-Elena, ¿qué es para vos la tradición? Qué pregunta!!. Yo no entiendo por Tradición otra cosa que la que me enseñaron en el Catecismo, es decir, el acto y efecto de transmitir a otros lo que hemos recibido de la "autoridad". Pero acá hay dos cosas que aclarar: una que el traditum, es decir, eso que transmitimos, viene de Dios (qui locutus est per profetas) y sirve, por lo tanto, para la salvación del alma: "porque sólo Tú tienes palabra de vida eterna". Yo puedo enseñarles a mis hijas a hacer la carbonada criolla como me enseñó mi mamá, o a bailar el chachachá que no me acuerdo quién me habrá enseñado y, aunque en cierto sentido es un acto de tradición (transmito a unos lo que recibí de otros), no lo es en sentido propio, porque eso que enseño es creación del hombre y tiene, por tanto, fines limitados. En este paquete de tradiciones "impropias" entran la poesía, danzas, cantos, trajes, dichos, costumbres y cuanta cosa constituye el tesoro de nuestras nostálgicas "querencias" terrenales, que son obra de los hombres... y de la mujeres. No se ha conservado la melodía con la que el Rey David cantaba sus Salmos, ni los pasos y aires con que los bailaba (porque parece que los bailaba y muy bien, a juzgar por el entusiasmo de las espectadoras y la envidia de Saúl), porque ese aspecto, por muy hermoso que fuera, era obra de David; pero sí se ha conservado lo que dicen sus Salmos, porque allí el Rey cantor habló por inspiración del Espíritu Santo. Se ha inventado, recientemente, la palabra "folklore" para hablar de esta "manía" de la sensiblería popular (folk) o vulgar, de arrastrar viejas costumbres, debida a su falta de "capacidad para el cambio" con su consecuente negación al "progreso". Y esto se ha hecho con la pésima intención de meter en la misma bolsa y sin distinción de origen y finalidad junto con los bailes y las canciones, los "mitos", los ritos (o sea, la doctrina y los sacramentos) y, en fin, todo lo que la Iglesia Católica había impuesto en la vida de los pueblos, configurando en ellos, al mismo tiempo que un "programa de salvación", una cultura acorde con éste que se llama "civilización cristiana". Lo segundo que hay que aclarar, es que, debido a que el traditum viene de Dios, es nuestro deber transmitirlo y sostenerlo. El "id y evangelizad..." es una orden, un mandato de Dios por medio del cual todos estamos obligados a ser transmisores de ese traditum y, más aún, a dar nuestra vida, si hiciera falta, en defensa de su integridad (porque a Dios no hace falta hacerle "adendas" ni ponerle parches) o en testimonio de su validez. Nuestra fidelidad a la Tradición es, en definitiva, una "cuestión de honor", de la cual dependen y derivan todos los otros honores de los hombres. Acá es donde yo distingo fidelidad de obediencia. Se es fiel a algo o a alguien y se lo sigue hasta el final, porque uno hace propio diríamos que hasta con orgullo, aquello a lo que se adhiere: Tus decretos son mi herencia para siempre, porque constituyen la alegría de mi corazón (Ps.118, 111-112). En cambio, muchas veces se obedece hasta con disgusto. El operario obedece, el vasallo es fiel. Por eso digo yo que nuestra adhesión a la Tradición es una cuestión de honor. -¿Qué es para vos hoy concretamente la Hispanidad? La Hispanidad es hoy y siempre la misma cosa. Es como hablar de la "Romanidad". Yo diría que la Hispanidad es la última versión que los hombres dieron de un orden político acorde con la Tradición acotado a los tiempos modernos: fue la respuesta de la Inteligencia Católica frente a la ruptura del sistema religioso. Y si le cupo a España y ésta le dio el tinte de lo español, fue porque Dios así lo quiso y porque los reyes españoles respondieron "con honor". -Hay un punto que generalmente no se trata, y es que de una tradición religiosa común, surgen históricamente tradiciones políticas que están enfrentadas. Esto es por ejemplo cuando uno toma el grupo maurrasiano, (esto por no ir directamente a Maurras, por sus conocidos problemas religiosos), reivindicadores de la tradición religiosa y política de Francia, celebran cada derrota histórica de la España tradicional como un triunfo propio. Y la Hispanidad en sí, es difícil de concebir sin la secular enemistad con Francia. ¿Ésto tiene que ser necesariamente así, o supone que algo no se entendió? El amor a la patria es un sentimiento legítimo, es parte de nuestro "honor" y, como