Arbil, apostando por los valores de la civilización cristiana

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Indice de contenidos

Texto completo de la revista en documento word comprimido
Anatomía, fisiología, patología, terapéutica y plerosis de la Nación
Neoesclavitud
Vintila Horia(II): El novelista, escritor de la resignación metafísica
Editorial
Un "Mundo Feliz"
O novo rosto do Terrorismo
La percepción de la inseguridad en España
Demagogia con pólvora del rey
Una consecuencia ineludible del "Plan Ibarretxe"
El humorismo inglés
El aborto y la Constitución
El alcance de la ética procedimental a la luz de la Doctrina Social de la Iglesia
La Masonería invisible, desvelada por Ricardo de la Cierva
Beneficios del matrimonio ("El matrimonio ¡ Qué bicoca!")
Importancia de la formación. Ser hombres de principios y de acción
La Virgen del Pilar y la Guardia Civil
De la Polis griega a la civitas christiana ( y IV)
Origen y fracaso del nacionalismo catalanista de Cambó
Biblia y "teología" gay
El impacto de la inmigración en las prisiones españolas
Historia de la confesionalidad
¿Es tabú hablar de la abstinencia?
El jardín de los monstruos: El mito según la escuela semiótica rusa
El conflicto en Tierra Santa (II)
Méndez, Fidalgo, y el miedo a la libertad
La Edad de Plata en España
Ortodoxos: la otra cara del ecumenismo.
La mafia
Léxico español en el sudoeste de Estados Unidos
El movimiento católico en Italia
El esperanto, ¿una lengua para la Europa unida?
El Rosario: ¿Es solamente una tradición de los hombres?
Textos Clásicos: Filosofía del Quijote: (un estudio de antropología axiológica)


CARTAS

Revista Arbil nº 62

Vintila Horia(II): El novelista, escritor de la resignación metafísica

por Primo Siena

Vintila Horia ha pertenecido a esa suerte de hombres escasos que en los crepúsculos culturales comprenden que el último sol de atardecer de una era de civilización, se transforma por la vía del arte de una alquimia espiritual en el amanecer anunciado de una nueva etapa. Es el segundo de los tres artículos de la serie.



Dios ha nacido en el exilio


Desde el inicio de su trayectoria literaria, Vintila Horia se presentó a la opinión pública como un escándalo viviente, según los parámetros de la mentalidad moderna conformada, por lo demás, a la cultura ilustrada dominante.

En realidad, Dios ha nacido en el exilio -la novela de Vintila Horia, que, al recibir el cotizado Premio Goncourt, elevó su autor a la cumbre de la celebridad literaria -es un acto de acusación a la sociedad de su tiempo (y a la crisis moral y política que la envuelve) -de un escritor "rebelde a su tiempo".

Tal actitud no podía ser tolerada por el conformismo del establishment cultural. Había que demonizar al rebelde. Por consiguiente, Vintila Horia fue acusado de "reaccionario", "derechista", "fascista", según el vocabulario formalista de corte político en uso. Y al respeto se sacó a luz el hecho que en el año 1945, las autoridades comunistas que se habían adueñado del poder en Rumania, amparadas por las tropas soviéticas de ocupación, habían condenado a Vintila Horia a trabajos forzados de por vida: "Por un pasado que casi no poseía y por culpas que no había tenido ni siquiera tiempo para soñar", como escribiera tiempo después el mismo Vintila. "Entonces -confesará el escritor -empezó mi verdadero exilio, como un proceso de anacoretismo; es decir: un proceso de separación de todo aquello que yo había sido".

Antes de la invasión soviética de su patria, Vintila Horia había vivido su adolescencia y juventud como una "edad de oro" de su tiempo. Pero expulsado con violencia de su época y de su espacio natural, el escritor se encontró involucrado en un proceso metamórfico: mientras se disolvía en él la fe en su tiempo, en su conciencia se asomaba una nueva visión existencial, en el umbral de la cual lo esperaba la figura emblemática de Ovidio, el poeta romano condenado, a causa de su pitagorismo, al exilio permanente en el pequeño puerto de Tomis, en la lejana Dacia (la actual Rumania).

