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Indice de contenidos

- Texto completo de la revista en documento comprimido
- Tiempo de construir
- Entrevista con la Dra. Mónica López Barahona, especialista en Bioética
- Criterios para la acción de los católicos en la vida pública
- Editorial
- Recuperar la propiedad
- Persona, Sujeto, Yo
- Confiar en Dios o en los brujos
- Pío Moa contra la mentira
- España en Irak: razones de una presencia y circunstancias de una polémica
- El síndrome Post-Aborto
- 25 años de Constitución
- La crisis del alavesismo: fruto de la acción del nacionalismo vasco
- Una boda contra el matrimonio
- Posibles Respuestas ante el Desafío de las Sectas y Nuevos Movimientos Religiosos
- Acerca de la boda
- Incorrección política
- Elucubraciones de coronilla
- Los “conservadores”, eco de los progresistas y de tradiciones descontextualizadas
- El príncipe desnudo
- Juan Pablo Magno: El juicio de los Media
- El catolicismo social y las últimas elecciones
- Retos educativos de la sociedad de la información
- La confesionalidad católica en la nota doctrinal sobre los católicos en la vida política
- Impresiones del Congreso Internacional Provida
- Los cristianos y la Constitución Europea
- Secularización, “excepción europea” y caso francés: una recensión de “Europe: The Exceptional Case”, de Grace Davie, y de “Catholicisme, la fin d´un monde”, de Danièle Hervieu-Léger
- Más ideología que ciencia en la juridificación de las uniones homosexuales
- El hombre, como varón y mujer, en los escritores cristianos de los tres primeros siglos
- La masonería y el Desastre del 98
- Estudios científicos revelan trastornos psicológicos en mujeres que han abortado
- La clonación, la ciencia y la ética
- Lectura en el acuerdo de transición política en el Iraq
- Una sociedad de deprimidos
- George W. Bush y el aborto: Un primer paso en la defensa de la vida
- Antropología Filosófica. Una reflexión sobre el carácter excéntrico de lo humano
- Sudán: en medio de la guerra, la esperanza concreta del anuncio cristiano
- La voz de las claridades intimas
- Infierno
- Enrique Sienkiewitz, trilogía de Nóvelas
- I Jornadas de Humanidades, Forja de Personas y Naciones
- Cena de Arbil con sus amigos internacionales
- Texto Clásico; Política de Dios y gobierno de Cristo
- Canto a España
- España, unidad de destino


CARTAS

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Revista Arbil nº 75

Una boda contra el matrimonio

por Luis María Sandoval

Normalmente la ceremonia de la boda debe ser la apoteosis social del matrimonio. En el caso de la elección de consorte por el Príncipe más parece lo contrario: todas las circunstacias de la elegida para Princesa llevan a devaluar lo esencial del matrimonio, como compromiso natural y como sacramento cristiano. No es alarmismo reflexionar sobre posibles escándalos y aun sacrilegios sobre los que alertar para que se eviten. Claro que como la naturaleza vulnerada se venga sola, el desprecio constitucional por el matrimonio puede poner en peligro el orden dinástico si prosperan ciertas iniciativas que se han aireado


Efectivamente, nos referimos a la anunciada boda del hijo del actual Jefe del Estado, jaleada como cuestión pública, y como tal susceptible de ser criticada. Desgraciadamente, los detalles sustanciales del futuro enlace parecen todos destinados a ignorar, devaluar y vulnerar elementos esenciales de lo que es verdadero matrimonio.

Hablando sin circunloquios, que la novia no sea virgen, y se haya hablado públicamente de que contrajo un matrimonio civil tras largo ‘noviazgo’, así como de otra ‘relación’ con convivencia marital al menos, no afecta directamente a nadie más que al futuro marido, que, desde luego, está enterado. Tampoco nadie presume de él que haya mantenido una perfecta castidad preconyugal, y en realidad sería injusto reclamar a un contrayente lo que ninguna imaginación cortesana exige (o censura) al otro.

De paso, sería instructivo recordar a los modernos que mientras para la fidelidad femenina se alegan varios fundamentos de orden natural físico (como la certidumbre de la prole) para la absoluta fidelidad masculina Santo Tomás alega un único fundamento natural de orden moral: que de no ser de uno con una, y establecido que ha de ser de una con uno, el matrimonio implicaría una desigualdad en detrimento de la mujer (Contra gentiles III, 123). En este punto, la unidad y fidelidad, matrimonial y previa, la exige nuestra Religión muy especialmente en honor a la dignidad de la mujer.