yo lo entiendo, está inscripto en el Cuarto Mandamiento: Honrar al padre y a la madre. La nación, la de cada uno de nosotros, es la tierra de nuestros mayores y tiene que ver con la piedad filial amarla y defenderla. Pero no es, en sí, un valor absoluto sino relativo. Las naciones surgen al abrigo y por impulso de la Civilización Cristiana que las ordena y armoniza por medio del Magisterio de la Iglesia, de tal manera que lo nacional y contingente se subordine a lo universal y católico. En este aspecto, España dio el ejemplo cuando, por un lado completó el Orbis Terrarum y lo conquistó bajo el signo de la Fe y, por otro, lideró la última cruzada contra el Islam, uniendo en una acción común a todas las naciones cristianas. Era obvio esperar que donde primero los estados se separaron de la Iglesia (Inglaterra y Alemania) la idea nacional se convirtiera en un valor absoluto. Posteriormente, por contagio y por abandono de los principios tradicionales, los estados y los hombres en general, le fueron dando a la idea de nación ese mismo valor absoluto aunque, diría yo, restringido, porque limitaron sus fines a sí misma y, en este sentido, la volvieron un principio instrumental. Hoy los nacionalismos (1) se erigen como el "instrumento" contra la "globalización", con todos los riesgos y fracturas que esto implica; porque entiendo que es un riesgo y es en vano contestar una cosa "general" con otra "particular", aunque la general esté mal y la particular bien, pero cada una en su ámbito. La única manera de detener la globalización que se nos viene, es con argumentos" globalizantes", pero ciertos y buenos, como la filiación a la Iglesia Católica y a su Magistgero, sin perder la nacionalidad -porque de hecho no la ataca- pero subordinándola a ese valor supèrior y universal. -Y ya que hablábamos de tu padre, don Rubén Calderón Bouchet, a quien algunos llamamos el "patriarca" del tradicionalismo argentino, se da en él un hecho que no es tan común como parece, y que sucede solo con los personajes auténticamente grandes, y es que todo lo que uno lo admira en sus escritos, es poco cuando uno tiene la oportunidad de conocerlo. Conversar una tarde con don Rubén es una experiencia que difícilmente la olvidemos quienes tuvimos la suerte de vivirla. ¿En qué te considerás vos su continuadora? El molde del Tata no es fácil de reproducir, ni siquiera para nosotros sus hijos. Lo maravilloso de mi padre no es que nos haya "adoctrinado", ni que él mismo posea, como posee, una solidez impresionante en sus ideas; sino el que, lentamente y casi sin que nos diéramos cuenta, haya depositado en nosotros sus provisiones de sabiduría hasta formar, en el fondo de nuestros corazones, esa torre de piedra de la que nacen las fidelidades, permanentemente, como el agua nace de una fuente. -Mendoza, tu ciudad, y yo lo haría extensivo a toda la provincia del mismo nombre, tiene el privilegio de estar un poco al margen de esta ofensiva indigenista y antireligiosa que se vive en el resto del país por parte de la cultura oficial. Todavía en la Universidad Nacional de Cuyo, por ejemplo, hay muchos profesores católicos e hispanistas como en tu caso. Imagino que conservar estos espacios para la tradición no ha de ser tarea fácil, pero han sido muy exitosos en ésto. ¿Cuál es el secreto de que tengamos este "oasis"? ¿Se puede mantener frente a las ofensivas de los sucesivos gobiernos? El secreto está en el "factor humano": mientras haya personas fieles a la verdad, la Verdad se escucha y el resto lo hace ella misma. El error está en desconfiar del encanto y del atractivo que la Verdad tiene por sí misma. -Desde tu Cátedra de "Literatura Hispanoamericana I" en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNC has realizado ya desde hace muchos años una gran tarea en el rescate y la difusión de nuestro patrimonio cultural. ¿Qué objetivos se puede plantear hoy un profesor desde su cátedra? ¿Encuentra interés, formación, eco en los alumnos? ¿Lográ interesarlos en su cultura hispana? Acá te respondo en parte como en la pregunta anterior. Pero te agrego que hoy, "interesar" a los alumnos podría proponerse como uno de los siete trabajos de Hércules. La regla general es el desinterés, la desatención y ya, como paso posterior, la angustia. Pero noto que les "divierte" el hecho de que yo, de manera poco convencional a mi me divierte estar entre ellos, y nunca he