El tiempo de Ovidio en exilio había sido el inicio de un tiempo sombrío, repleto de sufrimientos. Pero sobre ese tiempo marcado por la tristeza, un día brilló una luz de esperanza; el anuncio del nacimiento de un Dios entre los hombres, para el consuelo de aquellos quienes se vaciaban de vida en la misma medida en la que se llenaban de dolor.

Aquí, el sobrentendido autobiográfico del autor era evidente: detrás del exiliado Ovidio se asomaba el mismo Vintila; el tiempo del poeta romano coincidía con el tiempo mismo del poeta rumano, por tratarse de un tiempo tanático, despojado de todo contacto con el Ser natural y sobrenatural, personal y cósmico.

Obligado a ganarse el "pan duro y amargo" del exilio -aquel pan que ya había alimentado un tiempo la inspiración poética de Dante- Vintila Horia transforma la vicisitud de su exilio en una metamorfosis interior, en busca de sus raíces espirituales: acto de iniciación previa al tránsito desde nuestro tiempo ingrato hacia la esperanza de un futuro de redención.

El Caballero de la Resignación

La trayectoria espiritual del escritor se refleja, aún más, en El Caballero de la Resignación, la novela en la cual Vintila Horia cuenta la historia del príncipe valaco Radu Negru, figura simbólica de Esteban El Grande quien al final de la Edad Media defendió la identidad nacional de su pueblo, acosada por el poderío del Imperio Otomano.

El marco histórico de la novela es el antiguo Principado danubiano de Valaquia que, con la región de Moldavia, formará el antiguo reino de Rumania.

El momento histórico en el que se desarrolla la acción de la novela es el siglo XVII°, cuando el pueblo valaco se rebela a las transacciones diplomáticas entre el Imperio Otomano y la República de Venecia; transacciones que involucran la independencia y autonomía de Valaquia.

En la novela de Horia, el protagonista Radu Negru es un príncipe poeta que renuncia a su vocación de literato humanista para asumir con resignación su destino de príncipe guerrero, leal al legado histórico trasmitido por su padre.

La de Radu Negru es una resignación activa, en el sentido de Kierkegaard; es decir: no sumisión fatalista a una voluntad ajena, sino más bien cumplimiento consciente de una voluntad superior, adhesión voluntaria a un diseño divino.

En virtud de esta resignación, la vocación privada del poeta se somete al deber sagrado hacia su pueblo.

El mensaje de la novela es transparente: el poder, el mando, la función pública constituyen no un privilegio, sino un deber "pro aris et focis".

En el cumplimiento de este deber, el hombre de mando (como es el caso de Radu Negru) sale de su aislamiento existencial para reencontrarse con sus raíces genéticas sagradas: aquellas raíces que lo impulsan hacia el destino comunitario de su pueblo.

En la historia del pueblo valaco, este destino está vinculado al bosque, símbolo sagrado de su libertad y del misterio que la ampara.

Por eso, Vintila Horia nos presenta la figura del príncipe Radu Negru como el símbolo de la resignación activa, la resignación del hombre rebelde y libre, dispuesto a la rebelión por no pactar su libertad.

Una vez más, la referencia autobiográfica del escritor con la imagen del protagonista es evidente. El mismo Vintila me explicó un día en Madrid que la figura del rebelde asumía el significado simbólico del Waldgänger de Ernst Jünger: el hombre que se aparta en el bosque para defender su libertad negada por los contemporáneos, dispuesto a inclinarse con toda humildad sólo ante el poder eterno, porque - como afirmaba Kierkegaard -¡esa "es su libertad!".

En perfecta coherencia entre la ficción literaria y la realidad existencial, también Vintila Horia en un momento clave de su vida, evocó de hecho la "resignación rebelde" del antiguo caballero de los bosques rumanos, al renunciar con extrema dignidad al Premio Goncourt, cuando se intentó de intimidar al jurado por medio de una campaña de difamación personal del escritor imputándole la culpa de haber escrito algunos artículos publicados en la prensa rumana veinticinco años antes.

