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El ideal de la caballería en La Araucana de Alonso de Ercilla y Zúñiga: Caballeros en el Flandes Indiano.
Profundo estudio del autor, la época histórica donde se enmarca, tratando el tema de la guerra justa, su obra literaría, en especial La Araucana, el primer gran poema épico dedicado a la conquista de América y libro de valor intrínseco en la conformación de la identidad cultural chilena, y profundiza en el ideal caballeresco, con sus luces y sus sombras, que impulsa al autor y a los conquistadores, esos hombres que estuvieron, más allá de sus fallas, dispuestos a combatir no sólo a los hombres que se opusieran a Cristo, la Iglesia y el Rey sino también contra todo obstáculo. Hombres, clima, tierra, frutos, fieras, insectos, enfermedades, lo desconocido y hostil. Ideales caballerescos que también poseen en muchas ocasiones los indios.
Sobre el autor, la fuente y el contexto.
"Don Alonso de Ercilla tan ricas Indias en su ingenio tiene,
Que desde Chile viene a enriquecer la musa de Castilla."
Lope de Vega, Laurel de Apolo
Alonso de Ercilla, conquistador, poeta y caballero.
Nació don Alonso de Ercilla en Madrid el 7 de Agosto de 1553, ligado a la nobleza y hombre culto. Fue paje del futuro Rey Felipe II, a quien dedicaría su obra La Araucana. Cuando el príncipe marchó a Inglaterra a casarse con María Tudor, un joven Ercilla formó parte de su séquito. Pero Ercilla no sólo acompañó a su príncipe en las lides del amor sino que, producto de su época y de su ferviente deseo de aventuras al servicio del Rey, decidió partir a las Indias.
Ercilla y Zúñiga tuvo indudablemente origen noble. En 1555, cuando ya había acaecido la muerte de Pedro de Valdivia en manos araucanas, se embarcó el joven Alonso rumbo a las Indias. Salió del puerto de San Lucár de Barrameda el 15 de Octubre. La nave capitana de la expedición llevaba consigo a los nombrados Virrey del Perú y Gobernador de Chile, Andrés Hurtado de Mendoza y Jerónimo de Alderete. Este último falleció en la isla de Taboga producto de una fiebre tropical, en abril de 1556. Ese mismo año el gran Emperador, Carlos V, abdicó a favor de su hijo Felipe II. Mientras tanto nuestro autor siguió camino a Lima, donde permaneció hasta principio de 1557.
El Virrey del Perú, Hurtado de Mendoza, nombró a su propio hijo Don García como nuevo Gobernador de Chile quien tenía bajo sus órdenes al futuro autor de la Araucana. Corría aún el año 1557 cuando Ercilla llega finalmente a Chile, escenario de sus aventuras y de su obra inmortal.
Cantó el poeta las batallas y entreveros en los que fue protagonista pero sin esmerarse por remarcar su presencia. Las hazañas narradas nunca son de su potestad pues él se ocupó de reseñar las de aquellos que resaltaron como arquetipos caballerescos. Sólo se ocupó nuestro autor de decir que estuvo allí donde se dieron los sucesos pues eso garantiza otra cuestión: la fidelidad y el rigor del relato que realizó.
"Ciento treinta mancebos florecientes
fueron en nuestro campo apercebidos:
hombres trabajadores y valientes
entre los más robustos escogidos,
de armas e instrumentos convenientes
secreta y sordamente prevenidos:
yo con ellos también, que vez ninguna,
dejé de dar tiento a la fortuna. " (i)
Estuvo Don Alonso en tierra de guerra araucana durante los años 1557 y 1558 hasta que un lamentable incidente que lo alejó de la tierra en la que todo lo arriesgó. Se trató de un conflicto con otro caballero, don Juan de Pineda, durante una justa suscitado para desgracia de nuestro autor en presencia de Don García. Ante este incidente, que no pasó de unos duros puñetazos entre ambos hidalgos, el gobernador ordenó que ambos fueran ejecutados al alba del día siguiente. Corría el mes de junio de 1558. Ninguno de los gentilhombres que acudieron como intercesores de Ercilla (muy respetado entre los suyos) pudo hacer nada ante el gobernador que, airado, se retiró a sus habitaciones. Sólo la intervención de una joven dama, que mantenía amistosas relaciones con Don García, pudo evitar tan infeliz desenlace. Es a ella, y a la Providencia, a quien debemos La Araucana.
Ercilla logró sortear, una vez más, la muerte pero no pudo escapar al destierro. Luego de una prisión de tres meses, de la que salía para participar de cuanto entrevero con los indios se suscitara, salió hacia Lima durante los primeros días del caluroso verano chileno. Jamás regresaría a esa tierra, al menos no físicamente. Sólo diecisiete meses pasó nuestro autor en tierras australes.
En Lima, donde tampoco gozaba del favor del gobierno pues recordemos que el Virrey era el progenitor del Gobernador de Chile, pasó Ercilla no pocas penurias económicas y ciertas deshonras no propicias para un caballero de su alcurnia. Ante esto no tardó en pedir rescate a su Señor don Felipe II quien, hacia fines de 1560 y por Real Cédula, ordenó que se le diese algún cargo relativo a sus dotes como guerrero y buen vasallo.
Luego de aventuras guerreras, penurias y éxitos económicos casó don Alfonso con doña María de Bazán y fue nombrado por el rey gentilhombre de la Corte y Caballero de la Orden de Santiago (ii). Desde 1580 ejerció como censor de libros por encargo del Consejo de Castilla. Falleció el 29 de noviembre de 1594, apenas un siglo después de iniciada la Conquista de América.
La Araucana, entre la crónica y la épica.
La obra de Ercilla, compuesta en octavas reales, dividida en tres partes y con un total de treinta y siete cantos, representa el primer gran poema épico dedicado a la conquista de América.
"Chile tiene el honor -dice Roque Esteban Scarpa- gracias a don Alonso de Ercilla y Zúñiga, de ser la única nación posterior a la Edad Media cuyo nacimiento es cantado en un poema épico como lo fueron España con el Cantar del Mio Cid, Francia con la Chanson de Roland o el pueblo germano con Los Nibelungos".(iii)
Más allá de lo retórico de esta comparación, lo cierto es que la obra de Ercilla representa una concreta mixtura entre la crónica y la épica. En ella el autor se esfuerza por dar a conocer la realidad de la guerra de Chile. No importa demasiado el carácter ambiguo de su descripción histórica pues Ercilla es, como dice Maritain, un 'cazador de esencias' que no se somete a un rigor histórico sino a brindar un testimonio de hechos que lo tuvieron como testigo y protagonista, destacando en éste lo más sublime de la guerra y también lo más bestial. El carácter de 'poeta cronista' que lo distingue puede en principio verificarse en su esfuerzo de imparcialidad, su ausencia de idealizaciones o abstracciones a la hora de describir, indistintamente en indios y europeos, lo bello, bueno y verdadero, pero también lo bajo, cruel e innoble.
La primera parte de la obra consta de quince cantos y se ocupa de narrar los comienzos de la Conquista de Chile. Con una visión renacentista de paisaje y del hombre americanos, Ercilla describe las hazañas bélicas que protagonizan españoles y araucanos, sin dudar un ápice (en virtud de aquella 'caza de esencias' que mentáramos) en exaltar, cuando cuadra, la bravura de los indios. Es interesante señalar a este respecto que, si bien el autor de La Araucana no deja de reconocer el carácter guerrero de los araucanos, tampoco elude el hecho mismo de la justicia que enmarca la guerra contra ellos. Se trata, en suma, de indígenas doblemente reacios: al Rey y a Dios. Es por eso que, aún cuando admira el espíritu guerrero indio, no ceja en su labor de reconocer la necesidad de combatirlo.
La primera parte de La Araucana, costeada por su autor, fue publicada en 1569 y, ante la buena acogida, Ercilla decidió publicar la Segunda parte en 1578 y la tercera en 1589. El poema completo, con sus tres partes, se publicó en Madrid en 1590.
Cuestión esencial es la relación entre La Araucana y el Quijote. Según menta José Toribio Medina, sin duda Ercilla y Cervantes debieron conocerse durante la campaña de Portugal y las Islas Azores, emprendida por Felipe II entre 1580 y 1582, en la cuál ambos escritores-soldados participaron.
Es sin embargo Cervantes mismo quien puede darnos mayor información acerca de su deferencia hacia la obra de Ercilla. En su obra magna, al describir el escrutinio que el cura y el barbero realizan en la biblioteca del 'caballero de la triste figura', destaca tres libros especiales. Vale la pena transcribir el bello diálogo:
" -Y aquí vienen tres [libros], todos juntos: La Araucana, de Don Alonso de Ercilla, La Austríada de Juan Rufo, jurado de Córdoba, y El Monserrato, de Cristóbal de Virués, poeta valenciano.
"-Todos esos tres libros - dijo el cura - son los mejores que en verso heroico en lengua castellana están escritos, y pueden competir con los más famosos de Italia: guardensé como las más ricas prendas de poesía que tiene España." (iv)
Este ensalzamiento del más grande de la literatura española puede darnos alguna idea sobre lo importante de la obra ercillana. Mas sin duda la íntima unión que se expresa entre ambos autores es la pasión por el sentido heroico de la existencia expresada en la obra literaria. Se trata, en suma, de lo descrito por Cervantes con diamantinas palabras en el famoso discurso de las 'armas y la letras'.
Ercilla y Cervantes pertenecieron a la España que no quiere dejar de ser medieval y que renuncia a trocar la caballería por el mercantilismo. Son dos hombres de letras a caballo entre la España medioeval y la del Renacimiento.