tenido una "postura académica" frente al curso- diga las cosas que digo, teniendo en cuenta que, como me dijo una vez una amigo " la Conquista y el Imperio español en América es un tema más piantavotos que Hitler". No sé cuánto puede durar esto, pero, mientras tanto, la cosa camina. ¿Cuántos se interesan realmente? Muy pocos pero siempre hay uno que entra en el lazo. -¿Cuál sería en este sentido el balance que podés hacer de tu tarea docente? ¿Es fácil, por ejemplo, formar discípulos, integrar alumnos a proyectos de estudio más allá de lo curricular, etcétera? ¿En qué notás vos que has sido exitosa con tus alumnos a lo largo de estos años? Y en este punto me interesaría mucho conocer tu opinión de por qué los grandes profesores dejaron de formar auténticos discípulos, desde hace ya un largo tiempo. Debido a que mi vida es un movimiento pendular muy delicado entre el peso grande de mi hogar y mis estudios, yo le dedico un tiempo restringido a la cátedra universitaria. Dejemos bien en claro, que primero han estado mi marido y mis hijos con sus gustos y sus necesidades, que la Universidad. Pero aún así, en algo Dios me debe haber ayudado porque sumando y restando, mi cátedra está organizada, tiene un criterio y un estilo- que ya es mucho-, está siempre colmada de colaboradores-amigos (egresados adscriptos, ayudantes alumnos, "arrimados" de todas suertes). Ahora, "auténticos discípulos", habrá que reconocer que son muy pocos. Lo de formar discípulos es un tema intrincado y se suman, a mi ver dos cosas: por un lado la verdadera falta de vocación docente por parte de los intelectuales que, además, se hallan inmersos en la vertiginosa tarea de "yapar el jornal" con proyectos de investigación, incentivos, subsidios, becas, premios y cuánta cosa más. Quizás sea demasiado obvio recordar que estas instancias están copadas por organizaciones, estatales o privadas que sólo premian o lo hacen de manera eficaz, los emprendimientos universitarios acordes con las políticas internacionales ad usum. Son conocidas las presiones de "publish or perish" y de "political correctness" en este sentido, tanto como el dominio del "pensamiento aggiornato" a nivel de marketing del campo académico: financiamiento en general, medios para la investigación, publicaciones, premios, espacios y repertorios virtuales, etc. Eso hace que el digno profesor de antaño se haya convertido en una suerte de gerente de su propia empresa de producción de "discursos hegemónicos" y no tenga más tiempo para "charlar"con sus alumnos; y, por otro, como efecto de esa avalancha de pseudos conocimientos socio-críticos y, en su inmensa mayoría, ficcionales, la dispersión y aridez intelectual en la que han caído los estudiantes. -¿Cuáles son tus colaboradores, y de qué manera trabajás con ellos? Mi primer colaboradora, adjunta de la cátedra, amiga fiel y, en todo, una sola cosa conmigo, es mi "hermanita" Mariana. Y digo "hermanita" porque es la menor de la familia, aunque lo de "menor" es nada más que una cuestión cronológica, porque es "mayor" en muchos aspectos, incluidos los intelectuales. En segundo lugar está la que yo llamo mi discipulae: Marcela Raggio, quien está haciendo su doctorado bajo mi dirección, en un tema que toma la divergencias de cosmovisión entre la América del Norte y la Hispánica. Luego vienen María Teresa, Leli, María Esther, María Eugenia, Horacio, Evangelina, Lorena, que serían el "elenco estable" y muchos otros que se arriman porque encuentran, creo, una amable acogida a cuestiones de diversa índole. -Paralelamente a tu actividad docente, has creado y dirigís el "Centro de Edición de Textos Hispanoamericanos", dependiente de la misma Facultad, según entiendo. ¿Cuáles son los objetivos de este centro, y cómo se podría integrar con otros emprendimientos de difusión de la Cultura Hispánica, ya sea de América, o de la Península? La creación del CETHI responde a una necesidad básica de los profesores de Literatura Colonial: la ausencia de ediciones de los textos más representativos del período en cuestión. Salvo la obra de Sor Juana Inés de la Cruz y La Araucana de Alonso de Ercilla, es muy poco lo que se ha editado sobre autores coloniales. Unido esto al poco aprecio que la crítica "oficial" ha demostrado por la literatura virreinal, el período que va desde el Descubrimiento de América a las Independencias, corre el riesgo de caer en un ominoso