En una nota final de la primera edición francesa de El Caballero de la Resignación, Vintila recuerda que varios amigos le habían aconsejado de escribir un libro para explicar y justificar el contexto en el que fueron escritos tales artículos. Y agrega con firma dignidad: "No lo hice. No tengo nada que explicar, nada que justificar. Yo soy mis libros. Todo lo demás no es que literatura".

La séptima carta - ¡Perseguid a Boecio!

En sus novelas, Vintila Horia desarrolla con coherencia una concepción específica acerca de la función cultural de la literatura, definida por Él: "valoración metafísica de la narrativa".

Para Vintila, la novela que, aplicando los cánones del romanticismo y del naturalismo, cuenta simplemente lo que acaece o lo que ha acaecido, no logra expresar adecuadamente la problemática existencial y sociopolítica de nuestros tiempos inquietos; tiempos que reclaman, en cambio, una novela gnoseológica o metafísica, como ha sido oportunamente definida por el novelista simbolista francés Raymond Abellio. Esto es: una narrativa que, utilizando la poesía y la tragedia como modalidades simbólicas del conocimiento, sepan expresar la temática de la cultura contemporánea, buscando en ella una explicación profunda y global del hombre y de la vida.

Con apreciable honestidad, Vintila Horia aclaraba que la "valoración metafísica de la narrativa" había sido ya cultivada en la época de la literatura española inaugurada por Calderón de la Barca y definida conceptista. A ese tipo de literatura, él asignaba también obras modernas como el Ulyses de Joyce, El hombre sin atributos de Robert Musil, El Castillo de Frank Kafka, El Doctor Faust de Thomas Mann.

A esta corriente literaria pertenece toda la narrativa de Vintila Horia; y de manera especial dos novelas que -retomando el hilo narrativo iniciado con Dios ha nacido en el exilio- abordan nuevamente la temática de la búsqueda de la verdad por parte del ser humano y de su relación con la sociedad y el poder político.

Se trata de La séptima carta y de ¡Perseguid a Boecio!

Según los exégetas más antiguos, Platón habría escrito varias cartas a lo largo de su vida; entre ellas, una sola sería autentica, la séptima, la más platónica, que relata los tres viajes del filósofo ateniense a Siracusa para llevar a cabo el proyecto de instaurar en aquella ciudad siciliana su república ideal, bajo el amparo de Dionisio el Joven atraído hacia la filosofía platónica por su amigo y consejero Dion, alumno de Platón.

Buscando de ser fiel a la cronología platónica, Vintila Horia -en la "nota final" del libro, confiesa que -con la excepción de algunos personaje de ficción (como la figura femenina de Briseide) -en su novela La séptima carta todo lo relatado es realidad "en la medida en que la historia es más verdadera que la literatura".

Protagonista de la novela es el mismo Platón que, en primera persona, relata los acaecimientos de su búsqueda filosófica, política y religiosa para constituir en Siracusa -entre el año 388 y el 353 a.C.- un estado inspirado en su visión filosófica. Como es sabido, el proyecto político de Platón se estropeó rotundamente. Vintila -con sapiente textura que embarga de emoción al lector- hace aflorar en el desenvolvimiento de la novela la causa profunda de ese fracaso; causa incrustada en la dicotomía entre el poder de la sabiduría y la prepotencia del poder como "locura por el mando absoluto", entre la cosmovisión sagrada de la vida y una concepción materialista de la misma.

Libro, este, impregnado de una extraordinaria y permanente actualidad, confirmada por el hecho de que una gran impresa editorial italiana (la Biblioteca Universal Rizzoli) lo haya reeditado recién, después de más de treinta y cinco años de su primera edición italiana (1965).

La novela ¡Perseguid a Boecio!, salida en primer edición en Madrid en mayo de 1983, se agotó en pocos días y hubo que editar una segunda en junio del mismo año; en ella Vintila Horia da cuenta de "la eterna persecución: el hombre solitario contra las fuerzas ciegas del peor totalitarismo".