Por otro lado no puede desconocerse el valor intrínseco de La Araucana en la conformación de la identidad cultural chilena. Ha sido justamente Sarmiento, siempre tan dado a las cosas de allende la cordillera, quien ha retratado está cuestión con su eximia prosa:
"La historia de Chile está calcada sobre La Araucana, y los chilenos, que debían reputarse vencidos con los españoles, se revisten de las glorias de los araucanos a fuer de chilenos estos y dan a sus más valientes tercios (...) y a sus naves [los nombres] de Lautaro, Colocolo, Tucapel, etc. Y creemos que estas adopciones han sido benéficas para formar el carácter guerrero de los chilenos, como se ha visto en la guerra reciente con el Perú". (v)
Muy debajo de La Araucana en los peldaños de la literatura se encuentra La Argentina de Martín del Barco Centenera. Sin discutir las deficiencias literarias de ésta última es interesante comprobar que se caracteriza por ser también una obra fundacional, en la que se imprime la fisonomía de un pueblo. Pero La Araucana, más allá de su valor cultural fundacional, es una obra excelente desde el punto de vista literario. Es claro que no se ha visto exenta de críticas referidas sobre todo a su valor como fuente historiográfica. Ha sido especialmente el importante publicista chileno Diego Barros Arana quien ha objetado el carácter de crónica versificada de la obra. El juicio del etnólogo es terminante: "hay que tomar con reserva en las investigaciones etnográficas de los pueblos aborígenes los datos de poemas y crónicas versificadas." (vi)
Es importante preguntarse hasta que punto es fundamentada esta crítica. ¿Se ha dejado llevar Ercilla por su fantasía de poeta o por sus ideales caballerescos al retratar al indígena, o bien hay datos que se corroboran por otras fuentes? Creemos suficiente remitirnos a lo dicho en este mismo apartado. Ercilla es un poeta que narra y lo hace describiendo esencias lejos, muy lejos, de la pretensión de "describir los hechos tal cual sucedieron", aunque sin soslayar la importancia de la objetividad de su narración.
Otra crítica realizada a La Araucana es la aparente ausencia de protagonista. Es cierto que Ercilla no dedica la obra a la narración de las proezas de un personaje en particular. Pero no menos verdadero es el hecho de su constante mención a sus camaradas de armas. Casi cien nombres de caballeros españoles aparecen atiborrando sus páginas. Pero creemos además que el hecho de no personalizar la obra en un hombre en particular tiene que ver con la idea que el autor tiene de la epopeya americana, idea que resume de alguna manera la percepción que debe tenerse de aquel excelso acontecimiento.
"Hablar de heroísmo y de conquistadores - dice Blanco Fombona refiriéndose a la Conquista - parece redundancia. Aducir ejemplos, sería citar la vida de todos y cada uno de ellos." (vii)
El contexto histórico: la Conquista de Chile, la rebelión indígena y la guerra justa.
El período que nos ocupa es el que enmarca la llegada de Ercilla a Chile y lo más álgido de la lucha contra el araucano. El primer término cronológico que enmarca es la muerte de Pedro de Valdivia. En ese sentido podemos hablar del período posvaldiviano, que se desliza desde la muerte del conquistador en 1553 hasta 1561, momento en que termina el gobierno de Don García Hurtado de Mendoza. (viii)
La muerte de Pedro de Valdivia produjo en Chile una disputa entre los posibles sucesores del cargo de gobernador ya que ni Alderete ni Francisco de Aguirre, designados por Valdivia como sucesores, se encontraban dentro del territorio. Tres fueron los que se llegaron a plantear ocupar dicho cargo: Francisco de Aguirre, Rodrigo de Quiroga y Francisco de Villagra. Este último, valeroso caudillo y guerrero, fue quien finalmente, con el apoyo de los Cabildos del Sur (La Imperial, Valdivia y Concepción), logró convertirse de hecho, en Gobernador de Chile. Esto se hizo sin esperar el consentimiento del Virreinato del Perú pues la situación era de emergencia. Se necesitaba de un jefe que condujera a los españoles en contra de la amenaza de los araucanos, que, comandados por Lautaro, ya habían demostrado su tremenda capacidad guerrera derrotando a Valdivia en Tucapel.
Villagra tomó el mando según los dispuesto por los cabildos y se puso inmediatamente en campaña organizando una fuerza de alrededor de 150 soldados (cantidad notable para el período), con los que se dirigió hacia el territorio araucano. Allí, en la planicie de Marigüeño cercana a Laraquete, lo esperaba Lautaro con 15.000 conas. El enfrentamiento se produjo el 26 de febrero de 1554 y en él, los araucanos, utilizando la misma táctica de ataques en oleadas, lograron infringir una terrible derrota a los españoles de los cuales sólo sobrevivieron unos 50 hombres. A esta batalla se refirió Ercilla sin soslayar la figura de Villagra, exaltado con las virtudes propias del caballero:
"Villagrán la gran batalla en peso tiene
que no pierde una mínima su puesto;
de todo lo importante se previene;
aquí va, y allí acude, y vuelve presto:
hace de capitán lo que conviene
con osada experiencia, y fuera desto,
como usado soldado y buen guerrero
se arroja a los peligros el primero." (ix)
Esta terrible derrota hizo que el temor que ya existía hacia los araucanos por la muerte de Valdivia, se transformara en pánico. Producto de esto fue el abandono de la ciudad de Concepción, narrada bellamente por Ercilla, en la que sus habitantes fugaron desordenadamente al ver llegar a los maltrechos y derrotados sobrevivientes de la batalla. El propio Villagra y su malherida hueste debió emprender el camino hacia Santiago, dejando absolutamente desamparadas a las otras ciudades sureñas.
Evidentemente esto sirvió para avivar la disputa por el cargo de Gobernador que aún no estaba definido oficialmente. El cabildo de Santiago sin embargo decidió respaldar a Villagra, quien afirmaba que había sido derrotado por falta de hombres y recursos, y le dio los fondos para organizar un nuevo cuerpo militar, pues la amenaza araucana apuntaba al parecer ahora al mismo Santiago.
Villagra salió nuevamente en persecución de Lautaro, pero éste desarrolló una táctica de guerrillas, atacando y luego huyendo a un refugio secreto en un lugar llamado Peteroa, cercano al río Mataquito. Sin embargo, en la madrugada del 1 de abril los españoles cayeron sobre los desprevenidos araucanos quienes, a pesar de su tenaz resistencia, fueron masacrados. Allí aconteció la muerte del gran caudillo Lautaro que Ercilla tristemente describió para la posteridad:
"Por el siniestro lado, ¡oh dura suerte!,
rompe la cruda punta , y tan derecho,
que pasa el corazón más bravo y fuerte
que jamás se encerró en humano pecho;
de tal tiro quedó ufana la muerte;
viendo de un solo golpe tan gran hecho
y usurpando la gloria al homicida,
se atribuye a la muerte esta herida." (x)
La cabeza del noble aborigen fue llevada a Santiago y exhibida orgullosamente como trofeo en la Plaza de Armas. Así, cuando llegó el nuevo gobernador, don García Hurtado de Mendoza (y con él nuestro autor), ya se había superado la grave crisis ocasionada por Lautaro.
Sin duda era don García hombre de gran decisión y energía para su joven edad, aunque a veces no poco cruel.xi Don García trajo a Chile lo que fue el más poderoso ejército español para su época: cerca de cuatrocientos hombres, o tal vez más, bien equipados, con tal cantidad de armas y caballos que sirvieron por mucho tiempo a las necesidades del naciente dominio hispánico.
Cómo hemos dicho, después de tomar posesión del cargo en La Serena, se dirigió Don García por mar hacia el Sur, sin pasar por Santiago, y desembarcó en la Isla Quiriquina en el invierno de 1557. Allí construyó el mentado fuerte de Penco para establecerse, pues no se atrevía a pasar al continente mientras no llegara la caballería que venía por tierra con 500 caballos.
Más tarde ya en el continente se produjeron los primeros enfrentamientos con los araucanos. Estos ya había elegido un reemplazante en el cargo de Gran Toqui que había ocupado Lautaro.
La designación recayó en Caupolicán, fuerte mocetón aunque, al parecer, sin la capacidad estratégica de su antecesor. Dos batallas se produjeron en éste período: la de Lagunillas y Millarapue, en las cuáles se impuso la superioridad bélica de los europeos que ésta vez estaban muy bien abastecidos de cañones y arcabuces. Los indígenas, a pesar de su temeridad en la batalla, fueron masacrados masivamente. A estas trágicas derrotas se sumó tiempo más tarde, la captura de Caupolicán en Pilmaiquén por parte del capitán español Reinoso, quien ordenó que se sometiera al toque a una muerte terrible: que una estaca le atravesara las entrañas hasta fallecer.
A éste hecho se suma el suplicio de Galvarino a quien se le habían cercenado sus brazos como forma de amedrentar el resto de los araucanos y mostrar la violencia y crueldad con que se llevó a cabo la Guerra de Arauco. Ercilla, que fue testigo presencial de este hecho lo narra con inusitada impresión:
"Donde sobre una rama destroncada
puso la diestra mano, yo presente,
la cual de un golpe con rigor cortada
sacó luego la izquierda alegremente
que del tronco también saltó apartada." (xii)
Sea por los excesos de autoridad de su hijo o por los suyos propios de los cuales se recibieron numerosas acusaciones, el hecho es que don Andrés Hurtado de Mendoza, padre de García, fue destituido de su cargo y junto a él, su hijo.
La guerra contra el araucano, como la emprendida contra todos los indígenas rebeldes durante la conquista de América, se encuentra enmarcada en el concepto de guerra justa. Esta noción fue profusamente tratada y estudiada, mediante un encargo del Rey, por los teólogos de la Universidad de Salamanca entre los que destaca Francisco de Vitoria. Es este un indicio más de la importancia brindada por España a mantener la 'cosas nuevas', presentadas por el Nuevo Mundo, en el ámbito de la legalidad y la legitimidad aseguradas por una doble fuente potestativa: el Rey y la Iglesia.
En sus lecciones y disertaciones en la citada universidad Vitoria se explayó sobre la cuestión de la guerra justa y son esas reflexiones las que compiladas llegan a nosotros bajo la forma de las "Relecciones sobre los indios y el Derecho de Guerra". En la última parte de esta obra, realizada según el método de la escolástica, Vitoria explícita la cuestión de si es lícito o no a los cristianos hacer la guerra, a lo cual responde afirmativamente partiendo del doble basamento de la Tradición (especialmente San Agustín y Santo Tomás) y las Sagradas Escrituras. Sin embargo la cuestión más interesante (y especialmente referida a nuestro trabajo) es el examen que Vitoria realiza acerca de las causas para realizar la guerra justa. Enumera en primer término cuatro motivaciones erróneas:
"La diversidad de religión no es causa justa para una guerra (...) no es causa justa de una guerra el deseo de ensanchar el imperio (...) Tampoco es causa justa de una guerra la gloria o cualquiera otra ventaja del príncipe" - y termina apuntando: "La única y sola causa justa de hacer la guerra es la injuria recibida" (xiii)
Es claro que el Vitoria no se refiere a cualquier injuria sino a aquella de suyo tan grave que implique un daño irreparable a los propios. En ese caso el príncipe, que es el único que puede declarar la guerra justa, no sólo puede sino que debe propiciar los medios de la reparación. En el caso de los araucanos esto se explícita, no por la renuencia a aceptar la fe cristiana o la potestad del Rey sino por los ataques realizados contra los súbditos directos de éste y el obstáculo presentado en la esencial propagación de la fe católica, misión primera de España.
