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La reconquista cristiana de Sicilia (1061-1091).
La historia de la recuperación de la invasión musulmna de una isla, ahora italiana, pero que durante siglos estuvo en el ámbito político hispánico.
La conquista musulmana
La conquista musulmana de Sicilia, obrada a partir de 827, con el
desembarco en Mazara de tropas integradas por árabes, por
bereberes y por hispanomusulmanes, fue el fruto de una larga
guerra contra el imperio romano de Oriente, o imperio bizantino.
Etapas decisivas son la conquista de Palermo, en 830, la
capitulación de las plazafuertes de Enna, en posición
estratégica, en 859, la conquista sangrienta -acompañada de
masacres y por deportaciones, tras una desesperada y heroica
resistencia- de Siracusa, en 878, aunque a partir de esta fecha
otros centros de la parte oriental de la isla siguen resistiendo,
y a veces por mucho tiempo. Mano a mano que la conquista
procedía, los musulmanes aplicaban a los vencidos las
condiciones dictadas por el Corán hacia las "gentes del
libro", cristianos y judíos, que, como ciudadanos no
musulmanes en un Estado regido por la ley islámica, están en la
condición de dhimmi, de "protegidos": estos
están exentos de la zakât, la décima, pero sometidos
al pago de la jizya, el impuesto de protección, y
podían vivir en paz participando a la vida social y
administrativa del Estado, pero no a la política. En
particulares circunstancias, o bajo algunos jefes, tal condición
no era respetada y se veía, de hecho, bastante agravada. La
islamización de la isla es casi completa en la parte occidental,
mientras la población seguía siendo considerablemente
cristiana, de rito griego, en amplias áreas de la Sicilia
Oriental, donde sobreviven no pocos monasterios. Numerosas, de
todas formas, son las conversiones de vasallos y de siervos.
A la dinastia de los Aghlabitas -fundada por el emir Ibrahim
al-Aghiab, fallecido en 812- sucede, en 910, la de los Fatimitas,
de observancia chiíta -que hacía remontar sus propios orígenes
a Fátima, hija del profeta Muhammad (570-632)-, obligada a
encararse con rebeliones "internas", en especial de
grupos bereberes. Entre 948 y 1053 se impone en Sicilia la
dinastía kalbita -descendiente de la tribu de los kalb-, dotada
de amplia autonomía y creadora de una civilización fastuosa.
Pero el fin de la unidad política está marcado, tras 1053, por
las turbulentas luchas entre los jefes militares, acabadas las
cuales el poder en la isla queda dividido entre cuatro kaid,
"caudillos", dos de los cuales bereberes. Un cuadro que
se contrapone a un significativo desarrollo económico, posterior
a la introducción de nuevas técnicas agrícolas y artesanales,
como a la explotación comercial de la posición central ocupada
por Sicilia en el Mediterráneo.
La llegada de los
normandos
En el siglo IX, fuertes de su superioridad marítima, los
sarracenos habían llegado, además de conquistar Sicilia y
aislar Cerdeña, a fundar un emirato en Bari (840-870), a
instalarse en las desembocaduras del río Garigliano, en el bajo
Lacio, y, desde aquí, a realizar incursiones contra la misma
Roma -con el ataque a las basílicas de San Pedro y de San Pablo
extramuros, en 846-, y a instalarse por largo tiempo en Provenza.
No obstante, casi contemporáneamente, comienza la reconquista de
los países cristianos.
Mientras el proceso de reconquista de la península ibérica,
ocupada por los moros en el siglo VIII, es iniciado por los
mismos habitantes, en Sicilia, desde el punto de vista de los
protagonistas, se debería quizás hablar simplemente de
"conquista normanda". Los normandos, que conservaban
poco de sus tradiciones y formas de vida originarias -las de las
terribles incursiones viquingas de los siglos VIII y IX-,
procedían del ducado de Normandía, en el que se habían
instalado establemente, cristianizándose y haciéndose
lingüísticamente franceses. Llegados a Italia, al principio
como peregrinos, luego como mercenarios, ya en la primera mitad
del siglo XI, con su valor militar, que conjugaba astucia y
violencia, consiguen imbricarse en la compleja realidad política
de Italia Meridional, dividida en ducados tirrénicos -Nápoles,
Gaeta y Amalfi- de origen bizantino y de hecho autónomos,
principados longobardos -Benevento, Salerno, y Cápua-, y
territorios bajo el gobierno del imperio de Oriente -Apulia y
Calabria-, reiteradamente convulsionados por rebeliones de los
elementos locales y por las consiguientes contraofensivas
imperiales.