vacío cognitivo. Obviamente, nuestro trabajo se hace "a pulmón" (pueda ser que ahora con el envión de la Editorial Nueva Hispanidad repuntemos), ya que no hay subsidios oficiales para este "espacio" de investigación. Me doy cuenta, también, de que si yo estuviera más "libre", podría buscar más apoyo, pero si yo estuviera "más libre", estaría "más triste", porque nada me ha hecho más feliz y de nada estoy más agradecida, que del marido y los hijos que Dios me ha dado. -Quisiera ahora hacer un recorrido por tus libros, algunos editados ya, y otros que lo serán pronto, y yo dividiría tu producción en dos ramas, por un lado los que plasman tus investigaciones, y por otro, los destinados a rescatar textos coloniales. Y vamos al primero, que es mi preferido, por cierto: "El discurso del Nuevo Mundo: entre el mito y la Historia", que hemos tenido el gusto de reeditar en Nueva Hispanidad, porque la primera edición se agotó. En este caso, además del interés del propio texto, muestra además la dependencia que hay entre las distintas ramas del saber, y cuánto se enriquece el conocimiento histórico con el auxilio de los estudios literarios. ¿Qué te puso en la pista de que el lenguaje utilizado por los cronistas del descubrimiento respondía a auténticos géneros literarios, y que este conocimiento permitía una nueva interpretación, muy enriquecida, de esos relatos? Mi formación clásica en Literatura. Y eso fue obra de la Universidad Nacional de Cuyo de los años setenta. Teníamos 4 latines y 4 griegos: lengua y literatura; tres literaturas españolas, dos hispanoamericanas, dos argentinas y cuatro extranjeras: francesa, italiana, anglosajona y alemana; "UNA" lengua española fundamental, Filología y Estilística Española (hoy las lingüísticas todas estructurales- invaden la carrera de Letras ) y luego Filosofía, Estética e Historia del Arte. La formación era completa y universal., clásica en ese sentido y no hubo autor importante que no estudiáramos. (Hago aquí, de paso, mi agradecimiento a todos mis maestros de esa época). Yo entré en Colón, más con la idea del mito (el mito del Paraíso que veía reeditarse en cada una de sus cartas) que de la Historia del Descubrimiento en sí. Pero como los mitos, desde la literatura, son "tópicos", es decir, recursos retóricos más que religiosos, por fuerza tuve que ir a buscar las razones- no sin cierto gusto de mi parte- a la Historia. Esto es lo que, en general, me ha pasado con toda la historiografía del descubrimiento y Conquista de América. A Vespucci, como a buen italiano, se le nota más la "chicana" que el mito y sumergirme en sus escritos fue uno de los momentos más divertidos de ese trabajo. -¿Este es un tema que vas a seguir desarrollando en nuevas investigaciones o ya lo das por concluido? ¿Hay algún otro aspecto donde vos encuentres que el estudio de las Letras puede aportar una mejor comprensión de la verdad histórica? La literatura es, perdón por citar a Eco, una opera aperta : ningún tema se cierra del todo y uno nunca sabe adónde lo va a llevar ese "hilo de Ariadna" que es, en definitiva, una buena hermenéutica literaria. -Pasamos a otro libro tuyo: El enigma del Cisne. Identificación de una estética esotérica en la poesía de Rubén Darío. (Mendoza, FFL-UNC, 1994). En este trabajo afirmás que todo el modernismo es de alguna manera herético, y luego analizás la presencia de elementos gnósticos, tanto en Rubén Darío, como en los llamados "modernistas" en general. Ahora bien, conociendo que sos una persona bastante amplia en el sentido de encontrar los valores en cada una de las tendencias literarias, y que en general a todos los leés y a todos los estudiás, me gustaría saber cuál es tu límite, desde una perspectiva formal y también de contenido, para que consideres a una manifestación literaria como enemiga de la tradición católica. Con todo pudor, te voy a contestar citándome a mí misma (non sicut, sino de memoria). Bajo los auspicios del Positivismo se produjo la "muerte" de la Metafísica y con ella toda reflexión posible sobre el ser y las cosas. La Poesía, entonces, ocupó el lugar de una suerte de "ontología estética", en la medida en que la obra literaria "representa", y nada que no sea real puede ser representado. Aquí Poe juega un papel fundamental y es, quizás, quien más hondamente reflexiona en los tiempos modernos sobre el problema de la Verdad=Realidad de lo