Pero para esclarecer aún más un concepto de suyo complejo como es el de la guerra justa es necesario remitirse también a Ercilla quien en el último canto de su obra hace explícitas las razones de la guerra contra los indios rebelados apoyándose en el derecho de gentes como noción derivada del derecho natural.
"Por ella [la guerra] a los rebeldes insolentes
oprime la soberbia y los inclina,
desbarata y derriba a los potentes
y la ambición sin término termina;
la guerra es de derecho de las gentes
el orden militar y disciplina
conserva la república y sostiene,
y las leyes políticas mantiene." (xiv)
El si vis pacem parabellum latino encuentra así su paralelo en el "el que quiera bevir en paz, que se apareje para la guerra" (xv) del Infante Don Juan Manuel. Ese es el criterio sobre el que descansa la expresión de nuestro autor. Aún cuando se trate de una terrible realidad la guerra parece ser, en la época de Ercilla y en muchas otras, el único recurso para mantener el orden y poder así cumplir la misión evangelizadora y civilizadora que España asumió para y en América.
En el sentido indicado Ercilla es un ejemplo preclaro. Él llegó de España ya formado por la literatura renacentista, por la teología y por las discusiones jurídicas sobre el Nuevo Mundo que ya señaláramos.
Nos parece interesante culminar este apartado con palabras de Anderson Imbert:
" La poesía manaba de su alma de español del Renacimiento, lector de Virgilio, de Lucano y de Ariosto, soldado del reino católico de Felipe II, enemigo del indio, no por codicia, sino porque el indio era enemigo de su fe." (xvi)
Presencias y ausencias del ideal caballeresco en La Araucana.
"En él se resumió la guerra"
Alonso de Ercilla. La Araucana.
Las diversas acepciones del término caballero o caballería.
Al igual que en la mayoría de los cronistas de la época Ercilla menciona el término 'caballero' en varios sentidos (xvii). Esta diversidad de acepciones evidencia, según Nelly Porro, "no sólo el desgaste de la palabra sino el de un ideal, aún más deteriorado que el término que lo representa". (xviii)
El primer verso de La Araucana incluye el término caballería en el sentido primigenio y original del término. Así lo explícita Ercilla cuando se refiere al
"valor, los hechos, las proezas
de aquellos españoles esforzados,
que a la cerviz de Arauco no domada
pusieron duro yugo por la espada" (xix)
He ahí la presentación de la obra que, como se ha dicho, es un canto a los trabajos conquistadores de los españoles pero también a la valentía, aunque infiel y digna de ser batida, de los indígenas. En ese sentido podemos decir que Ercilla imprime a su obra un carácter épico que se sostiene en la acepción principal y original del término 'caballería'.
En el resto de la obra se retorna a este sentido original pero se utiliza la palabra para designar otras cuestiones, a saber:
Aparece, en primer término, el sentido elemental del caballero como hombre de a caballo, más allá de que haya sido o no armado como tal.
En este sentido es interesante ver la diferenciación social que realiza entre el infante y el caballero cuando analiza el caso de Valdivia al decir:
"A Valdivia mirad, de pobre infante
Si era poco el estado que tenía,
Cincuenta mil vasallos que delante
Le ofrecen doce marcos de oro al día." (xx)
Esta diferenciación social puede basarse, con los matices propios de la situación indiana, en aquella otra definición primigenia que Cardini explicita entre milites y rustici y que tenía implicancia en las funciones sociales y en los 'géneros de vida', en tanto los caballeros tenían el privilegio de llevar armas y estaban exentos de las cargas impositivas merced a su dedicación a la defensa de los rustici y la sociedad toda. (xxi)
Pero, en el caso de Ercilla y la apreciación acerca del origen social del gran capitán, no está implícita la negación de la alta estima que Ercilla le tiene a pesar de no haberlo conocido. Más adelante, al narrar el combate en el que Valdivia ofrenda su vida, Ercilla revaloriza al soldado que éste fue:
"pero el Gobernador osadamente
que también hasta allí estuvo confuso,
les dice: Caballeros, ¿qué dudamos?
¿Sin ver los enemigos nos turbamos?" (xxii)
Esto habla a las claras de que, independientemente de que estuviesen presentes en algunas ocasiones la codicia y la falta de escrúpulos, lo majestuoso es que aquellos que cayeron en esos vicios se redimieron con muerte gloriosa en el justo combate. El caso de Valdivia resulta ejemplo preclaro de lo dicho.
Pero la diferenciación entre caballero e infante (xxiii) no remite exclusivamente al origen sino también, y principalmente, a las dotes como guerrero. En no pocas ocasiones Ercilla destaca la diferencia existente entre el caballero, arrojado e impertérrito ante el peligro, y el infante, muchas veces vencido por el miedo. Por ejemplo cuando se refiere a los 'peones' (xxiv) que "casi moverse al trote no podían, que con sólo el temor los detenían." (xxv)
En otro pasaje nuestro autor comenta que ante la falta de guerreros Don García optó por hacer mover "al común y caballeros, alegres (los primeros) de llevar tan buena guía". (xxvi)
Por otro lado Ercilla habla de una caballería cristiana. Lo hace al referirse a dos batallas que, gloria también del Imperio Español, representan una diferencia importante con el contexto de la araucanía. Se trata de las batallas de San Quintín y de Lepanto.
"..mas la fuerza y virtud tan conocida
de aquella audaz caballería cristiana
la multitud pagana contrastando,
iba de punto en punto mejorando." (xxvii)
Aún hay otro sentido con el que Ercilla utiliza el término caballería y es el asignado a los propios araucanos. Más esto, que puede resultar ciertamente contradictorio, se expresa en la traslación que nuestro autor realiza de las virtudes españolas a los personajes indios de su obra. (xxviii)
Defectos y virtudes del caballero.
Bazán Lazcano adjudica la decadencia del ideal caballeresco a cierta 'deshumanización' paradojalmente asociada al 'humanismo' en clave renacentista. (xxix) Consideramos que, en modo muy general, esta explicación es satisfactoria. Es justamente el espíritu renacentista, con su sobrevaloración de lo útil por encima de lo bueno, de lo mercantil sobre lo bello y del ahorro sobre lo honroso y verdadero, el que propicia el quiebre de la institución de la caballería. Sin embargo esto no se da con tanta facilidad en el caso de España que permanece 'atrasada' en la adquisición de todos los hábitos propios del capitalismo mercantil. Este 'atraso' (afortunado según se mire) está explicado en parte por la irrupción de América en la historia de la mano de España pues la conquista hizo que los hombres de España se inflamaran en las ideas caballerescas que "nutrieron su alma y los llevaron así a vastas realizaciones".(xxx)
De todas formas no podemos decir que el traspaso de la caballería, tal el objeto parcial de nuestro trabajo, haya sido tan puro cómo para destacar una caballería medieval en América. Y es que el 'hecho americano' pulió cada una de las instituciones que España desinteresadamente ofreció. Esto nos lleva a considerar que podemos hablar de una caballería indiana en el mismo sentido que hablamos de una Iglesia indiana: se trata de instituciones imposibles de explicar sin recurrir a su origen. (xxxi) Es por este contraste que podemos hablar de la continuidad o no del ideal caballeresco en tanto se respeta la institución originaria.
Una cuestión también esencial es la que plantea Tudela Velasco al referirse a "la antinomia entre los postulados ideales de la caballería y el real cumplimento de los mismos.." (xxxii)
La autora citada se ocupa de la degradación del ideal caballeresco en España pero no de ésta en America. Consideramos, a modo de hipótesis, que el problema grave no es la falta del debido respeto al ideal sino justamente el hecho de que este ideal se vea subvertido por la mala práctica. Mientras un caballero sea objeto de sanción por el no cumplimiento de los deberes la caballería puede seguir andando pero el problema se suscita cuando la mala praxis constante genera un cambio en el ideal propio de la institución caballeresca.
Desde otro punto de vista Roxana de Andrés Díaz manifiesta que la decadencia de la caballería se remota al mismo siglo XIII, momento en el que se produce la llamada 'sacralización' de la vida militar. Consideramos cuestionable esta perspectiva de la que nos ocuparemos en el apartado correspondiente a la religiosidad del caballero. (xxxiii)
La caballería americana se vió en cierta medida 'flexibilizada' por las 'cosas nuevas' del Nuevo Mundo. La distancia espacial y cultural, la realidad de una conquista inédita y el enfrentamiento a costumbres culturales radicalmente distintas, hacen de la caballería (como muchas otras cuestiones del 'trasplante') una institución que ciertamente pierde el destello original. Tal parece ser la idea general. Lo que procuramos realizar en este trabajo es el escrutinio de las diversas manifestaciones indianas de la caballería y su contraste con el ideal original. En las conclusiones procuraremos esbozar nuestra idea al respecto, emergente de la tarea emprendida.
Las cuestiones dadas en torno al problema de la pervivencia o pérdida del ideal caballeresco son claramente visibles en La Araucana donde Ercilla demuestra rigurosamente cómo muchas cosas permanecen al margen no ya de lo caballeresco sino también de la más elemental cosmovisión ética religioso.(xxxiv)
"Sólo diré que es opinión de sabios
que adonde falta el rey sobran agravios". (xxxv)
No es posible eludir que cierta falta de autoridad, sobre todo en lugares de guerra constante como el Flandes indiano (xxxvi) que fue Chile, es la que explica en parte el relajamiento de las costumbres y pone en peligro la pervivencia de ideales superiores como el de la caballería. Pero es también innegable que el autor de La Araucana pone a nuestra disposición todo un concierto de ejemplos que atestiguan hasta qué punto el ideal de la caballería se conserva sino intacto al menos plenamente vigente.
Antes de continuar con el escrutinio de los defectos y virtudes del caballero es menester dejar en claro cuáles eran estos según el ideal al que hacemos referencia.