No entendemos que pueda caber escándalo acerca de las experiencias prematrimoniales de la novia solamente. Ni tampoco, como cristianos, podemos admitir que son normales. Más bien va siendo hora de declarar escandaloso para los cristianos el ejemplo que ha venido dando el Príncipe, y no sólo ahora mismo (se publicó que compartieron habitación en Praga mientras se anunciaba su compromiso), tanto como el de la futura Princesa.

Pero aunque sólo afecte directamente al futuro esposo, se nos reconocerá el derecho a los ciudadanos españoles decentes de que prefiramos evitar el bochorno de que afloren con el tiempo detalles escabrosos de la vida íntima de la que se titule nuestra reina.

De ningún modo hemos de admitir que debamos tener la boda en paz.

No podemos admitir que nada en tal boda sea normal, ni que sea conveniente (más bien imprudente), ni que se presuma satisfactoriamente católica.

En realidad, se está enfatizando mucho la ceremonia y el boato, sin entrar en lo sustancial. Hay mucha boda y poco matrimonio en las consideraciones que se han hecho.

No es normal, por mucho que lo repita la prensa, que las parejas se amanceben antes del matrimonio, y menos que lo hagan con distintas compañías sucesivas. Es inmoral siempre, es escandaloso en la medida en que lo conocen otros, más si lo exhiben personas de relevancia social, y gravísimamente escandaloso si se enorgullecen de ello (esta materia es en todo análoga al ‘orgullo gay’), que es a lo que equivale el que reconociéndolo, no reconozcan al mismo tiempo que se trata de una flaqueza incorrecta.

Los antecedentes de los novios en materia de castidad preconyugal son escandalosos: un pésimo ejemplo social que dejará profundos daños.

Más aún: en este terreno se van conociendo pasos de la novia más graves que el simple amancebamiento temporal: su matrimonio civil, y su divorcio.

Efectivamente, como a los ojos de la Iglesia no ha estado casada, ni consta la existencia de ningún vínculo que produjera desorden social (por su divorcio también civil no hay apariencia de bigamia) puede solicitar matrimonio canónico sin impedimento. Pero esa posibilidad no hace que todo esté limpio, muy al contrario, la capacidad jurídica no elimina el escándalo moral y exige una fuerte cautela.

No es normal, sino escandaloso, que una bautizada atente matrimonio civil: para un bautizado un matrimonio que excluya el sacramento no es válido. Y tampoco es muy normal que ahora solicite matrimonio canónico en aquella calidad de bautizada a la que no quiso atenerse hace unos años.

Si la bautizada se sigue sintiendo católica de alguna manera (la prensa ha dicho que se declaró en tiempos agnóstica) cometió un gravísimo y escandaloso desprecio del sacramento. Sin embargo, la única opción que le conviene es declarar que hace apenas cuatro años no tenía sentido moral cristiano, y que tampoco sus manifestaciones de agnosticismo eran serias; es decir, que en materia de religión y moral era inmadura. Porque si hubiera apostatado expresamente para el matrimonio civil podríamos encontrarnos en que su matrimonio, meramente natural, si fue válido a ojos de la Iglesia y no así su divorcio, puesto que ninguno lo es, por lo que no podría aspirar a contraer unas nupcias que serían bígamas. Y es que para un católico, respetuoso con la naturaleza y el resto de los hombres, todo matrimonio es indisoluble, incluso entre paganos y ateos.

Claro que cabe explicar que los contrayentes del precedente fasto civil excluían la indisolubilidad o la prole, y en ese caso no pudo haber ningún tipo de matrimonio: fue nulo. También así se salvaría la boda de blanco (¡por supuesto!) y por la Iglesia... Pero todo ello es triste, poco edificante, superlativamente anormal... y poco prometedor.

Una mujer divorciada antes del año de casada testifica contra su buen juicio al elegir pareja, o contra su concepción de la indisolubilidad, o contra la estabilidad de sus afectos y la firmeza del compromiso libre que asumió, que no era temporal. Defectos todos ellos nada baladíes.

En principio, cualquier padre, por moderno que sea, mirará con justo recelo a un cónyuge divorciado para sus hijos, y preferirá a otros que no tengan esa tacha. Y no digamos si es, además, hijo de divorciados (hace años sólo esto último ya pareció eliminatorio a la Familia Real). Una pareja con tales antecedentes es poco recomendable.

Pero si se confirmara lo que la prensa repite: el ‘noviazgo’ (los novios cristianos son aquellos que esperan el matrimonio, ahora la palabra se ha deformado a los que no esperan a convivir y no piensan casarse) de doña Letizia con su efímero marido civil se prolongó hasta diez años nos encontraríamos que se solapó con otro matrimonio preexistente del que fue su breve marido, del cual sí nació descendencia. Por sí sólo esto explicaría que el matrimonio civil fuera la única opción posible para los dos.