Entre los jefes normandos sobresale Roberto de Altavilla
(1015-1085), alias el Guiscardo, esto es, el astuto, que para
afirmar de manera definitiva su autoridad sobre los demás jefes
militares, cada uno dotado de hombres fieles y de terras
conquistadas, tenía necesidad de una legitimación, que podía
llegarle sólo de parte de una de las autoridades universales: el
Imperio de Occidente y sus imperadores germánicos, lejanos pero
a menudo interesados en los acontecimientos de Italia del Sur, y
el Papado, con el cual las relaciones se volvieron bien pronto
decisivas. Por su parte los Pontífices de la mitad del siglo XI
y de los decénios sucesivos, aún preocupándose de la
situación política, principalmente de Roma y luego también de
Italia Meridional, entendían llevar a témino la reforma
eclesiástica -denominada impropiamente gregoriana y por su
celebre exponente, Papa Gregorio VII (1073-1085)-, afirmando la libertas
Ecclesiae contra toda injerencia laica, incluidos los mismos
emperadores que también, con Enrique III (1017-1056), habían
impuesto pontífices reformadores a la pendenciera aristocracia
romana.
El Papa León IX (1048-1054) organiza un ejército antinormando,
clamorosamente derrotado en Civitate, en Apulia, en 1053. Esta
batalla, no obstante, es el preludio de un diálogo entre los "hombres
del Norte" y la curia romana, que se concreta, tras la
elección de Papa Nicolás II (1059-1061), en el acuerdo de
Melfi, de agosto de 1059. Conforme al mismo, mientras el
Pontífice absuelve los normandos Ricardo de Cápua (m. 1078) y
Roberto el Guiscardo de las excomuniones anteriores y reconoce
las conquistas conseguidas, otorgando a Roberto el título de "por
gracia de Dios y de San Pedro duque de Apulia y de Calabria y,
con la ayuda de los dos, futuro duque de Sicilia", y
juran fidelidad al Papa y a la Iglesia, comprometiéndose a
defender no sólo los territorios pontifícios, sino también las
nuevas modalidades de elección de los papas por parte de los
cardenales, fruto de la reforma eclesiástica.
El comienzo de la
reconquista
Este acuerdo es la premisa del proyecto de reconquista de
Sicilia, precedido por la conquista de las ciudades bizantinas de
Reggio y de Squillace, en 1059, y por el acuerdo de Ruggero de
Altavilla (m. 1101), pronto conocido como "el Gran
Conde", con uno de los emiros de la isla, Ibn al-Thumma (m.
1062). Las operaciones militares comenzaron en 1061 con el audaz
asalto, por tierra y por mar, a la ciudad de Messina, conquistada
casi sin oposición. Los desarrollos sucesivos, no obstante, no
son tan sencillos, sea por la resistencia opuesta por Centuripe,
lugar fortificado que controlaba desde la altura todo el plano de
Catania, y por Castrogiovanni, donde el emir Ibn al-Hawas (m.
1063/1064) guiaba la defensa en el valle de Enna, sea por la
participación de Ruggero a las campañas de Apulia del hermano
Roberto. La intervención en la isla de un ejército africano es
vanificada por la importante victoria cristiana de Cerami, en el
verano de 1063, tras la cual los exponentes de la nueva dinastía
zirita- bereberes anteriormente lugartenientes de los Fatimas
-renuncian a respaldar la presencia musulmana en Sicilia. Hasta
la fecha, no obstante, los normandos tienen el control directo
solamente de Messina y de Val Demone, mientras jefes musulmanes
más o menos vinculados a ellos gobiernan Siracusa, Catania y el
Valle de Noto; Ibn al-Hawas, en cambio, continua dominando
Caltanissetta, Girgenti y el Valle de Mazara, mientras Palermo,
donde se había afirmado un gobierno ciudadano autónomo, sigue
siendo, con Trapani, el centro de la resistencia anti-normanda.
Palermo es atacada, en 1064, por una expedición pisana que, por
la ausencia de un entendimiento con Ruggero, acaba con el saqueo
del puerto y de los alrededores de la ciudad: el botín será
utilizado por la ciudad toscana para emprender la construcción
de una nueva gran catedral.
La conquista de Sicilia recibe un nuevo y decisivo impulso
solamente tras el definitivo éxito de la política de
unificación de la Italia Meridional con la conquista de Bari, el
16 de abril de 1071. Ya en agosto de aquel año los normandos
-que, además de disponer de flota propia, habían perfeccionado
las técnicas de asedio y utilizaban máquinas y escaleras
perfeccionadas- pueden poner el sitio a Palermo, que capitula, el
10 de enero de 1072, a consecuencia del ataque unificado de
Roberto y de Ruggiero. Roberto espera cuatro días antes de
entrar solemnemente en la ciudad, donde en la mezquita,
transformada en la iglesia de Santa María, se ofícia un rito
solemne. Son restituidos bienes y autoridades al arzobispo,
marginado por los sarracenos en la pequeña iglesia de San
Ciriaco, que había mantenido vivo el culto cristiano, aunque
fuera -como apunta el benedictino Goffredo Malaterra, cronista
normando del siglo XI- "tímido y griego de
nacionalidad".
