Quiero definir el ser humano como un espíritu encarnado, y comenzar así mi exposición. No pretendo convencer, sino desvelar cierta complejidad que en el hombre hay. No se trata de demostrar sino más bien de mostrar, de descubrir, aunque relamente se demuestre. Esta espiritualidad del hombre bien podríamos llegar a ella através de la inteligencia, pues ésta es la capacidad de salir de uno mismo y entender al otro -sea el otro lo que sea-; la inteligencia no es algo físico, material, como se puede observar por sus frutos. Por ejemplo, la sabiduría, que no ocupa lugar. Podemos leer lo que queramos, que siempre habrá oportunidad de seguir leyendo. No por mucho leer agotamos nuestra inteligencia. Ésta, por lo tanto, no pertenece al mundo físico, sino al espiritual, de hecho es la principal manifestación del espíritu, necesaria para posibilitar otras carácterísticas espirituales, como la libertad, como el amor. Nadie ama lo que no conoce y nadie es libre si no sabe nada. La libertad es esa capacidad de salir de nosotros mismos que la inteligencia nos brinda y, conociendo, poder elegir. La libertad es espiritual, es una capacidad del espíritu. Y no hace falta remontarse a otros datos para descubrir la existencia del espíritu que la libertad misma, incluso para descubrir al Espíritu, a Dios. Citando a un gran filósofo de nuestra época "en el hombre la libertad es radical, pertenece a su propio ser. Así descubierta y entendida, sacada de lo superficial, del mismo modo que desde las criaturas materiales, considerando el movimiento, la causalidad, etc., se llega a la existencia de Dios, con la libertad se desemboca en ella. Si no existe Dios, la libertad radical no existe tampoco. Si la libertad humana es algo más que elegir entre whisky o ginebra, y es el meollo de su carácter personal, con ella el hombre se habre de modo irrestricto, y al revés: si esa apertura no encontrara un ser también personal, Dios, quedaría frustrada. Al Dios personal, de modo directo, no se llega por el primer camino. En cambio, la libertad habre una doble perspectiva: existe un Dios personal sin el cual la libertad no existiría; sin Dios, la libertad acabaría en la nada. La inmortalidad del alma, indudable -el espíritu no muere: no tiene materia-, sin Dios comportatría la perplejidad completa, la falta de destino. Entonces cabría tener miedo a la libertad, e incluso odio; hay gente que preferiría no ser libre precisamente porque al asomarse a la libertad no llegan a Dios: se encuentran entonces con una libertad en suspenso." Llegamos a Dios sabiéndonos libres, sabiéndonos inteligentes, sabiendo que no sólo somos materia animada, sino un espíritu encarnado. Y no hace falta sumergirnos en la complejidad de las palabras dichas, basta con mirar la historia de nuestros antepasados y nuestra propia época. El hombre sabe de Dios, está en él mismo: esa sabiduría se llama religión. Religión viene de re-ligare, volver a unir. En todas las sociedades de todas las épocas se ha manifestado así. Incluso en nuestra época. La religión no es un invento social surgido en un pasado lleno de oscurantismo y superstición. Es la respuesta que cada hombre da a ese ser del que proviene. Le llame cómo le llame, el hombre siempre ha descubierto a Dios en él mismo y en lo que le rodea. De hecho, una de las pruebas para saber que un homínido es hombre es descubrir que hacía rituales religiosos, precisamente porque la religión es manifestación del espíritu, de la inteligencia. Es todo lo contrario a ignorancia y a oscurantismo. Precisamente, por ser religioso se demuestra mayor inteligencia. Desde las sociedades primitivas -las pinturas ritualistas de la cueva de Altamira- pasando por las primeras civilizaciones urbanas -Egipto, Mesopotamia, Mohenjo-Daro, Harappa, China-, y llegando, desde el Imperio Romano, a la expansión islámica, al Imperio Carolingio, a la Reconquista Española, a la Europa Moderna, a las sociedades americanas, a la colonización europea del mundo, a las grandes revoluciones y guerras que casi arrasan la mitad de la tierra -y continúan haciéndolo-, a la colonización americana del mundo, y a todas las sociedades -pequeñas o grandes- que habitan la tierra... todos los hombres han demostrado su religiosidad: admitiéndola o negándola. Nadie vive sin dios. Ni siquiera los ateos, que en la práctica no se sostienen, sólo son teóricos. El hombre necesita a Dios, necesita su pasado, sus raíces, tan to como su presente para poder entenderse a sí mismo y hacerse un futuro. Si pasado, sin experiencia, no podríamos evolucionar, ni mejorar, ni hacernos más humanos. Por eso cualquier hombre busca la verdad, la belleza y el bien: la felicidad. Sabemos que no todo acaba en la muerte, que nuestra vida vale más que una mota de polvo en el desierto. Por eso buscamos nuestra meta más allá que la propia materialidad. Todo el mundo cree en algo, todos tenemos un fin. Cada cual se busca el suyo, algunos aciertan y otros se equivocan -por desgracia- y se pasan perdiendo la vida en correr tras espejismos. Pero no por eso manifistan menos su religiosidad. Todos los hombres intentan responder -religare- según entienden a ese saber que todos compartimos: hemos sido creados. Lo duro es aceptar que nosotros no somos el fin, sino un regalo, somos un obsequio que Dios ha lanzado al mundo para transmitir paz, unión, belleza, consuelo, a todos los seres que nos rodean. Esa es la auténtica respuesta que Dios quiere que demos...: y es la más difícil, como podemos contemplar día a día, hasta en nosotros mismos.. ·- ·-· -··· ·· ·-·· David Luengo |