Según Llulio es competencia del caballero mantener la fe católica, combatir contra los infieles, defender y ayudar al señor de quien se es vasallo [el capitán en el caso del caballero conquistador], participar en los torneos y las partidas de caza; defender la tierra y si es dominio suyo, gobernarla con sabiduría. El caballero debe ser amante del Bien Común pues "para la común utilidad de las gentes fue establecida la caballería". Debe ejercitarse además en la virtud, específicamente en las virtudes teologales (fe, esperanza, caridad) y las cardinales (justicia, prudencia, fortaleza, templanza), sin que por ello falten la sabiduría, la lealtad, la largueza, la magnanimidad. (xxxvii) Pero, por sobre todo lo otro o, para mejor decirlo, a partir de todo lo otro, el caballero debe saber que su mayor obligación es para con Dios, de quien se reconoce vasallo y deudor absoluto.
La lealtad, también nombrada en los textos como fidelidad, es esencial en el oficio de la caballería. Se trata en principio de cumplir la palabra empeñada en la obediencia al jefe y, además, no traicionar la fe jurada hacia la protección y defensa de todos los estados de la sociedad. (xxxviii)
"Observamos que la lealtad -dice Porro- virtud ideal, aparece en la obligación de guardar pleito homenaje o lo recibido en encomienda." (xxxix)
Pero la lealtad, que es una virtud suprema en el caballero durante el combate, está especialmente enfocada en la imagen del capitán por el que la batalla adquiere o pierde sentido. De ahí que si el jefe no es apto o adolece de flaquezas indisimulables, la obediencia desfallece. Si no existen en el capitán cualidades que naturalmente lo impongan como jefe es poco probable que coseche la lealtad de sus caballeros. (xl) Pero cuando el capitán lo es en todo el sentido del término los caballeros no dudan en su arroja por acompañarlo en lo que la batalla depare.
"Con gran presteza, del amor movidos,
adonde Villagrán ven se arrojaban
y los agudos hierros atrevidos
de nuevo en sangre nueva remojaban" (xli)
Sin duda lo opuesto a la lealtad es la traición y quien cae en ella merece la muerte. "Es traidor quien no sirve al Rey y olvida la lealtad que le debe y la obligación que cómo caballero tiene de seguir a sus mayores." (xlii)
Más es traidor también quien abandona a sus compañeros de armas, por cobardía. Así cómo la lealtad es manifestación de la valentía y el arrojo, la traición es secuela de la cobardía. No hay cosa que repugne más al caballero.
"Si la caballería conviene tan fuertemente con el valor -dice Llulio - que echa de su Orden todos los amigos del deshonor, si no recibía a los que tiene valor, lo aman y lo mantiene, se seguiría que la caballería se podría destruir algo con la vileza, lo que no podría restablecer con la nobleza."
La cobardía es de suyo una noción anticaballeresca. Se trata de la negación más absoluta del ideal sólo comparable, quizás, con la afrenta al Rey y a la Iglesia.
El caballero, aún junto a sus camaradas, combate sólo. Incluso la enseñanza militar que recibía estaba orientada al combate individual: "en él se resumió la guerra" sintetiza Ercilla. (xliii) El arrojo y la intrepidez imponen la lucha cuerpo a cuerpo con el sólo auxilio de la destreza en el manejo del caballo, la protección de la armadura y la proximidad, siempre cuidada, del compañero de armas. Para el caballero no es admisible, por deshonrosa, la emboscada. No se traiciona a nadie, ni siquiera al enemigo.
Y si la traición es de total talante anticaballeresco lo es también la masacre o la crueldad para con el enemigo ya vencido. Lo dice nuestro autor al contar el término de una batalla en la que un grupo de españoles "hasta allí cristianos que los términos lícitos pasando, con crueles armas y actos inhumanos, iban la victoria deslustrando." (xliv)
De este modo se comprende cómo la victoria no tiene sentido para el caballero si se comenten crueldades que deslucen o degeneran el fin último de la pela: la preponderancia de la religión verdadera y la civilización sobre el error y la gentilidad.
Creemos necesario recurrir a unos significativos versos ercillanos que sintetizan lo expresado hasta ahora:
"Tener en mucho un pecho se debría
a do el temor jamás halló posada,
temor que honrosa muerte nos desvía
por una vida infame y deshonrada:
en los peligros grandes la osadía
merece ser de todos estimada:
el miedo es natural en el prudente
y el saberlo vencer, es ser valiente." (xlv)
Por otro lado la negación de la cobardía y la afirmación del valor se evidencia en la defensa del caballero a los pobres, los desprotegidos de toda jaez, los huérfanos y las viudas.
La Araucana es pródiga en ejemplos acerca del socorro a las viudas y huérfanos. Es interesante verificar que esta protección de las viudas, especificada en todos los códigos caballerescos, nos se acota a las mujeres españolas. Muy por el contrario. Ercilla narra constantemente la asistencia a las viudas araucanas en páginas llenas de caridad y amor cristiano hacia los infieles. Por caso ponemos el encuentro de Ercilla con Tegualda, la joven viuda de un mapuche muerto en asalto al fuerte español. La mujer le ruega al conquistador que le deje llevar el cuerpo de su amado a lo que Ercilla accede sin condicionamiento alguno:
"Movido pues a compasión de vella
firme en casto ya amoroso intento,
de allí salido me volví con ella
a mi lugar y señalado asiento." (xlvi)
Cómo ya ha quedado esbozado el caballero no entiende la vida sin honor y, sin éste, la muerte pierde sentido. La honra es, según nos dice García Morente, "el reconocimiento en forma exterior y visible de la valía interior e invisible." (xlvii)
El honor no representa para el caballero más que el ideal al que se debe aspirar, la forma ideal que todo hombre, y más aún un paladín de la caballería, debe propugnar hacer de sí mismo. La honra es lo que diferencia al hombre que se es del que se debería ser.
"...entre lo que cada uno de los hombres es realmente - continua García Morente - y lo que en el fondo de su alma quisiera ser, hay un abismo. Ennoblécese, empero, nuestra vida real por el continuo esfuerzo de acercar lo que en efecto somos a ese ser ideal que quisiéramos ser..." (xlviii)
Nada más abyecto para el caballero que la evidencia de sus propias miserias o flaquezas. Pero, y esto lo explica magistralmente García Morente, no hay hipocresía en esta actitud. El caballero no muestra sus vicios no por fingimiento o hipocresía sino por respeto al ideal, al arquetipo. Si se finge, podemos decirlo, no se es caballero. En este sentido el caso modelo de la negación del ideal honroso del caballero parece ser el de los cobardes Infantes de Carrión que nos describe el Cantar del Mio Cid. Allí encontramos el antitestimonio que dichos infantes pregonan y del cuál, y he aquí la base de la distinción, terminan por hacer gala. Al fin terminan por reconocer y defender su propia infamia. Todo ante el estupor y la airada respuesta de los veros caballeros.
El caballero español y cristiano no puede aceptar lo infame y deshonroso pero no por él mismo sino por el ideal arquetípico al que propende constantemente. No se trata de presentarse a sí mismo como un caballero puro sino cómo un pecador que aborrece el pecado y pugna por superarlo. En este sentido se explica la defensa y el respeto que el caballero debe imponer a los demás acerca de su persona: no se trata de la defensa de sí mismo sino de lo que él representa.
Una imagen precisa de lo dicho nos ofrece Ercilla cuando narra la predisposición de los caballeros en Chile al enfrentar la posibilidad de huir ante los embates del araucano.
"La vida ofreced acabar contenta
por no estar al rigor de ser juzgado;
teme más que a la muerte alguna afrenta
y el verse con el dedo señalado" (xlix)
Es decir que el honor mancillado y el estigma que esto supone es, para el caballero, algo imposible de pensar. El sentido del honor ínsito en el caballero le hace desprenderse de toda comodidad o ventaja en el combate. Se sabe acompañado por Cristo y eso le basta para afrontar las penurias y la muerte. Ercilla reafirma esto cuando comenta cómo uno de los españoles, a punto de entrar en combate, se anima a solicitar mayor cantidad de gente para emprenderlo, a lo que un hidalgo responde:
"A Dios plugiera
fuéramos sólo doce y dos faltaran
que doce de la fama nos llamaran." (l)
Pero es menester ver, como dice Guarda, el anverso y el reverso de la medalla del conquistador.
Cierto es que, a veces, la justicia administrada era de una crueldad sorprendente: los desnarigamientos y desorejamientos estaban a la orden del día y el mismo Ercilla nos relata el terrible castigo dado a Galbarino al caer prisionero cuando, en modo atroz, se le cortan ambas manos y se lo deja libre. (li)
Otra falla característica del caballero conquistador que, por otra parte, no es hipócrita en ocultarla, es la codicia. Ercilla tampoco la oculta y se lamenta de ella en canto triste:
¡Oh incurable mal! ¡Oh gran fatiga,
con tanta diligencia alimentada!
¡Vicio común y pegajosa liga
del provecho y bien público enemiga! (lii)
Y otro gran cronista como Bernal Díaz, al mentar a sus camaradas casi martirizados, es veraz al decir: "...murieron cruelísima muerte por servir a Dios y Su Majestad, e dar luz a los que estaban en tinieblas...y también por buscar riquezas, que todos comúnmente venimos a buscar." (liii) Cómo se ve, no sólo se oculta la codicia sino que se la ubica con absoluta franqueza entre las cuestiones que a América los trajeron. Por ello sería un error, cuando no una infamia, hacer de la codicia el rasgo central del conquistador. Primero porque el afán de riquezas es un objetivo nimio en relación a la misión que el caballero conquistador hace suya y por la que ofrenda la vida. Y, segundo, porque hacer del español de la empresa indiana poco menos que un capitalista es no sólo un absurdo sino un desacierto histórico francamente insoslayable. El consumismo, el afán de acumulación y la compulsión del ahorro y la mezquindad no son vicios que puedan adjudicársele al caballero sin realizar una grosera deformación histórica. (liv)
La Araucana, en fin, si bien expresa las condiciones del antitestimonio español, exalta sobre todo a una estirpe de hombres que dieron a España y la Iglesia el dominio cultural, político y espiritual de la cuarta parte del globo.
Lo cierto es que esos hombres estuvieron, más allá de sus fallas, dispuestos a combatir no sólo a los hombres que se opusieran a Cristo, la Iglesia y el Rey sino también contra todo obstáculo. Hombres, clima, tierra, frutos, fieras, insectos, enfermedades: todo allí resulta desconocido y casi hostil.
La importancia de la 'caballería' araucana.
