| Revista Arbil nº 62 | La Edad de Plata en España por José Luis Orella Los desastres originados por la derrota militar del 98 produjeron una frustración histórica y una crisis de identidad nacional en la conciencia de los españoles. Este suceso propició que las mentes más preclaras de España intentasen desde sus puntos de vista dar las soluciones precisas para cerrar el ciclo decadente español.
| Preocupados en buscar una solución para la crisis nacional culminada en el 98 unos buscan fuera y otros dentro, pero todos están de acuerdo que el sistema de entonces no es el apropiado para canalizar las energías regeneradoras del país. Algunos serán de la opinión que España necesitaba una europeización y que había que fijarse en modelos extranjeros para extirpar de España los cánceres de la nación. Que "estaban centrados en el caciquismo, la Iglesia y el ejército". Por otro lado, los tradicionales o casticistas buscaron en el pasado esplendoroso la solución de los males. De este modo, se vuelve a redescubrir España, y los rincones más lejanos de nuestra geografía se convirtieron en puntos de referencia. La literatura sobre temas provincianos procuró resaltar como las provincias eran la reserva de los moldes tradicionales. Para los casticistas el mundo rural será la fuerza regeneradora de la ciudad corrupta. Para los europeístas, la provincia era el último reducto de la reacción que representaban los "burgos podridos" que eran los sustentadores del poder corrupto. Todos coincidían en los males, pero recetaban medicinas diferentes. La crisis de fin de siglo había puesto en entredicho el sistema dinástico. Los intelectuales regeneracionistas capitaneados por Joaquín Costa denunciaron el caciquismo y el liberalismo político que sustentaba un régimen semejante al francés, al que acusaron de la pérdida del prestigio internacional después de la derrota militar que eliminó los últimos vestigios del antiguo Imperio. En realidad, lo que deseaban en general todos los autores de estos planes curativos era sacar a España del marasmo en que, al parecer, la había sumido la derrota, y ello mediante un proyecto nacional capaz de aunar todas las energías, y que todos los intelectuales del momento se habían lanzado a buscar, si bien algunos de ellos se distanciaron en seguida, como hizo Miguel de Unamuno en 1899. Pero aunque algunos pidieron el entierro de una nostalgia imperial mal entendida, sus protestas fueron reformistas y como burgueses no quisieron provocar una subversión revolucionaria. Las palabras de Pablo Alzola, ingeniero y representante cualificado de los intereses industriales vizcaínos fueron elocuentes: "España necesita dos cosas esenciales si ha de reconstituirse; celebrar los funerales de D. Quijote de la Mancha aventando sus cenizas y adoptar como lema de su regeneración el apotegma de que es preciso ser fuertes persiguiendo este fin primordial en un largo periodo de orden, de paz, de recogimiento, de moralidad y de trabajo que acreciente el patrimonio nacional hasta alcanzar la riqueza y el saber, bases imprescindibles para la fortaleza de las naciones". Por tanto, la defensa de unos valores burgueses podía ser compatible con lo defendido por los más tradicionalistas. Ambos buscaron en el pasado la identidad nacional, pero unos para reconstruir la antigua España, y los contrarios una nueva. Pero el fracaso de los regeneracionistas de la Unión Nacional y los siguientes proyectos replegaron a muchos de aquellos profesionales a sus campos laborales. Sin embargo, el advenimiento de la problemática social con su llamamiento al cambio revolucionario producirá en ellos diferentes comportamientos. Aunque algunos intelectuales como Jaime Vera optaron por la disciplina socialista, la mayor parte de la generación del 98, por ejemplo, prefirió orientarse hacia el conservadurismo. Por un lado esa crítica de la generación del 98 favoreció opiniones preautoritarias que conformaron la necesidad de un "cirujano de hierro" que enmendase lo que los políticos habían destrozado. Por el otro, era la primera vez que los elementos cultos provenientes de las clases medias habían salido de los claustros profesionales para aportar soluciones desde sus puntos de vista. A los profesionales, catedráticos, periodistas y escritores se les sumaron los técnicos y juristas. Nuevas profesiones de moda en la Restauración como los ingenieros industriales y los geógrafos rompieron la corriente intelectual tradicional al incorporar nuevas filosofías aparecidas en la Mitteleuropa. Estos