El libro relata dos historias paralelas marcadas por el mismo dolor.

La primera historia narra la dramática vicisitud de Tomas Singurán (nombre de ficción que simboliza la dignidad del hombre síngulo), catedrático de literatura moderna en un país danubiano, dominado por un régimen totalitario de corte materialista y que, durante decenios, lo ha recluido en un gulag concentracionario.

La segunda parte del libro cuenta el drama de los últimos meses de vida de Severino Boecio, el senador romano que finalizará sus días cual víctima inocente de la locura homicida del bárbaro Teodorico, el rey ostrogodo quien, en el siglo VI° después de Cristo, se había adueñado de Italia afincando la capital de su reino en la ciudad norteña de Pavía.

En la vicisitud de Tomas Singurán, Horia delinea el problema de la dicotomía moderna entre ciencia y religión; problema formulado por aquellos que en la muerte de Dios han fundamentado la pseudo justificación de un poder totalitario y absoluto opuesto a una visión religiosa del mundo inspirada en la trascendencia y sus valores.

La solución de este drama moderno se encuentra en la clave siguiente:

"Si, por la religión, Dios es fundamento y resolución de toda vida personal y cósmica; por la ciencia nueva, en su versión gnóstica, Dios constituye el punto más encumbrado de la búsqueda científica y, por consiguiente, la ciencia profana es verdadera y auténtica en la medida en que se asoma al umbral de la ciencia sagrada".

La historia de Severino Boecio -en simbólico paralelismo con aquella de Tomas Singurán que la precede- está centrada en el esfuerzo frustrado de rescatar la vida de Boecio prisionero de Teodorico en una cueva subterránea del Palacio real de Pavía, para salvar con Él el mensaje espiritual y metafísico contenido en su obra De consolatione philosophiae, escrita en la cárcel.

Como en la realidad histórica, en la novela el drama existencial de Boecio se acaba con el asesinato del senador romano, llevado a cabo -parece -por la mano del mismo rey Teodorico, enfurecido frente a la actitud de heroica firmeza con la cual el senador romano se mantiene fiel al catolicismo romano, rechazando por enésima vez la reiterada proposición de convertirse a la versión herética del cristianismo arriano, sostenida por Teodorico.

En ¡Perseguid a Boecio!, dos vidas agarradas por el mismo destino, sellan -más allá de la barrera del tiempo- una análoga visión metapolítica: el sufrimiento purificador de Tomas Singurán y el holocausto catártico de Boecio nos enseñan que -cuando una crisis de dimensiones cósmicas involucra el destino temporal del ser humano -no hay otra opción salvífica que la extrema coherencia hacia el Absoluto, cual suprema elección de libertad.

Un sepulcro en el cielo

El mensaje de Vintila Horia expresado en forma novelística alcanza su cumbre paradigmática en Un sepulcro en el cielo (1987): novela de la aventura existencial de un artista místico cual fue Doménico Theotocupulis, apodado El Greco.

El título del libro deriva del célebre lienzo donde, entre el 1584 y el 1586 -en la iglesia de Santo Tomé, en Toledo- El Greco pintó el entierro del noble señor español Gonzalo Ruiz, conde de Orgaz.

Según Vintila Horia, en este cuadro de El Greco trasluce el presentimiento del entierro simbólico del imperio español y de todo aquello que eso significaba; es decir: la visión vertical del cosmos heredada de la Edad Media, contrapuesta a la visión horizontal de la vida propia del humanismo neopagano brotado en Europa en el siglo XV° y que encuentra su máxima expresión en la monarquía nacional de Francia.

El mismo Vintila adelantó el significado simbólico central de su novela (que aparecerá después) en un magistral ensayo dedicado al platonismo de El Greco en la revista Razón Española (Enero de 1985).