Es menester aclarar en un principio que no existió tal caballería indígena, al menos no en el sentido europeo del término. Si hablamos de caballería araucana es por dos razones: primero por que se trata de fuerzas indígenas montadas a caballo lo cual remite a la definición básica del caballero y, segundo porque es el mismo Ercilla quien, sin hacerlo en forma explícita pero haciéndolo al fin, considera que muchos ideales caballerescos están presentes en los indios. En este sentido puede pensarse que el autor plantea ideales que exceden los lindes de una cultura, la europea, para plantarse en cualquier tiempo y lugar. Se trata del honor, de la valentía, de la entrega por una causa. Este no es un dato menor en la obra del español pues, como ya hemos enfatizado, si algo distingue a La Araucana es la desprejuiciado alabanza de las virtudes guerreras indígenas. Es claro que esto no hace separar un ápice a Ercilla de la plena convicción de la guerra justa pero si lo establece cómo un autor verídico (en el sentido de que está munido de rigor histórico) y justo. Además se verifica en nuestro autor lo que en todo noble guerrero: el reconocimiento de la valía del enemigo.
Sólo en este sentido muy general podemos hablar de una caballería araucana.
La cuestión central es que, más allá del valor personal del indígena, su organización militar era excelente. En su Crónica Bibar describe impresionado las formaciones guerrearas araucanas comparándolas incluso con la falange romana. Indudablemente el aspecto y la ferocidad de los indios hacían de ellos enemigos implacables.
"Su aspecto debía ser aterrador -dice Zapater- las armaduras de cuero, las cabezas de felino mostrando los colmillos, los adornos de plumas, las pinturas faciales, su valor individual, explican el asombro y admiración que provocaron en los conquistadores españoles." (lv)
Puede decirse que los indígenas son los grandes protagonistas de la obra ercillana. Nuestro autor los admira profundamente y nada le impide exaltar y embellecer sus cualidades. Pero, como dice Solar Correa, Ercilla fue "historiador para los españoles y poeta para los araucanos." (lvi)
Esta exaltación del araucano le permite a nuestro autor describir a indios que hablan de astronomía, discuten sobre regímenes políticos (sobre la noción de Bien Común por ejemplo), se tratan entre sí como pares y a sus mujeres las llaman galante y respetuosamente 'señoras'.
Pero hay algo esencial que entender y es que, más allá de la soberbia prestancia con que Ercilla describe a los araucanos y la falta de protagonismo aparente de los españoles, estos últimos son los que siempre terminan venciendo. Al respecto es sintomático que el primer libro de la obra termine con el triunfo del precitado Villagrán en las márgenes del Mataquito y con la muerte del gran Lautaro. Al finalizar el libro segundo vemos a la mesnada gloriosa de Don García paseando sus estandartes victoriosos por la Araucanía luego de haber vencido a Galvarino. Y, al fin, en el término del tercer libro, eliminado Caupolicán, los españoles quedan dueños de todo el país.
Pero es preciso detenerse en el hecho de que los indígenas de Ercilla son, en realidad, almas españolas en cuerpos araucanos: piensan, sienten y obran del mismo modo que el peninsular del siglo XVI. Más esto no obsta para continuar considerando que Ercilla carece de rigor histórico sino que consolida la idea de que se trata de un hombre de su tiempo y que le es difícil (tanto como a nosotros hoy) abstraerse de la realidad física y metafísica de su época. Es por eso que los más genuinos y brillantes aspectos del alma hispánica están presentes en los araucanos que Ercilla nos describe: el orgullo nacional (es esencia saber que los mapuche carecían del concepto de nacionalidad), la preocupación religiosa, el culto a la mujer, la generosidad, el pundonor. Hasta el amor del mapuche, casi exclusivamente fisiológico, aparece en el poema transfigurado como sentimiento noble y poético.
Y también, he aquí lo que más nos interesa, Ercilla convierte a los araucanos en poco menos que caballeros medievales y no duda en atribuirles todas sus virtudes y cualidades.
¿Hasta que punto estos anacronismos son sancionables? ¿Afectan la realidad histórica que Ercilla permitió descubrir? Creemos que no, a no ser que seamos nosotros lo que planteemos el anacronismo y juzguemos la obra ercillana con los ojos de un historiador o un etnógrafo del siglo XXI.
El caballero y la religión.
"Siempre el benigno Dios por su clemencia
nos dilata el castigo merecido".
Alonso de Ercilla, La Araucana.
La intervención sobrenatural.
El hecho de la conquista de América, llevado a cabo por hombres y por ende con cosas sublimes y miserables, contó además con la intervención divina, presente en toda la historia humana. En este sentido la empresa indiana tuvo a su favor, según Ezcurra Medrano, "...una especial protección de Dios que se manifestó muchas veces en acontecimientos de carácter sobrenatural y sin la cuál el esfuerzo meramente humano hubiera sido impotente para triunfar sobre una raza belicosa y una naturaleza hostil." (lvii)
Otra cuestión, concomitante pero que no desmerece la intervención divina en los sucesos históricos de la conquista, es el carácter profundamente religioso del hombre español del siglo XVI. Existe cierta determinación vital por lo religioso en ese hombre que cargaba en su mochila la doble gloria de la Reconquista y de la propagación de la religión, una fe inquebrantable y una certeza única de que la verdad reposa en la Iglesia Católica. Al respecto decía Maeztu:
"Y así puede decirse que la misión histórica de los pueblos hispánicos consiste en enseñar a todos los hombres de la tierra que si quieren pueden salvarse, y que su elevación no depende sino de su fe y su voluntad." (lviii)
Queremos evitar nosotros caer en el error tan común de realizar una tajante separación entre el clérigo y el soldado, entre el operario espiritual y el militar. Lo cierto es que, como quedó dicho, ambos participaron de la misma empresa desde distintos oficios. Desconocer esto puede derivar en agrias imputaciones hacia el conquistador separando a éste del pensar y el accionar del teólogo y el misionero. A modo de ejemplo citamos al jesuíta Blas Valera quien al hablar de la conquista del Nuevo Mundo dirá que fue "providencia y batalla suya a favor del Evangelio, que no fortaleza de los españoles." (lix)
La manifestación de la tarea común queda testimoniada en la participación de los mismos sacerdotes regulares en más de un entrevero contra los indígenas, sobre todo en el Flandes indiano que Chile fue. (lx)
Ercilla recala constantemente en la vinculación estrechísima entre caballería y religión. Lo hace, como recalcamos más arriba, con la constante mención a la caballería 'cristiana', pero también al hacer referencia a la analogía entre la labor del clérigo y la del soldado. Y es que el oficio del caballero, al igual que el del Orden Sagrado, implica un voto eterno. Cuando se es recipiendario del orden de la caballería, se lo es para siempre. Se trata de la adquisición de un estado, al que se puede faltar y degradar, pero que no se pierde en modo alguno.
Aparece aquí el concepto, utilizado por Roxana de Andrés Díaz y por Franco Cradini, de la 'sacralización' de la caballería. El rito de la investidura del caballero es, para la época en la que escribe y combate Ercilla, claramente contrapuesto al otrora laical. La confesión y el baño, por lo que el caballero quedaba limpio en alma y cuerpo, la vela de armas y la bendición, la comunión matinal hablan de un modo sacral de recibir y vivir el oficio de la caballería. La literatura militar y religiosa de la época es mas que explícita a este respecto. (lxi)
Ahora bien, en virtud de esa misma religiosidad del hombre español del siglo XVI y la consiguiente consagración de sus armas a la causa de Dios y de la Iglesia, la intervención sobrenatural es una constante en toda acción española.
La primera alusión al respecto dada en La Araucana es parte del relato autobiográfico del autor que narra su llegada a tierras chilenas en medio de una tormenta y un ataque de los mapuche. En ese momento, cuando nada podía estar peor, a merced del mal clima y de los indígenas:
"Cayó un rayo de súbito, volviendo
en viva llama aquel nubloso velo;
y en forma de lagarto discurriendo,
se vió hender una cometa del cielo;
el mar bramó, y la tierra resentida
del gran peso gimió como oprimida" (lxii)
La ayuda sobrenatural puede verse también en la visión que el propio autor tuvo de la Virgen María. Esta visión, ocurrida durante un sueño del caballero, explicita la constante protección de Nuestra Señora hacia los españoles. Este ejemplo, sumado a la rica descripción que el autor realiza de las batallas de San Quintín y de Lepanto, combates en los que el rezo colectivo del Rosario aseguró la victoria hispana, da una completa idea acerca de la importancia del culto a María y de la efectiva participación de Ella en la conquista. Es por ello que no es extraña la constante invocación a Nuestra Señora en la batalla. Cuenta Rosales que, durante el gobierno del precitado Villagra, un caballero de nombre Miguel de Velasco disparaba gritando: "Nuestra Señora de la Nieves, Cierra España, Cristianos." (lxiii)
La acción milagrosa de Dios es uno de las constantes de la obra. Lo dice así Ercilla:
"Y manifiesto vemos hoy en día
que, porque la ley sacra se extendiese
nuestro Dios los milagros permitía
y que el natural orden se excediese,
presumirse podrá por esta vía
que para que a la fe se redujese
la bárbara costumbre y ciega gente
usase de milagros claramente."
Por otro lado, la ayuda sobrenatural presente en el poema contrasta con la presencia del demonio y lo demoníaco. He ahí la presencia de lo preternatural que, bajo la absurda imitatio dei que el diablo propaga, se convierte en un obstáculo para la enseñanza del Evangelio que debe ser combatido de igual manera por clérigos y caballeros. (lxiv)
Más la presencia del diablo contrasta con la del Creador cuando Dios mismo se aparece en el límpido cielo anterior al asalto de La Imperial e interpela a los indígenas:
"¿a dónde andáis, gente perdida?
Volved, volved el paso a vuestra tierra
No vais a la Imperial a mover guerra." (lxv)
Ercilla incluso da fecha a la concreción de este milagro que hace huir despavoridos a los atónitos mapuche: 23 de abril del "año quinientos y cincuenta y cuatro sobre mil por cierta cuenta".
Vemos, además, en Ercilla una constante alusión a las deidades paganas. Las reminiscencias de Ariosto, Virgilio y, sobre todo, Lucano, y se hallan en muchos detalles de la obra. Pero, y esto es resultado de nuestro escrutinio de la misma, la concepción y el plan de La Araucana, transitan por andariveles distintos a los de la epopeya clásica. Se trata, ya lo hemos dicho, de una narración épica realizada por un español del Renacimiento pero, a la vez, profundamente medieval.
Caballería y sentido cristiano de la muerte.