También capitula Mazara a cambio de la garantía que, como en
Palermo, los nuevos súbditos de los normandos pudieran seguir
profesando su propia religión y vivir según sus dictámenes.
Vuelto Roberto a la península, donde emprenderá una tentativa
de expansión en la actual Albania, queda en la isla Ruggero, con
fuerzas limitadas, que prosigue la guerra evitando enfrentamiento
campales y alternando, con respecto a los musulmanes de la isla,
acciones terroristas -destrucción de cosechas, captura de
rebaños y manadas, matanza de grupos de resistentes- y gestos de
tolerancia, como la acuñación de monedas con inscripciones del
Corán.
Demuestra de esta forma el querer dilatar su autoridad a toda la
isla, teniendo presente su compleja realidad etnica y religiosa.
En esta óptica, aún creando diócesis de rito latino y
obediencia romana, favorece asimismo las instituciones
eclesiásticas "griegas", todavía particularmente
sólidas en la Sicilia Oriental. El Papado se conforma con
sobreentender a la refundación de las instituciones
eclesiásticas latinas activada directamente por Ruggero con
elecciones personales, en general ratificadas a posteriori,
juzgando importante el renacimiento de una red eclesial vinculada
a Roma y la difusión de la reforma. No se les escapa, por tanto,
a los Pontífices y a la curia romana el carácter particular de
la renacida iglesia siciliana de rito latino, definida
correctamente por el historiador Paolo Delogu como "iglesia
de frontera".
A partir de 1077 el empuje militar normando vuelve a tomar
fuerza, con victorias antes en Trápani, luego en las regiones
orientales. Precisamente aquí, desde Siracusa, un jefe
musulmán, Ibn Abbad "Benavert" organiza una última
contraofensiva, reconquistando Catania y saqueando la Calabria
meridional. Ella, empero, es aplastada por Ruggero con una
expedición decisiva, en mayo de 1086, y el mismo Benavert pierde
la vida intentando el abordaje a la nave del conde. Tras cinco
meses de sitio, capitula Siracusa, luego Girgenti,
Castrogiovanni, Noto y, en 1091, la isla de Malta.
Una reconquista
cristiana
Los historiadores modernos y contemporáneos han discutido mucho
sobre las motivaciones que impulsaron a los normandos a la
conquista de Sicilia y al peso de las motivaciones estrictamente
religiosas. Según Malaterra, la importancia de las
contraposiciones etnico-religiosas fue notable y no se redujeron
al conflicto cristiano-musulmán: para el monje cronista, si los
musulmanes son la escoria de la tierra, los griegos de Sicilia y
de Calabria "gente perfidísima", los
longobardos del Mediodía siempre listos para la guerra, los
pisanos interesados sólo por las ganancias y exentos de
valentía, los romanos veniales y adictos a la simonía. Y no
esconde, entre las motivaciones que animaban a Ruggero en el
momento de pasar a Sicilia, su personal ambición: "[...]
considerando dos cosas útiles para sí, esto es, para el alma y
para el cuerpo, llamar al culto divino a una tierra volcada en
los ídolos y tomar posesión temporal de los frutos y las rentas
usurpadas por una gente desagradecida a Dios". No
obstante, con el pasar del tiempo, mientras la guerra iba
simplificándose respecto al entrelazamiento de los primeros
años, en los cuales fuerzas musulmanas eran aliadas de los
normandos, y asumían fuertes caracteres de contraposición
religiosa, Ruggero tuvo una especie de conversión según el
modelo del perfecto rey cristiano: "[...] para no
parecer desagradecido, empezó a vivir enteramente entregado a
Dios; a amar las justas sentencias, a hacer ejecutar la justicia,
a abrazar la verdad, a frecuentar las iglesias con devoción, a
asistir a los cantos sagrados, a pagar la décima de todas sus
rentas a las iglesias, a consolar a las viudas y a los
huérfanos".
·- ·-· -··· ·· ·-··
Marco Tangheroni y T. Angel
Expósito (D.P.F.)
Para profundizar: ver Salvatore Tramontana, La monarchia normanna
e sveva, en Mezzogiorno dai Bizantini a Federico II, vol. III de
la Storia d´Italia dirigida por Giuseppe Galasso, Utet, Turín
1983, págs. 435-810..
"ARBIL,
Anotaciones de Pensamiento y Crítica", es editado por el
Foro Arbil
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