literario. Pero el contagio del pensamiento "esotérico" de la Filosofía idealista hizo que esa misma poesía no se cuestionara tanto el problema de las causas como el del lenguaje, concebido como una suerte de convención tácita entre significante y significado, cuando no de ilusión o de disfraz. De esta manera, la Modernidad puso en funcionamiento el discurrir esencialmente fragmentario, oscuro, la fascinación de lo extraño y del misterio, pero entendido más como una máscara que como un reflejo del mundo suprarreal. El lenguaje, implementado como sistema de signos, tuvo como finalidad propia la inconclusión y como efecto el repliegue del sentido sobre si mismo: La "significación" reemplazó a la "representación", reduciendo su código a sistemas clausos, privilegio de grupos de iniciados y, en este orden esotéricos. Con las artes plásticas pasó otro tanto, aumentado esto con el hecho de que la "saturación" de la imagen fue más rápida que la del lenguaje. Darío no es Mallarmé y sólo algunos símbolos se pueden decodificar en este sentido. Pero de aquí a Cesar Vallejo, o al Canto General de Neruda hay sólo un paso. -Siempre se ha tenido un gran respeto por Rubén Darío entre los hispanistas por ser justamente uno de los poetas que reivindicó su pertenencia a la civilización hispana, en un contexto que no era nada favorable para este tipo de planteos. Sin embargo, tus conclusiones respecto de este autor parecen muy críticas: afirmás que propone una "religión de la belleza" en la que no hay unión con Dios, sino pura "vida estética"; lo que se conoce vulgarmente como "el arte por el arte". ¿Cuál es tu posición respecto de estos autores que por un lado dicen grandes verdades, pero por otro en el tema religioso no ven tan claro, ¿se los debe condenar directamente desde la Fe? ¿Cómo hacés para enseñarlos a tus alumnos, siendo que tu Facultad no es "confesional"? La poesía no siempre es unión con Dios, al menos de manera explícita, aunque sí lo sea con la realidad. El poeta es un "inspirado" porque ve de manera singularísima, en esta naturaleza caída, el modelo perfecto, y lo repone "como debiera haber sido" al decir de Aristóteles. El "canon" tradicional, basado en la representación, se rompe cuando los poetas le dan a los signos que implementan, no una dimensión "real", sino caprichosa, por no decir vacía (piensen, por ejemplo, en el tigre del cuento Bestiario de Cortázar), revelando lo subversivo de todo lenguaje cuando su capacidad de significación supone en sí un sabotaje a la realidad. La mente de quien lee queda perpleja y el objetivo no consiste en asombrarnos sino en provocarnos: la agresión es el "efecto" que se busca. Darío buscaba, en el simbolismo esotérico del cisne wagneriano, el perdón a sus carnales culpas. Lo dice expresamente Darío al hablar de Ibsen: "Todo lo que juntamos en nuestros pasos, juramentos de amor, miradas angustiosas, hipocresías, mentiras, ¡qué importaban! ¿qué importaban? Y sin embargo, la mañana de tu muerte suspiraste tu agonía, murmuraste tu dolor...¡eras un cisne!..." -Pasando al resto de tus libros nos encontramos con una serie de tres trabajos cuya edición estamos a punto de concretar, y que están relacionados con otra de tus inquietudes que es la de rescatar textos de la América colonial, algunos prácticamente desconocidos y otros olvidados. Me gustaría antes de hablar brevemente de cada uno de ellos en particular, ver algunos aspectos más genéricos, por ejemplo; siempre se ha considerado la cultura virreynal como una manifestacíón de segunda categoría respecto de la producción peninsular. ¿Es esto un prejuicio o responde a una realidad? ¿Por qué creés que se ha estudiado tan poco esta literatura? Hay muchas razones por las que se ha estudiado mal la Literatura de los Virreinatos, pero, fundamentalmente se debe al efecto negativo que la crítica positivista (netamente liberal y anticristiana) dio del período colonial en sí y de sus manifestaciones culturales, concebidas como reflejos del "oscurantismo", "subordinación despótica" y "sociedades inquisidoras". La cosa no mejoró mucho en los años 80 porque se siguieron conservando los rótulos que deprimían su comprensión: colonia y emancipación. Pero yo creo que el mayor vaciamiento del mundo colonial, se ha producido a partir de las nuevas corrientes críticas. El asedio impuesto a la Literatura Colonial desde las Ciencias Sociales, que se erigen