Ha sido Manuel García Morente quien mejor explica, a nuestro modesto entender, la imagen de la muerte que tiene el caballero:
"El desprecio a la muerte tampoco procede ni de fatalismo, ni de abatimiento o embotamiento fisiológico, sino de firme convicción religiosa; según la cual el caballero cristiano considera la breve vida del mundo como efímero y deleznable tránsito a la vida eterna." (lxvi)
Pero el sentido caballeresco de la muerte que es, cómo hemos dicho, el mismo que el cristiano, no sólo remite a la muerte que se ofrenda sino también a la que se quita al enemigo. El problema de la muerte del enemigo, más moderno que medieval, estaba en rigor explicado en el pensamiento de San Bernardo quien en su célebre De laude novae militiae aclara las dudas acerca de la justicia del que mata y muere por la causa de Cristo. Citamos in extenso por la importancia del texto para explicar este punto de nuestro trabajo.
"La muerte que se da o recibe por amor de Jesucristo, muy lejos de ser criminal es digna de mucha gloria. Por una parte se hace una ganancia para Jesucristo, por otra es Jesucristo mismo el que se adquiere; porque este recibe gustoso la muerte de su enemigo en desagravio suyo y se da más gustoso todavía a su fiel soldado para su consuelo. Así el soldado de Jesucristo mata seguro a su enemigo y muere con mayor seguridad. Si muere a sí se hace el bien; si mata lo hace a Jesucristo, porque lleva en vano a su mano la espada, pues es ministro de Dios para hacer venganza sobre los malos y defender la virtud de los buenos." (lxvii)
El caballero siente desprecio por la muerte. No le teme más que a un muerte poco 'honrosa' y lejos se halla de nuestro temor febril hacia el término de la vida. Más aún, el final del conquistador siempre es cristiano. "Id alegre, hermano mío -exhorta Zumárraga- pues vais por camino tan trillado por donde han ydo cuantos han nacido; ya aún en la compañía hallareys al Hijo de Dios con su sagrada Madre." (lxviii)
Sin duda la cuestión del fin cristiano del conquistador es una de las más importantes para reconocer las manifestaciones de la fe presentes en el Nuevo Mundo. Y es que en el fin del hombre, el gran tema de ayer, de hoy y de siempre, a pesar de las variantes temporales, hay una unidad general de enfoque que hace aquilatar la profundidad de las convicciones y madurez de la fe. A ese respecto sabemos que el caballero español, nos lo dice García Morente, es un "impaciente de la eternidad".
Conocida es el cristiano fin de Pizarro, quien muere cruelmente y tiene tiempo de perdonar a sus asesinos, hacer profesión de fe y lucidez necesaria para realizar todo esto en forma solemne. (lxix)
No se trata, es menester aclararlo, de jugar temerariamente la vida o de adquirir la muerte casi mediante el suicidio. Se busca la gloria de una buena muerte pero no entregar la vida en una inmolación temeraria rayana con el nihilismo. Se combate, nos dice Ercilla, con "ánimo feroz y matando, la muerte se dilataba." (lxx)
"La meta de todos los caballeros -dice Sáenz- debía ser según los viejos poemas francos 'conquerre lit en paradis'. Esos rudos hombres de guerra, que había galopado por tantos caminos, sufrido la inclemencia de tantos climas, dormido tantas veces al raso, y pasado tantos días sin poder casi quitarse las armas, se hacía una idea ingenua de la beatitud eterna: 'el reposo es una buena cama'. No será muy teológico pero era una imagen esperanzadora." (lxxi)
Esta imagen de la muerte cristiana contrasta con la que el autor expresa de la muerte del indígena que termina sus días sin aceptar la verdadera Fe. Es el caso de Lautaro que, aún cuando afronta la muerte con hombría y entereza de ánimo, pierde la salvación eterna cuando su "alma, del mortal cuerpo desatada, bajó furiosa a la infernal morada." (lxxii) Más cuando nuestro autor no escatima palabras de exaltación para con la honrosa muerte de los bravos araucanos no podemos olvidar aquello de la traslación de las virtudes caballerescas al hombre del Arauco. Esto es bien claro en la narración que Ercilla realiza de un sangriento combate que tiene cómo final la eliminación de todos los mapuche, incluso el cacique Lautaro.
"¡Morir!, ¡morir!, no dicen otra cosa
Morir quieren, y así la muerte llaman
Gritando: ¡Afuera vida vergonzosa!" lxxiii
Lo cierto es que el caballero español no teme a la muerte sino a la vida deshonrosa, manchada por el dolor de la traición, la cobardía o la pérdida del decoro. La vida, si es vivida como corresponde, sólo es tránsito hacia la eternidad. Al caballero cristiano español la cabe a la perfección aquello del Apóstol de los Gentiles: "Pues si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, morimos para el Señor. En fin, sea que vivamos, sea que muramos, del Señor somos" (Rom. 14,8; Flp. 1,20)
La cuestión de la 'demonización' del indio.
Ha sido Vicente Sierra quien develara las claves del sentido misional de la conquista de América en su obra homónima. Los conquistadores, incluidos los del Flandes indiano, tuvieron bien en claro la labor misional que subsidiaban pues, huelga decirlo, la prevalencia de ese sentido estaba dado por el interés de los Reyes Católicos y sus continuadores. El antitestimonio, parte inescindible de cualquier emprendimiento humano, no hace más que confirmar lo antedicho.
Pero así como la evangelización fue preocupación esencial y aneja a la conquista también lo fueron los obstáculos para su cabal realización. De esa forma, cuando los indígenas no supieron ni quisieron sujetarse a la 'civilización' y al 'evangelio', impidiendo a su vez la fidelidad de otros, se los combatió férreamente. (lxxiv)
En la base de la infidelidad se encuentra la explicación demonológica, es decir, la influencia del demonio en el retardo o la no aceptación de la fe y la civilización (planteadas como parte de un mismo esquema). El concepto de 'demonización', bastante utilizado en los trabajos actuales de historia de la Iglesia, es bastante ambiguo y muchas veces mal utilizado. Según cierto sentido, más ideológico que historiográfico, se demonizó a los indígenas como forma de legitimar las conquistas y las subsecuentes atrocidades. Esta perspectiva, centrada en la dialéctica materialista, suele primar lamentablemente en muchos trabajos sobre la historia de la evangelización.
Aquí hablamos de demonización en el sentido dado durante los tres siglos de evangelización: el español, sea éste laico o religioso, concibe que América era hasta la llegada del cristianismo civitas diaboli y que la verdadera religión, la de Cristo, podía salvar a aquellos que se encontraban bajo el diabólico yugo. (lxxv)
Alonso de Ercilla, como soldado y vero devoto, no escapa a esta cuestión doctrinal al iniciar su narración poética:
"Gente es sin Dios ni ley, aunque respeta
aquel que fue del cielo derribado
que como grandioso y gran profeta
es siempre en sus cantares celebrado" (lxxvi)
No duda nuestro autor en dar al araucano un carácter idolátrico al afirmar que todas las ceremonias están determinadas por la adoración a los demonios y al diablo. Son los hijos de Eponamón y, cómo tales, adversarios de la fe católica. En este sentido, más que legitimar la conquista como dicen algunos teóricos, se libra una guerra que tiene resonancia sobrenaturales. ¿No es ese, acaso, el sentido de gran parte de las acciones caballerescas? ¿No se realiza el combate en nombre del Rey pero también en el de Jesucristo? La comprensión de esta cuestión es esencial.
De acuerdo a lo dicho el combate del caballero español en las Indias es el que se entabla permanentemente en la historia: el de los cristianos como soldados de Cristo y el de los esbirros de Satanás. Pero, a riesgo de ser repetitivos, volvemos a decir que esa lucha en América no tiene cómo protagonista a la totalidad de los indígenas sino contra aquellos que levantan las armas infieles contra el Rey que propaga la Fe verdadera y, por ende, contra Jesucristo.
Las armas indígenas son ilícitas en tanto éstos "en desprecio del Santo Sacramento la recebida ley y fe jurada habían pérfidamente quebrantado." (lxxvii) Y representan los indios no sólo un obstáculo para a conversión de aquellos naturales que aceptan la evangelización sino también la sola posibilidad de vivir en paz: "estupros, adulterios y maldades, por violencia sin término concluyen, no reservando edad, estado y tierra..." (lxxviii)
Según nuestro autor los indios no hacen más que cumplir con la misión que el propio demonio les impone. Así nos dice que el diablo se les apareció a los indígenas poco antes del asalto a La Imperial en forma de "dragón horrible y fiero, con enroscada cola envuelta en fuego" y en medio de una terrible y confusa tormenta. En ese momento les dijo que rápidamente 'caminaran' sobre el pueblo español "amedrentado (...) y que al cuchillo y fuego le entregasen sin dejar hombre a vida y muro alzado." (lxxix)
Pero, cómo ya hemos citado, no tuvo éxito el demonio porque poco después de su tétrica aparición Dios mismo entró en escena, en histórico milagro que Ercilla ubica perfectamente en la cronología de la Guerra del Arauco. (lxxx)
El corolario de esta cuestión debe ser el hecho, de suyo innegable, de la conversión de la América indígena a la fe católica. Y es que sin la aceptación de este hecho no se comprende y, menos se honra, el esfuerzo y la abnegación de tanto clérigo y caballero en el combate por la evangelización y la hispanización del indio. Y es Ercilla quien nos brinda un fuerte testimonio de esto cuando, al narrar el famoso suplicio de Caupolicán, tan señalado por los 'indigenistas', nos cuenta también la aceptación de la Santa Fe católica por el otrora temible cacique, tan soslayada por aquellos.
"Pues mudóle Dios en un momento,
obrando en él su poderosa mano,
pues con lumbre de fe y conocimiento
se quiso baptizar y ser cristiano" lxxxi
En ese hecho fundamental se resume de alguna manera la epopeya americana: el indígena que antes de morir arenga a sus hombres para que reconozcan al verdadero y único Dios. Es menester dejar sentado, entonces, que la mentada demonización jamás obnubiló el verdadero sentido de España y la Iglesia en América: la insoslayable e imprescindible evangelización.
A modo de conclusión.
En este trabajo hemos procurado presentar una visión panorámica de la cuestión de la caballería en Indias a partir del examen de la Obra de Alonso de Ercilla y Zúñiga, protagonista, testigo y narrador de uno de los sucesos más aciagos de la conquista como fue la Guerra del Arauco.
Luego de una breve presentación del autor, la obra y la circunstancia histórica que narra la gesta, nos hemos abocado al análisis de algunos puntos específicos referidos a la caballería, esto es, las diversas acepciones del término en la obra estudiada, los defectos y virtudes del caballero en Chile y, para terminar, la relación entre caballería y religión.
