que emprendieron una epopeya
cristiana y acabaron por inventar la Hispanidad.
Aquilino Duque.
"ARBIL,
Anotaciones de Pensamiento y Crítica", es editado por el
Foro Arbil
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