como espacio de reflexión a partir de los Estudios Culturales, es el resultado de un amasijo de influencias concomitantes: el existencialismo sartriano, abierto sobre todo a la comunicación de libertades que se da en la obra y a la revelación del "sujeto" en la palabra; el marxismo, en referencia a la concepción materialista del lenguaje y a sus condicionamientos sociales; el psicoanálisis con el valor de una antropología, para las correspondencias subliminales y preconscientes de las fórmulas de expresión humana, y, amalgamados sincréticamente, el post-estructuralismo y la semiótica que conciben la obra como un sistema de signos y constantes formales. No es posible pensar, a mi juicio, en una doctrina o ideología, ni siquiera en un método común. Lo que vuelve solidarios estos enfoques son ciertos énfasis muy generales de carácter negativo. En primer lugar, los que la oponen a todo análisis ontológico y causal considerados a priori como una mediación que posibilitaba a la burguesía refinada el consumo inocuo de obras "rebeldes". Las nuevas tendencias, comprometidas con los establishments universitarios y sus necesidades, se abocan, por el contrario al recuento morfológico e inmanente de la obra como lenguaje, en cuanto éste se identifica con una presunta ideología, promoviendo, como resultado final, orientaciones parciales del sentido. Así entonces, los contextos sociales, políticos o culturales de ese "acto comunicativo verbal", son mirados como condiciones internas que tienen un grado de representatividad singular y específica como decodificador de lenguajes, imágenes y signos- y sólo en cuanto tales, dichos contextos son capaces de "significar" y no "representar" como ya hemos dicho- un mundo. De allí el close reading y la deconstrucción de la obra como acto previo a su análisis genético. Y, en segundo lugar, la negación de toda objetividad, que da como resultado la consideración de la ciencia o, mejor dicho, del "campo de conocimiento" como algo "que construyo y transmito como practicante de una disciplina". Si yo, como sujeto social reflexivo, puedo construir el modelo científico, lo que ha cambiado en este punto, no son solamente como ocurría con la categoría ideologizante del positivsmo historicista- los principios en función de los cuales se ha de interpretar la obra literaria, en tanto que representación lingüística de lo bello, sino el mismo concepto sobre el que está montada la idea de Ciencia. La Methodenstreit económica ilumina hoy todas las cuestiones análogas que subsisten en las disciplinas sociales. Y precisamente la relación entre esas disciplinas sociales y las producciones literarias de la América Virreinal, es la tarea que vemos llevar a cabo por la crítica "hegemónica". Son conscientes de que tal transformación requiere una definición de los principios epistemológicos que dé cuentas de la conexión entre Literatura, en el sentido de Belles Lettres y Ciencias Sociales, tanto como que establezca las bases en función de las cuales se distinguiría esta de las otras ciencias sociales. Para ello recurre a la cultura como el espacio de los "valores", entendidos como principios ideológicos que determinan la ya clásica separación entre explotados y explotadores, en la versión americana de conquistados y conquistadores, colonizados y colonizadores. Esta pseudo ciencia literario-social se constituye, entonces, también como ciencia de la cultura, sobre la base de la relación de esos "valores" que permiten decodificar el significado de las distintas voces discursivas hegemónicas, contrahegemónicas, silenciadas, marginadas. Está orientada, a su vez, por una racionalidad instrumental, - que se impone ya en todos los ordenes científicos- por lo que su razón de ser es la razón de ser de la técnica y, como está sustentada por principios negativos, no se fija en un sistema sino en la posibilidad, cambiante y finita, que el espectro social le brinde : al no admitir el objeto literario, sino secuencias discursivas que se pierden y se mezclan entre sí, no hay canon posible porque no hay fin fuera del que brinde en ese momento su posibilidad de significación, ni, menos aún, perduración en el tiempo. -¿Cuáles son los valores propios de la literatura hispanoamericana de aquellos años que no encontramos en la producción peninsular? ¿Que pueden aportarle al conocimiento que España tiene de sí misma a través de