Una primer conclusión. Aún con la ausencia de ciertas cuestiones que se verifican en la caballería medioeval, el ideal esencial de la conquista indiana es el de la caballería. Y esto, lo repetimos, tanto para la conquista militar y política como para la espiritual. El sentido caballeresco comprobado en Ercilla y los suyos, y esto para ejemplificar a partir de lo estudiado, se realiza también en la acción misional de los jesuítas, mercedarios, franciscanos o dominicos. Unos y otros son miles Christi, soldados de la cristiandad empeñados en diversas tareas pero con un fin común.
"Toda España, en su Siglo de Oro, -dice el P. de Vizcarra- estaba convencida de que Dios le había confiado la misión de defender en Europa el catolicismo, contra los turcos y herejes, y de propagarlo entre los infieles del mundo recién descubierto. Por eso todos los españoles se sentía, en cierto modo, paladines del catolicismo, aunque fuesen atrevidos capitanes o simples soldados." (lxxxii)
En este sentido superior puede decirse, y decimos, que la caballería española no pierde su fulgor en América. Lo dice también Don Ramiro de Maeztu citando a Santa Teresa:
"Todos los que militáis
debajo de esta bandera,
ya no durmáis, ya no durmáis
que no hay paz sobre la tierra." lxxxiii
Una vez verificada esta cuestión, partiendo de una generalización pero también de una comprobación elemental, podemos establecer la pervivencia o ausencia del ideal caballeresco en la conquista de Indias.
Es indudable que la ausencias son comprendidas por el nuevo contexto histórico suscitado. Más, si bien es cierto que muchas cuestiones se perdieron en el 'trasplante', la esencia del ideal permaneció intacto.
Verdad es que el ideal se había visto perturbado en la Castilla que le diera origen. Lo dice con claridad meridiana Fernández de Oviedo cuando lamenta que "no todos los blasones de armas son probados". Pero la empresa indiana, que empezó donde terminó la Reconquista, dio nuevos bríos al ideal y, si bien aparejó cuestiones novedosas, también vigorizó aquellas que resultaban originales y esenciales.
Por otro lado es preciso indicar que el ideal caballeresco es intemporal pues no puede ni debe circunscribírselo a un tiempo determinado ya que las virtudes que lo nutren y explican son necesarias y universales. No referimos, para ser claros, a la restauración de la caballería que tanta falta hace en estos tiempos aciagos y oscuros.
Y, a propósito, no quisiéramos terminar este trabajo sin unos versos del inolvidable Padre Castellani, que pone en palabras lo que nosotros sentimos y anhelamos:
Dueña de la historia, viento de tus cascos.
Te vas sin irte, aún queda tu hidalguía en el alma serena del jinete.
Te vas sin Irte inmortal Caballería.
No has de morir, aún se escucha
tu música romántica y bravía
y entre trompas y timbales sueñas
te vas sin irte, INMORTAL CABALLERIA..
·- ·-· -··· ·· ·-··
Sebastián Sánchez. tizona@ciudad.com.ar
Bibliografía.
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Carlos ARAMAYO ALZERRICA: "Forjadores de América", Santiago, Francisco de Aguirre, 1975.
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Notas
-i.- Alonso de ERCILLA y ZÚNIGA, "La Araucana", Porrúa, México, 1988 [1590], II Parte, Canto XVII, p. 248
-ii.- La Orden de los Caballeros de Santiago de la Espada nació a la luz de la devoción que en España se le propicia al Apóstol. Trece caballeros comenzaron a defender, a partir del año 1161, a aquellos que peregrinaran en señal de devoción a Santiago. En un principio se constituyeron como organización eclesiástica según la Regla de San Agustín pero con una diferencia: los clérigos llevaban vida conventual pero los caballeros podían contraer matrimonio. En 1175 el Papa Alejandro III tomó a la orden bajo su protección y aprobó sus estatutos. Parte del documento del Papa exigía a los caballeros de la misma que debían ser: "... humildes y pobres, sin propiedad alguna, caritativos con los huéspedes necesitados, y sin murmuración ni discordia, prontos siempre para socorrer a los cristianos y en especial a los canónigos, monjes, templarios y hospitalarios." Cf. Alfredo SÁENZ: "La caballería. La fuerza armada al servicio de la Verdad desarmada.", Buenos Aires, Gladius, 1991, pp. 45y ss. Asimismo, para comprender la importancia de la devoción a Santiago Apóstol en América, véase: Zacarías de VIZCARRA: "La vocación de América", Buenos Aires, Gladius, 1995, especialmente parte V.
-iii.- Del Prólogo breve, Alonso de ERCILLA, "La Araucana", Selección y notas de Roque Esteban Scarpa, Andrés Bello, Santiago, 1982.
iv.- Miguel de CERVANTES SAAVEDRA: "El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha", Buenos Aires, Sopena, 1938, I Parte, Cap. VI, p. 42.
-v.- Citado por Roberto CASTILLO SANDOVAL en: ¿'Una misma cosa con la vuestra'?: el legado de Ercilla y la apropiación poscolonial de la Patria araucana en el Arauco domado, en: Revista Iberoamericana, Vol. LXI, (170-171), 1995, p. 232.
-vi.- Citado por Horacio ZAPATER: "Aborígenes chilenos a través de cronistas y viajeros" , Andrés Bello, Santiago, 1978, p. 12.
-vii.- R. BLANCO FOMBONA: "El conquistador español del siglo XVI", Madrid, Mundo Latino, 1951, p. 45.
-viii.- A efectos de realizar una sucinta descripción del período que enmarca los hechos narrados en La Araucana hemos recurrido al trabajo de Carlos ARAMAYO ALZERRICA: "Forjadores de América", Santiago, Francisco de Aguirre, 1975; al de Leopoldo CASTEDO: "Resumen de la Historia de Chile", Santiago de Chile, 1954, Tomo I y finalmente al de Sergio VILLALOBOS: Breve Historia de Chile, Santiago, Universitaria, 1983.
-ix.- "La Araucana", I, c. V, p. 84. Al respecto es interesante observar cómo ERCILLA enumera las virtudes propias del capitán al tiempo que lo distingue del caballero. TUDELA VELASCO se refiere a esta cuestión y pondera las virtudes propias del capitán haciendo referencia hace lo propio cuando indica que debe ser 'sabidor' de su oficio, elocuente para animar a la hueste y celoso guardián del orden. Cf. María Isabel Pérez de TUDELA VELASCO: La 'dignidad' de la caballería en horizonte intelectual del s. XVI, en: "La España Medieval", V, Estudios en memoria del Prof. D. Claudio SANCHEZ ALBORNOZ, Vol. II, Madrid, Universidad Complutense, 1986, p.827.
-x.- "La Araucana", I, c. XIV, p. 200.
-xi.- Esto quedó demostrado desde el primer momento que llegó a Chile la primera medida que adoptó después de tomar posesión del cargo en La Serena en abril de 1557, fue apresar a los dos personajes que se disputaban el cargo de gobernador, Aguirre y Villagra, encadenarlos y embarcarlos hacia Perú. Esta medida fue considerada injusta pues ninguno de los dos viejos conquistadores pensaba desconocer la autoridad de García Hurtado y ambos habían arriesgado su vida más de una vez por consolidar y acrecentar los dominios de España en Chile. Esta actitud, más lo que tuvo con Ercilla y sobre todo la forma en que trató a los araucanos capturados (suplicios de Galvarino y Caupolicán), dejaron la imagen de hombre cruel, estricto e inflexible de Mendoza tanto para sus compañeros como para la posteridad.
-xii.- "La Araucana", II, c. XXII, p. 314.
-xiii.- Francisco de VITORIA: "Relecciones sobre los indios y el derecho de guerra", Espasa Calpe, Madrid, 1946, pp. 117- 121. Al respecto es importante conocer las divergencias dadas entre el P. Vitoria y el dominico Bartolomé de Las Casas acerca de la legitimidad del Imperio Español en América. Mientras el teólogo de la escuela salmantina reconoce al menos ocho causas de la expansión de España sobre el Nuevo Mundo, Las Casas alude a la evangelización como razón única y niega la legitimidad de los justos títulos de los Reyes españoles. Cf. Ramón MENENDEZ PIDAL: "El P. Las Casas y Vitoria, con otros temas de los siglos XVI y XVII", Buenos Aires, Espasa Calpe, 1966, pp. 9 y ss.
-xiv.- "La Araucana", III, c. XXXVII, p. 501.
-xv.- Infante DON JUAN MANUEL: "Libro del cavallero et del escudero", citado por Francisco GARCÍA FITZ: La didáctica militar en la literatura castellana, Anuario de Estudios Medievales, 19, Barcelona, 1989, p. 278.
-xvi.- Enrique ANDERSON IMBERT: "Historia de la Literatura hispanoamericana", Vol. I , FCE, México, 1954, pp. 72 y ss.
-xvii.- Cf. Nelly PORRO GIRARDI: Rasgos medievales en la caballería indiana.. La institución a través de cronistas peruanos (1533-1653), en: VI Congreso del Instituto Internacionales de Historia del Derecho Indiano, Diciembre de 1980, Valladolid, Casa Museo de Colón, 1983. Seguimos en parte de esta clasificación los ítems planteados por esta autora.
-xviii.- Ibidem, p. 365.
-xix.- "La Araucana", I, C. I, p. 15.
-xx.- Ibidem, I, C. III, p. 45.
-xxi.- Cf. Franco CARDINI: El guerrero y el caballero, p. 86.
-xxii.- Ibidem, I, C. III, p. 48.
-xxiii.- Cf. Nelly PORRO GIRARDI: Op. Cit. p. 369.
-xxiv.- Ibidem.
-xxv.- "La Araucana": I, C. VI, p.94.
-xxvi.- Ibidem: I, C, XIII, p.189.
-xxvii.- Ibidem: II, c. XXIV, p. 345.
-xxviii.- Vid. apartado sobre la importancia de la 'caballería' araucana.
-xxix.- Marcelo BAZAN LAZCANO, La caballería en América, en: Nuestra Historia, 5, Buenos Aires, 1969.
-xxx.- Marcelo BAZAN LAZCANO, Op. Cit., p. 278.
-xxxi.- Quizás la comparación con la Iglesia no sea del todo apropiada pues se trata de una 'institución' universal cuyo fin último es la salvación de todos los hombres. Sin embargo, y a afectos del análisis, dejamos intacta esta parte de nuestro texto.
-xxxii.- PEREZ de TUDELA VELASCO: Op. Cit., p.816.