intelectuales se identificaron con la conciencia del pueblo, aunque éste se hallaba preocupado por otras cuestiones más prácticas. La aparición de un elemento técnico, racionalista, con visión científica de las cosas y admirado de los pensamientos filosóficos germánicos, llevó a la búsqueda de una formación moderna y laica de la sociedad, que rompiese con el monopolio católico de la educación. A la vez, sus compañeros creyentes, pero con las mismas ansias de solucionar los problemas de España, lo hicieron desde el neotomismo filosófico y el catolicismo social de León XIII. Curiosamente, la mayor parte de los intelectuales procedían de las clases medias y debían su formación a la enseñanza recibida por los grandes colegios religiosos fundados en las capitales de provincia en el periodo canovista de fines del siglo XIX. En parte debido a que a la falta de una permeabilidad comprensiva de una sociedad campesina y trabajadora con escasa preparación. Los intelectuales empezaron a convencerse del papel dominante en la historia de las élites activas en la conducción de sus pueblos, como algunos autores del momento habían desarrollado. Aunque debemos tener en cuenta que su posición crítica hacia el régimen provenía de su independencia con respecto a los poderes de la época. La mayor parte de ellos malvivieron con unos ingresos escasos y pasaron estrecheces. Las diferencias entre ellos fueron notables, Miguel de Unamuno fue afín a los socialistas, a su modo, y tuvo una lucha interior constante sobre la Fe religiosa. Antonio Machado fue el ejemplo claro de la formación educativa laica y anticlerical de la Institución Libre de la Enseñanza. Mientras Valle Inclán glorificaba el pasado imperial español en los carlistas, que Ganivet había defendido desde su posición precursora entre los regeneracionistas de fines del siglo XIX. Baroja, Maeztu y Azorín fueron elementos que desde posiciones muy personalistas criticaron no sólo a la España oficial, sino a todo lo que impedía como un lastre el desarrollo de España. Una de esas consecuencias fue el anticlericalismo juvenil de algunos de ellos. Un símbolo de su actitud será su negativa a homenajear a Echegaray cuando le sea concedido en 1906 el premio Nobel de Literatura. Mientras, la generación del 98 glorificaba a la figura de Larra por su independencia intelectual del poder de entonces. Los miembros de la generación del 98 se oponían a la situación de la España restauracionista y su hecho expresivo fue el ya citado contra el teatro de Echegaray o la poesía de Campoamor. Mientras a través del homenaje a Larra, se intentaba conectar con el pasado real que desde el Arcipreste de Hita y a través de Góngora llegaba a Larra. La postura de estos intelectuales aprende y se apoya en las críticas a la moral oficial de la burguesía y del clero en "Electra" de Pérez Galdos y "La Regenta" de Clarín. Como en sus obras de ensayo. Unamuno emparenta con el regeneracionismo a través de su obra "En torno al casticismo". El llamamiento a concurso de la masa silenciosa del país buscando en el poso tradicional del pasado el método reformista que proporcione una nueva España para el futuro. En definitiva es una protesta que rompe con el convencionalismo de la literatura oficial, con el parlamentarismo, con la moral eclesial, el caciquismo y el mundo académico. Unamuno desde su posición socialista personal defiende una visión del hombre que vive y muere, del hombre de carne y hueso. Azorín que desde un espíritu rebelde y anarquizante activo tiene una similitud al Maeztu desclasado, rebelde y crítico, pero favorable a una revolución burguesa radical que industrializase la meseta. Baroja que desde una germanofília solitaria defiende al hombre nuevo nietzschechiano donde la técnica, la ciencia y la modernidad sustituyen los viejos valores burgueses y de caridad cristiana. Sin embargo, sus caracteres irán templándose con el tiempo. Unamuno desde su cátedra salmantina y alejado del Bilbao industrial socialista heredero de un liberalismo sitiado por los carlistas. Azorín se repliega a un conservadurismo guardián del orden por su volubilidad, como Maeztu, que desde su vuelta de Inglaterra, defenderá el orden frente a la revolución proletaria, que el sistema canovista no había podido evitar. Su fe en la España eterna le hace salir del escepticismo en el que había caído y critica tanto el individualismo egoísta del liberalismo como el totalitarismo socialista. Valle Inclán desde su carlismo estético alabará las virtudes del