El hombre, - varón y mujer-, es un ser social por naturaleza. Nace en medio de una pequeña sociedad llamada familia, en la que recibe desde el primer día su alimento, su educación, su formación moral,etc. Pero a medida que va creciendo, el hombre se inserta en círculos más amplios, relacionándose con otras personas: parientes, amigos, vecinos, compañeros de estudios o de profesión... en un intercambio de ideas, vivencias, y ayuda mutua que enriquece la personalidad. Esto es lo más normal. Pero hay algunos individuos que, no se sabe por qué tipo de complejos psicológicos, son incapaces de abrirse al prójimo más allá de los estrechos y elementales vínculos familiar y tribal, y viven agobiados pensando que todos cuantos se encuentran al otro lado de sus insignificantes fronteras, son enemigos de los que nada bueno se puede esperar, y de los que hay que guardarse y protegerse a toda costa. Hablo de los nacionalistas. Una de trampas a las que recurren para justificar su aislamiento, su victimismo y su manía persecutoria, es la falsificación de la Historia, hasta extremos tan ridículos que, si no fuera por la gravedad de sus consecuencias, producirían en cualquier sujeto con un mínimo de cultura, cordura y sentido común, las más sonoras y sentidas carcajadas. Los nacionalistas no pueden tolerar que la verdad se conozca. Necesitan una masa de borregos analfabetos y acríticos que los respalden y a quienes puedan manipular a su antojo; porque el día que la parte de gallegos, vascos y catalanes engañados por los separatistas conozcan la historia de España, es más la Historia de sus respectivas regiones, la auténtica Historia, sin falsas interpretaciones, sin omisiones deliberadas, sin invenciones de última hora, ese día a los nacionalistas se les va a acabar el negocio. Quizás sea cierto que la enseñanza de la Historia de España no se haya enfocado adecuadamente hasta ahora. Se ha insistido mucho en el papel preponderante y casi exclusivo de Castilla en el proceso de reunificación nacional, olvidando o relegando a un segundo plano la aportación de los demás pueblos hispanos. Esto ha podido llevar a que muchos gallegos, vascos y catalanes consideren España como un proyecto ajeno, impuesto desde otra región, cuando la realidad es muy otra. Otro error, tal vez, haya sido confundir la aparición de España con la unión de los Reinos de Aragón y Castilla y la posterior incorporación de Granada y Navarra en tiempos de nuestros Reyes Católicos, como si hasta entonces no hubiera existido una comunidad hispana unitaria, sino sólo pequeños y diferentes Reinos, Condados y Señoríos surgidos en la península como por generación espontánea, sin ningún vínculo entre ellos en el pasado. Sin embargo no es así. Es falso. Antes de que nacieran Galicia , Castilla, León, Asturias, Navarra o Aragón como Reinos; Cataluña como Principado; o los Señoríos Vascos, como territorios más o menos autónomos, existió un Reino unitario que comprendía toda la península (incluida la actual Portugal). El Reino visigótico, que en tiempos de Recaredo alcanza la plena fusión entre la población hispanorromana y los hasta entonces dominadores visigodos, al abjurar el monarca públicamente del arrianismo, abrazando el catolicismo y proclamando la unidad religiosa de España durante el III Concilio de Toledo en el año 589. Poco después Suintila consuma la unidad territorial al expulsar definitivamente a los bizantinos. Y Recesvinto la unidad jurídica con la promulgación del "Libro de los Jueces". Es tal la conciencia de unidad nacional que, en su Historia de los Reyes Godos, San Isidoro de Sevilla canta a España con estas sublimes palabras henchidas de patriotismo: "Eres ¡oh España! la más hermosa de todas las tierras que se extienden del Occidente a la India; tierra bendita y siempre feliz en tus príncipes, madre de muchos pueblos. Eres con pleno derecho la reina de todas las provincias, pues de ti reciben luz el Oriente y Occidente. Tú honra y prez de todo el orbe; tú la porción más ilustre del globo". Así pues, ¿cómo pueden los nacionalistas decir que España es una nación de naciones, cuando España existía como Nación mucho antes de que aparecieran el Reino de Galicia, el Principado de Cataluña y los Señoríos vascos? Si España era una realidad histórica el el siglo VI, España no puede ser el resultado de la suma de hechos que surgen muchos años después. Lo que ocurrió luego fue que rivalidades internas entre distintas facciones, propiciaron, con la ayuda judía y de algún clérigo traidor, la invasión musulmana, que vino a poner en peligro aquella unidad en el año 711. Se perdió gran parte del territorio, pero no se perdió la idea de España. En tales circunstancias la parte de la población que no llegó a ser totalmente controlada por los ocupantes islámicos se fue dispersando y fragmentando en pequeños núcleos cristianos que con el tiempo, es cierto, dieron lugar a comunidades políticas diferenciadas, pero no por ello se perdió nunca ese horizonte de unidad, el sueño de recuperar la España perdida. Los cronistas astures recogen el suceso de Covadonga como Salus Hispaniae, la salvación de España. Las fuentes