En la interpretación de Vintila, los caballeros españoles que rodean el entierro del conde de Orgaz representan "los seres humanos que supieron acercarse al delirio, al sueño del conocimiento (epistemé), porque, según El Greco, habían intentado crear un imperio universal, como Bisancio antaño, dedicado a llevar a todos los seres humanos lo más cerca de la verdad, a través de Cristo evidentemente". Mientras que la espectacular inhumación del conde de Orgaz entierra consigo al mundo perdido de la perfección.

En este cuadro de El Greco, Vintila Horia lee el presentimiento del fracaso del sueño imperial de España, consumido en la derrota de la Invencible Armada de Felipe II en las aguas inglesas en 1588. Pero el fracaso ya estaba inscrito en la dramática tensión entre Toledo y el Escorial que Vintila reproduce a lo largo de su novela.

Se trata de la tensión consiguiente al pasaje irreversible desde el cristianismo medieval, gótico, guerrero de los Reyes Católicos, al humanismo mágico del Escorial.

Múltiples son los símbolos de esta tensión: la contraposición entre la ojiva (Toledo) y la cúpula (El Escorial); entre la blancura de la iglesia toledana de San Juan de los Reyes y la sombría subterránea del monasterio escurialense. En definitiva se trata de la contraposición entre una política contradictoria, simbolizada en El Escorial (edificio renacentista edificado sobre la idea de plenitud medieval que el arquitecto Juan de Herrera había tomado de un texto esotérico de Raimundo Lullo) -política ya antropocéntrica de hecho -y la política imperial de Castilla, inspirada en la concepción teocéntrica de la Edad Media y culminada en la reconquista de la España musulmana.

Las claves del crepúsculo

Vintila Horia me anunciaba esta novela en una carta escrita en Collado Villalba, cerca de El Escorial, fechada 26 de febrero de 1987:

"Estoy terminando otra novela más, inspirada por las figuras emblemáticas de El Greco y Rilke, vidas paralelas en Toledo, en tiempos distintos, pero reunidos por la idea de decadencia del imperio, concepto dantesco que constituye el motivo de la tristeza metapolítica de ambos. El libro abarcará menos de doscientas paginas, pero lleno de esencias tradicionales y de los ecos de la gran lucha que nos involucra a nosotros también".

La primera edición del libro, escrito directamente en francés, fue publicada en Lausanne el año 1988, por la editorial L'Age d'Homme. La versión española aparecerá solo en 1996, cuatro años después del fallecimiento de su autor.

Toledo es el punto de encuentro de dos artistas, quienes en tiempos distintos viven la corrupción de los valores en los que creen, sufriendo la sustitución del imperio justo por la falsedad implícita en la codicia del poder: El Greco, en el siglo XIV; Rainer María Rilke en el siglo XX° (1912-1913). Testigos, ambos, de las "claves del crepúsculo" de una época.

El trágico derrumbe de la Civitas Christiana sufrido por El Greco en Toledo, se renueva en la suprema tristeza del poeta mitteleuropeo Rilke. Quien, en la tragedia de Mayerling (1889) que dramáticamente enluta la Casa de Hasburgo, divisa el huracán bélico que encenderá a Europa veinticinco años después, marcando -con la desaparición del Imperio austroúngaro- tambíen el fin irrevocable de los imperios humanos, porque el mal que los corroe siempre es de naturaleza espiritual, más que política. Los imperios erigidos por el hombre no logran resistir por largo tiempo en el transcurrir de la historia. Sólo persiste el imperio del espíritu.

Como bien destacó Isidro Juan Palacios en la presentación de la versión española de esta novela, Vintila nos otorga un mensaje de esperanza que sigila la batalla que él combatió para fustigar la decadencia de un ciclo oscuro que, esperamos, haya llegado a su fin:

"Vintila Horia ha pertenecido a esa suerte de hombres escasos que en los crepúsculos culturales comprenden que el último sol de atardecer de una era de civilización, se transforma por la vía del arte de una alquimia espiritual en el amanecer anunciado de una nueva etapa".

Es por esa razón que estamos redescubriendo a Vintila Horia en los albores inquietos del tercer milenio.


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Primo Siena.
 


Revista Arbil nº 62

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