La visita del
Santo Padre a nuestra patria ha dejado en
nosotros ante todo una profunda sensación que
domina sobre cualquier otro sentimiento: el Papa
es una persona muy amada por el pueblo español,
nos atreveríamos a decir que es la persona más
amada por los españoles. Hay que bucear muchos
siglos en la historia de España para encontrar
una explosión de amor colectivo a una figura
comparable a lo que hemos vivido estos días. Por consiguiente, el primer balance que
cabría hacer de la visita apostólica se resume
en esta sensación de amor intenso de España al
Papa. En este sentido, cabe concluir que la clave
afectiva es la predominante a la hora de hacer
balance un mes después de esos dos días
mágicos de Mayo en Madrid.
Ciertamente, llama
poderosamente nuestra atención que una España
como la actual, paganizada, secularizada, casi
apóstata, se vuelque con esa intensidad en dar
cariño al Pontífice. Cabría aquí preguntarse
si las multitudes recibieron a Karol Wojtyla, el
protagonista absoluto del final del siglo XX, el
entrañable anciano polaco que derribó el Muro
de Berlín y que alza siempre su voz en defensa
de los más débiles o, por el contrario,
acogieron la visita del Vicario de Cristo,
portador de un mensaje redentor del alma humana.
Probablemente la mayor parte de los asistentes a
los actos con el Papa no sabría hacer esta
distinción con claridad. ¿Cómo si no explicar
el fenómeno insólito de masas llorando de
emoción al verle pasar cuando las iglesias,
donde es Nuestro Señor quien habita y no su
representante, están semivacías?
Por nuestra parte, en Arbil
tenemos claro que quien venía era el dulce
Cristo en la Tierra y que, por encima de otras
consideraciones sobre el excepcional ser humano
que es Juan Pablo II, lo verdaderamente
trascendente de su visita fueron sus palabras.
De entre sus palabras queremos
destacar una serie de puntos que venimos
asumiendo desde hace tiempo como ejes de nuestra
cosmovisión cristiana.
Nos hizo particularmente
felices su pequeña admonición sobre las raíces
cristianas de España y su llamada a la unidad de
nuestra patria, un principio que siempre hemos
hecho nuestro y que ahora recibe la más alta
sanción dentro de la Catolicidad. En realidad,
las palabras del Pontífice a su llegada al
aeropuerto de Barajas son de una belleza y
resonancia inmensas para aquellos de nosotros que
nos sentimos a un tiempo católicos y patriotas:
"¡Sois el pueblo de Dios que peregrina en
España! Un pueblo que a lo largo de su historia
ha dado tantas muestras de amor a Dios y al
prójimo, de fidelidad a la Iglesia y al Papa, de
nobleza de sentimientos, de dinamismo
apostólico... Estoy seguro de que España
aportará el rico legado cultural e histórico de
sus raíces católicas y los propios valores para
la integración de una Europa que, desde la
pluralidad de sus culturas y respetando la
identidad de sus Estados miembros, busca una
unidad basada en unos criterios y principios en
los que prevalezca el bien integral de sus
ciudadanos. Imploro del Señor para España y
para el mundo entero una paz que sea fecunda,
estable y duradera, así como una convivencia en
la unidad, dentro de la maravillosa y variada
diversidad de sus pueblos y ciudades".
En el acto con los jóvenes en
Cuatro Vientos, el Santo Padre reiteró su
llamada a la paz dentro de España, pero esta vez
haciendo alusión expresa a los separatismos
etnicistas y fanatismos revolucionarios que tanto
daño hacen en nuestra patria: «responded a
la violencia ciega y al odio inhumano con el
poder fascinante del amor. Manteneos lejos de
toda forma de nacionalismo exasperado, de racismo
y de intolerancia. Testimoniad con vuestra vida
que las ideas no se imponen, sino que se
proponen». Es esta una llamada que no
deberían dejar de oír los alucinados de la
paleo-izquierda que piden a voz en grito la paz
en Iraq y apoyan o justifican a los separatismos
que rompen la paz en España a diario.
Finalmente, no podemos dejar de
hacer alusión a las palabras de Juan Pablo II en
la misa de canonización de la plaza de Colón,
en especial a su exhortación a España para que
vuelva a ser una nación misionera: "España,
siguiendo un pasado de valiente evangelización:
¡sé también hoy testigo de Jesucristo
resucitado!... Al dar gracias al Señor por
tantos dones que ha derramado en España, os
invito a pedir conmigo que en esta tierra sigan
floreciendo nuevos santos. Surgirán otros frutos
de santidad si las comunidades eclesiales
mantienen su fidelidad al Evangelio que, según
una venerable tradición, fue predicado desde los
primeros tiempos del cristianismo y se ha
conservado a través de los siglos. Surgirán
nuevos frutos de santidad si la familia sabe
permanecer unida, como auténtico santuario del
amor y de la vida. «La fe cristiana y católica
constituye la identidad del pueblo español»,
dije cuando peregriné a Santiago de Compostela
(Discurso en Santiago, 9.11.1982). Conocer y
profundizar el pasado de un pueblo es afianzar y
enriquecer su propia identidad ¡No rompáis con
vuestras raíces cristianas! Sólo así seréis
capaces de aportar al mundo y a Europa la riqueza
cultural de vuestra historia".
Amen.
·- ·-· -··· ·· ·-··
|