hidalgo y del pueblo frente a la burguesía farisea. Como un nuevo Balzac ataca desde un pasado idealizado los males del presente, pero dejando a su vez una puerta abierta a una visión progresista del futuro. Baroja con sus personajes marginales los exalta por encima de los considerados normales, en la necesidad de una reforma radical del alma del país. Es un liberal individualista que lucha contra todo dogma frente a la Iglesia y al Estado, y por este orden. El siglo XIX que había terminado fue para los miembros del 98 un periodo decadente que debía ser pasado por la génesis de otro que rectificase la política emprendida por los hombres de la Restauración. Maeztu, Baroja, Azorín y Unamuno lucharon por derrocar una España oficial que no se correspondía con la real. Esta dualidad que el bilbaíno Unamuno intentó solucionar buscando en la intrahistoria la comunicación con el pueblo, que era la búsqueda de las esencias nacionales, se asemejaba a la dualidad de Charles Maurras o a la polaridad de Eduardo Mallea con su Argentina visible e invisible. El intelectual pretendía ser el portavoz de la realidad del país, pero se encontraba distante tanto de la clase dirigente como de la sociedad popular. Del mismo modo, Baroja atacó a los literatos restauracionistas acusándoles de representar el espíritu decrépito decimonónico. Para don Pío, estos hombres eran caciques de la cultura con las mismas culpas y defectos que sus equivalentes en la política electoral. Sus acciones no fueron únicamente de salón, apoyaron la presentación de "Electra" de Pérez Galdos, escribieron en la revista "Germinal" y protestaron contra el gobierno por las torturas infringidas a los terroristas anarquistas de la Procesión del Corpus. Todo un símbolo de una generación neorromántica con una veta de rebeldía anticlerical, que representaban a una juventud estudiosa que pedía su participación en la dirección del país. Baroja, Azorín, de forma más militante y Maeztu fueron los representantes de un periodismo radical antisistema de tonos incluso anarquizantes, sobre todo en Azorín. Unamuno, entre tanto, abandonó un socialismo ortodoxo por un individualismo personal que le llevó a una situación de lucha interior entre el racionalismo y el sentido contemplativo de la vida. Valle Inclán no ejerció una autocrítica tan fuerte, en cambio, camufló su origen burgués en otro de hidalgo abolengo para criticar la sociedad burguesa desde la arcadia feliz de un pasado medieval con otra pauta de valores diferentes. Sus obras "Águila de Blasón" de 1907, "Romance de lobos" de 1908 y la trilogía sobre la guerra carlista de 1908 a 1909 fueron testimonio de estas ideas. Todos ellos con el punto en común de sentir soledad y marginación en una pérdida de identidad social de la pequeña clase media burguesa, de la cual son originarios, entre una oligarquía prepotente del sistema, que defiende sus intereses a través de los partidos dinásticos e hicieron fracasar los intentos de compartir el poder con las clases medias representadas por Costa y Alba, y el naciente proletariado que ve en el socialismo y el anarquismo sus cauces de expresión, pero que a su vez marcan el fin del periodo de radicalización de los vástagos de la generación del 98. Este resurgimiento del arte español no se podía pensar sin el contacto con artistas extranjeros, y este florecimiento se dio en todas las ramas. En la música con Enrique Granados y Manuel de Falla, en la pintura con Rusiñol, Casas, Nonell, Utrillo y Zuloaga, y en la arquitectura el gran Antonio Gaudí. Pero en la pluma no había que olvidar que Maeztu, Valle Inclán, Clarín y otros menos conocidos tradujeron al español varias de las obras más importantes del momento, que de este modo se pudieron conocer en el ámbito cultural español. Esto ayudó a la difusión de ideas de otros países y reforzó la politización del escritor convertido en intelectual comprometido. A semejanza de los franceses con el caso Dreyfuss, los escritores españoles llevaron su compromiso respaldando a los encausados por el atentado del Corpus. La politización y el populismo fueron dos de los legados importantes de los miembros de la Edad de Plata. El periodismo, las novelas breves y las revistas literarias se convirtieron en los medios más utilizados por los intelectuales para llegar a la sociedad y no quedar recluidos a los grupos oficiales de entendidos. En la segunda década del siglo aparecieron editoriales de pequeño tamaño que ayudaron a la renovación de la moda literaria. En el mundo