medievales hablan con insistencia de los reges Hispaniae. Bernat Desclot, cronista catalán del siglo XIII afirma que todos los príncipes de España son una carn e una sang por lo que si se unieran lograrían una fuerza inigualable (1) . La vocación unitaria de Galicia es indiscutible. Su vinculación voluntaria al Reino de León, durante siglos el más decidido vindicador de la unidad perdida, llega al punto de que cuando Alfonso III divide su reino entre sus hijos, adjudicando León a García, Galicia a Ordoño, y Asturias a Fruela (2), es Ordoño II, Rey de Galicia, quien da el paso hacia la reunificación, pues al morir García, Ordoño incorpora a su reino el territorio leonés -que incluye a Castilla-; y fallecido Ordoño es Froila de Asturias quien vuelve a juntar bajo su cetro todo el territorio con la aceptación de los nobles gallegos (3). Alfonso III de León se tituló "Hispaniae Rex". Alfonso VI, "Imperator totius Hispaniae". El mismo título tomó Alfonso VII tras su coronación en León en 1.135, y es interesante saber que se le declararon vasallos suyos los reyes de Navarra y Aragón y el Conde de Barcelona (4). En cuanto a Cataluña, Ramón Berenguer I, Conde de Barcelona era conocido como "Hispaniae subjugator", Dominador de España. El gran Jaime I tiene en su Crónica afirmaciones de él como estas: "Nuestro padre el rey Pedro fue el rey más franco de cuantos hubo en España" (Crónica 6). Considera sus tropas como "la fuerza que es de las mejores de España". (Crónica 21). En el capítulo 392 dice de Cataluña que "es el mejor reino de España" y "la más honrada tierra de España". Ante el Emperador de Alemania se presenta diciendo: "Señor, yo soy un caballero de España". Y a la Emperatriz le dice: "Yo soy un Conde de España al que llaman el Conde de Barcelona" (5). Dos años antes de morir, al abandonar el Concilio de Lyon proclamaba solemnemente: "Barones, ya podemos marcharnos, pues hoy, a lo menos, hemos dejado bien puesto el honor de toda España" (6). Con el Compromiso de Caspe, es designado Rey de Aragón en 1.412 Fernando I, nieto de Enrique II de Castilla, lo cual supone un decisivo avance hacia el recobro de la unidad, ya que quedaba establecida en las dos Coronas, Castilla y Aragón una misma familia, la de los Trastámara. Pocos años después, cuando estalla en el Principado la guerra civil entre Juan II y su hijo el príncipe de Viana, Barcelona se alza contra el Rey de Aragón y los catalanes proclaman Rey a Enrique IV de Castilla. Y cuando más tarde se produce la guerra de sucesión al trono de Castilla, Aragón con Cataluña apoyan a doña Isabel que se casará con el Rey Fernando II de Aragón, V de Castilla, dando un paso definitivo en el proceso de reunificación nacional (7). En lo que se refiere a Vasconia, sólo recordar algunos datos que los nacionalistas suelen pasar por alto. En el año 1.200 una Comisión de la Junta General de Guipúzcoa se presenta al Rey Alfonso VIII ofreciendo la unión para siempre a la Corona de Castilla. Desde entonces, todos los historiadores coinciden en afirmar que los guipuzcoanos tomaron más interés por las empresas y la prosperidad de Castilla que por las otras provincias vascas o Navarra. La Junta General de 1.468, ejerciendo su soberanía, hizo jurar a Enrique IV de Castilla "que jamás enajenaría de su Corona las villas, pueblos, etc..., ni Guipúzcoa entera". Juramento que obligaba también a sus sucesores (8). Algo similar ocurrió con Álava que se incorpora definitivamente a Castilla en 1.332, comprometiéndose también en este caso, el Rey de Castilla, a mantener el territorio siempre unido a la Corona (9). Bastan ejemplos como las hasta aquí expuestas para demostrar cómo, incluso desde el estudio por separado de sus distintas regiones, siendo objetivos, sin prejuicios nacionalistas que deformen la realidad de las cosas, todo lleva a reconocer la convergencia de los distintos pueblos de nuestra Patria en un sólo proyecto común llamado España. ·- ·-· -··· ·· ·-·· José María Permuy (Para complementar este artículo se puede consultar el texto clásico De la variedad a la unidad, de Sánchez Albornoz, apretando este texto) Notas 1. Las Españas medievales. Julio Valdeón Baruque. Historia 16. Año XXII. Nº 258. Pág. 80 2. Presencia de Galicia en la Historia de España. La aportación gallega a la grandeza de España. Eugenio López Aydillo. Librería Gral. Victoriano Suárez . Preciados 42. 1.950. P. 48 3. Separatismo e unidade. Unha mitificación histórica. Eduardo Menéndez Valdés. Editorial Galaxia. Vigo. 1.970. Pags. 49 y 50 4. Otra Historia de Cataluña. Marcelo Capdeferro. Editorial Acervo S.L. Barcelona. 1.990. Pág. 74 5. Otra Historia de Cataluña. Marcelo Capdeferro. Editorial Acervo S.L. Barcelona. 1.990. Pág. 76-77 6. Los Catalanes en la Historia de España. José Antonio Vaca de Osma. Biblioteca Nueva. 1.996. Pág.52 7. El nacionalismo catalán. Entre Prim y Vidal-Quadras. Episodios históricos de España. Ricardo de la Cierva. ARC Editores. 1.997.Págs. 60-61 8. Los Vascos en la Historia de España. José Antonio Vaca de Osma. Rialp. 1.995. Págs. 84 y 87 9. Los Vascos en la Historia de España. José Antonio Vaca de Osma. Rialp. 1.995. Pág. 89 |