Ahora bien, si la existencia de ese matrimonio (primero de los tres que nos ocupan) permite reducir la manifestación contra las leyes de la Iglesia de ideológica a desordenada, es para empeorar el perfil moral de los antecedentes de la boda principesca. Si no se tratara de la futura nuera del Rey, algunos dirían -y con términos rotundos- que doña Letizia ya ha atentdao contra el matrimonio civil y natural de dos maneras: primero causando, estimulando o aprovechando la ruptura de otro vínculo preexistente, y luego abandonando a ese mismo esposo a las primeras de cambio.

Muy poco ejemplar, y todavía menos recomendable antecedente para un futuro cónyuge.

Desde el punto de vista humano los antecedentes de esta boda trivializan la singularidad de la unión conyugal, y hacen temer por su concepción de la indisolubilidad y su estabilidad. Elegir una esposa semejante puede convertirse de inconveniente en imprudente. Para el Reino y para el esposo.

Religiosamente, la boda también se presenta como una amenaza contra el matrimonio. A todo contrayente se le debe exigir adhesión a la doctrina católica referente al mismo. Con mayor razón a los que de obra han manifestado anteriormente desconocerla y apartarse de ella.

Canónicamente, doña Letizia puede solicitar matrimonio litúrgico. Pero para muchos existirá la suspicacia, fundada, de que es insincera e hipócrita con respecto a la Religión si no se digna aclarar su postura al respecto. ¿Fue a la anterior ceremonia civil por agnóstica, por rebelde, porque quería una boda y era la única forma de tenerla, o por contentar a un marido agnóstico concediendo algo de menor importancia? ¿Y ahora? ¿Irá a la Catedral de Madrid por evitar dificultades y sofocos a la familia de su novio?

Para la Iglesia los pecados anteriores no son obstáculo: está puesta en el mundo para perdonarlos. Pero en algunos casos se requiere una reparación, pública cuando ha mediado escándalo. Y si Doña Letizia es cristiana, bien porque siempre mantuvo un fondo remoto, o porque se ha encontrado con Cristo en su particular camino de Damasco -entre Almendralejo y la Almudena-, no tendrá empacho en manifestarlo.

Si doña Letizia no se digna tranquilizar a los creyentes, que también somos españoles, y en cuyo templo quiere entrar con máxima pompa, la presunción, creada por ella misma, es que a un anterior desprecio al sacramento del matrimonio va a unir ahora una simulación sacrílega que probablemente implicaría la nulidad del matrimonio. En esta boda todo cuanto aparece apunta al descrédito del matrimonio, natural y cristiano.

No creemos, ni queremos, que nuestra desenvuelta candidata a Princesa vaya al templo a casarse sin libertad. Si es normal estar divorciada después de casada por lo civil, ¿por qué no lo sería casarse la segunda vez también por lo civil? Al fin y al cabo las bodas civiles suelen ser –mejor pretenden ser- segundas nupcias. ¿Por qué sería anormal una boda civil del Príncipe? Los católicos no exigimos a nadie paripés, y sí que no se entre en la Iglesia para escarnecerla o para cometer sacrilegios.

Y aún si el deseo del sacramento estuviera sólo en don Felipe la Iglesia les abriría las puertas, solicitadas las dispensas oportunas. Claro es que se solicitaría un respeto al matrimonio... y a la Eucaristía. En el antiguo Código de Derecho Canónico de 1917 cuando un contrayente no era católico se excluía tajantemente la celebración de la Santa Misa en la ceremonia matrimonial. No nos gustaría ver el Cuerpo y la Sangre de Cristo rebajados a adorno simétrico, que se administran ante las cámaras primero a un cónyuge y luego al otro igual que los anillos, y ello en bien del propio comulgante indebido, puesto que nadie puede revocar las palabras de la Escritura: "quien coma el pan o beba el cáliz del Señor indignamente, será reo del Cuerpo y de la sangre del Señor" (I Co 10,27).

En resumen, un matrimonio de antecedentes anormales e inconvenientes hasta la imprudencia es fuente de preocupación cristiana. Aunque sólo se tratara de una gran tibieza en doña Letizia no dejaría de ser gravísimo que el factor religioso hubiera pesado tan poco en la elección de don Felipe. Si tan poco pesa en la elección de esposa, ¿qué educación cristiana van a transmitir entre ambos a sus hijos? La sombra de la nulidad ronda repetidamente el anunciado enlace.

Pero la referencia a la prole abre un insospechado capítulo de consideraciones, en que también se manifiesta desprecio del matrimonio.