universitario, la crítica iba dirigida a convertir las instituciones educativas en centros de impulso intelectual y no en fábricas de títulos. La educación fue el punto crucial señalado por los intelectuales, por la necesidad de reformar el carácter nacional. Para ello era necesario rebuscar en la tradición española, argumento que posibilitó tanto un regeneracionismo tradicionalista como otro reformista burgués e izquierdista. Uno de sus frutos fue la entrada de los hombres de la Institución Libre de Enseñanza en la política y en los claustros universitarios, obligando a una renovación ideológica a sus contrarios católicos. Por influencia de los krausistas se organizó la Junta de Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas presidida por Ramón y Cajal. Esta institución becó a varios jóvenes para estudiar en el extranjero. Los estudiantes optaron preferentemente por Alemania y no por Francia que hasta entonces había sido el país más admirado. La razón de la preferencia estaba en que la nación teutónica había desarrollado más sus avances técnicos, científicos y filosóficos. Estos jóvenes fueron de un gran valor cultural para España, porque de ellos salieron, Antonio Machado, Ramón Pérez de Ayala, José Ortega y Gasset, Manuel Azaña y otros. En definitiva la base de la generación clásica del 14. Además, la Junta de Ampliación de Estudios fundó el Centro de Estudios Históricos que renovó esta disciplina y la Residencia de estudiantes de Madrid, que a su vez fue la base de la generación del 27. Este renacimiento cultural no estuvo protagonizado por intelectuales originarios de la capital. Por el contrario, casi todos, por no decir todos eran naturales de la periferia. Madrid fue el símbolo de la España oficial decadente, por tanto, los jóvenes de "provincias" fueron los que buscaron esa revitalización española en las diferentes ramas del saber. En Cataluña, el nuevo modernismo de sus escritores se vio beneficiado al surgir como respuesta a la demanda de la burguesía comercial condal. El catalanismo político orientó las energías culturales de su región hacia un renacimiento de la literatura catalana, que se centró en temas rurales como una nostalgia de la burguesía urbana por una arcadia feliz en un ambiente campesino. En cambio, en el País Vasco la imposibilidad de la lengua autóctona, especializada en el mundo rural, de asumir los modos modernos de la literatura canalizó a los autores vascos a un florecimiento de la lengua común española. Unamuno, Baroja y Maeztu en la generación del 98, fueron buena muestra de ello. Pero Bilbao con la industria había transformado su aldeanismo en una urbe cosmopolita y su naciente burguesía demandaba un arte que mostrase el esplendor de una nueva clase social, eran los gustos de los nuevos ricos. De este modo, surgieron valores pictóricos como Ignacio Zuloaga, Manuel Losada y Anselmo Guinea, y en los musicales Jesús Guridi. Además, la provincia vizcaína demostró su vigor cultural con la fundación de la revista "Hermes" en 1917, que fue el exponente de los gustos artísticos locales en busca de una expresión autóctona. En Galicia, la literatura en las dos lenguas desarrolló una visión populista del mundo rural interior y atrasado. Un modo de vida enfrentado al de las ciudades burguesas de la costa. Fue un gusto por el individualismo, el pesimismo y la nostalgia de un mundo rural con sabor a tradición celta. Del mismo modo al catalán, la literatura en lengua gallega se vio instrumentalizada por revistas como "Nos" que incentivando la cultura gallega pretendía el nacimiento de un nacionalismo político gallego en semejanza al de la Lliga y el PNV. La búsqueda del pasado llevó a esta generación de intelectuales a una visión romántica de una España desconocida para ellos, como era el mundo rural, incomunicado, tradicional y exótico. Esta observación se materializó en la pintura realista de 1910 a 1930, que mostró el casticismo popular de esa España redescubierta.
·- ·-· -··· ·· ·-·· José Luis Orella. | | Revista Arbil nº 62 La página arbil.tk quiere ser un instrumento para el servicio de la dignidad del hombre fruto de su transcendencia y filiación divina "ARBIL, Anotaciones de Pensamiento y Crítica", es editado por el Foro Arbil La reproducción total o parcial de estos documentos esta a disposición del públicosiempre bajo los criterios de buena fe, gratuidad y citando su origen. | Foro Arbil Inscrita en el Registro Nacional de Asociaciones. N.I.F. G-47042924 Apdo.de Correos 990 50080 Zaragoza (España) | | |