su literatura, la recuperación de estas manifestaciones? Lo más grandioso del "instalación" cultural de España en América, lo que revela el grado de "conciencia civilizadora", es que la sociedad que se forjó en el Nuevo Mundo tuvo características muy propias y, si no contrarias, diversas a las de la Metrópoli y que, en consecuencia, las manifestaciones culturales que fueron muchas y de gran importancia- surgieron al abrigo de esa sociedad particular que es, en definitiva, la que les dio su sentido y razón formal de ser. Vistas desde el espectro de los estilos peninsulares, las obras americanas no encuentran su ubicación y, muchas veces, por defecto de una crítica gazmoña, pasan por obras de segunda categoría. Recuperadas en su espacio natural, encuentran una resonancia particularísima. Quizá los casos más representativos en este sentido sean los Diálogos y Coloquios religiosos de Fernán Gonzalez de Eslava, las comedias de Juan Ruiz, La Cristiada de Hojeda, El Sueño y la Respuesta... de Sor Juana Inés, la obra satírica de Caviedes, las reflexiones "estéticas" de varios autores, por no hablar de la ingente producción épica hispanoamericana. -Veía que en un escrito tuyo para esa excelente publicación que dirije Miguel Ayuso: "Anales de la Fundación Francisco Elías de Tejada", publicaste un trabajo que viene a cuento de lo que estamos hablando: "El problema de los géneros en los Virreinatos americanos". ¿Cuantitativamente estamos ante una producción numerosa, en la que se pueden reconocer géneros, y tendencias estéticas, etc., o lo que encontramos son "perlas" sueltas? No solamente hay una enorme producción literaria sino que está sistematizada por géneros, estilos, momentos de gran producción (como lo que se llamó la Academia Antártica en el primer tercio del siglo XVII peruano), influencias específicas. En este último sentido, cabe señalar que la persistencia del Humanismo postridentino fue más evidente en América que en la Península, debido, en gran parte, al hecho de que la sociedad o el público que la recibía era, si no una teocracia, un estado confesional. Por esta misma razón no hubo literatura de corte, ya que no hubo un ambiente cortesano propiamente dicho, en tanto que la labor cultural más importante la llevaron a cabo las ordenes religiosas. Los tres Concilios americanos que jalonan el siglo XVI tuvieron, en el espacio cultural, una resonancia principalísima e impulsaron, sobre todo, las Historias morales, naturales y, diríamos hoy, antropológicas de los indios. De hecho, hasta la recuperación de los textos en lenguas indígenas, como el Popol Vuh, tan enarbolado por los indigenismos, fue obra de esa impronta cultural que quiso mostrarle al mundo, ya moderno y mercantilista, que los indios tenían "memoria histórica". -Yendo a los libros que nos faltan me gustaría conocer brevemente de qué se trata cada uno: podemos empezar por El Discurso en Loor a la poesía o la filosofía poética en los virreinatos. En este caso publicás el texto completo al que le agregás un estudio introductorio. ¿Cuál es el valor de este "Discurso..."? El Discurso... es importante en sí, porque se trata de un texto de filosofía poética y en relación con su contexto porque explica, de todas las maneras, la concepción "aristotélica" que los poetas coloniales tenían de la poesía. Obviamente un aristotelismo "bautizado" que le daba a la Literatura un fin soteriológico. Pero que revela a las claras un bagaje de lecturas y formación clásica que la hace mucho más profunda que la obra del Pinciano y la de Díaz Rengifo en España. Hay otras reflexiones de este tipo, como la que hace el mexicano Bernardo de Balbuena en el Prólogo a su novela El siglo de Oro en las selvas de Erífile... y la de don Juan de Espinosa Medrano, el Lunarejo, titulada el Apologético. -Luego vienen dos libros dedicados a "La Cristiada", que es un poema sobre la Pasión de N. S. Jesucristo, escrito por el Fray Diego de Ojeda, a principios del siglo XVII. A este largo poema religioso le dedicás dos libros: Poética y Apologética en la Cristiada de Fray Diego de Hojeda, y "La Cristiada" que es una edición crítica del poema completo. ¿Por qué es tan importante Fray Diego de Hojeda y su obra, y qué te llevó a estudiarlo tan profundamente? La Cristiada es, sin dudas, la obra más importante que han producido las letras coloniales. En ella se refleja todo el saber del Siglo de