Se ha lanzado a la palestra de la opinión la conveniencia de modificar en la Constitución el orden sucesorio para evitar discriminaciones por razón de sexo, si el eventual primogénito de D. Felipe y Dª Letizia fuera una niña y quedara apeada por un varoncito posterior.

El trámite constitucional necesario es arduo, complejo, desaconsejable mientras las reclamaciones separatistas estén exacerbadas... y erróneo.

Por mucho que se suprima en la monarquía hereditaria la discriminación por sexo se mantiene en cambio la del orden de nacimiento ¿no están ambas repudiadas igualmente por el artículo 14 de la Constitución de 1978? ¿Y, en el terreno de las hipótesis, por qué habría de ser Reina una hija mayor incapaz y antipática en lugar de una segundogénita o un segundogénito populares y desenvueltos?

Lo que sí necesita urgentemente repararse en la Constitución es la omisión que del matrimonio se hace en su artículo 57,1: “la sucesión en el trono seguirá el orden regular de primogenitura y representación, siendo preferida siempre la línea anterior a las posteriores; en la misma línea, el grado más próximo al más remoto; en el mismo grado el varón a la mujer; y en el mismo sexo, la persona de más edad a la de menos”. ¡Entre tanto detalle falta el capital de que la sucesión sea legítima, es decir habida en legítimo matrimonio!

No creemos que aquella omisión constitucional fuera sino un rechazo más a cuanto se ha heredado del antiguo orden cristiano y sensato. Por mucho que se repita que no se puede discriminar a los hijos matrimoniales de los extramatrimoniales –antes ilegítimos- en este caso es una necesidad de orden público.

En este momento, si D. Felipe tuviera algún hijo ilegítimo la letra de la Constitución no le cerraría el paso a reclamar en cualquier momento la sucesión en el Trono. Y como la Constitución posibilita expresamente la investigación de la paternidad (art. 39,2) el Príncipe podría verse expuesto a pretensiones de reconocimientos sin cuento (eso sucede cuanto se ha llevado una vida prematrimonial ‘normal’), humillantes para su persona y la Corona, e infundadas en la mayoría de los casos, pero difíciles de evitar si la Familia Real se esfuerza tanto en ser tan normal.

Más aún: la jaleada elección de la consorte principesca podría resultar irrelevante en cuanto a engendrar y educar al futuro heredero. Podría darse el caso de que la Reina fuera la primera dama ceremonial pero no la madre del sucesor.

Si alguien decide modificar este artículo de la Constitución solicitamos que se haga, por bien de todos, añadiendo el requisito de hijo matrimonial para el orden sucesorio. No hace tanto ciertas revistas sugirieron que alguna niña cuyo nacimiento se vio rodeado de extrañas circunstancias -no hace al caso si se llama Vanessa, Melisenda o Lucía- podía ser hija del Príncipe y alguna relación anterior. Tal insinuación maliciosa no tiene por sí sola fuerza ninguna, pero sirve de caso ficticio para probar cuanto llevamos dicho. Al fin y al cabo la forma de las leyes es condicional: si se produjera tal caso se procederá de tal modo. Y es conveniente comprobar si determinados casos no están contemplados en la ley, o lo están mal.

Si hoy hubiera una hija extramatrimonial de Don Felipe, siempre a título de hipótesis y con la Constitución en la mano, a igual grado de hipotéticas hijas de Don Felipe, mientras Doña Letizia no alumbrara más que niñas la existente sería siempre la mayor de su sexo, pero el nacimiento de un varón –mientras sobreviviera- la apartaría de la sucesión; en cambio, con la modificación de que nos hablan, cualquier hijo ilegítimo varón o hembra, ya nacido, pasaría por delante de todos los hijos e hijas que pudiera parir Doña Letizia. Y sólo estableciendo el requisito de que hubieran de ser hijos matrimoniales se cerraría el paso, inapelablemente, a desagradables sorpresas, y los hijos de Doña Letizia, amparados por esa institución matrimonial sobre la cual esta boda arroja tantas devaluaciones, podrían acceder al trono. ¡No se podrá decir que nos guía la animadversión a su persona!

Lo que sí nos guía es el rechazo de los escándalos antimatrimoniales

Lo inmoral no es normal porque lo perpetren personas encumbradas.

Como San Juan Bautista, debemos denunciar, llamando por sus nombres, lo que no son sino desórdenes en esa materia.

Y urgir la máxima vigilancia para evitar sacrilegios (contra el Matrimonio y la Eucaristía) anunciados y televisados multitudinariamente al mundo entero.

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Luis María Sandoval

 


Revista Arbil nº 75

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