-xxxiii.- Cf. Roxana de ANDRÉS DÍAZ: Las fiestas de caballería en la Castilla de los Trastámara, en: "La España Medieval", T.V, Madrid, Editorial de la Universidad Complutense, 1986, pp. 84 y ss.
-xxxiv.- Evitaremos caer en generalizaciones ideologizadas que pretenden mostrar lo 'esencialmente perverso' de los conquistadores. Cómo dijo alguna vez Céspedes del Castillo los conquistadores no eran ángeles del cielo ni monstruos de crueldad, sólo hombres empeñados en una de las más maravillosas empresas de la historia.
-xxxv.- "La Araucana", I, C. IV, p. 62.
-xxxvi.- La expresión 'Flandes indiano' adjudicada a Chile es autoría del P. Diego de Rosales que la utiliza sabiendo que la sola mención de ese Estado europeo en perpetua guerra tiene clara significación para los españoles. Cf. "Historia general del Reino de Chile. Flandes Indiano", Valparaíso, 1837 (3Vols.)
-xxxvii.- Raimundo LLULIO: "Libro de la Orden de la Caballería", citado por Azucena Adelina FRABOSCHI: "La educación del caballero medieval", EDUCA, Buenos Aires, 2001.
-xxxviii.- Todo la Europa medieval y, por supuesto Castilla, estuvo instaurada en torno al orden tripartito que le otorgan los principios cristianos. Así, la sociedad se compone del clero cuya ocupación es asistir, mediante la oración y el ministerio pastoral, a las necesidades espirituales de la sociedad. Por otro lado, los guerreros, que con la fuerza de la espada debían hacer respetar la justicia y todos los bienes excelentes que propician el Bien Común. Función esencial del caballero es proteger a los débiles, sobre todo a los huérfanos y viudas, y defender con su vida a la Iglesia. Por último se encuentran los campesinos, que con su esfuerzo cultivaban la tierra y con su trabajo abastecían sus propias necesidades y las de los otros dos estados.
No cabe aquí el esquema mecanicista del materialismo histórico que pretende acotar la sociedad feudal (y todas las sociedades históricas) a un mero planteo de clases y de lucha entre ellas. Los estados de la sociedad medioeval no implican lucha entre ellos sino más bien armonía, es decir, que se basamentaban en la justicia.
-xxxix.- Nelly PORRO GIRARDI. Op. Cit. p. 386.
-xl.- Cf. Manuel GARCÍA MORENTE: "Idea de la hispanidad", Madrid, Espasa Calpe, 1961, p. 72.
-xli.- "La Araucana", I, C. Vi, p. 90.
-xlii.- Raimundo LLULIO: "Libro de la Orden de Caballería", citado por Alfredo SÁENZ: "La caballería", Buenos Aires, Gladius, 1991, p. 76.
-xliii.- "La Araucana", I, c. III, p. 52. Cf. asimismo Francisco GARCÍA FITZ: Op. Cit., p.274.
-xliv.- Ibidem: II, c. XXVI, P. 367.
-xlv.- Ibidem, I, C. VII, p. 99. Otro ejemplo precioso que expresa muy bien el tema de la valentía y la lealtad en el caballero es el de Pedro LOZANO: "Historia de la conquista del Paraguay, Río de la Plata y Tucumán", T. IV, Buenos Aires, 1874, pp. 248 y 249. Allí relata el jesuíta la muerte del conquistador Juan Gregorio Bazán y su yerno, Diego Gómez de Pedraza. Transcribimos parte del texto: "Herido como estaba [Bazán] se fue retirando a un bosque cercano sin dejar de pelear (...) a esta sazón su yerno (...), ya mal herido, tiraba a ganar el mismo bosque por otro lado y atribuyendo Don Sancho de Castro a fuga la presente retirada, gritó: "señor Diego Gómez de Pedraza, vuesa merced es caballero, vuelva, no huya. Replicó pronto Pedraza muy sobre sí: yo caballero soy, no voy huyendo sino a mejorar de lugar saliendo de esta estrechura y para que nadie crea es cobardía, aquí me quedo y moriré como caballero. Apeóese del caballo e intentó socorrer a su suegro pero ya era en vano porque estaba muerto y cargando otra multitud bárbara sobre él, le mataron de la misma manera a flechazos. Este fue el fin desgraciado aunque tan honroso de estos dos caballeros..."
-xlvi.- "La Araucana", II, c. XX, p. 287.
-xlvii.- Cf. GARCÍA MORENTE: Op. Cit., p. 75.
-xlviii.- Ibidem.
-xlix.- "La Araucana", I, C. V, p. 87.
-l.- Ibidem: I, C. IV, p. 65.
-li.- Vid. nota 11.
-lii.- "La Araucana": I, C. III, p. 45.
-liii.- Citado por Gabriel GUARDA: "Los laicos y la cristianización de América, Siglos XV -XIX", Santiago, Nueva Universidad, Universidad Católica de Chile,1973, p. 188.
-liv.- Lamentablemente no han sido pocos los desaciertos de esta especie, motivados las más de las veces por cuestiones de índole ideológica y otras por crasa ignorancia. Tomando un ejemplo entre cientos recordamos el libro del P. Gustavo GUTIERREZ : "Dios o el oro en Indias. Siglo XVI" , Lima, Instituto Bartolomé de Las Casas, 1989.
-lv.- ZAPATER, Op. Cit. p 79.
-lvi.- Eduardo SOLAR CORREA: "Semblanzas literarias de la colonia", Santiago, Editorial Francisco de Aguirre, 1969, p. 10.
-lvii.- Alberto EZCURRA MEDRANO: Lo sobrenatural de la conquista, en: Gladius, Buenos Aires, 24, Agosto 1992, p. 11. El tratamiento del tema de lo sobrenatural en la conquista remite en realidad a un tema de otro orden cuál es el de la posición del historiador católico frente a la intervención de Dios en la historia. Tema éste que excede con mucho el marco de este trabajo pero que nos preocupa sobremanera en la determinación de lo que es y, Dios mediante, lo que será nuestra tarea historiográfica.
-lviii.- Ramiro de MAEZTU: "Defensa de la Hispanidad", Buenos Aires, Poblet, 1952, p. 75.
-lix.- Citado por Gabriel GUARDA: Op. Cit., p. 184.
-lx.- Pedro MARINO de LOVERA describe la actuación del clérigo Nuño de Abrego en el ataque que las fuerzas mapuche lideradas por Lautaro (combate descrito por Ercilla) hicieron a la ciudad de Concepción en diciembre de 1555. Allí se dice cómo el sacerdote "con su espada y rodela a la puerta de la fortaleza arrimado a un lado, y al otro Hernando Ortiz, sin apartarse ninguno de los dos un punto de su puesto sobre apuesta, más por estar picados entre sí que por picar a los enemigos, aunque en efecto hicieron tal estrago en ellos que pudiera cualquiera de los dos aplicarse el nombre de Cid [sin] hacerle agravio". Cf. de este autor: "Crónica del Reino de Chile", Madrid, BAE, T. CXXXI, 1960, p. 183.
-lxi.- Significativa es, en este sentido, la plegaria de caballeros que se encuentra en muchos Libros de las Horas desde el siglo XIV al XVI y que por su valor intrínseco nos proponemos compartir con el lector:
"Obtenedme el don de esta gracia divina que será la protectora y la señora de mis cinco sentidos, que me hará trabajar en las siete obras de misericordia, creer en los doce artículos de fe y practicar los mandamientos de la Ley, y que, por fin, me librará de los siete pecados capitales, hasta el último día de mi vida." Citado por Alfredo SÁENZ: Op. Cit., p. 131.
-lxii.- "La Araucana", II, C. XVI, p. 233.
-lxiii.- Diego de ROSALES: Op. Cit., T. II, P.344.
-lxiv.- Vid. apartado sobre la 'demonización' del indio.
-lxv.- "La Araucana": I, C. IX, p. 125.
-lxvi.- Manuel GARCÍA MORENTE: Op. Cit., p. 65.
-lxvii.- SAN BERNARDO, "Obras Completas", citado por Gabriel GUARDA: Op. Cit., p.183.
-lxviii.- Cf. Joaquín GARCÍA ICAZBALCETA: "Fray Juan de Zumárraga. Primer Obispo y Arzobispo de México", Buenos Aires, Espasa Calpe, 1952, p. 39.
-lxix.- En su testamento de 1539 el gran conquistador se arrepiente de sus flaquezas en bello texto que bien vale la pena reproducir: "...con mi malicia e ignorancia e persuasión del diablo muchas veces ofendí mi Dios y Criador y Redentor, quebrando sus mandamientos e no cumpliendo las obras de misericordia ni usando mis cinco sentidos como se debía, ni haciendo las obras que según nuestra Santa Fe Católica era obligado...". Citado por GUARDA: Op. Cit. p. 229 y ss. Véase la notable identidad de estas palabras con la oración de la caballería que hemos transcripto en la nota 60.
-lxx.- "La Araucana": II, C. XXII, p. 311.
-lxxi.- Alfredo SÁENZ: Op. Cit. p. 175 - 176.
-lxxii.- "La Araucana": I, C. XIV, p. 200.
-lxxiii.- Ibidem: I, C. XV, p. 214.
-lxxiv.- Vid. 1. c. Los argumentos sobre la guerra justa.
-lxxv.- Hemos analizado este tema en nuestro trabajo La lucha contra el demonio en la evangelización americana, en: Arbil, anotaciones de pensamiento y crítica, N°46/47, Junio y Julio de 2001. Asimismo hacemos hincapié en el concepto de 'demonización' en: Demonología en Indias. Idolatría y mímesis diabólica en la obra de José de Acosta, trabajo aceptado para publicación en Revista Complutense de Historia de América.
-lxxvi.- "La Araucana", I, C. I, p. 21.
-lxxvii.- Ibidem: II, C. XVI, p. 234.
-lxxviii.- Ibidem: I, C. XI, p. 159.
-lxxix.- Ibidem: I, C. IX, p. 124.
-lxxx.- Vid. apartado sobre la ayuda sobrenatural.
-lxxxi.- "La Araucana": III, C. XXXIVI, p.473.
-lxxxii.- Zacarías de VIZCARRA: Op. Cit., p. 36. La cursiva es nuestra.
-lxxxiii.- Citado por Ramiro de MAEZTU: Op. Cit., p. 117.
"ARBIL, Anotaciones de Pensamiento y Crítica", es editado por el Foro Arbil
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