Oro español, formalizado en los canones épicos americanos. El primer trabajo hace un análisis crítico de la obra, de su tiempo, de sus fuentes y de las particularidades de su formalización. El segundo, surge de un cotejo de dos textos: un Manuscrito (hasta ahora el único que hay) y una Princeps que tuve la suerte de encontrar el la Biblioteca Nacional de Santiago de Chile. La edición de este texto es, sin dudas, una labor imperiosa, por la importancia capitalísima que reviste el texto en sí y porque, desde 1854, año en que la Biblioteca de Autores Españoles la editó en forma completa por segunda vez después de la Princeps de 1611, hecha en Sevilla por Diego Pérez, no ha habido una nueva edición completa hasta la fecha. Hay una edición parcial, con ilustraciones, que le llaman la Monumental de Gonzalez Llopis y que ha sido reproducida por los dominicos hace unos años. Pero esta edición, reduce a 8 los 12 Libros y rompe, con esta amputación, el sentido unitivo del poema. -Además, tenemos la suerte de que te hagas un tiempo para dirigir "Maritornes" que como siempre ocurre en estos casos, es un proyecto que va a ir definiendo su perfil definitivo con el paso del tiempo. ¿Qué significa para vos esta posibilidad, todavía en ciernes, de comunicarte con todo el mundo hispánico, y qué te gustaría aportarle a "Maritornes" como sello personal tuyo, en el devenir de los números que se vayan publicando? En este asunto, vos sabés bien que el trabajo de Director es más liviano que el de Editor, así es que, sin dudas, el mérito es tuyo y no mío. Pero de todas maneras, la "guapa" como le decimos entre nosotros, es para mí un "punto de reunión" del rebaño disperso. Es la posada que quiere albergar a todos los que de una manera u otra, estamos tratando de darle a este momento oscuro un poco de luz. Y si yo alcanzo a darle un sello personal, será en el sentido de remozarla en la alegría de los hijos de Dios. -Para finalizar no quiero dejar de tocar un tema con el que ciertamente has impresionado a más de uno, y es tu condición de madre de 13 hijos, que por encima de lo anecdótico, que también tiene su interés, nos permite tratar una cuestión muy conflictiva en el católico moderno, que es el del rol de la mujer en la actual sociedad. Entonces, lo primero que quiero preguntarte es obviamente como hacés, ya que además conozco que no has sido una madre "ausente", y le dedicás mucho tiempo a acompañar a tus hijos en sus inquietudes, a conversar con ellos etcétera, pero paralelamente vemos que has desarrollado una brillante carrera profesional. Segundo, si vos considerás que en tu caso se han dado circunstancias atípicas muy propias de tu vida, o es un modelo "exportable" al cualquier mujer que quiera seguir este camino. Y finalmente desde tu experiencia de mujer "realizada" -para usar una expresión tan entrañable para el lenguaje modernista- en todos los aspectos, me gustaría una reflexión tuya sobre el rol de la mujer en este mundo actual tan revuelto, y sobre qué parámetros puede la mujer hoy reencausar justamente su rol de manera de compatibilizar las exigencias de la vida moderna, con los principios de la Tradición. No me gusta hablar de mí. Todas las noches hago el balance de mi jornada y el déficit me abruma: la vida corriente, la que uno vive todos los días, es tan insignificante como monótona. La vida interior, en cambio, es difícil de expresar pero es la que da sentido a todo; no obstante, hay una suerte de pudor invencible que la cubre, aún frente a nosotros mismo. Sería mucha pretensión hablar de ella pero no te imaginas hasta qué punto es eso lo único que cuenta para mí. Ella es la que modifica todo lo que vivo: mis labores, mis amores, mis anhelos, hasta mis defectos y mis culpas se hacen otra cosa. En este plano entra mi literatura, como un medio y no como un fin, en la medida en que me pone en contacto con otras almas (¡el Rey David me ha contado sus penas y Dante habla para mí!) y soy feliz de esta manera... aunque a veces, cuando algún olor me trae recuerdos del patio de jazmines de mi madre, o cuando la queja de una bandada de teros (¡ese grito que tanto le gustaba!) me protesta que hace ya un tiempo que no hablo con ella, me consuelo pensando que le dije (¡y más de una vez se lo dije!), que si yo alguna vez era alguien, después de a Dios, se lo debía a ella. ·- ·-· -··· ·· ·-·· Felix Della Costa "La Santa Causa" |