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- La Monarquía de España y la guerra de Mesina (1674-1678)
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- Fundación Gratis Date: 15 años socializando el saber
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- 25 años de fecundación artificial
- La promoción de los laicos en la vida y Misión de la Iglesia
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- Presentación de "Fernando el Católico y los falsarios de la historia en Pamplona"
- Tertulia en Arbil-Madrid
- Texto Clásico: Defensa de la Hispanidad


CARTAS

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Revista Arbil nº 69

Historia de América

por Javier Garisoain

Cuando los funcionarios racionalistas empezaron a menospreciar la Misión, América pasó a ser una tierra de emisión y de pura sumisión. Y por eso surgió la insumisión.


"... La ruptura principal no fue con España. El océano Atlántico estaba ya hecho antes de que empezaran las intrigas de Bolívar. La ruptura fratricida se produjo entre los mismos americanos. Virreinato contra virreinato. Capitanía contra capitanía. Los criollos comenzaron entonces la conquista de los indios olvidando su dignidad de súbditos.... "

América no es lo que parece sino todo lo contrario.

América no es tan nuevo continente. También podríamos llamar nueva a Europa si la comparásemos con Egipto, con las viejísimas culturas asiáticas, con la China o con la India. Más nuevo es el Islam que el cristianismo de todos los americanos. La etiqueta de nuevo o de viejo es una marca que a veces colocamos para justificar lo imperdonable. Los americanos no son más nuevos que los europeos. Tal vez sea al revés, porque además de toda esa vieja tradición europea -que también es suya- llevan sobre su espalda histórica la vieja tradición indígena, y las tradiciones importadas y la revuelta tradición de los últimos 200 años. En algunos aspectos los americanos son más arcaizantes que los europeos. Los viejos puritanos anglosajones, la vieja campechanía de los irlandeses, la vieja cultura familiar de los italoamericanos, la vieja lengua ceremoniosa de los hispanos, la vieja alegría de los afroamericanos. ¿Por qué llamamos nuevo a un continente con tanto viejo contenido?

América descubrió mucho más. América fue descubierta por los españoles y por todos los europeos. Es un mérito innegable el de los navegantes del siglo XVI haber llegado fisicamente al continente desconocido. Pero no me equivoco si digo que el verdadero descubrimiento, la sorpresa impresionante, fue la que se llevaron aquellos pueblos ultramarinos. Ellos descubrieron a los europeos, descubrieron la tradición greco-romana, la tradición judeocristiana, la cultura europea y si aportaron también todo lo que pudieron de bueno es innegable que para bien y para mal las cosas cambiaron mucho más en América que en Eurasia.

América no quería la emancipación. Los americanos, sufridores admirables de todas o casi todas las epidemias sanitarias e ideológicas que comenzaban en Europa, viven todavía del mito de la emancipación. Un proceso que ellos nunca iniciaron. En el caso de las repúblicas hispanoamericanas es preciso repetir una y otra vez que la ruptura no se produjo en América sino en España. Que no sucedió en el siglo XIX sino en el XVIII cuando los reyes empelucados de la España de la Ilustración abandonaron de hecho todo aquello que justificaba su presencia soberana en el Nuevo Mundo. América era la Misión de España, en todos los sentidos. Y esa misión que pagaba con sangre bien la podía cobrar en oro. Pero cuando los funcionarios racionalistas empezaron a menospreciar la Misión, América pasó a ser una tierra de emisión y de pura sumisión. Y por eso surgió la insumisión. Es algo más que un juego tonto de palabras cacofónicas: la insumisión americana no surgió por una simple falta de sumisión. Faltó más Misión.

América no rompe con la monarquía; se rompe a sí misma. El mar tenebroso, mar negro sin barcos. La miseria europea. La lucha contra Napoleón. Todo se confabulaba en contra del puente iberoamericano. La ruptura se hizo irreversible. Pero no fue una ruptura entre iguales sino un desgajarse como de frutos, o de ramas, o de hijos. Por eso todos los países hispanoamericanos tomaron en el momento de su independencia una forma política republicana. Los espadones, y los criollos, y las logias y todas las castas variopintas de aquellos países sabían que no hay más rey para Hispanoamérica que el rey de España. Se pudo romper con España como el hijo que se va de casa. Pero nadie cometió la blasfemia de proclamarse rey. Nadie propuso el establecimiento en América de monarquías alternativas a la Peninsular. La intentona del presunto emperador de México, Maximiliano, es más antiespañola que cualquier ceremonia republicana. Lo que pasó en el Brasil no fue lo mismo. Las repúblicas americanas siguieron siendo lo que ya eran pero a costa de perder la ingenuidad. Como los hijos que dejan de vivir juntos en torno a los padres.

La ruptura principal no fue con España. El océano Atlántico estaba ya hecho antes de que empezaran las intrigas de Bolívar. La ruptura fratricida se produjo entre los mismos americanos. Virreinato contra virreinato. Capitanía contra capitanía. Los criollos comenzaron entonces la conquista de los indios olvidando su dignidad de súbditos. Los ciudadanos se empeñaron contra los campesinos como contra extranjeros. Fue entonces cuando se proclamó la unidad artificial del idioma romance, para desgracia del idioma romance. Esclavos contra libres. Ganaderos contra agricultores. La emancipación americana fue una guerra civil que todavía no ha terminado. No se si llegará del Norte, o del Sur. Pero sé que la unidad de toda América no es un sueño.

No son naciones. El mimetismo nacionalista contaminado por los locos franceses que todo lo querían perfecto enloqueció a las repúblicas transatlánticas que se empezaron a llamar orgullosamente “naciones”. Ese nacionalismo iberoamericano ha sido el rasgo definidor de unos políticos ansiosos por marcar un territorio con una personalidad indiscutible. No excluyo las naciones. Sé que existen. Pero digo que pudieron ser también una sola. O también varias. No son naciones porque no nacieron. En realidad fueron abortadas. Razones egoístas y mentiras interrumpieron la tranquila gestación de forma malintencionada. Por eso no se les puede llamar ni naciones, ni independientes, ni emancipadas, ni libres.

Yo creo en América. En la vieja América. En una América hispana que no tiene 500 años, sino trescientos primero y doscientos después acumulados sobre otros miles misteriosos. Creo que de sus miserias ha de levantarse una ola benéfica también para esta nueva Europa inconsistente. Pero pienso que no saldrá de su postración mientras continúen las mentiras que cuentan de su vida. América es antigua y sabia. América nos descubrió, tal vez como un espejo. América fue abandonada por la madre que se hizo madrastra. América se merece una explicación. América se separó y se rompió en mil pedazos. América añora un rey. América está cansada de ceremonias masónicas. América puede ser todavía grande y alegre. Puede ser la madre de todos..

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Javier Garisoain

 


Revista Arbil nº 69

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